Cuando comienza la película, con esos títulos de crédito ambientados en una sala de revelado fotográfico, con esos planos imposibles y “depalmanianos”, y ese montaje milimétricamente medido, todo parece indicar que estamos a punto de ver, por lo menos, algo potable. Una vez acabados, y entrados en materia, descubrimos que esos créditos tan chulos nada tienen que ver con el resto de la película, sosa, vaga, con muchas conversaciones y con menos capacidad para sorprender que un llavero. Claro, esto tiene su explicación: Resulta que está dirigida por un tal Terrence O’Hara —que tras la dirección de este “Revelado criminal” se hizo fuerte en los platós televisivos— mientras que esos créditos tan potentes están dirigidos por Nico Mastorakis, director que para la ocasión ejerce de productor, y que se salva de llevar un “tal” delante del nombre porque en su momento consiguió algún que otro éxito dirigiendo “El Viento” y la hoy considerada de culto “Los Zero Boys”, que tampoco es decir demasiado. Como sea, el contraste entre los créditos y el resto es evidente.
Y es que “Revelado criminal” es un batiburrillo que mezcla cine slasher con thriller e incluso con unos toques de “whodunit” invitando al espectador a averiguar quién es el asesino. Pero se queda a medio gas en todo, porque, no llega a ser un slasher puro, ni un thriller solvente. La película fracasa incluso en su tentativa de ser “whodunit” ya que en sus ediciones de vídeo de la época incluía fotos traseras en las que se nos desvelaba al asesino con las manos en la masa.
La cosa va de un individuo que comienza a cargarse a golpe de hacha a los miembros de una familia en una granja comunal, con la particularidad que, antes y después de proceder, se toma su tiempo para tirar fotos a las víctimas. Los que van quedando con vida durante el metraje, y el espectador, tendrán que jugar a averiguar quien es el asesino.
La misma cantinela de siempre pero peor, “Revelado criminal” es tan incompetente que vemos asesinatos fuera de cuadro y, para sugerir la escabechina que está haciendo el asesino con la víctima, vemos salpicaduras de chocolate de un pastel que justo en ese momento estaba siendo batido en la cocina en la que se está cometiendo el asesinato. O sea, sangre no, pero chocolate sí…
Por lo demás, el más solemne de los coñazos en un film de 1989 que pasó por cines y video clubes sin pena ni gloria y sin nada tras las cámaras digno de ser especialmente reseñado.
Solo para completistas del género de cuchilladas. O incluso ni para esos.