Ocasionalmente he comentado lo tontito que me ponen las historias sobre rodajes de películas, a base de actores encarnando personas reales de la farándula, escenificando situaciones supuestamente genuinas, etc. Me encanta. Sea formato largometraje ("Hitchcock" es especialmente gozable), sea serie (ya dije mil maravillas de "The Offer" en su día) Bien, toca añadir una nueva al pack, "Feud" del 2017 (primera temporada). La he visto tardíamente porque desconocía su existencia. Narra en ocho capítulos la complicada relación de amor / odio entre Joan Crawford y Bette Davis, encarnadas por Jessica Lange y una Susan Sarandon que, según el plano, luce guapísima. Y lo remarco porque gastaba 70 tacos en aquel momento y, en fin, nunca una dama de esas edades había provocado en mi semejante impresión. ¿Hiper-maquillada, digitalmente mejorada? podría ser, pero tengan en cuenta que "Feud" juega con el hecho de que ambas estrellas son eso, señoras de avanzada edad y, en general, se explotan más sus arrugas que su atractivo. No sabría decir.
Me costó entrar en la serie. Pero cuando ocurrió, ya no pude soltarla, consumiendo hasta tres dosis diarias, algo muy raro en mí. Entre el mondongo humano, las judiadas que se hacían ambas marujas y demás -todo muy tremendo- destacan, obvio, aquellos segmentos dedicados a la realización de sendas películas. Y aunque ver a un maravilloso Alfred Molina dando vida a Robert Aldrich (siempre enfrentado a un no menos fantástico Stanley Tucci como Jack Warner) durante la creación de "¿Qué fue de Baby Jane?" es sumamente estimulante, lo supera el momento que se aborda la etapa todavía más decadente de Joan Crawford quien, les recuerdo, se convirtió en musa eventual de William Castle.
Durante el visionado, me pregunté si serían capaces de mostrar esa faceta de la actriz, y cómo procederían. Aquella misma tarde fui debidamente achantado al encontrarme el respectivo capítulo iniciándose con una recreación del trailer de "Strait-Jacket" o "El caso de Lucy Harbin" (un gallifante para los traductores. A diferencia de otras ocasiones, hicieron los deberes respecto a los títulos que algunas de estas películas han tenido en nueso país), primera colaboración Castle-Crawford. El segundo sorpresón fue una escena en la que se muestra el estreno de la misma, con un sosias del cineasta currándose sus legendarios "gimmicks" (y Jessica Lange encarnando a una beoda Crawford como pez fuera del agua). ¡¡Mola!! ¿y de quién se trataba? desde luego alguien muy distinto físicamente, pero en cierto modo adecuado: John Waters. Sí, el John Waters de "Pink Flamingos" al que tanto hemos recriminado por su condición de vendido y mangante. El mismo John Waters que, en muchas ocasiones, se declaró gran fan de William Castle, lo que por un lado le da un gracioso sentido a su elección, un genuino guiño a "connaisseurs", aunque, por otro, resulta un pelín irritante.
Pero no acaba aquí la cosa, porque fruto de su delirante divismo, la carrera de Joan Crawford siguió cuesta abajo, y lo siguiente fue aliarse con el productor Herman Cohen para participar en dos de su paternidad, "El circo del crimen" y, muy especialmente, "Trog", viéndose obligada a trasladarse hasta Inglaterra y dejarse dirigir por Freddie Francis. Esta parte mola especialmente. Resulta hilarante ver a la ex estrella rebajándose a un subproducto como aquel y sus muchas limitaciones, incluido cambiarse de vestuario en una sucia flagoneta a falta de camerino (aunque Herman Cohen aseguraría años después que el vehículo estaba en perfectas condiciones)
La actriz da vida a una científica emperrada en estudiar, domesticar y proteger a un troglodita localizado en una cueva. Vivía ahí metido sin enterarse que el resto de la humanidad había... errr... ¿evolucionado? Le llama Trog cariñosamente, y él responde haciendo toda suerte de cucamonas y ruiditos. Hasta logran que escupa algunas palabrejas en inglés. No obstante, los bípedos racionales somos muy malos, y lo único que queremos es ver a Trog muerto. Ahí es donde Doctora Crawford hará lo indecible por evitarlo.
