sábado, 9 de septiembre de 2023

LA ISLA

Definitivamente, Richard Laymon es mi novelista favorito. O el único que tolero. Lo dejé caer cuando reseñé tres de sus libros más célebres, "El sótano", "Apagadas están las luces" y "Sangre en el bosque". Pero ahora lo confirmo. Digamos que todo mi conocimiento al respecto se limitaba a los títulos mencionados. Y al túrmix iba añadida una enorme dosis de nostalgia. Sin embargo, ahora que acabo de consumir una obra del escritor ajena a ese "periodo de oro" y la he disfrutado -considerando lo poco que me pone la ficción impresa-, toca aceptar mi condición de "fan". Aunque no lo digo porque Laymon sea un literato de elefantiásico talento, capaz de generar poesía con el teclado, cuyo don natural por rejuntar letras esté a la altura de la genialidad, ni ninguna de esas monsergas. En realidad se trata de un escritor bastante normalillo bendecido por una serie de características que adoro. Para comenzar, ese espíritu "pulp", barato, propio del cine de explotación, que impregna todo lo suyo. Luego, que no pierde el tiempo con pijadas, ni se detiene a embellecer los textos innecesariamente, o pretende nada artístico, pomposo e intelectual. La literatura de Richard Laymon va asaco, gasta un ritmo vertiginoso, avanza a puñetazos y no se detiene. Muy sencilla, muy elemental, directa a la yugular. Y tercero, y casi mi aspecto predilecto, porque era un salido. Un marrano. Un cachondo. Un gordito calenturiento. Cosa totalmente delatada cuando lees sus historias, siempre cargadas de sexo, vicio y perversión.
En el caso de "La isla" la cosa se desmadra. Básicamente estamos ante una fantasía tardo adolescente que muchos de nosotros, sobre todo aquellos físicamente algo tarados a los que nunca nos fue demasiado bien con el sexo femenino, seguramente tuvimos en algún momento de nuestras sufrientes existencias. ¿Y si quedara varado en una isla con dos, tres o cuatro féminas, sin ningún otro macho a disposición? ¿y si, además, estuviesen todas de buen ver? Con semejante idea de base, el salido Laymon se inventa una especie de thriller con ribetes horroríficos en el que, pues ello, una familia al completo, más los novios de las respectivas hijas, salen a alta mar para celebrar el nosecuanto aniversario de los progenitores. En eso que el yate peta y terminan atrapados en una isla a merced de los elementos. Por si fuera poco, resulta que hay un asesino encabezonado en cargarse a todos los varones. Al final solo quedará uno, el prota, un adolescente pringadillo, flacucho, no muy agraciado y mal tratado por su novia -a la que no ha podido catar todavía-, que vivirá rodeado del resto de féminas en una auténtica fantasía pajera hecha realidad. Luego resultará que el asesino iba en el yate con ellos, formaba parte del clan, comenzando así un juego del gato y el ratón cuyo horror, angustia y violencia no impedirá que nuestro protagonista dedique muchas líneas a recrearse en los cuerpos de sus compañeras de isla. A describir cómo les votan los pechos, cómo las gotas de sudor se deslizan por sus caderas, sin importar que dichas descripciones se desarrollen en medio de una crisis intensa. Tampoco eso cortará al chaval -y a Laymon- a la hora de tener erecciones, encontrarse ante situaciones de absurda tensión sexual, ser "castigado" por esa novia que no cede pero a la que le encanta calentarle, lo mismo que cierta compinche del asesino, quien se despelota ante sus ojos, o el maravilloso momento en el que, con el fin de reconocer la identidad del cadáver de una tipa abierta en canal, ¡¡le palpa las tetas!!.
Y todo eso es solo la primera mitad. Porque, una vez las mujeres son secuestradas por el asesino, y el prota se queda solano, arranca una parte eminentemente descriptiva que, además de algo excesiva -digamos que el chaval se hace demasiadas preguntas a sí mismo-, corta el rollo. Relentiza la novela y nos pone al límite del aburrimiento. Aquí estuve apunto de rendirme... suerte que no lo hice porque, superado ello, y ya en la tercera mitad, y desenlace, reaparece el Richard Laymon que mola. Hasta ahora había sido el salido, pero el que asoma aquí es el perverso. Aquel al que Stephen King machacó en unas declaraciones. A la historia toca añadir un par de crías menores de edad y su dosis de violación + humillación que, a esas alturas, eran ya toda una marca en la carrera del escritor, como bien definieron las novelas que reseñé en su día. Podría decirse que lo hacía aposta, sabiendo que su público hardcore era lo que esperaba de él. Así pues, se recrea muy lascivamente en describir el cuerpo desnudo de las niñas, en cómo el asesino abusa de una o cómo el protagonista las desea secretamente. Demencial.
Afortunadamente, y como decía, toda esta parte viene justo antes del "The End", lo que contribuye a hacerlo doblemente divertido. Aquí también el autor tira mucho de descripción, pero centrada en momentos de acción pura, misterio y violencia, lo que resulta más ameno y gozoso. La guinda la pone una escena de tortura, sádica hasta las trancas. En fin, pura literatura "trash" que apela a nuestros más bajos instintos.
Hacer notar que "La isla" está escrita un poco a modo de diario. Es decir, se supone que el pringadillo salido es el que, mediante boli y libreta, va narrando los acontecimientos y, por ende, se regodea tanto en el tema sexual. Es, en cierto modo, un "found footage" formato escrito perpetrado por alguien que no es un maestro en lo suyo. Richard Laymon opta por teclear menos limpiamente para que de el pego, gesto este arriesgado y aplaudible pero que, por desgracia, se va al traste cuando llegan los pasajes más descriptivos y no puede evitar echar mano de toda su capacidad (que, aunque no sea mogollón, haberla hayla)
Como decía, Laymon vivió una primera época dorada en los ochenta, pariendo las tres novelas mentadas, para luego caer "en desgracia" y tener que buscarse un curre de oficina. Llegados los 90 consigue retomar el vuelo, y arranca aquí una segunda etapa que, hasta hoy, había ignorado por completo. Bien, "La isla" entra dentro de este grupo -es de 1995-. Dispongo de un par más. Espero reunir las suficientes ganas para ponerme con ellas y  reseñarlas.... sobre todo si son tan simpáticas y cochinotas como esta.