miércoles, 22 de julio de 2020

MIS FOTOGRUMOS FAVORITOS 2 - BLOCKBUSTERS (1)

Hace unas semanas pasé por un trance perturbador. Daban "Indiana Jones y el templo maldito" en la tele, así que me senté en el sofá, sonrisa en ristre, dispuesto a disfrutarla como un enano, ya que, como producto genuinamente ochentero que es, afín a los excitantes años de mi adolescencia, siempre me hace gozar mucho y, quieras que no, despierta cierta nostalgia. Todo arrancó bien, como era de esperar. Pero, poco a poco, fui sintiendo una serie de nuevas sensaciones, respecto al film, nada agradables. Comenzaron a molestarme mucho sus arrebatos de comedia. Incluso me incomodaban. Vergüenza ajena lo llaman. Y pronto, vi como mis sentidos se saturaban. Tanto ruido, tantas emociones extremas, tanto movimiento, tanta acción, tanta locura. Se convirtió en un molesto carrusel descontrolado. ¿Qué hice? Quitarla antes de llegar al final.
Sí, duele. Mucho!. ¿Qué había pasado?. ¿Acaso la madurez impedía que disfrutara del que, otrora, era un film que siempre me funcionaba?. A ver, no soy ningún super-devoto de la saga "Indiana". De hecho, ni siquiera la tengo en formato doméstico. Pero sí es cierto que, obvio, son productos que me gustan y de los que gocé mucho siendo jovenzuelo. Ese giro terrorífico no tenía ningún sentido. ¿O sí?.
Reflexionando, me di cuenta de que solo siete días antes había revisado "En busca del arca perdida". Y, fíjense en este detalle: tampoco la terminé, creo que cambié de canal, PERO en este caso no me sentí perturbado ante semejante reacción. ¿Por qué? ¿quizás porque consideraba el "Templo maldito" mejor o la viví más en la época? No lo sé. Lo que sí noté, y mucho, era un descenso de calidad en la secuela con respecto a la película previa. El "Arca perdida" respondía al Steven Spielberg forjado en los setenta, con un sentido del espectáculo elegante, comedido, visualmente muy excitante. El mismo de "Tiburón" o "Encuentros en la tercera fase". Por el contrario, el Spielberg de "Indiana Jones y el templo maldito" era el que iba a piñón, a por la guita fácil. El de los ochenta. El de películas milimétricamente confeccionadas para satisfacer totalmente a la plebe. Productos que parecían más parques de atracciones que largometrajes.
Y entonces, para acabar de poner la guinda amarga a la historia, lo entendí. Estaba opinando igual que los críticos que machacaron el film y lo acusaron, más o menos, de lo mismo que lo acuso yo. ¡¡Qué horror!! me había puesto del lado del enemigo o, aún más acongojante, ahora tenía la misma edad que ellos cuando escribieron sus críticas biliosas. ¡Dolor!.
Claro que también podría ser aquello que, a veces nos pasa, de sentarse a ver una peli que damos por hecho nos encanta y que, por alguna extraña combinación de factores, ocurre casi lo contrario. Pero del mismo modo, también se da el efecto opuesto cuando, transcurrido un tiempo prudente, lo intentamos de nuevo y, ahora sí, el río vuelve a su cauce. No sé.
En cualquier caso, todo este rollete solo era la excusa para soltarles el reportaje oficial que en su día la revista "Fotogrumos" dedicó al estreno de "Indiana Jones y el templo maldito". Sí, ese en el que ya solo viendo las fotos me subía por las paredes de excitación incontrolada. Días en los que, ni por asomo, se me habría ocurrido que, pasadas más de tres décadas, aquella misma película sería capaz de proporcionarme las nada gratificantes sensaciones de las que, cual confesión, he hablado hoy.
¡Que dios se apiade de mi sucia alma!.