lunes, 18 de septiembre de 2017

POPEYE

Popeye es un personaje que de siempre me ha obsesionado. Poco a poco he ido coleccionando una buena cantidad de sus cortometrajes animados, o de los largometrajes a base de cortos que se estrenaban en cines españoles, que me instaron incluso a montar el mío propio, aprovechando la coyuntura que me ofrece el dominio público de esos cortos, y ser uno de los responsables del sello “Vial of Delicatessens”.
Y ahora esa obsesión se acrecenta con el descubrimiento de las tiras cómicas de su creador, Segar,  y de Bobby London, quién magistralmente continuó con el trabajo de Segar en los ochenta, modernizando a los personajes y utilizándoles como portavoces de sus protestas hacia unos editores que eran más tontos que la madre que los parió, y cuya estrechez de miras contribuyó al despido de uno de los más grandes dibujantes de Popeye, y cargarse así una obra  maestra del cómic contemporáneo y quedarse tan panchos. Pero eso es otra cuestión mucho más larga de la que quizás les hable en otro momento. Pero si gustan, “Kraken” está editando esas maravillas en España ahora mismo. Del autor que más dibujó a Popeye, Bob Sagendorf, poco he visto, y lo poco que he visto tampoco era muy sugestivo,  como tampoco lo es lo de su actual dibujante en prensa, Hy Eisman. Me gustan, sí, pero lo de Segar y London es que me vuelve loco.
Al margen de esto, que yo soy consumidor de Popeye hasta límites insospechados, me resistía a volver a ver la famosa película de RobertAltman. Es unánime, todos la vimos de pequeños esperando una cosa, y recibimos otra, en el recuerdo, bastante aburrida. Así que en plena fiebre “Popeyera”, considero que es un buen momento para recuperarla y ver como afecta el visionado a mi mediana edad, y sin volver a  haberla visto desde que era un infante. “Popeye” es una cosa muy rara, muy bizarra, y he llegado a la siguiente conclusión; o bien mi amor hacia el personaje me ha hecho perder toda objetividad, o bien “Popeye” es una película muy buena pero muy poco indicada para el  público infantil.
Como fuere, “Popeye” cuenta la historia de un marinero rudo y tuerto, que en busca de su padre perdido, llega a un lugar llamado Puerto Dulce, y se amoldará a esa fauna a las mil maravillas. Conocerá a Rosario (Olivia) de a cual se enamorará, a Pilón que come hamburguesas, a Perendengue que las cocina, y a Brutus, el pretendiente de Rosario, al cual se la levantará y se convertirá en su acérrimo enemigo. Hasta adoptará a un bebé que habla al que llama Cocoliso; y por supuesto, encuentra a su padre. Es así de sencillo. No hay más, eso es lo que cuenta.
Lo que pasa, es que la película, y por eso no me gustó de niño, es una extravagancia de tomo y lomo; sin embargo, es lo más fiel que hay a las primeras tiras de Segar a las que antes hacía referencia, ya que en ellas se basa, a pesar de que cuando se rodó, el concepto de Segar y sus años 30, estaba ya bastante desfasado. El Popeye al que estaba acostumbrado todo el mundo, posiblemente fuera en de los dibujos animados de los años 50 y 60, o bien, el de los 80 de la factoría Hanna Barbera. Entonces, si buscamos ese Popeye, está claro que no lo vamos a encontrar en esta película. Es más, la película es rara hasta si la comparamos con las tiras de Segar. Pero eso no es malo en absoluto.
En definitiva, que me ha gustado, y mucho.
La película está considerada uno de los grandes fracasos de Hollywood, pero este fracaso es relativo. Relativísimo, porque la película tuvo un coste de 20 millónes de dólares de la época, y recaudó en taquilla cerca de sesenta. Pero para las expectativas de los directivos de Paramount eran de sobrepasar los 100, por lo tanto, al no alcanzar esas cifras, relegaron la película al ostracismo. Nuestro país era un fiel reflejo de la medianía de taquilla, y siendo una película distribuida por Disney, que tenía los derechos de explotación para Europa, 426.000 espectadores no están  mal, pero no son nada del otro mundo.
Todo esto viene dado por la falta de cabeza y el exceso de coca de “El chico que conquistó Hollywood”, Robert Evans. La adaptación al cine del musical “Annie” era un proyecto acariciado por los grandes estudios. En concreto, los derechos del mismo se los disputaban Universal y Paramount, para los que trabajaba Evans. Tras una ardua lucha para conseguirlos, se ve que el mejor postor fue Universal, quienes se quedaron con los derechos y produjeron uno de los musicales más célebres de los 80.
Evans, caprichoso y testarudo como pocos, que quería quedarse sin si musical de moda con el que hacerle la competencia a “Annie”, y sabiendo que Paramount tenia un buen número de personajes de cómic y de ficción en su poder, congregó una reunión con los ejecutivos para ver con cual de todos esos personajes podían realizar una superproducción. En cuanto alguien dijo Popeye, Evans ya no se lo pensó más. Se puso manos a la obra con la producción de esa cinta. Los derechos del personaje pertenecían a la King Factures Sindicate a efectos televisivos, radiofónicos y editoriales, pero, Paramount conservaba los derechos de explotación del personaje para cines y teatros, con lo que era totalmente lícito hacer una película con el personaje, que no solo se valdría de su fama para triunfar, sino que además, serviría para darle un empujón de audiencia a la serie que sobre el personaje estaba en aquellos momentos en televisión “La hora de Popeye”, los míticos dibujos animados de Hanna-Barbera, con los que nos criamos todos los cuarentones. Así pues, el tema del papeleo fue sobre ruedas.
