lunes, 20 de diciembre de 2021

MADRID, COSTA FLEMING

Forma parte de la historia de Madrid, el célebre barrio conocido popularmente como Corea —el nombre se lo pusieron los vecinos, el barrio en realidad no se llamaba así— y la calle que atravesaba las zonas de La Castellana y el Santiago Bernabeu. Esa calle, la del Doctor Fleming, fue la seleccionada para edificar una serie de apartamentos que se le venderían a los soldados americanos que operaban en la base militar de Torrejón de Ardoz. A los soldados americanos allí instalados les quemaba el dinero yankee en las manos, por lo que pronto la calle se convertiría en zona lúdica donde se construyeron toda suerte de discotecas, bares de alterne y pisitos que servían para que, una vez los soldados se ligasen a una churri en los bares, se subieran a esos pisos para realizar la transacción comercial con la señorita de turno. Hablando en plata, la calle Doctor Fleming se convirtió en un putiferio.
Pronto, la bohemia madrileña fijaría su sede allí, y en los años 60 no había zona más golfa en todo Madrid que la calle Doctor Fleming.
El régimen de Franco, por supuesto, no comulgaba con semejante zona de puterío e intentó cerrar todos los bares y locales de la zona con el fin de convertir aquello en un barrio decente, pero por miedo a que esa situación se extendiera a otras zonas de Madrid y que el libertinaje campara a sus anchas, Franco, decidió hacer la vista gorda siempre que lo que ocurriera en la calle Doctor Fleming no saliera de la calle Doctor Fleming. Y esto duró prácticamente hasta bien entrada la democracia.
En consecuencia, el periodista Raúl del Pozo, bautizó al barrio para la prensa bajo el sobrenombre de Costa Fleming, y así se le conoce hasta nuestros días, sólo que los tiempos han cambiado mucho y ahora la zona ya no es un lupanar sino un lugar de encuentro para las clases pudientes madrileñas, que visitan los mejores restaurantes y las mejores coctelerías. El tiempo convirtió un barrio marginal en zona pija para turistas y foraneos.
Sin embargo, el ambiente de la zona fue muy sonado en la época, por eso, el escritor Ángel Palomino ambientó una de sus novelas en ese barrio y la tituló “Madrid, Costa Fleming”. Más que por la calidad del libro, por lo morboso de la propuesta, era cuestión de tiempo que el cine quisiera adaptar este material y en 1976 José María Forqué adquirió los derechos de la novela para su versión cinematográfica, que él mismo produciría y dirigiría.
La película, comedia con ramalazos dramáticos y bastante mala baba, no cuenta en realidad nada de esto que les acabo de explicar, sino que centra su trama en la especulación inmobiliaria de la zona, y la sobreexplotación de esas viviendas para ser  utilizadas como prostíbulos. De las fiestas de los famosos, las orgías y las peleas de las que tanto se habló durante años, nada de nada. Y, por supuesto, no aparece en la película ni un solo soldado americano.
Según esta premisa, “Madrid, Costa Fleming” es una suerte de historias entrecruzadas ambientadas en este barrio, que van desde la de una joven estudiante de económicas que se gana la vida como agente inmobiliario, que tiene que luchar contra el machismo y el ninguneo de sus jefes, los especuladores inmobiliarios, mientras que por otro lado tenemos a los vecinos “decentes” de uno de los inmuebles donde sucede la acción, que se oponen a que los pisos del edificio hayan sido adquiridos con el fin de convertirse en prostíbulos. Por otro lado, tenemos las vicisitudes de las prostitutas que  trabajan allí, y los chanchullos de los constructores con los arquitectos, la mano de obra, etcétera.
“Madrid, Costa Fleming”, que por cuestiones históricas se ve obligada a adscribirse a la corriente del destape, aunque este sería un elemento secundario, resulta una película condenadamente entretenida, pero no tan desmadrada como a priori se nos propone, que según va avanzando va perdiendo algo de fuelle y va dejando cabos sueltos. Son tantas las historias paralelas que nos van mostrando, que antes de los títulos de crédito olvidan cerrar un buen número de tramas. Aun así, resulta una película estimable, en parte, porque no es la típica comedita española de los años 70 (esta tiene algo más de enjundia), en parte, por un elenco de actores en estado de gracia que da gusto verlos.
Una jovencísima Verónica Forqué, hija del director, protagoniza la película dando vida a la estudiante de económicas con apenas 20 años de edad y lo cierto es que está muy bien, muy comedida en su actuación con respecto a lo que haría en sus años de bonanza en los 80 y 90. La secundan un estupendo Agustín González, que haciendo el papel de jefe cabrón no hay ninguno como él, un descacharrante Juanjo Menéndez, que hace chanchullos con medicamentos y les hace el toco mocho a las prostitutas con las píldoras anti-baby, o Paco Cecilio en un papel, más tirando a dramático que a cómico, entre un montón de secundarios absolutamente geniales.
Por supuesto, la película fue un éxito de taquilla congregando a casi un millón de espectadores, sin embargo, por algún motivo que desconozco, es una de las más olvidadas de la época. Yo la recomiendo.