Bob Flanagan fue un individuo bastante desagradable —independientemente de sus dolencias— al que una enfermedad sin cura llamada cirrosis quística le tenía comido por dentro. La pus inundaba sus conductos respiratorios y la muerte era inminente. El caso es que, aquejado de esta extraña enfermedad desde niño, como a todos los que la padecen apenas le diagnosticaron 17 o 18 años de vida, sin embargo, con 40 años continuaba vivo. Y lo más curioso es que durante su vida, y paradójicamente esperando a la muerte, le dio tiempo a hacer mogollón de cosas. Así, Bob Flanagan, entre otras muchas profesiones se erige como escritor, cantante, comediante, dibujante… y ¡performancer masoquista! El hombre justificaba estas sesiones de BDSM a las que se dedicaba, ya fuera en un escenario o grabadas en vídeo, afirmando que sabiendo que le quedaba poco de vida, el hecho de que le inflingieran dolor (con fines artísticos) le hacía sentir vivo, por lo que con la tontería, y siempre ayudado por la que fue su esposa, Sheere Rose —sadomasoquista encantada de cercenarle las pelotas a su esposo—, Flanagan, que debería haber muerto a los 20 años de edad, aguantó hasta los cuarenta y tres a base de clavarse el capullo a un tablón, coserse el pene dentro del escroto, ser amordazado, asfixiado, enculado y fustigado para solaz de su público. Y se tomaba el hecho de que en cualquier día la espichaba con un envidiable sentido del humor.
Como ya se le veían las orejas al lobo, durante sus dos últimos años de vida un equipo de grabación capitaneado por el director Kirby Dick, se dedicó a filmar su día a día, entre toses, esputos y entrevistas tanto a él, como a su esposa, como a destacados miembros de su familia, llegando a acumular más de 100 horas de material original. Y Flanagan aceptó con una sola condición; que el documental incluyera el proceso de su muerte.
De este modo “Sick: The Life and Death of Bob Flanagan, Supermasochist” se convierte en uno de los documentales más duros y desagradables de cuantos he visto, porque, si bien combina todas esas horas de entrevistas filmadas con el abundante material de archivo y grabaciones (profesionales o caseras) que poseía Flanagan, todas las performances en las que es rajado, pinchado, golpeado y humillado, con todo lo impactantes que puedan llegar a ser, no son nada comparadas con los momentos en que una cámara filma su agonía antes de morir, mientras su esposa se despide de él entre lágrimas. Francamente escalofriante. Y sensacionalista.
Entonces, nos encontramos ante un documento que nos muestra a un hombre bastante creativo que lo tenía todo perdido, y que encontró en una modalidad cualquiera de sufrimiento, su vía de escape para seguir vivo. Y le sirvió.
Por lo demás, absténganse de verlo gente sensible. Cada 5 minutos hay un acto, una escena, o un gag que puede ponerle de mal cuerpo al más pintado.
El documental consiguió gran prestigio en Sundance, se llevó premios en dos o tres festivales y fue alabado por toda suerte de críticos, incluido Roger Ebert quien, casualmente, protagonizaría años después un documental igual de crudo que este, que retrataba de manera igualmente desagradable sus últimos días vivo: “Life Itself”.
Recomendables ambos, aunque solo sea para un único visionado.