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martes, 20 de agosto de 2024

VASECTOMÍA

Un banquero, padre de ocho hijos, se plantea tener un noveno. Sin embargo, tras semejante tute, su esposa se niega en rotundo a fornicar con él hasta se haga una vasectomía. El individuo, de carácter mediterráneo (es italoamericano), no quiere pasar por quirófano y ve en la vasectomía un fuerte atentado a su hombría, lo que acarreará conflictos con su mujer, a la vez que deberá lidiar con los problemas propios de su puesto en el banco.
Detrás de ese estupendo póster por obra y gracia de Mort Drucker, uno de los dibujantes clásicos de la revista “Mad” —póster que sugiere desmadre y diversión a raudales—, se esconde una de las comedias más anodinas de los ochenta. Parece que fuéramos a ver algo al estilo de “Los locos del bisturí” o “Jóvenes enfermeras enamoradas”, pero, nada más lejos. “Vasectomía” es en realidad un drama moderado con un par de gags en su haber. Con la excusa comercial de que el protagonista ha de cortarse los conductos deferentes, se nos narra lo que realmente importa, que es una trama de fraudes, herencias y bancos que a los espectadores nos importa un bledo, porque lo que queríamos ver es a Paul Sorvino huyendo por los pasillos del hospital donde ha de ser intervenido. Y efectivamente, le vemos escapar del cirujano, pero nunca en un contexto tan divertido como el que sugiere el póster.
“Vasectomía” es aburrida hasta el extremo; está mal rodada, mal narrada, nos perdemos cada cinco minutos porque la historia va para un lado y para otro sin detenerse nunca en algo concreto, amen de que el par de situaciones cómicas que contiene apenas nos hacen esbozar una sonrisilla. Es MALA a rabiar, una de las peores películas de su época, un verdadero desastre.
Desde el primer fotograma tendemos a pensar que se trata de un mal telefilme rodado para la programación de madrugada de algún canal americano, pero no, se trata de una película legítima, con su estreno teatral en toda regla y que pasó por los cines yankis en 1986, siendo, por otro lado, una producción enteramente tejana que no obtuvo mayor repercusión fuera del estado, donde probablemente haría las delicias de los yuppies rednecks que, en cierto modo, podrían verse retratados en el papel de Paul Sorvino. Sin embargo, con toda la razón, la crítica se cebó con ella, argumentando que Sorvino estaba de pena, gesticulando y justificando cualquiera de sus acciones con el hecho de ser italiano.
Asimismo, al mostrarse partidario de la vasectomía, consiguió ganarse las antipatías de los sectores más conservadores de la América blanca, que condenan cualquier cosa que sugiera no engendrar niños o interrumpir su gestación, sea el aborto, sea la píldora, sea la vasectomía, sea derramar nuestra semilla en el frío suelo.
“Vasectomía” llegó a nuestro país, como tantos otros títulos menores, gracias a la distribución en vídeo, y es la típica película cuya caratula vimos mil veces expuesta en las estanterías de los video-clubs, pero nunca alquilamos. Vista hoy, se ratifica el hecho de que, si no alquilábamos según qué películas en su momento era porque existía un sexto sentido que indicaba que “esta no”. Y no fallaba.
En el reparto, además de Paul Sorvino, contamos con otro clásico secundario de la época como Abe Vigoda (muchos le recuerdan en su esnobismo por “El Padrino”, pero yo le recordaba única y exclusivamente por hacer de padre de John Travolta en “Mira quién habla”) además de a Lorne "Bonanza / Galáctica" Greene, William "Blácula" Marshall y unos cuantos actores y actrices tejanos sin mayor repercusión.
Dirige Robert Burge, de escueta carrera fílmica que, además de esta, también ha dirigido… Es igual, no nos importa que más ha dirigido este manazas.

