lunes, 5 de septiembre de 2022

LA HIJA DE FRANKENSTEIN

Serie B (con un pie puesto en la serie Z) de finales de los años 50, “La hija de Frankenstein” es otro de esos clásicos que engrosan las listas de peores películas de la historia, así como se trata de un clásico del género indiscutible con hordas de fans a lo largo y ancho del planeta. En realidad, y como suele pasar con muchas de estas películas, no es tan mala como la pintan, ni tan divertida como en retrospectiva se nos quiere hacer ver, pero sí que se trata de una película entrañable y, sin duda, interesante.
Ambientada a mediados del siglo XX —es decir, la actualidad del año 1958— la película nos cuenta como el nieto del Doctor Frankenstein (que muy apesadumbrado por pertenecer a esa estirpe lo oculta al mundo haciéndose llamar, sencillamente,  Dr. Frank), decide continuar con la obra de su abuelo creando un monstruo a partir de partes humanas muertas, solo que esta vez decidirá dotar a su creación de un cerebro femenino porque, según él, las mujeres están preparadas para obedecer mejor, así que tendrá un monstruo que obedecerá todas sus ordenes. Al mismo tiempo, con una poción de su invención convertirá a una jovencita de su entorno en un horrible monstruo sediento de sangre, que deambulará por la ciudad sin demasiado orden ni concierto. Entre medias, diálogos marcianos, un monstruo que golpea con el dorso de las manos en plan karateka y hasta numeritos musicales puestos unos detrás de los otros, que convierten a “La hija de Frankenstein” en un divertimento tonto con el que el espectador del siglo XXI, ya resabiado, se puede echar unas muy buenas risas. Más allá de eso la película no resulta tan loca y descacharrante como otras películas de la época.
Rodada en tan solo seis días, el hecho más característico del film tras las cámaras, consiste en el equívoco por parte del maquillador Harry Thomas. El monstruo que aparece en la película en el guion iba a ser eminentemente femenino, pero a la hora de realizar la máscara del mismo nadie le dijo que el monstruo protagonista iba a ser mujer; tan solo le dijeron que tenía que hacer una máscara del monstruo de Frankenstein, así que la hizo masculina. Cuando en director Richard E. Cunha vio eso, le entraron los siete males porque ya no había más presupuesto para hacer una nueva máscara, así que tiró para delante con ella, haciendo los pertinentes cambios de guion al respecto y teniendo un monstruo de aspecto masculino pero al que todos se dirigen como si fuera una hembra. Porque la situación se soluciona haciendo ver al espectador que el cerebro que le han implantado pertenece a una de las protagonistas femeninas. Y asunto solucionado.
Thomas se defendió diciendo que si hubieran tenido la decencia de pasarle un guion antes de comenzar, nada de esto hubiera ocurrido. El espectador, por supuesto, celebra este error.
Por otro lado, “La hija de Frankenstein” es una de las películas que se rodaron bajo la asociación de Richard E. Cunha con el productor  Marc Frederic, Layton Films, cuya misión era la de rodar 10 películas en dos años, con el fin de explotarlas en el circuito de sesiones dobles y autocines y sacarles el máximo rendimiento. Obviamente, el proyecto les salió medio rana porque solo les dio tiempo a hacer tres: Esta, “Invasión a la luna” y “Girl in room 13”. Como fuere, pasarían con estas películas a los anales de la serie B. Son títulos a los que se les procesa un gran seguimiento.
Otro dato curioso sería el que involucra a la estrella del cine mudo, Harold Lloyd, con esta película, o mejor dicho, a su hijo Harold Lloyd Jr. que tenía un papelito secundario en esta e incluso interpreta uno de los numeritos musicales que aparecen en ella. Como Lloyd Jr. estaba bastante implicado con “La hija de Frankenstein”, convenció a su padre para que permitiera que el final de la película se rodase en una finca de la que era propietario, por lo que la piscina en la que culmina la película, era propiedad de Lloyd.
Sin más, la cinta se disfruta moderadamente, pero mucho más cuando somos conocedores de estas pequeñas historias de la producción que son más hilarantes que la propia película.
En cuanto a su director, Richard E. Cunha, que en los años previos había estado trabajando para el ejército rodando infocomerciales de corte militar, no rodaría en su carrera muchas más películas a parte de las que hizo para Layton Films y que he mencionado con anterioridad, pero, estando cortadas todas por el mismo patrón, lo cierto es que se convirtió en uno de los nombres propios de la más genuina serie B de los años 50.