Pero, sin duda, las películas del sub-género más famosas
–que no las mejores ¡ojo! Para mí, la mejor sería “Beat Street”, verdadera
competidora en la taquilla de la que nos ocupa-, serían las que osó producir la
entrañable Cannon.
En este caso “Breakdance”, “Breakin´” en su versión
original, fue un éxito sin precedentes en todo el mundo, incluido nuestro país,
en el que, al igual que en el resto del mundo, el Break Dance se instauró con
fuerza (al menos mientras duró la moda, repito, durante el 84 y el 85).
Sabedores de esto Menahen Golan y Yoran Globus, y siendo muy
listos, rápidamente produjeron una película que se centrara en dicho baile, le colaron un argumento a lo
“Flash Dance” que tira de espaldas, y ale, a recoger billetes a mansalva.
Obviamente, el invento cuadró entre las juventudes de todo el planeta por lo
que convirtieron 40 dólares en casi 40 millones.
Entonces, a nivel comercial, la cosa fue bien, pero la
película no deja de ser un folletín melodramático y musical, que nos muestra –e incluso
reivindica- un movimiento y una cultura sobre la cual, ni productores, ni
guionistas, ni director, tenían la más mínima idea de que iba. Algo deberían
saber sus étnicos protagonistas Adolfo Quiñones y Michael Chambers, que eran
bailarines que dominaban este estilo, pero muy probablemente, ajenos a lo que
era el Hip-Hop. Y si no lo eran, no les dejaron asesorar ni lo más mínimo.
En cualquier caso, de todas las “Break Movies” es la que
conectó con un público masivo.
La peli cuenta como una bailarina de corte clasicote conoce
a dos macarras que bailan Break, y fascinada por los movimientos, se mete de
lleno en ese mundillo. La diferencia de clases, el amor que surge y el concurso
de baile en el que, debido al carácter marginal del estilo que practican, les
cuesta horrores ser admitidos, ponen el resto, dejando que suene la –magnífica-
banda sonora con temas de lo que, en nuestro desconocimiento, por aquel
entonces llamábamos “música break”.
Es una pastelada, pero en el reciente visionado, a pesar del
babosismo y la vergüenza ajena imperante, la nostalgia y el puro
entretenimiento, así como elementos fardones de la época que a día de hoy se
tornan ridículos, vencen a todo lo otro, y se queda en una cosa absolutamente
vivaracha y entrañable. Y eso está muy bien.
Durante aquel año, 1984, un rapero de Los Angeles de apenas
26 años, luchaba por hacerse un hueco en el mundo de la música con sus
maquetas; una de ellas les pareció adecuada a los señores Golan y Globus y
contrataron al muchacho para que cantara sus raps en el escenario, mientras
nuestros personajes Turbina, Ozono y Special Kelly, se baten en duelo de Break
con sus rivales directos, los “Electro Rock”. Este muchacho era nada menos que
Ice – T, y ahí le tenemos, debutando en los dos medios que luego serían su
sustento habitual; el rap y el cine. Verle rapear sobre el escenario, con los
brazos en jarra y diciendo frases tan impropias de él (recordemos que es uno de
los más violentos –y brillantes- gangsta rappers de la historia) como “Hip-Hop
is a way of life”, resulta del todo entrañable. La película entera resulta
entrañable.
Además de Quiñones y Chambers, que luego harían papelillos
sin mayor importancia en películas menores, como a la infiltrada en el asunto
tenemos a Lucinda Dickey, por supuesto, bailarina profesional, que venía de
debutar como bailarina de relleno en aquella mierda tan grande que fue “Grease
2” y a la cual contrataron los Golan Globus para que fuera la heroína de
“Breakdance”. Tambaleantes por el éxito de la película, inmediatamente después
la metieron en un film en el que lucirse como actriz, sin que el baile se interpusiera
de por medio y protagonizó algo tan poco adecuado para esta actriz como “Ninja III: La dominación”, para pasar a hacer la secuela de “Breakdance”, “Breakdance
2: Electric Boogaloo” para, olvidada del todo, pasar a hacer un papel en
“Animadoras Asesinas” y nunca más volver a pasear palmito por película alguna.
Christopher McDonalds (“Terminagolf”, “Thelma & Lousie”)
sería el mecenas que apuesta todo al negro (nunca mejor dicho) con estos
“Breakdancers”.
Dirige el cotarro Joel Silberg, que luego repetiría el
experimento con “Rappin’” sin tanto éxito, y con “Lambada, fuego en el cuerpo”.
Y es que cuando la Cannon se fue a la quiebra, tanto Golan como Globus,
fundaron sus nuevas compañías por separado, siendo esta de “Lambada, fuego en
el cuerpo”, producida por la de Globus, mientras que a su vez, Menahen Golan,
produjo con la suya “Lambada, el baile prohibido”. Pero ya en los noventa, la
gente picaba menos con este tipo de patrañas.
De la secuela, les hablaré dentro de, espero, no demasiado,