Francisco Lara Polop, en sus comienzos, antes de rendirse ante una industria que pedía tetas y cachondeo, no solamente hizo sus trabajos de mayor calidad, sino que ya arrastraba consigo un cierto gusto por el morbo y el amarillismo. Y eso es lo que nos ofrece “Cebo para una adolescente”, morbo y amarillismo, con el handicap de que estando vivo Franco, poco se podía mostrar en pantalla. Lara Polop llegaba al límite, en cualquier caso.
Tras acabar sus estudios de Inglés, una adolescente es contratada como secretaria por una empresa bilingüe. El jefe se encapricha de ella y la colma de regalos y atenciones, sacando a su familia del cuchitril donde viven y metiendolos en un piso confortable.
Durante un viaje a Londres, el jefe la enamora y se la beneficia, con falsas promesas de amor eterno. A la vuelta, todo cambia, sometiendo a esta a un ninguneo y un desprecio, teniéndola en cuenta únicamente para satisfacer sus bajos instintos. Claro que ella está enchochada… hasta que conoce a un joven periodista del cual se enamora de verdad. Al descubrirlo, el jefe somete a la chica a un chantaje que le hará la vida imposible.
Mucho oficio es el que detecto tras ver esta película, ejecutada con una destreza y un dominio de las cámaras, del cual, unos años después, Lara Polop se olvidaría en pro de las películas “S” y demás morralla, que por otro lado tanto dinero recaudaba.
La película engancha desde el minuto uno, porque intuimos por donde van a ir los tiros y queremos ver como se va desarrollando el entuerto.
Con el guión escrito por el propio Lara Polop junto a Manuel Summers – que hace las veces de compositor del soundtrack- la baza gorda, trama interesante a un lado, son el dominio del tempo y sobretodo los actores, que están soberbios. Así tenemos a una jovencita y extremadamente bella Ornella Muti, que está para comérsela en bikini, o con esos setenteros pantalones que llegan casi hasta los sobacos, al francés Phillip Leroy, que entre peli gabacha y “poliziesco” Italiano todavía tenía tiempo para hacerse alguna peliculilla en las españas, y sobretodo un Emilio Gutiérrez Caba con pelazo y patillas, que trata por todos los medios, parecerse al Al Pacino de la época, al de “Serpico” o “Tarde de perros” y para ello no escatimará en imitar look, gestos y miradas del actor. Algo delirante y curioso, y supongo que normal para la época.
Por otro lado, los madrileños disfrutamos el doble de esta película, al hacer un buen uso de exteriores reconocibles. Un gustazo el poder ver los cines de la Gran Vía de aquella época y las pelis que proyectaban, así como el parque del retiro, el de atracciones e incluso el extrarradio. Mucho mejor que muchas vídeo-guías turísticas, oiga.
Con todo, una buena muestra de lo que podía haber sido el cine español, si hubiese seguido por estos derroteros. Pero…