lunes, 16 de noviembre de 2020

EL VIOLADOR VIOLADO

“El violador violado”, también conocida como “El tío del saco” o con la combinación estúpida de ambos títulos —“El violador violado (El tío del saco)”— sería una genuina serie Z, y una de mis películas chungas de cabecera. Una verdadera muestra de lo fascinantemente chungo, tan chungo, que afortunadamente jamás ha generado culto alguno. Es, lo que yo llamo, un repelente de modernitos.
Y es que “El Violador Violado” es, probablemente, la peor comedia de la historia, no ya de nuestro cine, sino de la cinematografía mundial, que incapaz de inducir a la risa con su humor, en su desbarajuste reside la posible gracia de todo el asunto.
Tres tramas componen el argumento de esta película; Por un lado tenemos a dos agentes inmobiliarios que han practicado una estafa, han vendido unos apartamentos que en realidad ni se han empezado a construir. Luego tenemos a una especie de médium en cuya casa se refugian los agentes inmobiliarios cuando la cosa se pone fea y se les reclama el dinero que se han quedado de la venta de apartamentos, y lo hacen disfrazados de monjes de váyanse ustedes a saber que congregación y, en un intento de parodia a los caballeros templarios, montan ahí un pifostio incomprensible, eso sí, cargado de lo que su director cree que es desmadrada comedia. Para finalizar, tenemos a un violador que va dando buena cuenta de las jovencitas de la zona, hasta que un día una ninfómana acaba violándole a él.
Se trata de una película terriblemente aburrida y  nada graciosa, a pesar de los excelentes actores que rellenan el reparto, cuyas carencias técnicas, su nefasta factura y la pésima aplicación de cualquier medio a su alcance, la convierten en una película sórdida, grotesca y fascinante que, con toneladas de paciencia y las suficientes inquietudes cinéfilas, puede llegar a disfrutarse, eso sí, siempre como la rareza incompetente que es, y jamás como obra “cool”.
Sorprende llamativamente el hecho de que se trata de una película que “tira con lo puesto”, aquí no hay  más que una cámara de 35 mm, metros de película posiblemente caducada, y una serie de actores que representan frente a la cámara sus textos. Vamos, prácticamente una película amateur. O al menos lo parece. Además de carecer de medios (que igual esta película no requería más), la grandeza de esta película reside en lo chabacanamente que se usan: Hay desencuadres, desenfoques y, en general, se percibe una falta de ganas total por parte de todos los inmiscuidos en la película. Por no hablar del aspecto pobretón  de cada fotograma filmado: Los títulos de crédito se solucionan con cartulinas y no con el rodillo habitual. Sin disimular que son cartulinas, estas vienen decoradas, para que parezcan menos chungas, con las ilustraciones del humorista granadino Soria, cuya trayectoria estuvo limitada a dibujar viñetas para periódicos locales. Añádanle que la banda sonora se compone de una serie de tracks extraídos de “La Antología de la Zarzuela”, para así ahorrarse la composición del soundtrack, o bien, los derechos de autor. Pero lo mejor de todo es la ambientación e iluminación; se ha conseguido, de manera totalmente involuntaria, que esta desmadrada comedia  parezca un drama carcelario, o bien, una película de terror. Y da hasta miedo, con esas sombras de foco tras los actores.
No hay que dejar de decir, que el director, Juan José Porto, muy poco ducho a rasgos generales en esto de hacer cine a pesar de tener un currículum más o menos reconocible —suyas son películas como “El ultimo guateque” o “El año en que amamos a Kim Novak”— no acaba de dominar los géneros cinematográficos si le sacamos de los melodramas de corte nostálgico (que tampoco dominaba). Y lo avalan, además de esta comedia, sus escarceos con el cine de terror con esas dos películas, reivindicadas por el fandom más rancio, curiosas y extrañas pero, a todas luces, espantosas y aburridas como ellas solas, que son “Morir de miedo” o “Regreso del más allá” (1982). Está claro que no atina el hombre.
También se trata de una película para el lucimiento del florero Nadiuska, que se encargó de aumentar la líbido del espectador celtibero pre-clasificación “S”, y que, con los tiempos, ya empezaba a dar signos de decadencia. Su presencia es  anecdótica ya que a la hora de hacer memoria del visionado, ella queda a un lado; no es que no nos guste, es que nos estorba. Si no estuviera en la cinta, no pasaba nada.
Ricardo Merino, protagonista junto a Luis Lorenzo, dando vida a esos agentes inmobiliarios, da la sensación de no tomarse en serio la película en ningún momento, y haciendo un papel clónico de los que interpretaba el gran Antonio Ozores en las películas de su hermano Mariano, nos ofrece una serie de trabalenguas incomprensibles soltados en momentos en los que el personaje no quiere dar explicaciones, que lleva al espectador a preguntarse qué es lo que opinaría Don Antonio Ozores si es que llegó a ver la película. Merino tiene pinta todo el rato de estar deseando de trincar el cheque y marcharse a su puta casa. Luis Lorenzo, tiene la virtud, el don, o la mala suerte de parecer homosexual incluso cuando, esporádicamente, no lo interpreta (casi siempre interpreta a mariquitas), con lo cual su actuación nos deja fríos e inamovibles, al igual que el resto del reparto que, además de escaso, está mal avenido, con la excepción de María Vico, dando vida a Doña Otilia, cuya sobreactuación finalmente se antoja delirante y casi, casi, casi divertida.
El director Juan José Porto, fue uno de los más afectados por la Ley Miró, que si bien perjudicaba a excelentes artesanos como Mariano Ozores, me pregunto yo que no haría con inútiles como Porto al que encima le salían películas, además de malas, raras. Quizás por eso no volvería a rodar en las siguientes décadas hasta que en 2002 rodó su fallida adaptación de “El Florido Pensil”, con una excepción: Siendo como es “El violador violado” una película tan ignota, descubrimos que, curiosa e innecesariamente, en plenos años 90 (concretamente en 1993), se rodó una secuela (¡), “El tío del saco y el inspector Lobatón”, que contando con protagonismo del reparto original, más las presencias de Quique Camoiras y Adriana Vega, tiene pinta de ser mil veces peor que esta que la precede. Editada de mala manera en vídeo, esta secuela, según los datos del ministerio de cultura, la vieron más de 1000 espectadores en cines. Minucias si lo comparamos con los 40.000 largos que consiguió “El violador violado” que, a día de hoy, serían maná del cielo para cualquier comedia española actual.