Pocas cosas me producen más júbilo y alegría, que encontrar una nueva película de Germán Monzó. Son jodidas de localizar, pero poco a poco, van cayendo.
En esta ocasión, me topo con una que el "realizador" Catalán, rodó bajo encargo para saciar los apetitos cinéfilos de los Japoneses que ven la televisión a altas horas de la madrugada.
LA PASIÓN DE UN MORDISCO (aunque según la caratula, también podríamos llamara LA PASIÓN DEL VAMPIRO. Al gusto del espectador, vaya) es altamente nociva para los sentidos. Como cualquier cosa de Monzó a fin de cuentas.
Obviamente, siendo este un engendro de los de "para mear y no echar gota", y estando rodado en vídeo -lo que agiliza la edición- no llega a los niveles de delirio y descerebre de MAGIC LONDON (ver en el libro "Malas pero divertidas"), pero para nada deja indiferente.
Monzó, con unos años detrás de la cámara a sus espaladas, en 2001 continúa siendo un individuo absolutamente negado a la hora de facturar películas. Consigue algo parecido a una, pero le falta un pelín para llegar a serlo.
¿La sinopsis? No la hay. ¿Que se pensaban? ¡estamos hablando de Monzó! pero ocurre que una parejita, medio chinilla ella (Susana Monzó, hija del propio director), palurdo al que le gusta exhibirse gratuitamente en el arte del manejo del Nunchaku, se van de picnic al campo. En este, ella desaparece, reapareciendo en un extraño castillo donde un tal Alexander (Germán Monzó, ataviado muy malamente), una especie de Conde Drácula al que le gusta hacer bailecitos de aquellos de la nobleza antigua, vampiriza a nuestra protagonista, con la pasión de un mordisco. Por otro lado, tenemos a un curilla, que sin explicación lógica que echarnos a la cara, resulta ser el antepasado de Fray "Nosecuantos, nosequepollas", que cuando fue seducido por una furcia natatoria, se dedicó a matar vampiros y ahora se dedicará a hacer las veces de Van Helsing con problemas de melanina. Así que.... no pasa nada más.
Fascinante. LA PASIÓN DE UN MORDISCO, básicamente, es una película en la que la gente entra, dice dos lineas de dialogo, y se marchan por donde han vuelto. ¡En serio!, si dura unos 70 minutos, media hora son planos de transición totalmente gratuitos, que ayudan a Monzó a completar un largo que no es capaz de hacer con un poco de coherencia y al que le cuesta llegar a un mínimo de duración.
Por si eso no fuera suficiente, y, quizás pensando que el espectador es tonto, a base de flashbacks, Germán Monzó se dedica a colarnos una y otra vez las mismas escenas, ya sean dentro de un mal sueño, recordando, o porque le sale de los huevos. El caso es que hay una en la que una vampira es apuñalada por la espalda que vemos completa !Tres veces!
También tenemos por ahí un hombre lobo no del todo mal hecho, que aparece en un primer plano, pasa a asesinar a los incautos, siempre fuera de cámara, y que a los pocos minutos de metraje, deja de aparecer con la misma facilidad con la que apareció. Absoluta incapacidad... ¿O tal vez dejadez?
Por no hablar de los actores. Monzó cuenta con la presencia de su hija y una serie de cholillos que completan el reparto, vestidos de época en las escenas de bailecito que organiza el colega Drácula. Solo verlos causa, al menos, regocijo.
Y en temas de diálogos... Supongamos que Monzó sabe escribir guiones. Conocemos EL PODER DE LA VENGANZA y MAGIC LONDON. Bien, pues aquellos guiones con diálogos besuguiles que parecían escritos por un pequeño aspirante a retrasado mental, son obras maestras literarias comparadas con los de este despropósito.
Efectivamente, es la peor de las películas de Monzó (a falta de ver KIBRIS, LA LEY DEL EQUILIBRIO y alguna más, que al igual que esta, están inéditas), con diferencia, lo cual ya la pone a otra categoría que es la de "malas que son malas y directamente no se pueden ver", lo cual está muy bien.
Con todo, siempre es estimulante y divertido, visionar y coleccionar, joyas ignotas cómo esta que hay que tener un par de cojones para enfrentarse a ellas dejándo a un lado el mando a distancia, y hacer del bostezo un nuevo deporte de contacto que reivindicamos. Y encantados de la vida, Señora.