Curiosa película mexicana al borde de la sexy comedia
que ahondando en el tan manido —y poco eficaz— planteamiento del director de
cine de arte y ensayo que acaba realizando porno y con un enfoque meramente
comercial, nos ofrece tal arsenal de corrección política y pacatería, que por
poco acaba siendo material didáctico de parvulario.
Y es que en una cinematografía tan rica (e insulsa) como es la mexicana del
presente siglo, donde conviven los más subterraneos e ilegales video home junto
con las comedias más edulcoradas o los discursos homofóbicos de la más baja
ralea (como en la controvertida “Pink, el rosa no es como lo pintan”) “Cómo
filmar una XXX” no es más que el enésimo intento por pergeñar una divertida
sátira en torno al cine pornográfico que, también por enésima vez, fracasa en
su afán como fracasaron muestras americanas tal que “¿Hacemos una porno?” o
españolas como “No lo llames amor… llámalo X”.
Pero en cualquier caso, cualquiera de estas es infinitamente
mejor que “Cómo filmar una XXX”.
Un aspirante a director de cine de autor, ve como su proyecto
es tirado por la secretaría de
cinematografía mexicana (el equivalente mexicano al Icaa), por lo que se las
promete muy tristes; debe 14 meses de alquiler y su futuro es muy negro. En una
de estas que un extraño individuo le llama un buen día por teléfono y, diciendo
ser productor de éxito, le propone a nuestro director rodar una película, este
se apresura a firmar un contrato por la
misma y cuando ya no hay vuelta atrás, se percata de que por lo que ha firmado,
es por la producción de una película pornográfica. Así, engañará a todos los
que previamente embauca en el rodaje de esta película con la intención de hacerles
creer que lo que están rodando es una producción estándar.
Desde luego, todos los personajes de esta película son imbéciles,
porque ¿cómo pretende nuestro protagonista hacer una película porno sin que se
enteren actores, sonidistas, maquilladores y, lo que es más importante, las actrices
que han de ser folladas? las soluciones que toma para llevar a buen puerto su
producción parecen ideadas por un retrasado mental. Claro que si hubiera el
personaje tirado por la solución coherente, es decir, contratar personal afín a
la pornografía, no habría película. Y a lo mejor eso hubiera sido lo más
inteligente, que este engendro no se
hubiera rodado nunca.
Una historia mil veces vista, mil veces contada y, casi siempre,
mil veces mejor que aquí.
Por descontado, no vemos ni un solo desnudo, porque aunque
se trata de una comedia raunchy, en realidad estamos ante un film dominguero
para toda la familia.
La falta del dominio del tempo con secuencias eternas que
nunca llegan a su fín, así como la poca capacidad que tiene la película para
hacer reír al espectador, convierten una cosa a priori ligera, en casi dos
horas de suplicio para aquél que, como yo, decida sentarse frente una pantalla
a ver de que va la cosa. Su director, Manuel Escalante, debuta para la gran
pantalla tras desvirgarse en las labores de dirección con dos telefilmes
previos. Sin embargo, es tanta la sed que tiene México de este tipo de
productos desenfadados y amables, que las críticas del film en su país, así
como la taquilla del mismo, han situado a “Cómo filmar una XXX” en un lugar
privilegiado de la comedia mexicana de los últimos años. Para mí, en cambio, no
ha resultado más que un bodrio cuyo único aliciente radica en lo exótico de la
propuesta.
Dentro de un reparto plagado de actores mexicanos de segunda
fila, destaca la presencia de Héctor Jiménez, actor atrofiado, deforme,
contrahecho y tullido, que habiendo hecho sus pinitos en la comedia
intelectualoide de Jared Hess en cintas como “Super Nacho” o en cosas más
cafres como puedan ser “Epic Movie” o “Cerdos Salvajes: Con un par de…
ruedas” al final se ha quedado para vestir santos en su México natal donde
además, y como pasó en su mini carrera en los EUA, está plenamente condicionado
por su físico.