Con la intención de revitalizar la franquicia de KARATE KID (con su remake en la actualidad para las nuevas generaciones), en plenos años 90, no se les ocurre otra cosa que hacer un nuevo título acorde con los gustos y la estética de la época. Ralph Maccio, estaba ya mayor, gordo y acusaba ciertos síntomas de alopecia desbordarte, además de no gozar de la popularidad que le proporcionó la saga en los ochenta. Así que la Columbia decidió prescindir de el, y en su lugar apostaron por cambiarlo por una muchachita. Hilary Swank bien jovencita, se encarga de dar vida a esta “Julie San”. Se traslada la acción a Boston y se conserva al “alma Mater” de la saga, el ya a estas alturas pesado Señor Kesuke Miyagi. El resultado de esta brillante idea, es uno de los bodrios más infames e insufribles de los muchos que dio la industria Hollywoodiense en la década de los noventa.
La escasa historia, no varía demasiado; Miyagi acude a Boston porque va a ser condecorado como veterano de guerra. Allí se topa con la esposa de un compañero suyo, que tiene una nieta de lo más borde y gilipollas. La situación es insostenible, así que Miyagi, le dice a la señora que se pire a su casa en California, que de la imbecil de la niñata se encarga el.
Esta, es acosada por los miembros de seguridad estudiantil del instituto, pero vamos, un acoso fuera de todo precedente, porque prácticamente lo que quieren es violarla y hostiarla… pero la muchachita se lo toma con toda la naturalidad del mundo. Así que como ella sabe algo del Karate que le enseñó su padre, al cual enseñó a su vez Miyagi, esta le pide que le termine de enseñar para poder ahostiarse con los acosadores. Como el método “Dar cera, pulir cera”, parece que no es muy eficaz con las mujeres, Miyagi decide llevarse a esta a un templo de vete tu a saber donde (con monjes medio Shaolin, ¡al loro!), en el cual la vemos hacer muchas gilipolleces, pero nada de Karate. No obstante, sale de allí dando hostias como panes. Entre tanto se enamora de un mentecato medio marica.
Tiene cojones la cosa. Es tan chorras la puta peli, que he acabado cogiéndole hasta el punto. Da la sensación de que se trata de un mero producto de la Columbia para blanquear dinero, porque la poca gana que hay en cada escena es palpable. Parece una mala parodia, aunque no lo es.
El montaje, es desastroso, los errores de continuidad, constantes, las interpretaciones sosas. Pat Morita, parece que está ahí deseando de terminar para pirarse a hacer sus cosas, y Hilary Swank, primeriza, sobreactúa poniendo unas caras de ira de agarraté y no te meneés. Y los diálogos, son lo mas subnormalesco que puede haber… El Morita filosofando de forma forzada como si no hubiera mañana, y la Swank, repitiendo cual mono las doctrinas de Morita.
Los chungos del insti, poco más que violadores, chungos, chungos, pero en ningún momento se tira por la vía fácil para hacerles frente, que es el de la vía legal. Mejor aprender un Karate que apenas hace acto de presencia en toda la película. Y el templo de los monjes, a parte de poco épico, cuando se ponen a bailar música contemporánea y moderna, dudamos si estamos en un templo de monjes orientales, o en un centro para la ayuda del discapacitado.
Pero que todo esto no sirva de óbice para el despiporre… la película es un aburrimiento sin precedentes. Solo por descabellada, tontuna y absurda, la salvamos un poquito de la quema. Pero vamos, que es una puta mierda. Eso sí, da gusto, pero gusto, gusto, ver a Hilary Swank tan jovencita (tendrá 20 años raspados), tan guapa y marcando sus curvas de manera intencionada por parte de la producción durante tooooda la película.
Esta pasó por salas de medio mundo sin pena ni gloria y su edición en DVD se ha hecho esperar, de hecho, y siendo este un producto comercial, todavía hay gente que desconoce su existencia, pero sin duda será una película a reivindicar, por el hecho de que cuantos más años pasan de su realización, más ridícula es, y servirá como vehículo de las mofas de los cinéfilos más inquietos. Tiempo al tiempo.
Dirige Christopher Cain, que nos diera grandes títulos como EL RECTOR, ARMA JOVEN o DOS CHIFLADOS EN REMOJO, que bajo encargo, cobró su cheque y dejó dirigir al ayudante de dirección y a la segunda unidad, mientras el se metía unas rayitas y decía “perfecto, perfecto”.