Volviendo a "Feud", podría considerarse que cae un poco en la trampa de, una vez más, tratar el terror, o el cine de género, como basura rastrera, algo indigno que avergüenza a sus propios artífices, quienes proceden motivados únicamente por el vil metal. En algún momento Jack Warner se refiere al asunto valiéndose de etiquetas como explotación, serie B, gran guiñol o el continuo "desprecio afectuoso" que dispensa a Robert Aldrich por ello. Honestamente, viendo "Trog", cuesta mucho no darles la razón.
Aunque el terror británico de tirón clásico queda fuera de mis apetencias, tras la serie me entraron ganas de ver la movida esta del troglodita, así que recurrí a mi amigo Enorm, quien me la consiguió en escasas horas. Y, jodeeeer, decir mala es quedarse corto. Sí, amigos, "Trog" es un truñaco de tres pares de cojones que provoca, justo, tres cosas: sopor, vergüenza ajena y risas. Hay absurdeces a mansalva, incongruencias narrativas, momentos muy muy ridículos (ver al simio emitir ruidos duele) y un desenlace mega-tonto de aquellos que dices "¿Tanto drama pa esto?" No, no logran que empatices con Trog (bastante lamentable en su aspecto. El careto era un sobrante de "2001: Una odisea en el espacio", y no es un chiste, es un hecho) Francamente, te da igual lo que le ocurra. En cualquier caso, empatizas con Joan Crawford y su sufrimiento... salvo si te llamas Bette Davis, quien dijo que lo suyo hubiese sido cometer suicidio tras participar en semejante ñordo.
Otros de los implicados (y suicidas en potencia) son Michael Gough y, sorpresón, un jovenzuelo David Warbeck encarnando a un periodista (y preparándose para lo que le esperaba en el futuro) La "story" se la debemos en parte a John Gilling, director de algunos títulos bien reconocibles como "La carne y el demonio", "La plaga de los zombies" + "El reptil" (ambas para Hammer), la española "La cruz del diablo" y "Cuando las balas vuelan", secuela de "Licencia para matar" según Lindsay Shonteff, la franquicia exploiter de 007 que dio pie al nacimiento del agente "Charles Vine", posteriormente relanzado por Shonteff como "Charles Bind" en otra oscura saga de entrañable recuerdo.
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sábado, 14 de septiembre de 2024
sábado, 2 de agosto de 2025
SHOCK TREATMENT
"Brad" y "Janet" han dejado de ser aquella pareja inocente recién casada que eran al arranque de "The Rocky Horror Picture Show" para convertirse en un matrimonio en crisis. Acuden a la grabación de un famoso programa de televisión dedicado a solventar esa clase de entuertos y, justo, terminan concursando. Durante la refriega, declaran enfermo mental a "Brad" y lo encierran en una institución (dispuesta en el mismo plató), mientras que "Janet" pasará a estrella mediática. Tras todo ello se oculta un misterioso personaje con intenciones altamente pérfidas.
Efectivamente, "Shock Treatment" es la "secuela", por así decirlo, del clásico de las sesiones a medianoche. Una que, irónicamente, todavía fracasó más en su paso por salas. Tanto que ha tardado muchos años -viene fechada en 1981, seis después de la otra- en recibir alguna clase de reconocimiento. O conocimiento, pues todavía los hay que ignoran su mera existencia. Siguiendo los mismos pasos de "Rocky Horror...", "Shock Treatment" nunca llegó a estrenarse legalmente en nuestro país, siendo reducida su difusión a sendos pases en una televisión digital, de cuando su precedente se hizo medianamente popular por acá y había cierta demanda. Ahí es donde yo la consumí por primera vez y, créanme, aunque como película en sí no me gustó demasiado, caí rendido a su banda sonora. Efectivamente, es tan musical como "Rocky Horror...", labor esta firmada en ambos casos por el talentoso Richard O´Brien (quien, igualmente, encarna un rol bastante más destacado esta ocasión. De hecho, suyo es el careto del cartel). Personalmente prefiero las composiciones que hizo para "Shock Treatment", tal vez porque gastan un toque algo más "new wave" -era la época después de todo-, tanto como para terminar pillándome el respectivo CD, que todavía conservo con cariño al lado de mis otros "musicales excéntricos" favoritos, la misma "Rocky Horror...", "El fantasma del paraíso" o "La tienda de los horrores".
