De Heredia, hace un paréntesis en sus películas-vehículo para humoristas, para hacer una de verdad y demostrar una solvencia y un buen hacer a prueba de balas y para tapar la boca de aquellos que pudieran pensar que de Heredia no sabía hacer cine más allá de registrar en imágenes las patochadas del cómico de turno. Aunque bueno, según para quién, “Chechu y familia” también sería una puta mierda.
“Chechu y familia”, sin duda, sería la mejor película del director. Claro que, probablemente, la culpa la tiene Rafael Azcona que le escribe a De Heredia el guion, basándose en un cuento propio del que el director se enamoró. Y, ya saben “Con buena picha bien se jode”.
Un matrimonio pudiente se marcha de vacaciones dejando en su domicilio, un chalet con piscina, a su hijo Chechu, que ha suspendido y se ha de quedar estudiando, al abuelo, al tío de Chechu, y al servicio, compuesto de criada, cocinera y jardinero. Por un lado Chechu lo que quiere es tener sexo con la criada, con el hándicap de que mientras que ella ronda los treinta años de edad, él cuenta con tan solo 13. El acoso al que, de buena gana, es sometida la muchacha por el menor, formaría el grueso del argumento, secundado este por las subtramas que nos presentan al abuelo cascarrabias que fuma a escondidas y hace las necesidades en el servicio de su hijo y su nuera, el tío obeso al que se le ha obligado a seguir un régimen viéndose incapaz de seguirlo, o los problemillas con personajes externos, como el novio de la criada, que arma un pifostio al intuir que esta se acuesta con el “señorito” de la casa.
Con tono de vodevil, que por momentos roza el sainete, pero todo ello servido de la manera más contemporánea posible, “Chechu y familia” resulta ser una comedia al más puro estilo españolada clásica, con personajes que entran y salen del cuadro de la acción, pero situando esta en un único escenario —en ese caso el chalet— como si de una película de Ozores se tratara, si bien es cierto que, tal vez involuntariamente, también muestra elementos afines a las genuinas sex comedies americanas (en esa vertiente que desciende directamente de “El Graduado”) en cuanto a que el protagonista es un adolescente que trata por todos los medios perder su virginidad con la criada (si lo consigue o no… al final de la película se desvela), que tiene planos referenciales que recuerdan por ejemplo a “Risky Business” —ese plano de Chechu luciendo gafas de sol Rayban, parece calcado de la película interpretada por Tom Cruise— y ramalazos humorísticos también deudores de la comedia adolescente americana.
Por otro lado, el guion impecable y una velocidad que no da tregua durante los escasos ochenta minutos de metraje, hacen de “Chechu y familia”, la mejor de las comedias de corte popular de los noventa, cuando el estilo que parece cultivar aquí Álvaro Sáenz de Heredia, estaba ya muerto y enterrado.
El elenco le va a la zaga. César Lucendo, actor adolescente resultón, ejecuta sus labores con total convicción, dándole al personaje ese rollito cabrón y macarrilla que necesita, amén de ese toquecito repelente que hace que Chechu, aun pudiéndose el espectador sentirse identificado, acabe cayendo un poquito mal. A pesar de que el chaval está francamente bien, Lucendo, no tuvo a posteriori la suerte que merecía, interpretando después pequeños papelitos en películas menores o episódicos en toda suerte de series de televisión. Le secundan un obvio Fernando Fernán Gómez al cual da gusto ver y oír, una Neus Asensi con hambre de notoriedad, consiguiendo una pizpireta criada andaluza (siendo la Asensi Catalana) y demostrando ser mejor actriz en esta época, que unos años después cuando obtuvo mayor popularidad y su anatomía parecía un muestrario operaciones estéticas. También memorables resultan Amparo Moreno como la cocinera que da sus “alegrías” a más de un habitante de esa casa, Luis Lorenzo en su papel de eterno mariquita, o Emilio Mellado como comedor compulsivo y estúpido chivato.
Antonio Flores como secundario, se prodiga en esta película como un cómico nato —e involuntario—, que es el contrapunto humorístico al caos anárquico que reina en el chalet donde todo se desarrolla, dándonos un par de gags slapstick tronchantes (¡cómo se cae de la moto al vacilar haciendo un caballito el muy cabrón!). Esperanza Roy, muy desaprovechada, hace acto de presencia en la película, sin más.
Amena, divertida, descarada e incluso excitante en algunos momentos (da, sin ninguna duda, para paja), yo creo que merece la pena acercarse a ella. Sin embargo, no fue demasiado bien en taquilla: Solo asistieron 118.000 espectadores a verla en los cines.