Extraña película rusa en co-producción con Chile y con una pequeña participación española que, más allá del ámbito festivalero o algún pase en la filmoteca española, en pocos lugares se ha visto además de en Rusia.
Se trata de una de las fallidas incursiones en la comedia de Sebastián Alarcón, director chileno exiliado en Moscú que desarrolló el grueso de su carrera en la Unión Soviética consiguiendo algún que otro éxito en aquél país gracias a los documentales y las películas de contenido sociopolítico. Sin embargo, a finales de los 80 decide dar un cambio de tercio a su cine y se pone a realizar comedias que, para su desgracia, son recibidas con frialdad por el público ruso. A esta etapa pertenece “Mi ministro ruso” (conocida en Latinoamérica bajo el título de “Una actriz española para el ministro ruso”).
Cuenta la historia de un profesor de gimnasia de padres españoles cuya pasión es el cine. Un buen día, un amigo suyo le cuela en un foro cinematográfico que se celebra en la ciudad donde, para pasar inadvertido ante la prensa, se le presenta como el ministro de cinematografía rusa. En esa tesitura conocerá a una actriz española que aprovechará para seducirlo y que, de este modo, firme un acuerdo con un productor español para realizar una co-producción que ella misma protagonizará. El profesor no abandonará su papel, y con él continuará cuando, como parte de una comisión de profesores rusos, viaja a España en plan turista. Allí —en Sevilla nada menos— continuará su idilio con la actriz manteniendo la mentira y metiéndose en líos intentando no ser descubierto ni por esta, ni por los productores españoles que en consecuencia conocerá, ni por sus compañeros profesores que verán como hace sus escapadas nocturnas de manera un tanto sospechosa. Al mismo tiempo se desarrolla una subtrama en la que, como niño deportado que fue por culpa de su padre español, buscará a este por España para que de respuesta a sus incógnitas.
Pese a la participación española y la procedencia chilena de su director, “Mi ministro ruso” resulta interesante porque en realidad se trata de una comedia eminentemente rusa y por lo cual, el sentido del humor que se gasta es el de allí. Entonces tenemos un tipo de comedia muy fría e imperceptible, porque los gags y las situaciones cómicas son ejecutadas con un dramatismo al que los españoles (y supongo que el resto de habitantes de la tierra) no estamos acostumbrados. Detectamos la comedia en todo el metraje, pero no nos reímos ni un ápice. Sin embargo, la curiosidad que suscita un producto de estas características es grande y, tras el visionado, quedo saciado, entre otras cosas porque está lo suficientemente entretenido como para verlo con interés independientemente de su procedencia y exotismo.
Por otro lado, mientras la veía no podía quitarme de la cabeza otra comedia sobre el choque de culturas en la que un ruso tendrá que adaptarse a la excentricidades del país extranjero que le ha tocado visitar, “Un ruso en Nueva York” de Paul Mazursky, la cual no quiero decir que Alarcón haya plagiado, pero desde luego sí que ha tomado buena nota: Las secuencias en las que nuestro protagonista llega a España y va de compras buscando las liquidaciones en las tiendas junto a sus compañeros, son exactas a cuando en la película americana, Robin Williams hace lo mismo junto a sus compatriotas soviéticos en la ciudad de los rascacielos.
Asimismo, al tratarse de una película para el público ruso, no deja de parecerme fascinante la manera en la que se representa España, aferrándose al estereotipo más feroz y el cliché más lastimero, haciendo acto de presencia en cada secuencia los toros, el flamenco, camisetas de la “Expo 92”, el vino, los puros y hasta los caracoles que prueba nuestro protagonista por primera vez y que le dan tanto asco que tiene que escupirlos en una servilleta. A mí también me dan muchísimo asco.
Su principal protagonista, Sergey Gazarov, es un todoterreno ruso; actor, director y productor, rara es la película rusa en la que él no tenga que ver, así como es uno de los personajes más queridos de su país. En "Mi ministro Ruso" interpreta su papel no sin cierta gracia, máxime cuando le toca hablar castellano con los personajes españoles, más que nada, porque lo habla con cierta dificultad.
La actriz española elegida para que sirva de interés romántico del protagonista sería Victoria Vera, que si bien no es santo de mi devoción, aquí baja el nivel tres puntos. Vera actúa consciente de que es una película cuyo público va a ser mayoritariamente ruso y le importa un carajo hacerlo bien, por lo que la desgana y parsimonia con la que interpreta su papel es un factor a destacar. Casi parece una broma.
Por otro lado, en la participación española, tenemos también a la veterana María Luisa Ponte, que en un alarde de profesionalidad, y al contrario que Victoria Vera, aborda su papel con las ganas y el esfuerzo con el que lo hizo en todas sus películas… aunque quizás por eso tiene más gracia ver a la Vera soltar sus frases de carrerilla con las prisas por volverse a España y cobrar el, intuyo, escueto cheque.
No ha estado mal ver esta película. Una fría y extraña comedia que nos aporta una idea del sentido de la comedia que tienen los rusos.