Tim Kincaid no necesita presentación en este blog. Hemos reseñado algunas de sus pelis y recientemente le entrevistamos con pocos vistosos resultados. En aquella ocasión, mientras preparaba las preguntas,llegué a la parte en la que hablábamos de uno de sus títulos (no porno) más ignotos, "Riot in 42nd street". Originalmente la cuestión de marras se iniciaba con un "Esta peli es inédita en España", cosa que luego quité para, una vez publicado, acortarla al nivel de la decepcionante escueta respuesta. Suerte que lo hice, porque hubiese quedado como un ignorante. Es decir, como el ignorante que soy. Semanas después, visité la casa de nuestro viejo amigo Pajarillo y, ¿adivinan qué reposaba en el suelo encima de un puñado de cintas de vídeo?, pues sí, "Riot in 42nd street" titulada para la ocasión en su edición hispánica "Violencia en 42nd street" y distribuida sin mucho ahínco por "Five Video" (atención, pregunta: ¿por qué ese título y no "Violencia en la calle 42"?, ¿se imaginan a los típicos palurdos videocluberos de fin de semana intentando leer lo de "cuarentaydónnndddd"?. Supongo que la idea era aproximarse fonéticamente a la franquicia de moda entonces, "Pesadilla en Elm Street", si no, no me lo explico).
Cuando le pregunté por ella a Kincaid, su respuesta fue de lo más preclara y concisa: "Los productores se quedaron sin dinero a mitad de producción. Lo que existía se montó como se pudo y se estrenó en un cine de la calle 42 por unos cuantos días y únicamente por razones fiscales". Lo curioso del caso es que, vista hace menos de 24 horas, no he notado de ninguna manera su caótica gestación. Vale, no soy el más atento de los espectadores, y mucho menos cuando se trata de una ponzoña zetosa... pero, carajo, no sé, en términos generales me ha parecido como cualquier otra peli de Kincaid, solo que menos divertida al no incluir monstruos, mutantes o robots. ¿Quién sale más perjudicado ante tal afirmación, el cineasta o el espectador?, saquen conclusiones.
Un ex-convicto llega a su antiguo barrio. Concretamente al cine donde curraba y en el que mató accidentalmente a un individuo que vendía drogas en plena sesión matinal. El dueño es su padre, y por ahí pulula el hermano, un pandillero que le detesta. Decidido a emprender una nueva vida, convierte el lugar en una sala de fiestas, algo que no sienta nada bien al mafioso que dirige el antro situado justo delante. La cosa se complica tanto que, en la inauguración, los malos se presentan y arrasan con todos, incluido el padre del prota, quien decidirá tomar cartas in the asunto.
Resulta bastante evidente que la caratula daría mucho juego para una de nuestras habituales entradas dedicadas a la materia, ya que nada de lo que aparece en ella está en la peli. De hecho, el protagonista lleva bigote, sí, pero NO es negro. Está claro que "Five Video" robó la imagen de alguna otra peli y ni se molestaron en usar la acuarela correcta para cambiar el tono de piel. La moza de atrás, tan feliciana ella, tampoco sale... aunque sí hay strippers. De hecho, estas son lo más normal y moral de todo el pifostio, ya que "Violencia en 42nd street" va plagada de los habituales integrantes de cualquier lumpen que se jacte de serlo: prostitutas, drogatas, mafiosos, quinquis y/o punkis (Chris McNamee, la crestuda oficial de la época que has visto en "Mutantes en la universidad", "Street Trash" o la misma "Cazador de mutantes" de Kincaid). Incluso la gente normal, de a pié, también es de lo más ruda y mal educada. De hecho, Kincaid se deja las pestañas intentando recrear un ambiente casi apocalíptico donde todo el mundo es desagradable con el prójimo, las putas pegan a sus clientes, los patinadores se matan entre ellos y aquí suelta tacos hasta el apuntador. De lo más forzado, poco natural y, sí, descojonciable. Y es que la famosa calle 42 ya tenía fama de eso, de vertedero donde podías encontrar la peor gentuza, ya fuera en la calle como dentro de los muchos cochambrosos cines dedicados a proyectar las más perniciosas muestras de cine exploitation (y a las pruebas me remito, echa un vistazo a los carteles y marquesinas que aparecen en la peli y podrás encontrarte con títulos tan representativos como "Orgy of the she devils" de Ted V. Mikels, "The gore gore girls" de H.G.Lewis o la tercera parte de "Penitenciaria"). Luego vino no se quién y arrasó con la basura, convirtiendo el lugar en una especie de "paraíso perdido" para todo amante del cine chungo y zetoso, hoy día totalmente mitificado a base de libros, documentales y pelis que lo incluyen en sus tramas. También se le conocía como "The Duce", de ahí la canción final de "Violencia en 42nd street" titulada "Violence in the duce". Interesante, ¿verdad?.
La puñetera peli es puro Tim Kincaid en todos los sentidos. Tosca, patosa, recargada de diálogos, montaje escaso y con un regusto almidonado y altamente precario. Como es de ley, lo mejor lo tenemos en sus ingredientes desacomplejadamente exploitation, es decir, sexo y violencia. Secuencias como cuando la stripper anima a los mirones que la rodean a correrse gustosamente o los entrañables toques gore, que incluyen una jocosa decapitación y un cachivache puntiagudo atravesando un rostro. Aunque seguramente la guinda la ponga la matanza durante la inauguración del local, donde todos los comensales fenecen a balazos y con muy poco estilo (por si no queda claro, nos lo repiten a cámara lenta). Luego tenemos los elementos risibles, que también son muchos, destacando el aspecto de algunos personajes, las poco briosas peleas cuerpo a cuerpo (rodadas casi en plano secuencia, algo muy Kincaid), patéticas actuaciones musicales en la sala de fiestas y un comediante de esos de micrófono que es pa darle de tortas hasta en el DNI (y fallece durante el tiroteo, algo que nos invita a suspirar plácidamente).
"Violencia en 42nd street" es una auténtica cacota. Todas las pelis de Tim Kincaid lo son (y él lo sabe), solo que, como decía, molan más si hay algo de ciencia ficción y terror en la trama. No es el caso que nos ocupa, obvio. Aún así, con un poco de paciencia, un par de amigotes, algo que picar y ganas de reír, podría funcionar.
Y entre tanta podredumbre, un joven Jeff Fahey poniendo caras y posturitas. Quien le iba a decir en aquella época que lograría escapar de los viles tentáculos de la serie Z para, un porrón de años después, y tras unas cuantas pelis de peso, volver a dejarse atrapar y recaer en tan pantanosos terrenos. Trágico y sórdido. Claro que si le aplicamos el sentido de la sordidez de Tim Kincaid, básicamente lo acabamos convirtiendo en una comedia.