Le va bien en el claqué, le va bien como actor y le va bien en la música. Y aunque en la película “Noches de sol” puede lucirse como bailarín de claqué -su verdadera profesión-, en el resto de películas en las que aparece no hay demasiado baile, son comedias, cine de acción, etc, por lo que, en cierto modo, debía resultarle algo frustrante.
Por eso, en 1989, cuando el pico de popularidad del bailarín (como actor) es más alto, es cuando Tri Pictures decide que ya es hora de hacer una película a su medida, con un argumento que girase en torno al tap (una modalidad concreta de claqué que Hines dominaba). Para ello, se concibe un guion en el que todo el peso recae en la manera de bailar del actor y se las tiene que ver con su mentor, nada menos que Sammy Davis Jr. en su última película para cine (se cuenta que, en el lecho de muerte, Davis Jr. hizo a Hines el gesto de pasarle una pelota de baloncesto, como diciéndole: “continúa tú lo que yo he empezado”). Así, “Tap Dancing” sería su consagración definitiva, un film con dos genios negros del tap codo a codo compartiendo plano. Vamos, de Oscar.
Sin embargo, el claqué no es tan dinámico como para que el cine de los 80 nos ofrezca algo épico y vibrante. En los años 20 y 30 quizás sí funcionase, pero no en 1989, por lo que la gran película de Gregory Hines fue un fracaso mayúsculo. Pero, al margen de que se trate de una película sobre claqué, floja a rasgos generales. Una de esas películas en las que te enteras de la trama porque un personaje se la cuenta a otro, no porque esté bien rodada. Cosa que da igual, porque aquí lo que cuenta son los tres o cuatro numeritos de tap que se marcan Hines y Sammy Davis Jr.
Así pues, se nos cuenta la historia de un bailarín de claqué que, muy bien formado por el veterano de su padre, decide dejar el baile, que no le saca de pobre, y dedicarse a robar joyas. La mala suerte querrá que le pillen y acabe en prisión. Tras dos años enchironado, regresa al barrio con el fin de reencontrarse con su vieja novia quien intentará que vuelva a bailar como medio de vida, pero, tras verse humillado por un coreógrafo en una audición, se planteará si volver o no al crimen.
Como ya dije antes, y a pesar de ser una película técnicamente impecable (es un cliché esto que voy a decir, pero la fotografía es estupenda), al final estamos ante una soberana mamarrachada.
Hines se siente muy orgulloso de poner en los créditos su nombre como “imprógrafo”, porque la gran mayoría de pasos de baile que le vemos ejecutar, casi siempre en planos fijos para resaltar lo bien que baila, eran improvisados sobre la marcha. Pero el claqué no tiene mucha ciencia. Tan solo vemos a un tipo zapateando con zapatos enchapados sobre superficies de madera, emitiendo un sonidillo que tampoco es que sea demasiado musical. Vistos un par de pasos, vistos todos y, en resumidas cuentas, una película entera en torno a esta disciplina cansa al más pintado. Y eso que se intenta por todos los medios contar una historia dura y de la calle, supongo que para reducir el nivel de moñería que trae el claqué consigo (de hecho, en un momento de la película, un chaval se niega a aprenderlo porque lo considera un baile para homosexuales venidos a menos).
No solo lo que iba a ser la gran película de Gregory Hines fue un fracaso, si no que dejó a este condenado y obligado a sumergirse en el pantanoso terreno del bajo presupuesto, no volviendo a levantar cabeza en el mundo del cine hasta su fallecimiento en 2003 a causa de, como no, el jodido cáncer. Después de “Tap Dancing” hizo “Terminator Woman”, “Redada en Harlem”, “Un cangrejo en mis pantalones” y papeles secundarios en películas de estudio.
Dirige el espectáculo Nick Castle, director de simpática carrera que, además de esta, dirigió cosas completamente opuestas como, por ejemplo, “El último Starfighter” o aquella película igualmente ochentera y spielbergiana, con niño autista como protagonista, que gozó de cierta repercusión en su momento, “Más allá de la realidad”, o la adaptación a imagen real de “Daniel el travieso”. Ahí es nada. Además, Castle es popular por haber interpretado a Michael Myers tanto en “La noche de Halloween” original como en la trilogía contemporánea, y es amigo personal de John Carpenter, a quién homenajeó en su película de debut “TAG: El juego asesino”.
Por cierto, el título original de la película era sencillamente “Tap”, pero aquí en España, justo el año anterior se había estrenado “Dirty Dancing” y claro… había que explotar el filón.
