lunes, 10 de junio de 2024

THE EROTIC MEMOIRS OF A MALE CHAUVINIST PIG

Curiosa película de la “golden era” del porno-chic americano de los años 70. Si por lo general podía considerársele cine en el sentido de que, al final, se trataba de contar historias en un entorno de sexo explícito (y no como en el porno de ahora), “The Erotic Memoirs of a Male Chauvinist Pig” riza el rizo. Ya no es que tengamos aquí un porno en el que las escenas sexuales estén al servicio de una historia, es que además estas son escasas, de intenciones no muy eróticas y tendencia abiertamente cómica. Pero eso no es todo, la película desprende en todo momento un tufillo progresista que no distingo si es satírico o no —al fin y al cabo, tenemos aquí un pequeño catálogo de señoras sometidas— en lo que parece una respuesta al feminismo imperante en los 70 que arremetía contra la industria del porno. Así pues, el título, que traducido vendría a ser “Las memorias eróticas de un cerdo chauvinista” es claramente irónico, pero la película, 50% comedia, 50% paja mental, parece destinada a espectadores intelectuales.
Yo me he quedado turulato porque es un porno muy raro, pero extrañamente divertido e interesante.
Tenemos a un artista que se dedica a la escultura erótica, tiende a grabar sus pensamientos en una grabadora y ha sufrido en sus carnes ya tres divorcios. Su actual mujer, a pesar de las mamadas que le casca, ya no le atrae sexualmente, así que busca otro tipo de emociones siendo felado por una colegiala o amordazando y atando a un amigo suyo para follarse a su esposa delante de él. En definitiva, este cerdo chauvinista de espesa barba y bigote inglés, se tira la película entera follando y confesando su infelicidad al respecto a la grabadora, mientras que por un motivo u otro el espectador es testigo de violaciones simuladas, lluvia dorada (para la que se utilizó cerveza) y, sobre todo, eternas y soberbias mamadas (y pocas penetraciones). Todo ello en una película porno muy moderna y que fue la única obra de su extraño y enigmático director, R.C. Hörsch —hasta que volviera al porno en 2017—, que junto con el director de fotografía John Butterworth firma una de las películas porno con más intencionalidad de film estándar de la época, pareciendo por momentos una comedia de Albert Brooks en la que no se para de follar.
Hörsch es, por otro lado, un tipo sórdido y extraño a más no poder; era cámara de programas televisivos infantiles (trabajó en “Barrio Sésamo”) pero estaba loco por dejar ese trabajo y meterse en el porno, iniciándose en esa industria como doble de lefa de Harry Reems, sustituyéndole en un rodaje en el que la cámara de 35 mm se atascó justo en el momento en el que Reems eyaculaba en un acto sexual, no pudiéndose filmar la corrida. Como Reems fue incapaz de retomar la tarea, Hörsch se ofreció a sustituirle rodando el inserto, tras demostrarle al director de aquella película lo fácil que era para él tener una erección y demostrando su poderío colgándose una toalla del rabo. Lo siguiente a tal virguería sería intervenir en loops de 8 mm y espectáculos en vivo en locales del Deuce.
En un momento dado decidió hacer su propia película. En realidad Hörsch escribió una comedia negra sobre un tipo divorciado tres veces, que aunque era algo subida de tono no estaba concebida para ser porno. Pronto se daría cuenta de que la única forma de llevarla a cabo era dentro del cine para adultos —y de ahí que el sexo sea escaso—. Conseguirá un poco de dinero, más el que aportaría John Butterworth, y de ese modo producirían la película que nos ocupa.
Rodaron en su Filadelfia natal con actrices que a día de hoy son leyendas del género como Tina Russel o la mítica Georgina Spelvin, así como Helen Madigan haciendo de colegiala, y especulándose en los mentideros que entonces aún era menor de edad. También se usaron actores no profesionales en la producción: el protagonista, Paul Taylor, ni siquiera era actor porno, se trataba de un actor de teatro que utilizó seudónimo para acreditarse, aunque demostró no tener ninguna clase de problema a la hora de conseguir erecciones y practicar sexo delante de la cámara (aunque para las corridas era sustituido por el propio director). Su esposa también aparece en la cinta, del mismo modo que la hermana de R.C. Hörsch fue convencida para interpretar un papelito.
Finalizado el rodaje en 12 días, y sin dinero para llevar a cabo la posproducción, pronto la película sería comprada para su exhibición y, en consecuencia, sufragados todos sus problemas económicos. Se hinchó el negativo de 16 mm a 35, se estrenó en Nueva York y Filadelfia y se convirtió en un pequeño éxito.
Tras la experiencia, R.C. Hörsch se alejó del porno para dedicarse a ser fotógrafo, piloto de exhibición, activista político y escritor… pero también  hizo carrera desempeñándose como traficante de drogas y falsificador de billetes y obras de arte (falsificó a Picasso), motivos por los que fue ingresado en prisión para más tarde fugarse y ser buscado por prófugo. Si buscamos fotos en internet da bastante miedo, con su pelo largo y grasiento, su descuidada barba y su parche en el ojo.
En 2017, tras varias estancias en la cárcel, volvería al porno con la película “¡Whore!” (“¡Puta!”) y en 2021 incidiría en el tema con “Transgressions”. Lo cierto es que su obra, de un modo u otro (ya sean libros, poemas o demás zarandajas), se asocian siempre a cierto maldistísmo, a cierta oscuridad intelectual y sexual que me parece de lo más cutre y chapucera, a la alemana (tipo Marian Dora, quizás no tan extremo), y por eso me llama tanto la atención que “The Erotic Memoirs of a Male Chauvinist Pig” sea un genuino, curioso, pizpireto y simpático porno de la era dorada, con más argumento que sus coetáneos, más gracia y posiblemente mejor rodado que cualquier tontería de, por ejemplo, Gerard Damiano. Esta película es entretenida y sus protagonistas no parecen todos deficientes, como sí ocurría en las del antes mencionado.