Cuenta la historia de un don nadie, Miguel (José Luis Ozores), que, inducido a la pequeña estafa por su amigo Manolo (Tony Leblanc), comete pequeñas fechorías, como usar una silla de ruedas con el fin de dar pena al portero del campo de fútbol y que este le deje pasa al estadio, o seducir a las criadas más feas del guateque pues, según Manolo, “Son las que pagan las meriendas”. En una de esas visitas al campo de fútbol, Miguel tiene un pequeño altercado con un espectador y le propina un puñetazo, noqueándole por obra del azar divino, ya que Miguel no es un hombre ni agresivo ni violento. Resulta que el noqueado es nada menos que Molina (Emilio Orozco) campeón de España de boxeo —y boxeador en la vida real— lo que desencadena que su amigo Manolo, en compañía de otro sin vergüenza que además es entrenador de púgiles, líen a Miguel para que boxee profesionalmente, siempre con la premisa de que es el hombre que noqueó a Molina. Para ello, contarán con el dinero de un hostelero que cree, a pies juntillas, que Miguel es un boxeador estupendo. Todo lo contrario. El amor que Miguel siente por la hija de este complicará más aún las cosas.
Tintes melodramáticos con final feliz, gags efectivos, ritmo cinematográfico absolutamente medido y eficaz y, sobre todo, magníficas interpretaciones e inmejorable y artesanal dirección. José Luis Ozores, uno de nuestros mejores cómicos y cabeza visible de ese maravilloso clan de artistas que es el de la familia Ozores, está inmenso, componiendo un rol que, verborrea atómica mediante —y aunque se repetiría, prácticamente, durante toda su carrera— debe mucho a los clásicos americanos del cine mudo, paradójicamente, dándole a su Miguel unos toques de Charlie Chaplin, otros de Buster Keaton, también, como no, de Dany Kaye, pero, sobre todo, mucho de sí mismo, es decir, que gestos, expresiones y frases son 100% José Luis Ozores. Tony Leblanc, y como rigen los cánones de la comedia española de los años 50, da vida a un caradura de buen corazón, papel en el que se especializaría, y en esta ocasión, resulta tan memorable como José Luis Ozores, viéndose, eso sí, ambos eclipsados por Antonio Garisa, eterno secundario, que, con maestría, da una lección de comicidad, interpretando al entrenador de Miguel, soltándose, como el que no quiere la cosa, unos "speechs" que valen su peso en oro. El protagonismo femenino recae en Hélène Rémy, actriz francesa de inconmensurable belleza, cuya posterior carrera se desarrollaría, sobre todo, en Italia, en producciones de "serie B" como pueda ser “El vampiro y la bailarina” Les secundan Julia Caba Alba y José Marco Davó.
El libreto de la película recae en las plumas de Vicente Coello —suyos son los guiones de otros clásicos como “Vente a ligar al Oeste” de Pedro Lazaga, o, ese vehículo comercial para Teresa Rabal que es “Loca por el circo”—y Vicente Escribá, quien firma, quizás para que en caso de que la película llegara a ser acusada de plagio, su nombre no se viera involucrado, bajo el seudónimo de Antonio Vies, y de cuya autoría son guiones antológicos como, por ejemplo, el de “Los ladrones somos gente horada” que comparte dirección por parte de Pedro Luis Ramírez con el film reseñado. Genial cineasta Almeriense cuya carrera está cuajada de clásicos perennes y, sin embargo, su filmografía es más bien escueta. Suyas son “Recluta con niño” “El Gafe” o “Crimen para recién casados”. Acabó su carrera filmando "exploitations" de “Le llamaban Trinidad” a las órdenes de Ignacio Iquino, como por ejemplo “Ninguno de los tres se llamaba Trinidad”.
Obra maestra del cine español.
Tintes melodramáticos con final feliz, gags efectivos, ritmo cinematográfico absolutamente medido y eficaz y, sobre todo, magníficas interpretaciones e inmejorable y artesanal dirección. José Luis Ozores, uno de nuestros mejores cómicos y cabeza visible de ese maravilloso clan de artistas que es el de la familia Ozores, está inmenso, componiendo un rol que, verborrea atómica mediante —y aunque se repetiría, prácticamente, durante toda su carrera— debe mucho a los clásicos americanos del cine mudo, paradójicamente, dándole a su Miguel unos toques de Charlie Chaplin, otros de Buster Keaton, también, como no, de Dany Kaye, pero, sobre todo, mucho de sí mismo, es decir, que gestos, expresiones y frases son 100% José Luis Ozores. Tony Leblanc, y como rigen los cánones de la comedia española de los años 50, da vida a un caradura de buen corazón, papel en el que se especializaría, y en esta ocasión, resulta tan memorable como José Luis Ozores, viéndose, eso sí, ambos eclipsados por Antonio Garisa, eterno secundario, que, con maestría, da una lección de comicidad, interpretando al entrenador de Miguel, soltándose, como el que no quiere la cosa, unos "speechs" que valen su peso en oro. El protagonismo femenino recae en Hélène Rémy, actriz francesa de inconmensurable belleza, cuya posterior carrera se desarrollaría, sobre todo, en Italia, en producciones de "serie B" como pueda ser “El vampiro y la bailarina” Les secundan Julia Caba Alba y José Marco Davó.
El libreto de la película recae en las plumas de Vicente Coello —suyos son los guiones de otros clásicos como “Vente a ligar al Oeste” de Pedro Lazaga, o, ese vehículo comercial para Teresa Rabal que es “Loca por el circo”—y Vicente Escribá, quien firma, quizás para que en caso de que la película llegara a ser acusada de plagio, su nombre no se viera involucrado, bajo el seudónimo de Antonio Vies, y de cuya autoría son guiones antológicos como, por ejemplo, el de “Los ladrones somos gente horada” que comparte dirección por parte de Pedro Luis Ramírez con el film reseñado. Genial cineasta Almeriense cuya carrera está cuajada de clásicos perennes y, sin embargo, su filmografía es más bien escueta. Suyas son “Recluta con niño” “El Gafe” o “Crimen para recién casados”. Acabó su carrera filmando "exploitations" de “Le llamaban Trinidad” a las órdenes de Ignacio Iquino, como por ejemplo “Ninguno de los tres se llamaba Trinidad”.
Obra maestra del cine español.