Por otro lado, este vodevil, con su trama de enredo y sus
entradas y salidas del armario —nunca mejor dicho—, es una pequeña obra maestra
de la alta comedia, que al margen de lo divertida, bien escrita y dirigida que
pueda estar, es un símbolo para la cultura LGBT que la acoge en su seno como no
podía ser de otra manera, siendo considerada una de las cintas que —paradójicamente
y pese a que se trata de un film que tira de estereotipo hasta casi la
caricatura y cuyo leif motiv es el que una pareja homosexual se haga pasar por
heterosexual— más respeto muestra con la
libertad sexual en el sentido de que ninguno de sus personajes son juzgados por
ser como son. Entonces, la cosa va de una pareja de gays mayores que regentan
un cabaret homosexual llamado La Cage aux folles y que se ven en un aprieto el
día que el hijo de uno de ellos, fruto de un escarceo heterosexual del pasado, le anuncia a este que se va a
casar. Hasta ahí todo bien, pero les pide a sus padres homosexuales que, siendo
los progenitores de su pareja unos meapilas pertenecientes a una organización
gubernamental ultra conservadora, le hagan un favor e impidan por todos los
medios, a la hora de hacer las pertinentes presentaciones, que vean que sus
padres son dos maricas del mundo del espectáculo. Comienza así un tour de force
por parte de los mariquitas que harán todo lo posible por no parecerlo, dando
paso así a la trama de enredo típica de este tipo de comedias.
Es sorprendente comprobar como una película de más de 40
años sigue manteniéndose tan fresca y tan vigente. Y tan moderna
narrativamente, casi parece rodada ahora.
Gran parte del merito de que esta película funcione a las
mil perfecciones lo tienen sus interpretes, por un lado, el italiano Ugo
Tognazzi, quien da vida a Renato, el gay con menos pluma de los dos
protagonistas, con verdadera maestría. Tognazzi, en esta producción francesa se
negó a hablar en francés, entre otras cosas, porque no conocía el idioma, por
lo que en postproducción, por esta decisión del actor, fue necesario doblarle,
teniendo el director Edouard Molinaro que rescribir sus diálogos con el fin de
que en doblaje quedaran lo más acorde posible a los labios y gestos del
italiano. Por otro lado, Michel Serrault, que ya había interpretado el mismo
rol en teatro, jugaba en casa, por lo que interpreta a Albin con soltura y
convirtiéndose en el principal móvil de la acción. Es, de los dos maricas, el
que asume el rol femenino. Asimismo, y como blanco de los momentos con mayor
carga cómica, Michel Galabru da vida al ultra derechista padre de la prometida
del hijo de los gays, cuyo afán es, sobre todo, salir ileso de un escándalo de
corte sexual en el que se ve metido el presidente de la organización para la
que trabaja. Todos están esplendidos y le dan a la película el toque justo para
que el espectador se desternille.
En el guion tenemos al ya legendario Francis Bever, que se
ha tirado la vida haciendo comedias vodevilescas de semejante índole —fue quién
dirigió la mítica “La cena de los idiotas”—y prácticamente todas han sido
éxitos internacionales que luego han sido remakeados. Y a la dirección tenemos
al anteriormente mencionado Edouard Molinaro que, además de venir de rodar un
montón de películas para el lucimiento de Louis de Funes, rodó cosas como
“Drácula padre e hijo” o “El embrollón”.
“Vícios pequeños” fue tal éxito que ostenta el honor de ser
una de las 10 películas de habla no inglesa más vistas en los USA, generó dos
secuelas, un remake americano con Robin Williams, varios musicales (en España
se encargó de representarlo en los teatros españoles Andrés Pajares junto con
Joaquín Kremel), tres nominaciones a los Oscar de Hollywood y un sinfín de
premios a lo largo y ancho del mundo.
Casi, casi, una pequeña obra maestra.
De las secuelas y el remake, lo más probable es que vaya
dando cuenta aquí, en su blog de cine favorito, en próximas entradas.