
"Internados" cuenta la historia de un grupo de chavales que se estrenan como universitarios. Todos ellos tienen dos cosas en común: esconden traumas del pasado (la prota vio suicidarse a su padre) y son increíblemente gilipollas. En tan solo 5 minutos de peli, ya les has cogido tirria a cada uno de ellos. El caso es que la residencia que habitan era, antaño, un manicomio, y el espíritu de un doctor que infligía crueles terapias a sus pacientes, ronda por allí dispuesto a "curar" a los chavales.
¿El remake de "House on Haunted Hill"?... vale, tiene su parecido, pero en realidad "Internados" es puro Freddy Krueger. Que sí, que no desvarío, tendría que haberse hecho a finales de los 80/inicios de los 90, cuando todo el mundo estaba obsesionado con producir refritos de "Pesadilla en Elm Street" y crear malos parecidos al de las uñas. Aquí pasa exactamente eso, dejando de lado que narrativamente "Internados" se parezca a la tercera entrega de Elm Street, el malo es un sosias de Krueger. Es ocurrente y no para de hablar, viene del mas allá, se aparece antes sus futuras víctimas y las asesina valiéndose de sus propios traumas, tiene el rostro algo cascado y lleva un look específico (en realidad dos... el segundo, una especie de hermilla para sadomasocas, es especialmente estúpido). Encima, como el del jersey a rayas, "nació" -como monstruo- tras su linchamiento/asesinato y cuando (re)muere en la peli, lo hace dejando escapar las almas de aquellos a quienes mató (¿"Pesadilla en Elm Street 4" o era la 5?... tal vez la 6... no se, yo es que soy pro-Jason Voorhees).
Para rematar la jugada, "Internados" es asombrosmente ridícula. Los chavales son ridículamente estereotipados. El guaperas extrovertido es ridículamente guaperas y extrovertido. La buenorra cachonda es ridículamente buenorra y cachonda. Y así con todos. El film entero es ridículamente previsible y tópico, y repleto de salidas estúpidas. De verdad, es alucinantemente malo... pero al mismo tiempo, perfectamente visible si decides tomártelo tan a cachondeo como yo, a lo que ayuda una factura tan correcta, insípida e inocua que, en fin, ni molesta ni agrada.