O´Brien no es el único que repite. Hay unos cuantos más delante de la cámara (Patricia Quinn, Charles Gray, Nell Campbell...) y detrás, como el productor Lou Adler y el director Jim Sherman de extraña carrera, una a la que puso fin, más o menos, el fracasazo de "Shock Treatment". ¿¿Y por qué ello?? Bueno, hay quien dice que fue cosa de las expectativas. La peña esperaba más de lo mismo, y no, la película ahora reseñada es bastante diferente de "The Rocky Horror Picture Show", comenzando por el hecho de que sus dos protagonistas vienen interpretados por actores distintos. Susan Sarandon no quería saber nada del asunto, así que ficharon a la adecuadísima Jessica Harper, quien ya había dado buena cuenta de sus capacidades vocales en la mentada "El fantasma del paraíso". El "Brad" original, Barry Bostwick, sí estaba interesado, pero compromisos previos se lo impidieron, así que terminó sustituido por Cliff De Young, que encaja muy bien en el rol, le pone mucho interés (además, hace doble papel) pero no tuvo demasiada suerte el resto de su carrera. Basta decir que terminaría currando para "The Asylum".
Puede que también contribuyera al descalabro la trama. En realidad es muy sencilla, muy elemental, pero es el cómo está estructurada donde vienen los problemas. Richard O´Brien siempre se ha quejado de que ello se debió al exceso de reescrituras que sufrió el guion, uno destinado, principalmente, a ridiculizar la televisión y, también, el lado más conservador de la sociedad estadounidense. Y sí, "Shock Treatment" resulta algo caótica, confusa y estridente. Además, todo se desarrolla a gran velocidad y cuesta un pelín incluso no quedarse rezagado... aunque eso sería más bien una virtud, porque aburrida tampoco es. Si la desmelenada historia no te atrapa, lo harán sus barrocos decorados, el abuso de colores chillones (sobre todo rojo, a su vez en alto contraste con el muy presente blanco), los llamativos atuendos de algunos personajes (los mismos uniformes de los médicos), el continuo cambio de puntos de vista (mucha refilmación de pantallas de televisión) y el tono casi "cartoon" de todo ello. Nada realmente grave. De hecho, en mi reciente revisionado me ha gustado bastante más. Es cierto que las canciones siguen siendo mi parte favorita (con especial preferencia por "In my own way" y "Breaking Out", el tema más "punkero" cortesía de unos ficticios "Oscar Drill and the Bits") y las escenas donde suenan están muy bien resueltas en un sentido visual (me mola especialmente la que acompaña a "Lullaby", rodada de una sola tacada -y a la primera toma- con la cámara desplazándose de una ventana a otra según les toca canturrear a los actores). Así que sí. Tenía preparado un chiste sobre que, a diferencia de lo habitual tratándose de musicales, en "Shock Treatment" sobran las escenas de diálogo, pero no, toda ella está muy decente y merecería una justa revalorización.
No obstante, sigo insistiendo que, si no han escuchado su banda sonora, se están perdiendo algo muy bueno. En un principio iba a convertir esta reseña en una dosis más de nuestros eventuales "Minutos Musicales", pero prefiero centrarme en soltar rollo respecto a la película y, si quieren saber cómo suena, se pasan por YouTube y buscan, que ya son ustedes mayorcitos.
