lunes, 8 de agosto de 2022

EL AUTOESTOPISTA

Ida Lupino, actriz clásica de la era dorada de Hollywood y proveniente de una familia de artistas, se vio forzada a forjarse una carrera como intérprete con la cosa esta de mantener contenta a su familia, pero se ve que no le gustaba demasiado ponerse frente a las cámaras. Entre eso, y que en un acto de rebelión hacia el sistema de estudios hollywoodiense, ella y su marido Collier Young crearon una productora independiente llamada The Filmakers con el fin de producir su propio material al margen de los estudios haciendo películas de muy bajo coste, la Lupino acabó reciclándose en directora —pese a que en la búsqueda constante de dinero, no abandonó en absoluto su carrera como actriz—. La cosa le vino un poco de manera accidental puesto que su primera incursión detrás de la cámara fue para una producción propia, la película “Not Wanted”. Al director asignado, Elmer Clifton, le dio un infarto causando baja, por lo que la Lupino decidió terminar esa película. Y la cosa le gustó. De hecho, ella se quejaba de que en su etapa como actriz, durante los rodajes, en los descansos, se aburría soberanamente mientras que veía cómo el director se encargaba de todas las tareas divertidas. No tardaría en liarse la manta a la cabeza dirigiendo películas para su propia compañía y, en consecuencia, y por la temática de muchas de ellas, acabaría convirtiéndose en un icono feminista. Sin embargo, paradójicamente, la película con la que pasaría a la historia y que está considerada por muchos una obra maestra, es una historia ruda y cruda, y con un reparto eminentemente masculino, amén de ser la primera de género negro dirigida por una mujer. Para su elaboración, Ida Lupino se inspiró en la correrías de Billy Cook, un asesino en serie que operaba en California en los albores de 1950 y que, durante su periodo operativo, asesinó a varias personas, entre ellas los miembros de toda una familia. El autoestopista que da título a la película, sería un sosias cinemático de este asesino de la vida real.
Cuenta la historia de dos amigos que se van de putas a México —a sus mujeres les han contado una milonga— y de camino deciden llevar con ellos a un autoestopista que necesita ir a la gasolinera. Al poco de entrar en el coche resultará que este individuo es en verdad un fugitivo de la ley que les secuestra y que se dedicará, el resto de la película, a hacerles la vida imposible a nuestros protagonistas, casi en lo que supone una suerte de home invasion de carretera, con arquetipos que, más o menos —y cogiéndolo un poco con las pinzas— luego veríamos mucho más tarde en películas como “Ensalada Boudelaire” o mucho más tarde todavía, por supuesto, en “Funny Games”.
La película resultante es uno de esos clásicos incuestionables que tanto gustaron —y gustan— a los críticos del momento, y entiendo a la perfección la proeza que supone rodar algo como esto con un presupuesto de poco menos de 200.000 dólares y prácticamente al aire libre. Comprendo el entusiasmo generalizado a la hora de dirigirse a esta película y aprecio el intento por parte de Ida Lupino de hacer un pequeño emporio de buenas películas de bajo presupuesto, y “El autoestopista” finalmente resulta ser una cosa pequeña, tremendamente resultona y bien dirigida. Dios me librará de decirles que se trata de una mala película, no leerán eso aquí. También es cierto que me entró de un trago sin hacérseme en absoluto pesada. Pero ese discurso que afirma que es excelente, una obra maestra y bla,bla, bla, que repiten como loros y haciendo aspavientos de mono ciertos miembros de las —pseudo— élites intelectuales sólo porque es lo que toca y lo que está bien visto en sus círculos (si de verdad lo piensan o no solo lo saben ellos), me parece excesivo. “El autoestopista” es una buena película, sin duda, pero tampoco es para tanto. Al margen de si quien la dirigiera tenía coño o polla.