viernes, 14 de diciembre de 2018

COMPUTRON 22

Los italianos tienen un extraño concepto de comercialidad que lleva a un señor, que ha hecho del explotar la muerte y la barbarie su sello de identidad, a escribirse un guion de corte meramente familiar, como es el caso de este “Computron 22” cuyo libreto firma, sin ningún tipo de vergüenza, Franco Prosperi, uno de los más populares directores de documentales mondo, responsable de clásicos del subgénero como por ejemplo “Este perro mundo”.
A eso, hay que sumarle la no menor poca vergüenza de  su director, Giuliano Carnimeo que, como buen artesano, no mira en absoluto el material a filmar, sino que, sencillamente, lo filma independientemente de si se trata de un film de terror (“El hombre rata”), una comedia chusca (“Jaimito, médico del seguro”) o una película de corte post apocalíptico (“El exterminador de la carretera”), ya sea firmando bajo pseudónimo anglosajón, ya sea con su propio nombre.
En la otra mano, tenemos a un decadente Lolo García de 10 años de edad, que ya ve sus capacidades actorales mermadas y que, con esa edad, ya no interesa a nadie. Atrás quedaron los tiempos de trabajar a las órdenes de Antonio Mercero y de la bonanza en taquilla, motivo por el cual tiene el papel protagonista en esta película italiana.
Entonces, este “Computron 22” supuso la última película tanto del niño actor como del  director italiano, y no se me ocurre peor trozo de mierda para despedirse de la gran pantalla que este.
Concebida como episodio piloto de una serie televisiva que no llegó a rodarse, el material resultante de este piloto, llegó a estrenarse en salas italianas sin hacer demasiado ruido. Además, aunque se nos venda como una historia de ciencia ficción de corte infantil, en realidad se trata de una adaptación apócrifa y actualizada de “De los Apeninos a los Andes”, es decir, de “Marco”.
Un niño que vive con su potentado abuelo descubre, por medio de una computadora con el software adecuado, que su madre a la que cree muerta, está vivita y coleando en la Argentina. Así, obsesionado con su mamá, reúne algo de dinero y pone rumbo a esas inhóspitas tierras donde, mientras comienza la  búsqueda de su madre, es timado por rateros bien vestidos y esquiva toda suerte de  dificultades. En resumidas cuentas, tenemos una película infectada —de forma tercermundista— por el espíritu spielbergiano de los 80 del que, sin duda, mama, en el que Lolo García es un Marco de andar por casa que viaja lejos en busca de la madre con la ayuda de un Tamagochi de última generación (y de un niño Japonés… a lo Tapón). Cosa esta que no me parece mal, de no ser porque la película es un bodrio de padre y muy señor mío que no hay por donde cogerlo. Eso sí, se trata de una película profética en el sentido de que, en los cinco minutos finales, Prosperi y Carnimeo, vaticinan lo que será en un futuro la tecnología, en el sentido de que, el niño, se pone en contacto con su madre a través de Computron 22 , en lo que parece una versión antediluviana del Whatssapp.
Sin embargo, hay que satisfacer la curiosidad que suscitaba esta extraña película. Una vez satisfecha, lo más sensato —y sencillo— es olvidarla por siempre jamás.