Por cierto, uno de los actores secundarios es nada más y nada menos que Rik Mayall, quien pocos años después alcanzaría la gloria como comediante gracias a la serie "The Young Ones". En "Shock Treatment" pueden verle joven, pizpireto y cantando y bailando con soltura. El chaval era un portento, desde luego.
Efectivamente, "Shock Treatment" es la "secuela", por así decirlo, del clásico de las sesiones a medianoche. Una que, irónicamente, todavía fracasó más en su paso por salas. Tanto que ha tardado muchos años -viene fechada en 1981, seis después de la otra- en recibir alguna clase de reconocimiento. O conocimiento, pues todavía los hay que ignoran su mera existencia. Siguiendo los mismos pasos de "Rocky Horror...", "Shock Treatment" nunca llegó a estrenarse legalmente en nuestro país, siendo reducida su difusión a sendos pases en una televisión digital, de cuando su precedente se hizo medianamente popular por acá y había cierta demanda. Ahí es donde yo la consumí por primera vez y, créanme, aunque como película en sí no me gustó demasiado, caí rendido a su banda sonora. Efectivamente, es tan musical como "Rocky Horror...", labor esta firmada en ambos casos por el talentoso Richard O´Brien (quien, igualmente, encarna un rol bastante más destacado esta ocasión. De hecho, suyo es el careto del cartel). Personalmente prefiero las composiciones que hizo para "Shock Treatment", tal vez porque gastan un toque algo más "new wave" -era la época después de todo-, tanto como para terminar pillándome el respectivo CD, que todavía conservo con cariño al lado de mis otros "musicales excéntricos" favoritos, la misma "Rocky Horror...", "El fantasma del paraíso" o "La tienda de los horrores".
O´Brien no es el único que repite. Hay unos cuantos más delante de la cámara (Patricia Quinn, Charles Gray, Nell Campbell...) y detrás, como el productor Lou Adler y el director Jim Sherman de extraña carrera, una a la que puso fin, más o menos, el fracasazo de "Shock Treatment". ¿¿Y por qué ello?? Bueno, hay quien dice que fue cosa de las expectativas. La peña esperaba más de lo mismo, y no, la película ahora reseñada es bastante diferente de "The Rocky Horror Picture Show", comenzando por el hecho de que sus dos protagonistas vienen interpretados por actores distintos. Susan Sarandon no quería saber nada del asunto, así que ficharon a la adecuadísima Jessica Harper, quien ya había dado buena cuenta de sus capacidades vocales en la mentada "El fantasma del paraíso". El "Brad" original, Barry Bostwick, sí estaba interesado, pero compromisos previos se lo impidieron, así que terminó sustituido por Cliff De Young, que encaja muy bien en el rol, le pone mucho interés (además, hace doble papel) pero no tuvo demasiada suerte el resto de su carrera. Basta decir que terminaría currando para "The Asylum".
Puede que también contribuyera al descalabro la trama. En realidad es muy sencilla, muy elemental, pero es el cómo está estructurada donde vienen los problemas. Richard O´Brien siempre se ha quejado de que ello se debió al exceso de reescrituras que sufrió el guion, uno destinado, principalmente, a ridiculizar la televisión y, también, el lado más conservador de la sociedad estadounidense. Y sí, "Shock Treatment" resulta algo caótica, confusa y estridente. Además, todo se desarrolla a gran velocidad y cuesta un pelín incluso no quedarse rezagado... aunque eso sería más bien una virtud, porque aburrida tampoco es. Si la desmelenada historia no te atrapa, lo harán sus barrocos decorados, el abuso de colores chillones (sobre todo rojo, a su vez en alto contraste con el muy presente blanco), los llamativos atuendos de algunos personajes (los mismos uniformes de los médicos), el continuo cambio de puntos de vista (mucha refilmación de pantallas de televisión) y el tono casi "cartoon" de todo ello. Nada realmente grave. De hecho, en mi reciente revisionado me ha gustado bastante más. Es cierto que las canciones siguen siendo mi parte favorita (con especial preferencia por "In my own way" y "Breaking Out", el tema más "punkero" cortesía de unos ficticios "Oscar Drill and the Bits") y las escenas donde suenan están muy bien resueltas en un sentido visual (me mola especialmente la que acompaña a "Lullaby", rodada de una sola tacada -y a la primera toma- con la cámara desplazándose de una ventana a otra según les toca canturrear a los actores). Así que sí. Tenía preparado un chiste sobre que, a diferencia de lo habitual tratándose de musicales, en "Shock Treatment" sobran las escenas de diálogo, pero no, toda ella está muy decente y merecería una justa revalorización.
