Ramiro Lapiedra, popular productor de cine porno que alcanzaría la celebridad a nivel mediático a raíz de aparecer durante la década de 2000 en programas de prensa rosa por los motivos menos esperados —donde sus parejas y actrices porno Miriam Sánchez, María Lapiedra o Celia Blanco adquirirían mayor popularidad si cabe— , con anterioridad había sido portero de discoteca y, dicen, ejercía esa profesión mientras estudiaba la carrera de derecho. Al mismo tiempo resultó ser un apasionado del cine que admiraba a Pasolini y a Bergman, y que estudiaba sus películas. Para rematar la excentricidad, resulta, asimismo, que antes de dedicarse al porno era un consumado director de cortos amateur en sus ratos libres.
El caso es que Lapiedra proliferó en la industria siendo uno de los directores de Elephant Channel, la filial de Filmax dedicada al cine pornografico donde rodó un buen número de películas convencionales de ese género, pero donde, según el cineasta, no podía realizarse creativamente. Así, tras una mala racha económica, decide rodar la presente película con la ayuda de su hermano Pablo, una suerte de porno vanguardista con imágenes impactantes protagonizada por gente del porno y llevada a cabo prácticamente sin financiación. Y es que tras los sonados éxitos de público y crítica de films que mezclaban el porno con el cine de autor como puedan ser, por ejemplo, “Romance X” o “Fóllame”, se abría la veda para que la gente del cine guarro hiciera sus pinitos en el convencional, y qué mejor forma que a través de la vanguardia, que es fácil y barata de hacer. Y Lapiedra se apunta a un bombardeo.
De esta forma, se casca un folletín sobre el descenso a los infiernos de dos prostitutas que además tienen bulimia, en una película en la que, por supuesto, habrá una alta dosis de sexo explícito combinado con secuencias impactantes cargadas de simbolismos, como aquella en la que Celia Blanco se masturba con una cría de ratón sin ningún tipo de pudor o aquella en la que lo hace con ¡un huevo cocido! Nada nuevo en realidad, todo esto ya lo habíamos visto en películas de Richard Kern o Nick Zedd, cuando militaban en aquella pantomima a la que llamaron Cinema Of Transgression, solo que estos lo hicieron 20 años antes. Y ya en los 70, se hacía.
Como fuere, “La orina y el relámpago” no es nada del otro mundo. Una cámara de vídeo, un par de crías de ratón que sirven para alimentar a un sapo —como se ve en la película—, diálogos improvisados, toneladas de mal gusto, personajes torturados que esnifan mucha cocaína (o se inyectan heroína), imaginería religiosa y un par de buenas folladas. Luego un montaje más o menos dinámico, todos los filtros posibles para disimular que se ha rodado en vídeo barato y que parezca celuloide, y hasta la inclusión en el corte de una toma falsa —Holly One negándose a esnifar una raya de coca aludiendo que la cámara le está grabando—. En definitiva, plástico. Una película que podría haber hecho cualquiera, una sucesión de clichés puestos ahí uno detrás de otro sin que tan siquiera exista pericia a la hora de sujetar la cámara. Pero el amigo Lapiedra es muy listo y lo hizo bastante bien, por lo que el experimento coló. En consecuencia el MoMA de Nueva York se interesó por la película y tuvo su estreno en salas comerciales. Por si eso fuera poco, José Antonio Romero López de la Universidad Nacional Autónoma de México, le dedica parte de su tesis doctoral: “Portrait of a call girl y La orina y el relámpago: El carácter espectacular y crítico expresivo en el cine pornográfico”.
Por otro lado, si me he acercado a esta película es porque un amigo me comentó que le encantaba a Luis García Berlanga y eso suscitó mi curiosidad. Una vez vista entiendo que le gustase, porque para pajearse a unos les puede funcionar una cosa y a otros otra, y Berlanga se la pelaría cual mono como todo hijo de vecino, máxime, cuando él mismo reconocía que era un salidillo. Además puedo entender que le gustara por motivos estéticos.
Al respecto, Berlanga le comentaba al bueno de Ramiro Lapiedra que su película podía ser más de culto que “Arrebato” de Zulueta, pero que como esta estaba dirigida por un macarra proveniente del porno, no le darían nunca el crédito necesario. Yo difiero con eso, pienso precisamente lo contrario. Si esta película proviniera de un estudiante de cine o alguien ajeno a la industria en cualquiera de sus manifestaciones, habría dado lo mismo —¿Cuántas películas amateur existen exactamente igual que esta, ya sean mejores, o peores? Millares, pero no salen del nicho al que pertenecen—. Sin embargo, al ser una pieza dirigida por un director porno de pasado mediático, fama de garrulo y que encima muestra ciertas ínfulas artísticas, pues llama la atención en general. Eso es más impactante que ver a Celia Blanco masturbándose con ratoncillos o a uno de los actores inyectándose heroína. Y la película obtuvo sus 15 minutos de fama, quizás, entre un público elitista y poco acostumbrado a experimentos, sean estos pornográficos o no. Para el resto de los mortales, nada. Yo de hecho ni la conocía.
Con todo sólo dura una hora y se deja ver sin mayores estridencias, por supuesto sirve para hacerse no una, sino varias pajas y no deja de ser interesante su mera existencia. Curiosa al menos. Así que, sí, conservaré mi copia en un disco duro.
En el reparto, haciendo lo que pueden que no es poco, Lapiedra cuenta con la plana mayor del porno español de la década de 2000, por lo que desfilan, actuando además de follando, los anteriormente mentados Celia Blanco y Holly One (el enanito del porno catalán), y Ángela Peña (probablemente la señora más guapa y morbosa del porno español), Silvie Lacome, Andrea Morante, Paco Roca y el propio Ramiro Lapiedra.
Por lo demás, Lapiedra intentó obtener otros 15 minutos de fama no-porno con una especie de secuela titulada “Aberración” con la que no consiguió distribución alguna, y también se habla mucho de una cinta de terror rodada en 2015 titulada “Berenice, préstame tu sangre” que se proyectó en el festival de Sitges, esta vez sin escenas porno en su contenido y que probablemente acabe viendo algún día.
Vean “La orina y el relámpago”, que por muy mediocre que sea al final este experimento, verán su curiosidad satisfecha.