El mayor aliciente de "Arrástrame al infierno" era que, con ella, su director volvía al género que le vio nacer y catapultó hacia los libros de historia del cine... fantástico. Hablamos de Sam Raimi, que no necesita presentación. O no debería. Hay que tener en cuenta que las pelis que preceden a la hoy reseñada fueron nada menos que la trilogía de "Spider-man" (sin duda, la etapa más exitosa y mega-mainstream del cineasta), el thriller "Premonición", el drama "Entre el amor y el juego" y la combinación de ambos que fue la bastante lograda "Un plan sencillo". Vamos, que Raimi llevaba una década entera sin tocar el terror (otra cosa es su faceta de producer, pero ahora no cuenta), así que imagínense lo sonado que fue para el fandom y la prensa especializada saber que "resucitaba" sus viejas pinturas de guerra. También podríamos mirarlo con un prisma algo menos amable y entender dicho return como mera consecuencia al fracaso -cuanto menos artístico- que supuso el tercer "Spider-man". Por aquello de asegurarse el tiro recurriendo a sus incondicionales. Y me temo que, conociendo como funcionan los engranajes del cine, esa debe ser la teoría más plausible.
En un intento de impresionar a su jefe, y ganarse un ascenso en el banco, una chica niega un préstamo a una bruja gitana. Esta, que se lo toma muy mal, le echa una terrible maldición contra la que nuestra prota tendrá que batallar con ayuda de brujos buenos y su abnegado marido pijo. De por medio le esperan muchos momentos de intenso terror.
Lo cierto es que cuando vi "Arrástrame al infierno" en el cine, fui con las expectativas altísimas. No porque esperara otro "Evil Dead", no a esas alturas ni mucho menos, pero ya saben cómo va esto. Y momentos para el regocijo hay, como ese enfrentamiento dentro del coche entre la chica y la gitana, los ataques del malvado "Lamia" o la divertida e incómoda cena en la casa de los padres del novio. Pero claro, con tanta presión es muy jodido disfrutar genuinamente de una película y por eso pensé que consumirla de nuevo con los años transcurridos, podría ser interesante. Y lo ha sido.
Lo más llamativo es que, para su vuelta al terror, Raimi se trajo consigo toooodos los "tics" aprendidos durante su periplo por el cine de superhéroes de gran presupuesto, y eso incluye una tendencia al exceso por el exceso y abuso de efectos CGI, herramienta esta que en un producto como "Spider-man" queda de lo más chanin, pero en un film de terror no encaja. Así pues, lo peor de "Arrástrame al infierno" es cuando el director pierde los papeles y tira de borraquismo hasta saturar, se pasa con el delirio o se auto-fela sin saber muy bien cómo y porqué. Son especialmente irritantes la escena del ataque en el garaje, con la prota lanzando un yunque a la cabeza de la gitana, aplastándola y, por ende, recibiendo la salpicadura correspondiente, en un evidente guiño a la escena del ojo en "Terroríficamente muertos", pero sin gracia tanto por lo inadecuado dado el tono como por el feo trucaje informático. Luego tenemos el momento en que, durante una sesión de espiritismo, uno de los presentes es poseído (incluido efecto de sonido salido de "Evil Dead 2"), se eleva con las facciones cambiadas y los ojos en blanco, para ponerse a bailar burlona y ridículamente. Trae a la memoria los peores pasajes de "El ejército de las tinieblas". Y finalmente está la escena del cementerio, que casi parece sacada del más empachado Tim Burton.
No obstante, si algo tiene Sam Raimi es que se debe a la audiencia. Como dijo sabiamente una vez: No soy un artista, soy un entertainer. Comentario con el que me identifico (la diferencia, como suelo decir, es que Raimi entretiene a miles de personas. Yo solo a una... mi mismo). Y aunque no sea una táctica demasiado recomendable (porque, primero, te conviertes en un mero esclavo de las apetencias del público y, segundo, arriesgas mucho creyendo que sabes qué quiere ver este), sí es verdad que hay ciertas garantías de que va a ser complicado aburrirse. Muy mal tienen que salirle las cosas y, salvo en el caso de la horripilante "Oz: Un mundo de fantasía", no se suele dar. Así que, dejando al lado manías de fan pajillero, y debilidades personales (como todo el gag del gatito, que en el cine me resultó altamente ofensivo. Y, añado, la versión que vi el otro día -extraída de un dvd- me suena distinta, un pelo más intensa. Aunque tal vez me equivoque), lo cierto es que "Arrástrame al infierno" es un entretenimiento tontuno y eficiente, así que ni tan mal.
Sin embargo, no funcionó en taquilla lo esperado (¿lo ves Sam? de nada sirve intentar contentar a la peña, que es muy caprichosa la hijaputa), por lo que Raimi no volvería a dirigir terror hasta que.... pues hasta que, nuevamente, se lo condicionaron intereses mercantiles, viéndose obligado a resucitar "Evil Dead" para la caja tonta. Ay, si es que no cambiarán nunca estos putos yankis!!.