No obstante, sigo insistiendo que, si no han escuchado su banda sonora, se están perdiendo algo muy bueno. En un principio iba a convertir esta reseña en una dosis más de nuestros eventuales "Minutos Musicales", pero prefiero centrarme en soltar rollo respecto a la película y, si quieren saber cómo suena, se pasan por YouTube y buscan, que ya son ustedes mayorcitos.
Por cierto, uno de los actores secundarios es nada más y nada menos que Rik Mayall, quien pocos años después alcanzaría la gloria como comediante gracias a la serie "The Young Ones". En "Shock Treatment" pueden verle joven, pizpireto y cantando y bailando con soltura. El chaval era un portento, desde luego.
martes, 5 de noviembre de 2024
MI MEJOR AMIGO, MI HIJO
Hoy en día, cuando pensamos en la figura de Bill Cosby, más que en el cómico y actor que fue, el papá de América como le llamaban, o en su entrañable show “La hora de Bill Cosby”, tendemos a pensar en su vertiente más oscura y siniestra, la del individuo que se ha tirado media vida drogando y violando a tantas mujeres como le apeteció, y cuya carrera ha quedado empañada por ello. Esto no es más que una muestra del poder que ejercen ciertos individuos, escasos de moral, y se creen en potestad de hacer lo que les da la real gana —de hecho, a Cosby se le pilló en 2014, pero lleva practicando sexo bajo sumisión química desde los años 60—, solo porque pueden.
Ahora, lo más chocante es que esa actitud depravada venga de parte de un tipo que se hizo famoso por promover valores como la amistad, la familia y la bondad en la gran mayoría de sus trabajos. Cosby era, en lo que a su humor se refiere, blanco como la patena, casi un cumbayá… por lo que choca especialmente esta doble vida fuera de los focos.
Para muestra de su blancura, un botón.
“Mi mejor amigo, mi hijo” es un telefilm del año 1972 orquestado por el propio Bill Cosby que tuvo la idea, la produjo, interpretó el papel principal e incluso compuso la banda sonora, firmándola como William H. Cosby Jr. (su nombre real).
Un individuo llamado Blu trabaja como mozo de carga en el aeropuerto, además de trapero y taxista los fines de semana para ganar un poco de dinero. Su esposa lo mismo, trabaja como auxiliar en el hospital y limpiando casas. Tienen un hijo pequeño y viven en un estado de extrema pobreza. Es por eso que la obsesión de Blu es ahorrar hasta el último centavo que gana, ya que le tiene echado el ojo a una casa fuera del gueto y su sueño es mudarse allí con su familia para tener una vida digna. Pero claro, este estado perpetuo de trabajo ha mermado la relación con su hijo, el cual comienza a comportarse de manera un tanto molesta porque su padre no le hace ni puñetero caso. Blu intentará convertirse en un padre para él, pero le puede más el hecho de ganar dinero, el futuro.
Un buen día, al chaval le salen unos sarpullidos en el codo, motivo por el que su madre acaba llevándole al hospital. Resulta que tiene anemia por células falciformes, una extraña enfermedad de los negros que, inevitablemente, llevará al pequeño protagonista a la muerte. Precisamente eso es lo que determina que Blu cambie de modus operandi, decidiendo pensar menos en el mañana y disfrutar más del presente, pasando todo el tiempo que pueda con su hijo.
