Antes de que se estrenase siquiera, el sector rancio del fandom que le ha tocado padecer a Bud Spencer y Terence Hill, ya echaba pestes sobre la idea de que se lanzase un remake del clásico “Y si no, nos enfadamos”. Esputaban bilis como los pedazo de retrasados mentales que son.
A mí, de primeras, no me pareció mal del todo, un remake de una película de Bud Spencer y Terence Hill y que para más inri no tuviera nada que ver con el binomio Trinidad… me hacía cierta gracia la idea. El único problema al que me enfrentaba con respecto a este peliagudo tema, era la manera en la que lo abordarían, porque no creo que “Y si no, nos enfadamos” sea un producto fácil de remakear precisamente. Pero lo último que se pierde es la esperanza.
Al final hay que darle la razón a todos estos tontos del culo por sus capacidades para la clarividencia, porque el resultado de esto es poco menos que una abominación. Todo mal. Pero yo digo todo esto tras ver la película, no antes, porque al contrario que ellos yo no soy adivino.
La cosa, producida para Netflix, es una especie de de secuela/remake de la película dirigida por Marcelo Fondato en 1974 que nos sitúa en un extraño lugar costero. Una breve introducción nos resume lo acontecido en la película original y nos presenta a unos dobles de Terence Hill y Bud Spencer tras unas vidrieras —para que no podamos distinguirlos bien— discutiendo sobre la autoría del mini bólido rojo y con capota amarilla que era objeto de deseo y conflicto en la primera película. Y resulta que han pasado algunos años y han tenido hijos que son exactamente igual que ellos. Mientras ellos discuten, a los niños no se les ocurre otra cosa que conducir el mini bólido, hasta que unos tipos que piden ayuda en la carretera les roban el cochecito, generando así la enemistad entre ellos. De este modo se traslada la acción a la actualidad, los niños ya son mayores, y se repite, punto por punto, el argumento del “Y si no, nos enfadamos” primigenio recreando de nuevo todos los momentos míticos y los arquetipos, no ya de la película en sí, si no de todo el cine de Hill/ Spencer (a saber; salchichas y cerveza, el rally inicial, el duelo de las motos, los macarras chungos, pero muy tontos…), omitiendo, sin embargo, las secuencias más complicados de rodar a día de hoy, esto es, persecuciones y peleas que conllevan una mayor elaboración. Cambian personajes y situaciones y listo, habemus filme. Eso sí, el tema de “Dune Buggy”, el “Coro dei Pompieri” (ya saben… lalalalalala, lalalalalala…) y todo lo que ha de estar, está, no sea que la platea cincuentona no asocie y se cabree.
El problema de la película, a parte de ser hiper aburrida, reside en que la dirección se la han encomendado a un par de directores nacidos en el año 86, Niccoló Celaia y Antonio Usbergo, conocidos como dupla con el irritante nombre de YouNuts!, que son populares por dirigir videoclips de música urbana —trap y esas cosas—, ergo, sus gustos e influencias, más allá de que por edad lo que les ha tocado remakear les pilla un poco fuera de época, son los propios de un millenial; esta gente ha visto más series que películas. Entonces lo que tenemos aquí no llega ni a ser un ejercicio de nostalgia posmoderno, porque los directores son demasiado jóvenes para que les pille el posmodernismo.
“Y si no, nos enfadamos 2022” es una película sobreproducida, con un exceso total de planos aéreos, steadys y cámaras lentas en las peleas. Pero lo más excesivo es que se gasta un look a medio camino entre una película de Rob Zombie y otra de Tarantino, que verdaderamente tira de espaldas. Un daño colateral si quienes dirigen son atolondrados treintañeros. Pero esta es la opinión de un señor de mediana edad con mogollón de prejuicios a la hora de enfrentarse a según que productos, aún así, procurando ser objetivo, diré que si esto no fuera un remake de una película de Bud Spencer y Terence Hill de los que tampoco soy fan, fan, fan acérrimo, pecaría de esas mismas fallas de novato: Mucho aspaviento, mucho montaje, y querer parecerse a Tarantino. En definitiva, puta mierda.
En el reparto, el sosias de Bud Spencer es Edoardo Pesce, un actor de los de nueva hornada que ha ganado premios por aparecer en películas de Matteo Garrone, es en realidad un guaperas con la cara un poco redonda que ha tenido que engordar un poquitín (muy poco) para parecerse al bueno de Bud, mientras que para dar vida al trasunto de Terence Hill tenemos a Alessandro Roja del que podemos decir más o menos lo mismo que de Pesce. Ambos, además, son populares por intervenir en la serie de gran audiencia en Italia, “Roma criminal”. Y por supuesto, no puede faltar en una comedia italiana que se precie Christian De Sica, dando vida al malo malísimo —y megalomaníaco— de toda esta historia y cuya presencia se antoja ya, a estas alturas, una parodia de sí mismo. Con todo, esa misma presencia es al final lo mejor de una película destinada a ser odiada de por vida. O peor aún, olvidada en pocos meses.