Estamos ante un porno español ochentero de los muchos que se facturaron para ser proyectados en salas con la legalización del género en España tras la muerte del cine “S”. Y que conste, que el motivo por el que decidí ver esta película, fue únicamente la tremenda falta ortográfica que, desprejuiciadamente, luce su caratula de vídeo en la que hasta aparece Traci Lords que, lógicamente, no hace acto de presencia en la película (sin mentar el extraño efecto causado por el fotomontaje, donde parece que la chica tenga la cintura puesta del revés, con el culo ejerciendo de coño). Pero eso de “Greta y sus reuniones seSuales”, me hizo una gracia acojonante, así que dije: “¡que coño! Vamos a verla”. Y no hice mal…
Protagonizada por una Mabel Escaño, que compaginaba el porno con los trabajos de actriz convencional, y con la presencia de actores que serían habituales en la filmografía, porno o no, de Jesús Franco en los 80 (está por ahí el mueble José Llamas que aparece acreditado bajo el seudónimo de Luigi), tenemos aquí lo habitual del porno de la época, esto es: mucho vello púbico, pollas que tienen cierta dificultad para enderezarse, muchas frases sucias y una trama vodevilesca heredada de la comedia española que hace que la película sea casi soportable, con insultos y chascarrillos que provocan la hilaridad del espectador, tales como el “¡Traga mamona!” que suelta con violencia el actor de doblaje al que le tocó llevar a cabo este trabajo alimenticio —mientras que el actor al que dobla folla, pero en realidad mantiene su apestosa boca cerrada—.
La cosa no tiene un gran argumento. Básicamente, cuenta la historia de la tal Greta, que regenta una especie de burdel, donde tanto los clientes como las prostitutas se lo pasan francamente bien. Lo que empieza como un encuentro uno contra uno, acaba convirtiéndose en una orgía, mientras se pasa por todas las combinaciones “sesuales” posibles entre los tres o cuatro actores protagonistas. No hay más. Pero la película en sí tiene cierta gracia, ya que, tras unos títulos de crédito escritos a rotulador sobre cartulinas blancas, pasamos a diez minutos de cine de vanguardia accidental, en los que vemos, con dos cojones, la filmación de un viajecito en coche, con un montaje que combina imágenes del trayecto con la cámara filmando desde el asiento del copiloto hacia la carretera, en las que escuchamos como una mujer goza y dice guarrerías de lo más cerdas. Ya solo eso hace que la película cobre cierto interés. Después de eso, porno convencional, como ya les digo, eso sí, con un montaje super dinámico en las escenas de folleteo, en las que no paran de bombardearnos con distintos planos del acto sexual, para, luego, resolver las escenas de diálogo en un solo plano en el que el zoom de la cámara se acerca y aleja del rostro del actor con el fin de darle un poco de ritmo a ese estúpido plano único.
Y poco más… resulta cerda, cutre y chabacana, pero ligeramente divertida, porque sus protagonistas no paran de decir guarrerías y hacer chascarrillos mientras follan y eso siempre es de agradecer. Por supuesto, descartamos excitarnos con toda esta amalgama de conceptos marranos. Nos quedamos con lo antropológico.
Era la época del porno en salas, por lo que no es de extrañar que durante su periplo, la fueran a ver nada menos que 30.000 espectadores. Para lo que debió costar esto, negocio redondo, seguro.
Dirige el cotarro Manuel Mateos, de profesión director de fotografía, que cogió la cámara para directores como Mariano Ozores, Javier Aguirre o la serie “La huella del crimen”, pero que cuando da el salto a la dirección lo hace, primero, con una disco movie de tercera regional titulada “Fiebre de danza” (en obvia alusión a “Fiebre del Sábado Noche”), para luego, rápidamente, pasarse al porno y orquestar un film titulado “Porno bélico” —cuyo título también me chifla— y la que nos ocupa. Tras estos escarceos autorales en distintos géneros, no volvió a ponerse detrás de la cámara para dirigir, aunque todavía se encargó de la fotografía de unos cuantos títulos de Ozores destinados al mercado del vídeo. Curioso señor, este.
Por supuesto, mantengo en la cabecera de esta entrada el título tal y como lo vemos en su caratula de vídeo, faltaría más.