“Barbara”, del ignoto Walter Burns —no confundir con el personaje del mismo nombre interpretado por Walter Matthau en “Primera plana”— y libremente basada en la novela homónima de Frank Newman, es una película underground con los ojos puestos en la "nouvelle vague" y que, a su vez, trata de transgredir mostrando una serie de actitudes sexuales que, en su afán por reivindicar la libertad, prácticamente acaban respaldando la violación homosexual. En su apertura, una pareja hace el amor en la playa ante un atento voyeur, quien aprovecha un momento de éxtasis en la pareja, que les deja fuera de combate, para irrumpir ante ellos y, primero follarse a la dama, muy voluntariosa ella, y después acabar sodomizando al caballero que, tras del orgasmo, descansa inconsciente. Y lo hace ¡contra su voluntad! Acaba cediendo, pero en principio se retuerce entre fuertes dolores. Todo ello, no sin cierta comedia involuntaria, mostrado con una fuerte intención artística que se sucede al mismo tiempo que escuchamos en off una serie de diálogos provenientes de algún tipo de debate televisado, ajeno al material filmado, que viene a sugerirnos la ligera línea que hay entre el cine artístico y la pornografía. Eso sí, con un montaje curradísimo para justificar lo artístico. A partir de ahí, se impone la ficción, menos impactante que esta obertura, y vemos a una serie de personajes que, sencillamente, exploran su sexualidad y se entregan a los caprichos de un guru sexual en distintos escenarios naturales, con diversos rollos familiares, convirtiendo el folleteo, en muchas secuencias, en algo poco menos que acrobático y rocambolesco. Esta película se rodó en plena era hippie y, mientras se mostrara sexo de manera desacomplejada, cosas como el consentimiento no importaban ni lo más mínimo. De todas formas es una ficción, así que ¡bienvenido sea!
Obviamente, no es una película de sexo explícito, es decir, el sexo es simulado y bastante tosco, se ve con claridad que no están practicándolo de verdad. Tan solo por eso y por el look que por defecto se gasta, la iluminación y esa compleja dirección que contiene intenciones elevadas, se salva de ser considerada una película porno (hard o soft) cuando, en realidad, esto no dista mucho de productos porno honestos en fondo y forma como, por ejemplo, “Sexual encounter group”.
Ahora, la cosa salió rana porque se estrenó en cines de Nueva York a finales de los 60 parejamente a una de las primeras películas porno genuinas, “Mona: The virgen nymph” según las artes del turbio Bill Osco y, ante el desconocimiento generalizado, y al salir peña follando, recibió tratamiento de película porno porque aún no se podía hacer una distinción precisa ante lo soft, lo hard o lo arty.
Como fuere, “Barbara” quedó olvidada y perdida tras su estreno, para años después ser rescatada, restaurada y relanzada, y pasar a engrosar las listas de “películas queer” (el colectivo LGTBI la considera suya, aunque en esta concretamente haya escenas sexuales de tipo mixto) a tener en cuenta y ser redescubiertas.
Sin duda, resulta una curiosidad y es una pasada ver las imágenes en blanco y negro, con ese grano tan marcado en las escenas nocturnas y ese montaje dinámico y artesanal. Más allá de eso, “Barbara” es una de tantas películas underground raras, misteriosas y desperadas, a las que, y quitando algunas de gran interés y marcada personalidad, les pasa como al porno (y esta con más razón) y, vista una, vistas todas.
Walter Burns no volvió a dirigir nada más, o al menos, no llegó a estrenarlo comercialmente, si bien cuenta con una reputada carrera como músico experimental, formando junto a Maurice Roberson el dúo "Burns & Roberson" que en los años 80 les dio por mezclar sintetizadores con instrumentos acústicos. Por supuesto, su música, al igual que su cine, es para minorías.