viernes, 14 de febrero de 2020

SEX IN THE COMICS

Durante los años de la Guerra Mundial, los jóvenes apenas tenían acceso a la pornografía. El cine X era consumido sólo por las élites y  todavía no existían las revistas pornográficas. ¿Cómo aliviaban tensiones entonces? Fácil. Existían unos pequeños tebeítos de ocho páginas conocidos como “Tijuana Blues”, tiras cortas en clave de humor que mostraban, como no podía ser de otra manera, actos sexuales que desafiaban toda lógica natural. Esbeltas mujeres eran penetradas por personajes de cómic grotescos que atravesaban sus anatomías con imposibles y monstruosas pollas.
“Sex in the comics” sería entonces, una extraña y cutre adaptación al cine de los contenidos de estos pequeños tebeos pornográficos.
Un popular dibujante de cómics es entrevistado por una periodista. Durante la misma, este le recomienda que se lea algunos de esos cómics de 8 páginas, así que la acción  se vuelve ficción y a partir de aquí, se nos mostrarán montones de historietas en las que contemplaremos actos sexuales de lo más variopintos entre personajes de tira cómica y bellas y despampanantes señoritas. Con lo cual lo que la pantalla nos muestra son episodios de dos a tres minutos en los que, en un decorado construído a mano —papeles pintados de chillones colorines— se caracteriza a los actores, a base de algo parecido al papel mache, como si fueran personajes de Cartoon. Todo muy extraño y bizarro, con caretas absolutamente estúpidas y pollas reales que en algunos capítulos, con el fin de darle un toque de cómic al asunto, son sustituidas por pollas de goma con las que los actores se follan a las actrices.
Por lo visto, a pesar de que su estreno fue un acontecimiento en Nueva York en 1972 ya que, prácticamente, se inauguraban los locales pornográficos para exhibir esta película, el resultado de la misma es un despropósito. Así que todo el elenco, dónde hay algunos conocidos actores porno, aparecen acreditados bajo pseudónimo. Por otro lado, la película es tan ridícula, que a duras penas el pajillero podrá hacerse una paja, por lo que el cometido de esta cinta, como película X que es, queda truncado por culpa de las pollas de goma y las horrorosas prótesis faciales.
También, se rumorea que uno de los tipos que aparece con una de esas caretas, podría ser Duke Mitchell, el famoso clon de Dean Martin que tuvo sus quince minutos de fama al lado de Sammy Petrillo (protagonizaron “Bela Lugosi contra el gorila”) ya en horas bajas y aceptando incluso follar delante de la cámara a cambio de unos dólares.
La verdad es que entiendo que en su momento la película fuera considerada una mierda. Lo cierto es que lo es, pero vista en retrospectiva, la verdad que de lo poco graciosa que es no deja de tener cierta gracia, y el paso de los años le otorga el encanto de lo kitch, siendo a día de hoy una marcianada bastante simpática. Además, como sus capítulos apenas duran un par de minutos (y hay muchos), la cosa pasa volando y, por lo menos, para saciar la curiosidad, la cosa sirve. Ahora ¿para masturbarse? Me temo que en ese sentido esta película es el anti erotismo. Da pena ver follar a esta gente.
Dirige el experimento Antony Spinelli, autor de algunos clásicos (vintage, que dirían los modernos) del porno convencional como pueda ser “Sex World (El mundo del sexo)”, que con una dilatada carrera dentro de la industria del cine para adultos, firmaría esta película bajo el pseudonimo de Eric Von Letch.
Es lo suficientemente curiosa como para verla (siempre con el móvil en la mano) e incluso, una vez vista, guardarla por si hace gracia pasados los años volver a revisar esta bizarrada.