lunes, 12 de septiembre de 2022

SINATRA

Alfredo Landa fue un estupendo actor, sin ninguna duda, pero, al margen de la película en la que aparezca, al final, ya sea en films de época o en films ambientados en la actualidad del momento, solo tiene tres registros actorales: El Landa alegre, el Landa cabreado y, eventualmente, el Landa triste. Cuando el Landa triste aparece en escena es susceptible de ser nominado a todos los premios habidos y por haber dentro del cine español.
“Sinatra”, película dirigida por el catalán Francesc Betriú y que se basa en la novela “Sinatra: Novela urbana” de Raúl Nuñez —quien ya que estaba se encargaría asimismo del libreto— es un claro ejemplo del Landa que recibía premios; aquí Alfredo está tan solo, tan triste, que era normal y lógico que consiguiera una nominación al Goya (que no se llevó) así como otras tantas. Pero al margen de este inciso, lo cierto es que “Sinatra” es una de las películas autorales españolas buenas de finales de los ochenta y un preludio de lo que vendría después, en los 90, a nuestras pantallas. Una precursora de un tipo de cine, digamos, urbano y que tuvo su continuidad, por ejemplo, con las dos entregas de “Makinavaja” (dirigidas ambas, justamente, por Carlos Suárez, director de fotografía en "Sinatra").  Pronto ese concepto urbano mutaría y se centraría en ambientes más pijos donde los protagonistas, lejos de ser buscavidas de buen corazón, serían niñatos con cierta deficiencia mental (“Mensaka” o “Historias del Kronen”). Los Landa, Luis Ciges, Manolos Alexandres y demás de esta película urbana, pasarían a desempeñar otro tipo de roles en otro tipo de películas. En “Sinatra” los “canallas” son señores de mediana edad cercanos a la tercera.
“Sinatra” cuenta la historia de un cantante de los teatros del paralelo que se gana la vida haciendo imitaciones muy sui generis de Frank Sinatra, motivo por el cual todos le llaman así, Sinatra. Un buen día, y muy de sopetón, su esposa le abandona, por lo que Sinatra decidirá vagar por las calles sin rumbo fijo. Se va a vivir a una pensión y no puede pagar la habitación, así que aceptará una oferta del dueño para trabajar como portero de noche. Es entonces cuando empezará a conocer mujeres por correspondencia, entrando en su vida una viuda, una prostituta o una menor de edad con problemas mentales.
Ambientada toda la película en el lumpen barcelonés, y aunque con potentes momentos de comedia con los que uno llega a desternillarse, lo cierto es que estamos ante un desasosegante drama; la historia de un hombre bastante limitado y mediocre que se queda solo en el mundo y esa soledad le consume, aunque de vez en cuando consiga pequeños atisbos de felicidad.
Todo ello rodado artesanalmente por Francesc Betriu con mucho oficio y mostrando a las mil perfecciones un ambiente callejero, a veces sórdido, haciendo hincapié en la sexualidad de nuestro protagonista, que buscando enfrentar esa soledad insoportable, contrata los servicios de una bella prostituta —y trabajadora de un bingo— interpretada por Ana Obregón, que le regala a Sinatra una paja que ya ha pasado a la historia del cine, o ese revolcón que se pega con una menor de edad medio chiflada encarnada por una ternesca Maribel Verdú —que en la vida real no era menor pero había dejado de serlo hacía poco…— quien desafía a la ley de la gravedad con dos tetazas gigantescas de rosáceos pezones, que en su día no eran más que un entremés para lo que sexualmente podía ofrecernos el cine español, pero que hoy su sola visión ofende a los sentidos. Y de estas dos, la que destaca más en la película es nuestra amiga Ana Obregón, a la que desde AVT siempre hemos defendido como solvente actriz.
Por otro lado, la única pega que saco a esta película, que me parece estupenda, es esa horripilante, machacona, despiadada e insultante banda sonora compuesta de canciones de Joaquín Sabina, al que no soporto (ni soporto a los “canallitas” de sus fans), y cuya partitura se deja asomar, omnipresente, durante la primera media hora de metraje hasta que uno está a punto de quitarla. Si llega a aguantar esa media hora, la película en su totalidad merece la pena.
Por lo demás, yo creo que “Sinatra” es un clásico de cine catalán, que Alfredo Landa pocas veces ha estado tan, tan bien, que Luis Ciges como dueño de la pensión donde pernocta nuestro protagonista casi puede robar la función, y que no entiendo como esta película ha quedado prácticamente relegada al olvido, cuando otras laureadas de 1988, año de su producción, se quedaron antiguas en enero del 89 y a día de hoy son tratadas con relevancia (por ejemplo, “Mujeres al borde de un ataque de nervios” de Almodóvar)