Menudo folletín ¿eh? Muy de Bill Cosby por otra parte. Sin embargo la cosa no está mal, apenas dura una hora y diez y se deja ver perfectamente pese a que esta película se compone en un 90% de diálogos. Y es que para la elaboración del guion, Cosby contó con la pluma de Allan Sloane, guionista que las pasó putas durante la caza de brujas siendo uno de los trabajadores de Hollywood en la lista negra, quien se especializó en escribir para televisión tramas sobre gente con algún tipo de problemas o discapacitados. Se le daba bien el asunto. Entonces, este dramón sobre las prioridades de un padre y la anemia de células falciformes, no exento de cierta moralina e incitaciones a la autoayuda, fue premiado con el más preciado galardón que puede obtener un trabajo televisivo, el EMI al mejor guion.
Para la dirección Bill Cosby contó con el artesano Gilbert Cates que, visto lo visto, también se especializó en trabajos televisivos de esta misma índole, aunque a lo largo de su carrera hizo un par de curiosas escapadas al mundo de la pantalla grande. Suyas son el thriller “Ambición mortal” con Karen Allen y Keith Carradine, que no estaba mal, o “Amor de verano” con unos jovencísimos Beau Bridges y Susan Sarandon.
Por otra parte, para hacer de la esposa de Blu, tenemos a Gloria Foster, actriz asimismo de prominente carrera televisiva que ya en su vejez apareció en “Matrix”, pero que coincidió con Bill Cosby, además de en este telefilm, en la serie que le brindó la fama, “Yo, espía” o en la película que pasó a los anales del cine malo, por eso, por mala, “Un espía súperguay”.
Por supuesto, Bill Cosby, en los 70 no era en exceso popular en nuestro país, pero a partir de 1986, que se estrenó acá su sitcom de mayor éxito, “La hora de Bill Cosby”, su fama se disparó de manera notable, motivo por el que compañías de vídeo mas grandes o más modestas, aprovecharon para lanzar en vídeo algunas de las viejas películas del actor. "Feeling", roñosa distribuidora española (subsidiaria de "Thor Films" dedicada al melodrama), tuvo a bien poner en alquiler el telefilm bajo el título que ilustra la reseña, cuando el original es “For all my friends on The Shore”. Por otro lado, cuando más adelante la película fue emitida por los distintos canales televisivos de nuestro país, pasó a titularse “A todos mis amigos de la tierra”, algo más fiel al original, pero igual de horroroso. Y es que Bill Cosby no daba puntadas sin hilo y, en un alarde de mesianismo, el título que escoge para su película no hace alusión a los hechos que acontecen en la misma, pero sí nos advierte que el papá de América quiere lanzar un mensaje a todos sus amigos de la tierra. Porque puede.
No era difícil adivinar entonces, entre tanta megalomanía, lo que se dedicaría a hacer el cómico a señoras y señoritas de diversa índole y edad, anestesia para trabajos odontológicos mediante.
Pero el telefílm, de lagrimita fácil, se deja ver, está entretenido.
Ahora, lo más chocante es que esa actitud depravada venga de parte de un tipo que se hizo famoso por promover valores como la amistad, la familia y la bondad en la gran mayoría de sus trabajos. Cosby era, en lo que a su humor se refiere, blanco como la patena, casi un cumbayá… por lo que choca especialmente esta doble vida fuera de los focos.
Para muestra de su blancura, un botón.
“Mi mejor amigo, mi hijo” es un telefilm del año 1972 orquestado por el propio Bill Cosby que tuvo la idea, la produjo, interpretó el papel principal e incluso compuso la banda sonora, firmándola como William H. Cosby Jr. (su nombre real).