Robert Evans, no era muy listo, pero no muy inteligente, y contratando al historietista Jules Feiffer para que escribiera el guion, pensó en películas exitosas del estudio, y se acordó de “Cowboy de medianoche”, por lo que quería a su director, John Schlesinger, y a la estrella de la película, Dustin Hofman (¿) como director y protagonista, respectivamente, se su adaptación de Popeye.
Feiffer, conocedor de los cómic, lógicamente, escribió un libreto que adaptaba fielmente el universo creado por Segar, al mismo tiempo que introducía elementos propios de los cortometrajes para cine de la factoría Fleischer. Así, tenemos en la película personajes primigenios de “Thimber Teather” –que es como se llamaba la tira de Popeye en su momento- como puedan ser Castor Oyl, hermano de Olivia, o su primer novio, Ham Gravy, o detallitos como el hecho de que a Popeye no le gusten las espinacas, y tenemos una fuerte presencia de Brutus, como en los dibujos animados de Fleischer, mientras que en la tira cómica este aparecía tan solo de pasada.
Aunque Schlesinger no era el director adecuado, finalmente se contrató a uno que tampoco lo era demasiado, por su condición autoral; Robert Altman.  Robert Evans estaba hasta los cojones que Altman llevara varios fracasos de taquilla seguidos desde que rodó “Nashville”.  Y estando de farra una noche, se lo encontró en un bar, alicaído, borracho, enfarlopado. Evans ante tan patética imagen, tuvo una idea; para que Altman volviera a estar en primera linea, debería dirigir un éxito comercial, y como “Popeye” estaba concebida para que fuera eso mismo, contrató a Altman para dirigir la película. Es entonces cuando entran en casting Robin Williams como Popeye, Shelley Duvall como Rosario (Olivia) y Paul Smith –el clon de Bud Spencer- com Brutus. Y sin duda, es el mejor casting que puede tener una película. A mí no se me ocurre ninguno mejor que ese.
Disney que entró en proyecto porque estaba en su momento de mayor decadencia y quería hacer películas de imagen real que enganchara a un público más o menos adulto, puso toda la carne sobre el asador.
Previo al inicio del rodaje, se construyó en Malta un enorme plató que representaría el pueblo donde transcurrían las tiras de “Thimble Theater”, Puerto Dulce. Un plató que, un tanto abandonado, aún permanece en el lugar dónde se construyó, y que supone una de las atracciones turísticas de la zona
Una vez iniciado el rodaje todo eran problemas, sobretodo entre productor y director. Evans se presentaba en el rodaje y no hacía más que increpar a Altman, que llevaba cinco fracasos a sus espaldas, que si no convertía esta película en un éxito, estaba acabado. Y Rober Altman pedía que se le dejara hacer su trabajo y que no tocara los cojones.
Es muy probable que el tono Bizarro y enrarecido de la película, más que una cuestión estilística, sea debido a los excesos lisérgicos, ya que  la cocaína circuló por ese rodaje como en pocos. Altman y Evans la consumían con avidez, lo que originó que en uno de sus constantes enfrentamientos, acabaran a puñetazos, a hostia limpia, mientras que Robin Williams y Shelley Duvall, estaban más centrados en esnifar entre toma y toma que en interpretar sus, por otro lado, ensayadísimos papeles. Paul Smith, que no tenía los mismo hábitos que las estrellitas, no consumía ningún tipo de drogas, motivo este por el que fue ninguneado. Evans llegó a decirle que si llega a saber lo soso que era, hubiera contratado a ese  actor Italiano al que suplantaba –refiriendose a Bud Spencer- pero que por el caché de aquél, tendría tres Paul Smiths haciendo nada.
Por otro lado, Altman no se hacia con la dirección, estaba tan drogado que cuando había muchos actores en plano, no sabía bien lo que hacer. Los técnicos también le daban a la cocaína cosa mala, y todo era un pifostio de tres pares de cojones. Por eso es una película tan extraña.
Cundo se estrenó, aunque dobló su presupuesto, no fue suficiente para Evans, con lo que declaró a la película y a su director, non gratos.
La película tampoco recibió críticas halagueñas, y en general, se prodigó como uno de los grandes fracasos de la historia del cine. Vista ahora, yo creo que ni tanto ni tan calvo. La verdad es que está muy bien, y todo ese halo de rareza, yo creo que la convierte en una película única, más cercana a cierto cine de autor Europeo ( “Sweet Movie” tiene algunas similitudes estéticas) que al cine comercial americano, y sin embargo, su estética le viene muy bien al universo Popeye.
Robert Altman, por otro lado, recuperaría el prestigio perdido poco a poco, y con los años.
También, y como todos esos films que Hollywood se empeña en marginar y etiquetar de fracaso –Ya sea “Isthar”, ya sea “Howard, un nuevohéroe”, ya sea “Cuatro Fantásticos” (esta hundida en el fango más por parte de los fans)- se trata de una película injustamente olvidada. Y lo que son las cosas, teniendo en mi psique durante años y años la percepción de que “Popeye” era una basura infecta, hay que ver cuanto me ha gustado verla la otra noche. Mucho, de hecho.