lunes, 20 de enero de 2020

MY BABY IS BLACK

Una joven estudiante blanca da a luz un niño negro. De esta forma la acción nos trasladará tiempo atrás y veremos cómo la chica conoce a un estudiante negro en la facultad de medicina, cómo se enamora de él y tienen relaciones sexuales (mostradas de manera figurada enseñándonos, el encuadre, unas fruslerías como pueda ser un cañito de agua que se derrama sobre el asfalto, el vaivén de unas llavecitas, para sugerir al espectador que los protagonistas están follando). Por supuesto, estamos a principios de los años 60 y esta relación traerá cola en el entorno social y familiar de la chica, que no ve con buenos ojos que esta salga con un negro.
En realidad, estamos ante una película de corte social y de arte y ensayo de proveniencia francesa. Su título real es “Les lâches vivent despoir”, algo así como “Los cobardes viven después” y en ningún momento se hace referencia a un niño negro en el título. Se trata de una película con un punto de vista amable hacia las relaciones interraciales y con un final esperanzador y buen rollista en el que prevalece el amor ante el odio del que los protagonistas son víctimas durante todo el metraje. Dirigida por Claude Bernard-Aubet, director francés de cine de autor más o menos discretito, que durante mucho tiempo estuvo firmando sus películas bajo el pseudónimo de Burt Traver y cuyas películas, en muchas ocasiones, han llegado a estrenarse en nuestro país, como por ejemplo y, que fuera medio popular en su momento, “Adiós, te quiero”, con Bruno Cremer.
Es una película absolutamente moderna de la era beatnick, con una banda sonora a base de Jazz histérico que sirve para dar énfasis a según que escenas y, aunque es repetitiva, lenta y sosa, se puede ver sin mayor problema, recordando en algunos momentos a las películas de nuestro Summers de aquella misma época.
La gracia está en que la película pasó sin pena ni gloria por salas francesas, pero fue adquirida en algún mercado de cine por despiadados distribuidores americanos que operaban mayormente en  autocines y salas de mal vivir. La película sufrió un nuevo montaje, fue doblada, se le puso un nuevo y más explícito título, “My baby is black”, y se convirtió en una pieza exploit que se vendía  alterada, como si fuera una película terrible sobre una mujer que tiene un niño negro no deseado. Y eso se consigue tan solo haciendo que la escena final, en la que la mujer blanca trae un niño negro, sea colocada al principio a modo de prólogo, dando lugar este nacimiento a unos títulos de crédito un tanto inquietantes. Después de eso, la película transcurre con normalidad. El resultado de este desbarajuste es que la película se estrenó y pasó aún más inadvertida en el circuito de autocines que en las salas de arte y ensayo francesas, puesto que se trataba de una película demasiado light y convencional para lo que el público del Drive in demandaba.
Pronto, la película quedó enterrada en el olvido hasta que la gente de Something Weird Vídeo la recuperó y la puso a disposición de los usuarios en vídeo y DVD. Tampoco fue un título de los más demandados.
La película, como ya he dicho, se deja ver, pero más allá de eso, lo importante es cómo fue distribuida por los americanos, que ni engañando y escandalizando al personal consiguieron que esta película fuera un éxito. Ahora bien; la versión francesa pasaría, sin duda, inadvertida ante mis ojos en cualquier circunstancia, mientras que la americana, con ese título y tufillo sensacionalista, ha llamado mi atención lo suficiente como para que indagara, la viera y aquí la reseñara para todos ustedes. Y es que el título americano “My baby is black”, conlleva consigo cierto racismo implícito que, por el contrario, en ningún momento ocurre en el francés.
Por otro lado, curiosamente, en Francia incluso llegó a hacerse una novelización de la película en un libro homónimo que se vendía como si fuese una novela de autor cuando, probablemente, esta estuviera más cercana a las novelas románticas de Corin Tellado.
Adjunto tanto el póster francés como el americano de la película, porque, en cuanquier caso, ninguno de los dos tienen el más mínimo desperdicio.