lunes, 26 de noviembre de 2018

LA GUERRA DE PAPÁ

La tercera película de Antonio Mercero fue un absoluto éxito de taquilla que llegó a superar con creces los tres millones de espectadores. Sin embargo, la crítica ninguneó  la cinta como si no existiera, porque solo supieron ver en ella una película infantil.Y lo es, que además esa es su principal cualidad. De hecho, de niño, “La guerra de papá” era una de mis películas favoritas. Sin embargo, y sin que esto sirva de óbice, además de un film infantil también se trata de una película con un alto contenido político. ¿Qué sucede? que como todo lo que ocurre en la película se narra bajo el prisma de un niño de 4 años, todo ese contenido político se quedaba enturbiado a favor de lo que realmente importaba en la película que era ver al niño hacer una trastada detrás de otra. Y le quedó a Mercero una película imperecedera y entrañable. Y es que con “La guerra de papá” que adapta una novela de Miguel Delibes titulada “El príncipe destronado” —que curiosamente, es una novela que leí siendo niño consecuencia de ser gran fan del fil,— se consigue un equilibrio entre película y novela muy bien medido en cuanto a que es lo más fiel posible; hasta los diálogos están extraídos directamente de la novela.
Por otro lado, y siendo este el principal motivo del éxito de la cinta, “La guerra de papá” presentó por primera vez al niño Lolo García, tan rico y angelical que casi da grima, y que consiguió enternecer a España entera en esta y otras películas (como por ejemplo, “Tobi”, también de Mercero). Obviamente, y aunque se tiró prácticamente 10 años haciendo películas, a medida que el niño iba siendo mayor, dejó de generar interés en el público siendo su último film como protagonista una cosa italiana muy rara dirigida por Giuliano Carnimeo y titulada “Computron 22”.
La incursión de este niño en la película no fue casual. Había que encontrar un niño muy concreto para que protagonizara esta película, y Antonio Mercero convocó una serie de castings por guarderías de toda España para dar con él. En cuanto lo vio, se dio cuenta del potencial de Lolo García, y en la película podemos ser testigos de esto.
Por supuesto, el niño no sabía ni leer ni escribir, por lo que no podía aprenderse el texto. Todo un problema porque su personaje, Kiko, no para de parlotear durante todo el relato. Como se trataba de un niño muy aplicado, Antonio Mercero subsanó este problema situándose detrás de la cámara y soltándole sus frases al niño, cosa que este, cual lorito amaestrado, hacía sin mayor problema, máxime cuando en aquellos años no se rodaba con sonido directo —las películas se doblaban en su integridad—y, lógicamente, no se escucharía la voz del director. Quedó todo estupendo. Así que la película se convirtió en un mega pepinazo. Prácticamente, y ambientándose esto en 1964, cuenta como un niño de cuatro años pasa el día en casa jodiendo la marrana para llamar la atención de la madre, pues tiene pelusilla de la su recién llegada hermanita, que capta la total atención de su madre. Y al margen de esto, vemos las disputas que hay entre el padre de la familia de tendencia política ultra derechista y su esposa, más situada hacia un entorno izquierdista. Pero esa sería una subtrama secundaria que, como ya he dicho, no enturbia la idea principal que es la de poder ver al niño liándola parda.
Estupenda.
Junto a Lolo Garcia, tenemos las presencias de Verónica Forqué (jovencísima), Teresa Gimpera, Hector Alterio, Vicente Parra, María Isbert o Chus Lampreave.
Un film que me despierta verdadera nostalgia.