sábado, 13 de diciembre de 2025

SESIÓN DOBLE: UNA FRÍA NOCHE DE MUERTE + ESTUDIO DE TERROR

Con "Una fría noche de muerte" estamos ante un curiosísimo thriller televisivo del año 1973 producido por el todopoderoso Aaron Spelling y con ciertos tintes teatrales al situarse todo el en un mismo escenario ocupado por apenas dos actores. Dos no acostumbrados a eso de que se les confíe plenamente el desarrollo de una historia durante una agradecidamente justita duración de 74 minutejos -y de ahí que, ocasionalmente, se entusiasmen un poco demasiado-, Robert Culp, el poli colega de "El gran héroe americano", y Eli Wallach, el feo de "El bueno, el IDEM y el malo". Les envían a una base en el ártico porque el científico allí dispuesto hizo unos comentarios de lo más extraños justo antes de dejar de dar señales de vida. Al llegar, se lo encuentran congelado, no así los numerosos monos metidos en sus jaulas que son la base de unos experimentos destinados a descubrir como afecta a la salud vivir en un ambiente tan hostil y aislado. El caso es que se instalan y, claro, comienzan a pasar cosas misteriosas. Se abren ventanas. Se cierran puertas. Se apaga la calefacción, etc, etc. Pronto, la paranoia florece y, con ella, cierta tendencia a la sobreactuación, especialmente por parte de Eli Wallach, lo que, acompañado de unos diálogos en ocasiones algo delirantes, aproximan peligrosamente el conjunto a la comedia involuntaria. Pero no, consiguen mantener unos mínimos de sobriedad hasta el más o menos sorpresivo desenlace. Total, ¿¿qué son 74 minutos??. Apenas te enteras de que han pasado y el regusto final es de moderada satisfacción.
Dirige Jerrold Freedman, con una trayectoria muy centrada en la televisión, aunque si rascas un poco localizarás "A 20 millas de la justicia", película de lucimiento para Charles Bronson. Menos es nada.
"Estudio de terror", de 1965, fue la primera obra creativa en juguetear con la atractiva premisa de enfrentar a "Sherlock Holmes" y "Jack, el destripador". Ficción versus realidad. Al fin y al cabo compartían época, andaban situados en extremos opuestos de la ley y, bueno, aunque el primero fuese fruto de la imaginación de Arthur Conan Doyle, el segundo casi parecía un personaje de ficción por todo el envoltorio mediático y legendario que arrastró y arrastra.
La cuestión es que anda por ahí aniquilando mujeres de la vida y el de la pipa decide intervenir. Por supuesto que no todo se reduce al bien contra el mal, hay una trama medianamente enrevesada (o al menos así se lo pareció a mi limitada capacidad de atención) que, también por primera vez, coquetea con la fascinante idea de que "Jack" no era únicamente un tarado solitario y ocultaba toda una conspiración que salpicaba a la nobleza. Considerando que, salvo honrosas excepciones, no soy muy de cine de aquellos años, "Estudio de terror" termina funcionando. Vamos, entretiene. La visión que da de "Sherlock Holmes" se ajusta como un guante a aquella más canónica y popular. Y, considerando su naturaleza y el año de gestación, los crímenes resultan comedidamente gráficos (cierto que en 1963 el gore ya había echado a volar como género de la mano de Herschell Gordon Lewis, pero por entonces se consideraba materia indigna, carne de auto-cine impropia de cualquier producto mínimamente decente). El enfoque terrorífico se debe a la presencia como productor de Herman Cohen, todo un especialista en el tema como bien prueba su currículum ("I was a teenage werewolf", "I was a teenage Frankenstein", "Konga", "Trog"...) quien pretendía titular al film "Fog" (niebla), pero el estudio distribuidor ganó la partida. Para asegurarse el tiro, se contó con el hijo de Arthur Conan Doyle supervisando el tinglado y aportando su conocimiento en cuanto a las acciones del famoso detective se refiere.
A James Hill, director, se deben títulos reconocibles como "El capitán Nemo y la ciudad sumergida" o "Nacida libre", aunque la caja lerda fue su campo de acción habitual.
El jugosito reparto lo componen John Neville como "Holmes" (volveríamos a verle como "Munchausen" para el descalabro de Terry Gilliam), Donald Houston en la piel de "Watson", secundados por Anthony Quayle, Frank Finlay, Robert Morley y una joven Judi Dench, futura "M" del universo "007". Algunos se dejarían ver catorce años después en "Asesinato por decreto" (como Anthony Quayle o Frank Finlay encarnando al mismo personaje, el "Inspector Lestrade"), la más que solvente película de Bob Clark donde, nuevamente, "Sherlock" y "Jack" se enfrentaban. Semejante gesto certifica lo muy conscientes que eran de su deuda con el film ahora reseñado. No obstante, ello no descendió un grado el mosqueo de Herman Cohen, quien directamente les acusó de plagio.