viernes, 8 de julio de 2022

BACANALES ROMANAS II

Tan solo han pasado tres años desde aquél pequeño éxito de la clasificación “S” que fue “Bacanales romanas” y la forma de consumir cine erótico ha cambiado mucho en 1985. El porno ya está legalizado, no existe la clasificación “S” y lo que viene siendo cine de destape ya está pegando sus últimos coletazos del mismo modo que ya imperan en la cartelera los títulos del emergente nuevo cine español con la comedia madrileña a la cabeza. Asimismo, la exhibición de pornografía en salas ha quedado reducida a reductos suburbiales donde lo que lo que menos importa es la programación ofrecida, y el auge del vídeo domestico convierte el género en un producto preferente para ese formato.
Por eso, el estreno de esta secuela de “Bacanales romanas” no tiene razón de ser en esa época y, pasando por taquilla sin pena ni gloria (no llegó ni a 35.000 espectadores del año 85 la pobrecilla), “Bacanales romanas II” se convierte en una auténtica rara avis del cine español, amen de tratarse de una cinta inencontrable hasta hace poco que han comenzado a aparecer copias de la misma en VHS en páginas de venta de artículos de segunda mano, como si fueran setas.
El caso es que, consciente su director Jaime J. Puig de que el erotismo ya no es el reclamo principal, y de que la fundamental baza de “Bacanales romanas” era su humor "spoof", en esta segunda parte anula casi por completo el folleteo —hay un par de escenas subiditas de tono, pero muy suaves, muy inofensivas— y se centra al 90% en el humor. Mantiene toda suerte de anacronismos, los chistes propios del "spoof" (romanos jugando a las tragaperras, montando en moto o bailando en la discoteca), pero la voz cantante la marcan los chistes. “Bacanales romanas II” es, al igual que, por ejemplo, “Jaimito contra todos”, una película de chistes. Muchos, muy malos, pero que sin embargo están ejecutados por los actores con tanto gracejo que la película, donde escasea el número de planos, posee un ritmo apabullante precisamente porque van escenificando los chistes  uno tras otro en modo metralla.
En ese sentido, y como buena producción catalana que es, la película sirve como vehículo de lucimiento para aquellos estupendos artistas de variedades que operaban en los teatros del paralelo barcelonés y ya tenían una gran presencia en la película previa, pero que aquí son los absolutos protagonistas: Conrrado Tortosa “Pipper”, Lita Claver “La Maña”, Raquel Evans o “La Pelos”, sostienen el peso de “Bacanales romanas II” y escenifican todos los chistes verdosos con gran soltura y eficacia llevándole a pensar a uno como es que toda esta tropa no tuvo más suerte en el resto de la península, y cómo no hicieron mucho más cine, porque son todos cojonudos. Pipper sería César Calígula y La Maña daría vida… a La Maña, una empleada del servicio que ansía que César Calígula la penetre.
Por supuesto, “Bacanales romanas II” prescinde del argumento —y ni falta que le hace— y apuesta por las situaciones propicias para poder filmar los chistes. Todos de cornudos, de violaciones, de mariquitas… de cuando se podían hacer sin que ningún colectivo se ofendiera.
La película es una serie Z con todas las de la ley; amparada bajo la conciencia de ser una comedia, se recrea la antigua roma en unos urinarios, o en un chalét con piscina o en un parquecillo de por ahí, eso sí, todos vestidos de romano, y para ambientar más la cosa, no hay problema a la hora de insertar escenas robadas de viejos péplums que ponen en situación al espectador. Con dos cojonazos.
Entonces, a rasgos generales es mala de pelotas, casi ofende la factura y el morro gastado, pero sin embargo... ¡es tan, tan divertida! Y créanme cuando les digo que me entretuvo como pocas, y que me descojonaba, cual niño pequeño o cual viejo verde rancio y fascistoide, con todos y cada uno de los estúpidos chistes. Vamos, una cosa como no me pasaba hace tiempo. Y eso es maravilloso.
Jaime J. Puig, al igual que con la primera parte, firma bajo el seudónimo de Jacob Most y se despide de la dirección cinematográfica con una pequeña lista de films indescriptibles y la escritura del guion, tres años después, de esa joya del "trash" ibérico que es “Andalucía Chica” de José Ulloa, película para el lucimiento de Antonio Molina cuando este ya estaba con un pie en la tumba.