Y si en USA fue un fracaso, aquí no la vio nadie (46.000 espectadores del año 89).
Con razón está completamente olvidada.
Por eso, en 1989, cuando el pico de popularidad del bailarín (como actor) es más alto, es cuando Tri Pictures decide que ya es hora de hacer una película a su medida, con un argumento que girase en torno al tap (una modalidad concreta de claqué que Hines dominaba). Para ello, se concibe un guion en el que todo el peso recae en la manera de bailar del actor y se las tiene que ver con su mentor, nada menos que Sammy Davis Jr. en su última película para cine (se cuenta que, en el lecho de muerte, Davis Jr. hizo a Hines el gesto de pasarle una pelota de baloncesto, como diciéndole: “continúa tú lo que yo he empezado”). Así, “Tap Dancing” sería su consagración definitiva, un film con dos genios negros del tap codo a codo compartiendo plano. Vamos, de Oscar.
Sin embargo, el claqué no es tan dinámico como para que el cine de los 80 nos ofrezca algo épico y vibrante. En los años 20 y 30 quizás sí funcionase, pero no en 1989, por lo que la gran película de Gregory Hines fue un fracaso mayúsculo. Pero, al margen de que se trate de una película sobre claqué, floja a rasgos generales. Una de esas películas en las que te enteras de la trama porque un personaje se la cuenta a otro, no porque esté bien rodada. Cosa que da igual, porque aquí lo que cuenta son los tres o cuatro numeritos de tap que se marcan Hines y Sammy Davis Jr.
Así pues, se nos cuenta la historia de un bailarín de claqué que, muy bien formado por el veterano de su padre, decide dejar el baile, que no le saca de pobre, y dedicarse a robar joyas. La mala suerte querrá que le pillen y acabe en prisión. Tras dos años enchironado, regresa al barrio con el fin de reencontrarse con su vieja novia quien intentará que vuelva a bailar como medio de vida, pero, tras verse humillado por un coreógrafo en una audición, se planteará si volver o no al crimen.
Como ya dije antes, y a pesar de ser una película técnicamente impecable (es un cliché esto que voy a decir, pero la fotografía es estupenda), al final estamos ante una soberana mamarrachada.
Hines se siente muy orgulloso de poner en los créditos su nombre como “imprógrafo”, porque la gran mayoría de pasos de baile que le vemos ejecutar, casi siempre en planos fijos para resaltar lo bien que baila, eran improvisados sobre la marcha. Pero el claqué no tiene mucha ciencia. Tan solo vemos a un tipo zapateando con zapatos enchapados sobre superficies de madera, emitiendo un sonidillo que tampoco es que sea demasiado musical. Vistos un par de pasos, vistos todos y, en resumidas cuentas, una película entera en torno a esta disciplina cansa al más pintado. Y eso que se intenta por todos los medios contar una historia dura y de la calle, supongo que para reducir el nivel de moñería que trae el claqué consigo (de hecho, en un momento de la película, un chaval se niega a aprenderlo porque lo considera un baile para homosexuales venidos a menos).
No solo lo que iba a ser la gran película de Gregory Hines fue un fracaso, si no que dejó a este condenado y obligado a sumergirse en el pantanoso terreno del bajo presupuesto, no volviendo a levantar cabeza en el mundo del cine hasta su fallecimiento en 2003 a causa de, como no, el jodido cáncer. Después de “Tap Dancing” hizo “Terminator Woman”, “Redada en Harlem”, “Un cangrejo en mis pantalones” y papeles secundarios en películas de estudio.
Dirige el espectáculo Nick Castle, director de simpática carrera que, además de esta, dirigió cosas completamente opuestas como, por ejemplo, “El último Starfighter” o aquella película igualmente ochentera y spielbergiana, con niño autista como protagonista, que gozó de cierta repercusión en su momento, “Más allá de la realidad”, o la adaptación a imagen real de “Daniel el travieso”. Ahí es nada. Además, Castle es popular por haber interpretado a Michael Myers tanto en “La noche de Halloween” original como en la trilogía contemporánea, y es amigo personal de John Carpenter, a quién homenajeó en su película de debut “TAG: El juego asesino”.
Por cierto, el título original de la película era sencillamente “Tap”, pero aquí en España, justo el año anterior se había estrenado “Dirty Dancing” y claro… había que explotar el filón.
Y si en USA fue un fracaso, aquí no la vio nadie (46.000 espectadores del año 89).
Con razón está completamente olvidada.