lunes, 17 de enero de 2022

MALA UVA

“Mala uva” sería un ejemplo de ese cine español  de presupuesto medio-bajo que se estiló durante la década de 00 y que pobló las carteleras de nuestras salas comerciales en  periodos no superiores a una semana. Si llegaban a una segunda semana de exhibición, era compartiendo pantalla con otra película que, con mucha más vida, ya estaba dando sus últimos coletazos. En definitiva, no acudía a verlas ni el Tato. Pero se facturaron unas cuantas de esta categoría. Categoría que, quizás, han tenido que pasar de 18 a 20 años para que, retrospectivamente, seamos conscientes de que existía (lo del presupuesto medio-bajo) y que, cuajadas de ayudas de diferentes entidades gubernamentales o no, si consultamos los datos de estas películas en la base del Ministerio de Cultura, nos escandalizaremos al ver que, ni tan siquiera, llegaban a cubrir sus presupuestos. Es más, la mayoría de las veces no se llegaba a recaudar ni la mitad de lo que habían costado  —y eso que obviamos en estas recaudaciones los pases fantasma que se programaban con el fin de llegar al mínimo de recaudación necesario para recibir más subvenciones, que ese sería otro tema—.
Al margen de estos tejemanejes, las películas, películas son, y en ningún caso estas pueden quedar exentas (o sí) de interés.
Así, llegamos a esta “Mala uva” del año 2004 cuya repercusión en su momento fue visto y no visto, así como a día de hoy es una película casi invisible.
Se trata de una suerte de comedia negra en la que un ex asesino a sueldo retirado se ve en una situación económica complicada; invirtió en viñedos que se han visto destrozados por culpa de un gusano que arrasa con las cosechas. Por otro lado, y en esta tesitura, es extorsionado por antiguos clientes que le requieren para un último trabajo: Tiene que vigilar a cierto individuo y, si se le ordenarse, matarlo. Si se niega, harán llegar a la policía un dossier con sus actividades pasadas como asesino a sueldo. No le queda más remedio entonces, que completar el trabajo. Durante su vigilancia, nuestro protagonista vivirá toda serie de estrafalarias situaciones, que van desde lidiar con vecinos de lo más desquiciados a enamorarse de una policía que, de alguna manera, le complicará el desempeño de su último trabajo.
Dirigida por Javier Domingo, que tras un par de cortos debutaba para la gran pantalla, y con un libreto escrito por él mismo al que el protagonista, el propio Sancho Gracia, le pega unos últimos retoques, “Mala uva” es una película muy extraña, primero porque es confusa e imperfecta, y segundo porque es lineal en su desarrollo. Y nunca pasa nada. Así que básicamente nos encontramos ante una película en la que Sancho Gracia se encuentra con gente, charla con ellos del tiempo y, eventualmente, apunta con un rifle a un individuo del edificio contiguo al que Sancho Gracia se encuentra. El desenlace, de lo más tonto, se resuelve con un gag estúpido, y aquí paz y después gloria.
Sin embargo, no puedo decir que sea una mala película, porque, ante la extrañeza de la historia que se nos cuenta y la serenidad con la que se ejecuta, uno la ve entera sin mayores estridencias.
Otro punto curioso es la elección de los actores. El casting de “Mala uva” está compuesto por actores veteranos (Sancho Gracia, Terele Pavez, Asunción Balaguer o Agata Lys) con otros más jóvenes (Aina Clotet, Carles Gilabert o Fernando Aguilar) con una característica en común en esta película: Quizás por la falta de experiencia del director Javier Domingo con los actores, estos en algunas escenas nos ofrecen interpretaciones estupendas (en el caso de Sancho Gracia, alguna antológica, como cuando maldice asomado a la ventana…) que se van combinando con otras bochornosas en las que, más que interpretar, los actores parece que estén leyendo (incluido aquí también Sancho Gracia). Pero esa irregularidad interpretativa contribuye al aire de extrañeza que desprende toda la película, así que, al menos como rareza, esto acaba beneficiándola. Caso aparte sería la aparición estelar de Gurruchaga, en su línea y siempre eficaz, o ese actor pelirrojo tan bueno y tan desaprovechado como es Enrique Martínez que, actoralmente, se prodiga como lo mejor de la película.  
Por lo demás, todo esto que les cuento, no acaba siendo en absoluto relevante como para que esta cinta trascienda como título de culto, raro, misterioso o desperado, sino como una del montón —con cierta gracia—, aséptica, discreta, de las muchas que se rodaron en aquellos años y que ya irán desfilando por aquí de vez en cuando. El interés de estas radica en que no se acuerda de ellas ni Dios. Pero yo, sí.