Padeciendo yo "justicieritis" aguda, y gastando la película semejante título -¡patrio!-, difícil, muy difícil iba a ser que no corriera al vídeo-club más próximo a alquilarla esperanzado. Y difícil, muy difícil iba a ser también que el resultado no se saldara con la palabra que comienza por D y acaba en "ción". Así pues, otra más palasaca, de esas que no veía desde aquel primer y poco notorio intento. Hasta que, ¡yes!, la otra palabreja maldita, que arranca con un N y concluye con "gia", comenzó a dar por culo y decidí hacerme de nuevo con ella y repetir, preparado, preparadísimo esta vez, sabiendo perfectamente a lo que me exponía. Y, claro, "asín" no vale, porque el consiguiente golpe duele menos e incluso terminas encontrándole virtudes al pifostio, aunque anden muy muy ocultas entre esos maravillosos drops y esas rayacas propias del ripeo-de-vhs que me pasó mi bien amado Enorm (la caratula completa también se la debemos a él. Si es queeee...)
John Willis es un poli duro como una roca. Le han matado al compañero, así que, nada más comenzar la película, anda ya vengándose, liándola a tiros y matando a todo al que se le ponga por delante, incluso si son señoras. Paralelamente, un psicópata sale libre de su encierro y, raudo, se dirige a los lúgubres túneles del metro neoyorquino a recuperar su banda de malandrines, que viven ahí, ocultos entre la oscuridad. No tardarán nada en comenzar a robar y asesinar a viandantes confiados. El poli se alía con una periodista que investiga el asunto (sí, terminarán yaciendo) y decide pararles los pies, a lo bruto y aunque le quiten la placa y la dignidad.
En realidad este producto del año 1988 luce como título original el chanante "Underground", a veces mutado a "Underground Terror" por aquello de darle más color. Pero no, no hay terror. Ni acción. Estamos ante un puro y duro thriller de segunda. Bien facturado en general, decente, con su notoria dosis de violencia, algún leve arrebato de gore gráfico (poca cosa) pero más bien plomizo. Notas que tenía potencial, pero se queda a medio gas (consecuencias del escaso montante, presupongo), aunque no va exenta de pequeños buenos momentos y, muy especialmente, un policía justiciero protagonista que funciona gracias a su tremenda mala hostia. Por ejemplo: uno de los villanos intenta robarle el bolso a una pava y ¿¿qué hace nuestro madero??, pegarle tres tiros por la espalda mientras huye. ¡Toma cha!. Sí, claro, es uno de los malos, pero en el momento de la ejecución él no lo sabe con seguridad, lo revienta únicamente por querer robar un monedero. Si eso no es expeditivo, ya me dirán qué es. Tampoco le tiembla el pulso a la hora de eliminar esbirros arrepentidos de sus actos que solo pretenden ayudar. E incluso se diría que disfruta acabando con el jefe de la pandi -considerar esto un spoiler les convierte a ustedes en unos ingenuos-, exigiéndole a berridos que le mire a los ojos previo remate. Todo ello ante la horrorizada reacción de la periodista, allí presente. En eso, como digo, la peli se me ganó y recordó al "Harry Callahan" de 1971, cuando se movía de manera ambigua entre la legalidad y la ilegalidad, sin despeinarse.
A semejante mastuerzo con placa lo interpreta un muy adecuado Doc Dougherty, quien debutaba acá y luego haría unas cosas más, moviéndose entre productos televisivos y roles muy secundarios para películas más o menos conocidas. Un carrerón parecido al de su guapa "partenaire", Forbes Riley, cuyo crédito más curioso es su protagonismo previo en uno de los slashers más toscos que se recuerdan, "Splatter University", según las artes directivas de un Richard W. Haines apunto de entrar a formar parte de la factoría Troma. Y así ocurre también con el resto, auténticos supervivientes que lo mismo te salen en un blockbuster, haciendo de policía o abogado o barrendero, que en un subproducto.
Con el personal que hay tras la cámara la cosa cambia levemente. Muchos de los principales responsables de "Juez Jurado y Ejecutor" tenían las manos manchadas de puro zetismo, habiendo participado en títulos rimbombantes, algunos hoy considerados de puro culto. Quizás el más llamativo sea Brian O´Hara, co-guionista y responsable de la "story". Como director se encargó en 1999 de la famosa e infame comedia transgresora "Rock 'n' Roll Frankenstein", muy políticamente incorrecta, con chistes homofóbicos, auténtico maltrato animal... allá ande iba provocaba sarpullido. El otro guionista, Bob Zimmerman, escribió también el libreto de un popular slasher de tercera regional, "Silent Madness", además de meter mano como técnico en "Pesadillas de una mente enferma", "La casa del terror (Don´t go in the house)" o "Aberraciones sexuales del conde Drácula".
Igualmente en tareas de machaca curró mucho James McCalmont, director de "Juez, Jurado y Ejecutor". Puedes ver su nombre en una galería interminable de títulos -antes y después de sus propios y únicos dos largometrajes- que van desde "Mi diabólico amante" a "El silencio de los borregos". Previo a la reseñada, venía de co-firmar un aburrrrrido tostón pos-apocalíptico titulado "Infierno en Safehaven" junto a otro que ya había pasado unas cuantas veces por acá, Brian Thomas Jones.
Y terminamos con el primer nombre que aparece en los créditos de "Juez, Jurado y Ejecutor", Steven D. Mackler, productor, cuyo currículum va bien surtido de "joyas" como "Neon Maniacs" (reseñada en nuestro pest-seller), "Deadtime Stories", "Infierno en Safehaven" por supuesto, así como la película que el co-culpable de aquella, Thomas Jones, venía de hacer solano, "The Rejuvenator". Otra cosa titulada "Voodoo Dawn", según guion de John Russo y con papelillo para un entonces aún novato Tony Todd y, por fin, un poco de "cualité" con "El pico de las viudas", aunque tampoco le serviría ya de mucho.
Es curioso que siempre ande/mos hablando de que si Fred Olen Ray, Jim Wynorski, David DeCoteau, Charles Band, etc, etc... pero como vemos, el campo del cine de explotación y bajo presupuesto norteamericano de los ochenta era bien vasto, habitado por un montón de señores que, aunque jamás destacaron demasiado, dejaron sus pequeñas huellas en forma de sendos productos entrañablemente pestilentes. Y anda que no mola nadar entre toda esta roña a cambio de noventa minutos medianamente sufrientes.