Al margen de las condiciones exóticas de estas películas, y que muchos de los masters de las mismas se perdieron siendo las copias de VHS españolas de la época, la única constancia audiovisual que justifica su existencia —amén de todos los pósters, fotocromos y fotografías—, poco más se puede decir de las parodias de Redford White (de cuya historia ya dimos buena cuenta en el especial que desde Neon Maniacs Podcast dedicamos a su figura). Son todas malísimas, tercermundistas y con olor a orina. Sin embargo, y en justicia, lo que nos llegó a España es lo mejor de su cosecha, las de “Rambo” y “Rocky”, o la de “Los Intocables de Redford White” —la parodia al film de Brian de Palma, que solo existe en la traducción al castellano de la película— son cojonudas si las comparamos con lo que no nos llegó. Sin ir más lejos, esta “Hee-Man: Master Of None”, el spoof no oficial que Redford White dedica a la línea de juguetes “Masters del Universo” de Mattel. En búsqueda de contenidos para sus películas, White se dio cuenta de que su hijo pequeño jugaba con los dichosos muñequitos y eso fue más que suficiente para comprobar el tirón que en el país tenían los mismos. Para documentarse se vio un par de episodios de la serie de la Filmation de la que toma nota de cómo se transforma el príncipe Adam en He-Man y zumbando. Acto seguido, y en la ejecución de la película, la producción entera se pasa por los huevos la historia, orígenes e idiosincrasia de los juguetes o su serie televisiva.
Esto es una auténtica basura de dimensiones estratosféricas como bien sabía cuando me senté ante la televisión antes de darle al play, con la osadía de tragármela de la única manera existente: En filipino tagalo sin subtítulos ni nada. La comprensión de los diálogos en este caso da un poco lo mismo porque toda la película técnica o artísticamente es insustancial e intrascendente, y tampoco hay mucho que rascar tras consultar las escasas sinopsis que rulan por Internet —y que ayudan a la comprensión de lo que uno está viendo—.
La cosa va de una aldea en algún lugar del tercer mundo donde tenemos, en una mano, a una serie de Masters del Universo comandados por un Skeletor al que resuelven la papeleta poniéndole una careta de lo más cutre que representa media calavera y que debieron comprar en cualquier tienda de disfraces. Al resto de Masters se les pone una especie de armadura fabricada con plástico y papel maché que se basa en los diseños originales de las que usan los muñecos, pero en cutre, en chabacano, y por eso sabemos que son ellos, porque, al no haber presupuesto para más, estos Masters del Universo no llevan el casco que les sirva para ser identificados. Al margen de eso, la película ofrece unos personajes que nada tienen que ver con los de verdad, y se les pone la armadura aleatoriamente, motivo este por el que identificamos en la película a Tri-Klops, pero en realidad este, en lugar del casco de los tres ojos que suele usar en otras adaptaciones, lleva enormes orejas de goma y una cresta (¡). Y así con todos.
En la otra mano tenemos a Redford White dando vida a un tal príncipe Herman que, lejos de vestir como el príncipe Adam de los dibujos animados, lleva puesta una suerte de pieles marrones que lo mismo le servirían para interpretar a Pablo Mármol. Cuando las cosas van mal, saca la espada del poder y se transforma en un He-Man escuálido. El resto de la película es un ir y venir de los personajes haciendo chistes de cocaína y de discapacidad, de homosexualismo —con la refrescante presencia de uno de los habituales secundarios de las películas de White, Roderick Paulate, el Margarito Pirulí de “Rocky Tan-Go”, que siempre hace de maricón— y el típico humor filipino propio de estas películas que siempre deja picueto al espectador. Añadan a eso mucho, mucho combate de espada. Y aquí ya no hay más que rascar.
No obstante, lo realmente reseñable, es que este pedazo de mierda, esta bazofia sin nombre, estrenada única y exclusivamente en cines de todo Filipinas el día de Navidad de 1985, consiguió ser la película más taquillera de ese año, por encima de blockbusters americanos de la época tales como “Regreso al futuro”, “Rocky IV” o “Los Goonies”. Y eso tiene un mérito que te cagas, como no.
Por otro lado, y con la cantidad de elementos para la hilaridad que contiene esta película, ya soy demasiado viejo y he visto la suficiente mierda como para que cualquier cosa desmadrada o improbable me sorprenda. Pero, eso sí, la curiosidad queda saciada tras el visionado.
Dirige Tony Y. Reyes, popular artesano del cine filipino responsable de, entre otras muchas, “Las Locas Aventuras de Batman y Robin”.