Constantin Werner es uno de esos artistas completos que
podían ser interesantes si no fuera porque su condición de artista total, de
puro pedante, se me antoja una caricatura. El tipo, siempre con el halo de
artista por bandera, es cineasta, escritor, pintor, productor, realizador de
vídeo clips… pero su obra tampoco es que sea muy prolífica. Con todo, no deja
de tener cierta gracia, al menos como cineasta.
A finales de los 90 sorprendió al público artie con este
film rodado en 16 mm y en plan guerrilla, en que aprovechó un viaje en coche
para ir filmando por el camino, en el mismo coche, en moteles y parajes
naturales. Y, lógicamente, ganó premios en unos cuantos festivales de
naturaleza más o menos marginal.
Lo que me llama la atención es ese fino hilo que separa lo
artístico de lo cutre, porque “Dead Leaves”, con todo el rollo pedante que se gasta, no deja
de parecer un film amateur en el que han
puesto un poco de cuidado a la hora de sujetar la cámara. Desde luego, el look
chungo que se gasta, con el granaco del 16, la imagen sucia, oscura y deprimente,
resulta de lo más atractiva.
Cuenta la historia de una pareja que se quiere mucho, en la
cual, él, acusa cierto grado de enfermedad mental. Ella tiene un accidente
casero y muere al caerse desde una silla y él, incapaz de asumir la muerte de
su amada, se la lleva consigo en coche a Nueva York. Carga con el fiambre y,
mientras vemos como lo acuesta a su lado, le pinta las uñas y lo cuida, unos
flashbacks nos transportan a los tiempos en que fueron una pareja feliz. Pero
según va pasando el tiempo, el cadáver se va descomponiendo (cosa que al
individuo le pone muy nervioso) y desencadenará un trágico desenlace.
Y bueno, no está mal la cosa, y el cómo está filmado, cómo
se aprovecha de la precariedad con la que filma, resulta cuando menos
sugestivo. El tío va rodando por el camino, sobre la marcha, allá donde se deja
caer, y eso mola mucho. La improvisación está a flor de piel en cada fotograma.
Así como lo cutre lo inunda todo.
¿Lo malo? Que por momentos se pasa de petulante. “Dead
Leaves”, sin apenas diálogos y mucha voz en off, se hace acompañar de poemas de
Edgar Allan Poe —entre otros— recitados mientras la cámara nos muestra momentos
felices de la pareja. O cuando quiere acentuar algo, o hacer reflexionar a
espectador sobre el amor y la muerte, poemita al canto. O le da por el
surrealismo en escenas que no vienen a cuento, como uno de los flashbacks en el
que ella le hace a él cambiar el nombre cada cinco segundos sin ningún motivo:
“— Di: mi nombre es Michael. —No, Mi nombre es John. —No, di: Mi nombre es
Michael. —Mi nombre es Michael”. Y así se tiran un rato largo.
Por otro lado, y esto no lo veo mal del todo, es muy curioso
como en el mundo del cine artístico, el tirar por lo contemplativo es siempre
algo recurrente y hasta resultón. Constantin se recrea en las imágenes durante
minutos con paneos del mobiliario donde suceden algunas de las escenas o,
incluso, filmando a un animal muerto del bosquecillo en el que le ha tocado
filmar en ese momento.
Sin más, un film artístico con sus cosas interesantes, y sus
cosas deleznables en busca del prestigio, el intelectualismo y la
trascendencia. Vamos, una de esas películas que me despiertan sentimientos
opuestos de amor y odio al mismo tiempo. En cualquier caso, bien merece un
visionado.
Constantin Werner, diez años después rodó otra película,
esta vez de época, pero también en plan guerrillero, titulada “The Pagan Queen”
y, otros diez años después, un cortometraje en vídeo. Y con eso, sus cuadros,
sus escritos y, en calidad de productor, produciendo series de televisión de artes
marciales en las que involucra incluso a Donnie Yuen (¿?) el individuo va
tirando.