viernes, 5 de marzo de 2021

UN HOMBRE LOBO AMERICANO EN PARÍS

A mí, en su momento, “Un hombre lobo americano en París”,  pese a las críticas demoledoras que arrastró por parte de propios y extraños —July Delpy asegura que sólo participó en esta película porque tenía serios problemas económicos—, no me pareció mal del todo (una comedia de horror tontorrona, inofensiva y entretenida, sin más). Sin embargo, aunque no me pareció mal, sí que era consciente de que arrastraba la losa de ser la secuela de una obra maestra incontestable. Era consciente yo y, probablemente, era consciente todo el equipo de la película. Y claro, por comparación, va a salir siempre perdiendo. Incluso, John Landis, involucrado en la producción de alguna manera, vio lícita esta secuela teniendo en cuenta que en un principio, cuando para rodar su master piece tuvo problemas con el gobierno británico a la hora de rodar en aquél país, se planteo la idea de cambiar todo el guion y que transcurriera en París donde no iba a tener tantos problemas burocráticos, y, en esa premisa, se inspira esta secuela. Pero, consciente también del terreno en el que se estaba metiendo y pese a que escribió uno de los guiones previos al definitivo de esta secuela, Landis, decidió mantenerse un poco al margen y participar en la producción lo mínimo posible, no fuera que su ya escasa reputación quedara mermada y fuera él también a perder la cabeza (disculpen el manidísimo chiste). Conscientes de todo eso, la película se estrenó siendo un fracaso que, costando 25 millones de dólares (puestos en co-producción entre Francia, los países bajos y Estados Unidos), recaudó 26, el fandom se la merendó y ya nunca se volvió a hablar de hombres lobo americano en ninguna parte.
En España, quizás porque su público natural fue el adolescente de la época que desconocía la existencia del primer film, congregó en cines a unos discretos, pero estimables, 420.000 espectadores.
Luego, pasaron los años, la gente le fue procesando cierto culto y lo de de siempre. Pero aún así, no termina de ser nunca totalmente reivindicada.
El caso es que, al margen de todo esto, yo creo que a la película el tiempo le ha sentado bien y, curiosamente, uno de los aspectos que sirvieron más de mofa en su momento y que yo también recordaba como horrorosos, son los efectos especiales y transformaciones generadas por CGI (aunque en su año de producción, 1997, todavía se combinaban con los F/X tradicionales). En pleno 2021, en tiempos de pandemias, cambios, películas con infografías perfectas y aplicaciones para móviles que pueden meter en pocos segundos nuestras caras en los cuerpos de nuestros personajes favoritos y que quede casi realista, los efectos arcaicos, cutres, salchicheros y totalmente artificiales de “Un hombre lobo americano en París”, por el motivo que sea, no me han chirriado tanto. Incluso, mientras veía la cacareada primera transformación de Julie Delpy, la misma por la que hace 23 años eché pestes en el cine, me quedé unos instantes con la boca abierta pensando “Joder, pues mola un puñado”, al igual que cuando aparecen todos esos hombres lobo raros y primitivos, que en su momento me parecieron  dibujos animados, esta vez me parecieron unos bichos aterradores. ¿Por qué? Yo creo que porque la película ya tiene unos años y al igual que se echa de menos los F/X tradicionales (que siguen siendo los mejores), al ver esos primeros pasos que daba el CGI cuando aún le quedaba un largo trecho por recorrer, en retrospectiva, resultan entrañables y tampoco tan malos. Vale que no es lo mismo que ahora, pero no estaba tan mal.
Por lo demás, la película sigue siendo una comedia de terror tontorrona con momentos muy buenos que, tal y como están todos los percales, acaba siendo, no entretenida, sino, entretenidísima y acaba uno de verla y se queda con un buen sabor de boca.
La cosa va de tres excursionistas de tour por Europa que llegan a París, y allí, uno de ellos se enamora de una extraña mujer a la que salva, también de manera muy extraña, de un suicidio. Mientras la persigue (casi acosa) para que, tras salvarla, salga con él, este acaba introduciéndose en sociedades secretas organizadas por hombres lobo ultraderechistas cuando, en una de sus fiestas privadas, nuestro protagonista es mordido por uno de esos licántropos y, en consecuencia, acaba convertido en uno de ellos. Entre seducir a la chica, intentar acabar con su maldición e impedir que estos hombres lobo hagan de las suyas, transcurre el argumento mientras el humor hace acto de presencia cada dos por tres rozando por momentos el spoof. Pues no está mal.
Dirige un discretito Anthony Waller de escueta filmografía, de la cual te pueden llegar a sonar títulos como “Testigo Mudo” o “Presunto homicida”, pero que al final son totalmente irrelevantes. Esta sería su película más importante.