martes, 9 de septiembre de 2025

AMATEUR ON PLASTIC

Butch Willis es uno de tantísimos músicos "outsider" que pululan por tierras americanas y, con el tiempo, generan una base de fans tan sólida que incluso llegan a convertirse en artistas de cierto prestigio e indudable culto. Willis no sabe tocar, hace una música tosca y estridente, más allá de eso y de ser un individuo tuerto, tampoco sabría diferenciar lo que hace de otros músicos de rock´n´roll de corte convencional, es decir, es un tipo excéntrico pero, a priori, no parece adolecer de ninguna peculiaridad o discapacidad severa como sí la tienen alguno de mis músicos marginales favoritos. No obstante, las circunstancias y los personajes me parecen siempre lo suficientemente interesantes como para sentarme a ver, durante una hora y cuarto, un documental de factura igualmente marginal, que cuenta la vida y obra del cantante.
Del mismo modo, y en una de las bandas donde militó Butch Willis, "The Rocks" (formando así "Butch Willis And The Rocks"), hay un individuo con pinta de padecer raquitismo o algo similar, que llama poderosamente mi atención porque su función en el grupo es imitar los sonidos de la guitarra con la boca, emitiendo soniquetes que desviará a una tonalidad u otra dándose golpes con el dorso de la mano en la garganta. Este individuo se llama Al Breon, alias “Throath Guitarrist” (“El guitarrista garganta”) y también tiene su tiempo en este “Amateur on plastic”. Un tipo graciosísimo.
El documental hace un repaso a la actividad del artista desde sus inicios en la era hippie y hasta la actualidad, mostrando especial atención al periodo comprendido entre los años 80 y 90, décadas en las que tuvo su auge.
De este modo, el metraje se compone de diversas entrevistas a Butch Willis a lo largo de los años, así como a gente que, de una manera u otra, contribuyeron a su éxito marginal. Todo ello a través de imágenes de archivo y un porrillo de actuaciones en directo que documentan todo lo documentable, sin que en realidad haya datos especialmente escabrosos o pasajes extraordinarios. De hecho, a grandes rasgos, la cosa es bastante paliza, máxime si, como a mí, la música de Willis en cualquiera de sus formaciones no te hace mucha gracia. Sin embargo, y esto es lo que convierte al documental en algo especial, no hay una puta imagen digital en todo el metraje (tampoco celuloide). Todo él está construido a base de grabaciones caseras de la época, ergo, todo es HI-8 y Super VHS. No hay siquiera mini-DV. También se mantiene el material de cintas ya muy deterioradas, por lo que ver un documental con tantas imperfecciones, con el "tracking" a toda pastilla corrigiendo rayas, resulta hasta nostálgico. Entonces, visualmente es tan feista que me quedo con esa parte, porque además me da la sensación de que, aunque está facturado en 2020, no era intención de sus realizadores hacer una película de corte posmoderno; sencillamente, utilizan lo que hay.
Por lo demás, se hace bastante durillo.
En cuanto al director, Mark Robinson, en realidad músico, no tiene crédito más que este en su filmografía, pero es el principal responsable del sello “Teen-Beat”, que da cobijo a esta serie de músicas peculiares, Butch Willis incluido, siendo asimismo miembro de la banda “Flin Flon”, también de culto, que se caracteriza por grabar poco y aparecer menos en cualquier tipo de medio.