Clásico cincuentero del cine malo con más nombre que otra cosa y que, salvo por la premisa que en sí misma es demencial, poco más nos ofrece.“Las mujeres salvajes de Wongo” es tan divertida como mirar un folio en blanco.
El caso es que tenemos dos islas que, por obra y gracia de la madre naturaleza —representada por una voz en off que nos narrará lo que planea hacer—, están habitadas, una de ellas por hombres y mujeres guapas, y otra por mujeres contrahechas y hombres similares a los monos. Ningunas de estas especies sabe de la existencia de la otra. Cuando las mujeres bellas deciden ir a reunirse con los hombres de buen ver, suponemos que para aparearse y tener bonita descendencia, los hombres mono se cabrearán y les declararán la guerra. Y he de decir que, aunque al final todo acabará como se supone que ha de acabarse, durante el visionado pude calibrar cuales eran las mujeres bellas y las feas, pero no hubo manera de saber cuales eran los hombres guapos y cuales los hombres mono.
Ciertamente “Las mujeres salvajes de Wongo” es una película sobrevalorada que aunque se reparte podio con títulos como “La hija de Frankenstein” o “Plan 9 from outer space” (con la que además comparte algunas piezas de la banda sonora), no llega ni por lo más remoto a las cotas de diversión de estas. Y es que “Las mujeres Salvajes de Wongo” no es más que una película lenta, con un montón de hombres y mujeres en taparrabos que dialogan sentados al calor de la hoguera y que, muy de vez en cuando, ejecutan algún tipo de acción. Y poco más. Las notas de color las dan un loro parlanchín que de vez en cuando se suelta un chiste en torno a lo que sucede en pantalla y un cocodrilo que rula por ahí, escapado directamente de algún archivo. Por lo demás, nada, imágenes en movimiento muertas.
Segundo de Chomón desarrolló en 1903 un sistema para tintar fotogramas y darles un poco de color a las películas al ser proyectadas en la era del cine mudo. A este sistema lo llamó pathécolor. En 1958 ya existía el technicolor y el negativo en color convencional se estilaba con toda normalidad, pero los productores de “Las mujeres salvajes de Wongo” optaron por abaratar costes rodando con película en blanco y negro y, después, teñirla en pathécolor, cuando esta ya era una técnica anticuada y en desuso. El resultado a colorines de “Las mujeres salvajes de Wongo” es poco menos que espantoso.
La anécdota principal que se cuenta en los mentideros —quien dice anécdota dice rumor— afirma que Tennesee Williams (famoso dramaturgo bla, bla, bla…) era amigo personal del director de la cinta, James Wolcott, y que andaba dándose paseos por el set de rodaje tan ricamente. De hecho, como el dramaturgo tenía capricho de dirigir cine, puesto que no lo había hecho nunca, se especula con que Wolcott le cedió amistosamente la silla de dirección en un par de ocasiones y, por tanto, que un par de escenas de esta película están dirigidas por Williams. Como le dejó dirigir por echarse unas risas, no aparece acreditado. También puede que no lo esté porque todo esto sea mentira.
Y por supuesto, Bill Corbett, Kevin Murphy, Michael J. Nelson y compañía hicieron lo propio con el audiocomentario pintorreándose de la película en una de las series posteriores al “Mistery Science Theater 3000” y antes del irritante “RiffTrax”. Pero esto ya en los 2000, ni siquiera perteneció a la tanda original.
En cuanto a James L.Wolcott, no volvió a dirigir ni una película más después de esta, aunque aparece acreditado como director en un recopilatorio de cortos de el gordo y el flaco que se estrenó en los años 60 bajo el título de “Las mejores carcajadas de Laurel y Hardy”. Vamos, que seleccionó los cortos y los montó uno detrás de otro. Pero, eso sí, se tomaba sus whiscazos con Tennesee Williams.