Un individuo llamado Blu trabaja como mozo de carga en el aeropuerto, además de trapero y taxista los fines de semana para ganar un poco de dinero. Su esposa lo mismo, trabaja como auxiliar en el hospital y limpiando casas. Tienen un hijo pequeño y viven en un estado de extrema pobreza. Es por eso que la obsesión de Blu es ahorrar hasta el último centavo que gana, ya que le tiene echado el ojo a una casa fuera del gueto y su sueño es mudarse allí con su familia para tener una vida digna. Pero claro, este estado perpetuo de trabajo ha mermado la relación con su hijo, el cual comienza a comportarse de manera un tanto molesta porque su padre no le hace ni puñetero caso. Blu intentará convertirse en un padre para él, pero le puede más el hecho de ganar dinero, el futuro.
Un buen día, al chaval le salen unos sarpullidos en el codo, motivo por el que su madre acaba llevándole al hospital. Resulta que tiene anemia por células falciformes, una extraña enfermedad de los negros que, inevitablemente, llevará al pequeño protagonista a la muerte. Precisamente eso es lo que determina que Blu cambie de modus operandi, decidiendo pensar menos en el mañana y disfrutar más del presente, pasando todo el tiempo que pueda con su hijo.
Menudo folletín ¿eh? Muy de Bill Cosby por otra parte. Sin embargo la cosa no está mal, apenas dura una hora y diez y se deja ver perfectamente pese a que esta película se compone en un 90% de diálogos. Y es que para la elaboración del guion, Cosby contó con la pluma de Allan Sloane, guionista que las pasó putas durante la caza de brujas siendo uno de los trabajadores de Hollywood en la lista negra, quien se especializó en escribir para televisión tramas sobre gente con algún tipo de problemas o discapacitados. Se le daba bien el asunto. Entonces, este dramón sobre las prioridades de un padre y la anemia de células falciformes, no exento de cierta moralina e incitaciones a la autoayuda, fue premiado con el más preciado galardón que puede obtener un trabajo televisivo, el EMI al mejor guion.
Para la dirección Bill Cosby contó con el artesano Gilbert Cates que, visto lo visto, también se especializó en trabajos televisivos de esta misma índole, aunque a lo largo de su carrera hizo un par de curiosas escapadas al mundo de la pantalla grande. Suyas son el thriller “Ambición mortal” con Karen Allen y Keith Carradine, que no estaba mal, o “Amor de verano” con unos jovencísimos Beau Bridges y Susan Sarandon.
Por otra parte, para hacer de la esposa de Blu, tenemos a Gloria Foster, actriz asimismo de prominente carrera televisiva que ya en su vejez apareció en “Matrix”, pero que coincidió con Bill Cosby, además de en este telefilm, en la serie que le brindó la fama, “Yo, espía” o en la película que pasó a los anales del cine malo, por eso, por mala, “Un espía súperguay”.
Por supuesto, Bill Cosby, en los 70 no era en exceso popular en nuestro país, pero a partir de 1986, que se estrenó acá su sitcom de mayor éxito, “La hora de Bill Cosby”, su fama se disparó de manera notable, motivo por el que compañías de vídeo mas grandes o más modestas, aprovecharon para lanzar en vídeo algunas de las viejas películas del actor. "Feeling", roñosa distribuidora española (subsidiaria de "Thor Films" dedicada al melodrama), tuvo a bien poner en alquiler el telefilm bajo el título que ilustra la reseña, cuando el original es “For all my friends on The Shore”. Por otro lado, cuando más adelante la película fue emitida por los distintos canales televisivos de nuestro país, pasó a titularse “A todos mis amigos de la tierra”, algo más fiel al original, pero igual de horroroso. Y es que Bill Cosby no daba puntadas sin hilo y, en un alarde de mesianismo, el título que escoge para su película no hace alusión a los hechos que acontecen en la misma, pero sí nos advierte que el papá de América quiere lanzar un mensaje a todos sus amigos de la tierra. Porque puede.
No era difícil adivinar entonces, entre tanta megalomanía, lo que se dedicaría a hacer el cómico a señoras y señoritas de diversa índole y edad, anestesia para trabajos odontológicos mediante.
Pero el telefílm, de lagrimita fácil, se deja ver, está entretenido.
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