lunes, 8 de marzo de 2021

UN OCUPANTE INESPERADO

A priori (al menos, que yo sepa) “Un ocupante inesperado”, thriller baratísimo de The Asylum, no parece que se aproveche de ningún éxito de taquilla reciente a su fecha de estreno. De hecho, quizá sea uno de sus primeros productos que tiran adelante por sí mismos sin necesidad de imitar a otro y, a día de hoy, The Asylum combina el lanzamiento de estos productos más estándar con los “mockbusters” de turno.
The Asylum se corona como la reina de las productoras de medio pelo y hogar para el jubilado y/o el actor dejado de la mano de dios, que da cobijo a ex estrellas que en su momento gozaron las mieles de éxito hollywoodiense y que, en cambio, ahora no les va tan bien. Y ahí es donde entra esta “Un ocupante inesperado”.
Una familia acaba de adquirir una nueva casa en la que emprender una vida nueva, sin embargo, al tratarse de una vivienda procedente de un embargo, cuando estos van con las maletas a instalarse, se encuentran con que al anterior inquilino no le sale de los cojones largarse de allí. Y además, amenaza a esta familia con un taser. Pronto esta gente pone en conocimiento de las autoridades dicha situación y consiguen echar a tan molesto inquilino, por lo que comienza la felicidad y la alegría… sólo que una vez instalados, el antiguo inquilino comenzará a tocarles los cojones de maneras cada vez más inquietantes.
Lo bueno de “Un ocupante inesperado” es que, como pasa con muchos productos de The Asylum sobre todo de los últimos años, uno se pone la película con el fin de echarse una siesta o tenerla de fondo cuando se encuentra con que —acostumbrado a que todas sean una verdadera mierda— resulta que no está tan mal y al final uno deja a un lado la siesta y decide completar el visionado de la película. Porque sin llegar a rozar algo medianamente bueno, “Un ocupante inesperado”, casi, casi, está entretenida, por lo que la acabamos de ver sin problemas.
En mi caso, el motivador para que yo pulsara al play, fue el reparto con el que la productora hace justo honor a su nombre, entonces, entre unos segundones e intrascendentes James Denton o Jaime Kennedy, nos encontramos a un mercenario Paul Sorvino que a estas alturas acepta todo lo que le echen y — ¡sorpresa!— una (todavía follable a sus cincuenta y tantos) Marlee Matlin que ustedes recordarán por ser la sordomuda de “Hijos de un dios menor”, intentando sobrevivir como actriz ya que su carrera, posiblemente debido a una discapacidad tan marcada como la suya (absolutamente condicionada al ser sordomuda) se quedó a medio camino de todo. Aquí, aunque tiene líneas de texto (verla doblada es una gozada porque, claro, la actriz que la dobla no es sordomuda pero intenta imitar la peculiar forma de hablar de este colectivo), no deja ni un momento, tanto ella, como el resto de los actores, de hacer el lenguaje de signos, para dejar claro al espectador que se trata de un personaje sordomudo. Y el personaje es sordomudo sencillamente porque la actriz es sordomuda, porque esta discapacidad no aporta nada al guion: podía haberse hecho exactamente igual con una actriz sin sordera. Pero claro, Marlee Martlin es una celebridad que tiene que comer…
Lo curioso de todo, es comprobar cómo unos buenos actores pueden mejorar sustancialmente una película.  Porque Paul Sorvino, aunque aquí no tenga un papel para su lucimiento, es un buen actor y, la Matlin, acostumbrada a las muecas y a la expresión facial, es una actriz que transmite mucho, por lo que, aquí, está muy bien. Entre eso y que la película en general es soportable, pues ¡oye! tan ricamente…
Dirige el asunto un tal Nick Lyon que, como es de suponer, ha dirigido tropecientos productos salchicheros para The Asylum y derivados.
Que más dará el director en una película de estas.

lunes, 23 de octubre de 2023

¿DÓNDE ESTÁ PAPÁ?

Es asombroso lo divertida, políticamente incorrecta y adelantada a su tiempo que es esta estupenda comedia. No la había visto hasta hoy y me ha sorprendido gratamente. Se trata de una de las primeras películas firmadas por Carl Reiner como director, aunque con un guion ajeno de Robert Klane que, a su vez, es el autor de la novela en la que se basa, publicada apenas unos meses antes de que comenzase su rodaje. “¿Dónde está papá?” Es una amalgama de situaciones negras, absurdas, escatológicas y delirantes, con un humor que, si a día de hoy puede resultar incomprensible, imagínense en el momento de su estreno en 1970.
Un abogado vive con su madre discapacitada y absorbente, por lo que no puede desarrollar un día a día como una persona normal, imposibilitando este hecho, sobre todo, sus relaciones amorosas. Intenta contratar enfermeras para que se hagan cargo de ella, pero todas rehúsan la idea porque la anciana ya se ha ganado la fama de difícil. Hasta que un día nuestro protagonista no solo encuentra a la mujer que acepta hacerse cargo de su madre, sino que incluso se enamora de ella. Todo resulta un desastre cuando la lleva a casa y no recibe el beneplácito de la vieja loca. Harto de la situación, nuestro abogado decidirá recurrir a su hermano en busca de ayuda.
El argumento, escueto, una vulgar excusa para que se desarrollen los gags, no nos dice mucho por sí mismo, por eso hay que advertir que este viene acompañado de las situaciones más locas e improbables vistas en una pantalla. Al final “¿Dónde está papá?” es un catálogo de chistes sobre medicación, defecación, desmembración, violación y gorilas. Todo muy bruto, muy inadecuado y soberanamente divertido, máxime cuando fue rodada en 1970 y nada de eso era habitual en el cine, estando más próximo el viejo Hollywood que el nuevo. De hecho, “¿Dónde está papá?” ostenta el honor de ser la primera película de la historia en la que se escucha la palabra chupapollas (cocksucker). También, en un flagrante caso de autocensura —Reiner consideró que igual se estaban pasando—, el film cuenta con un final alternativo que fue descartado porque insinuaba que madre e hijo mantenían relaciones sexuales.
Por supuesto, el público de la época no supo digerir una propuesta tan rara y loca, y la película pasó inadvertida en el momento de su estreno; un suspiro en la cartelera en el que, para más inri, se ganó un buen número de detractores que la odiaron porque era una guarrería inadmisible, una vergüenza. Sin embargo, algunos pases de reestreno en sucios cines de sesión continua, le proporcionaron a posteriori una pequeña legión de fans. Estos conseguirían que “¿Dónde está papá?” tuviera una segunda oportunidad en cines 5 años después, en 1975, estrenándose de nuevo bajo el título de “Going Ape” (no confundir con una película del mismo título que en nuestro país se tituló “Me estoy volviendo mico”) y yendo algo mejor en taquilla que la primera vez, pero no lo suficiente. Eso sí, ganó otro puñado más de seguidores, por lo que, al final, nos encontramos ante una pieza de verdadero culto.
Asimismo, y pese a que nunca fue una película popular, recibió el premio del sindicato de guionistas americanos al mejor guion. En 1979 se rodó un episodio piloto para la ABC con idea de desarrollar una serie inspirada en la película, contando con otros actores en los roles principales. Como era de esperar, no cuajó y tampoco fue más allá de este episodio piloto que recreaba algunos de los mejores momentos del largometraje.
Fue gracias a ese culto en Estados Unidos, que tuvo vida en salas de nuestro país 20 años después de su estreno, centrado exclusivamente en el circuito de versiones originales subtituladas, consiguiendo apenas 1.185 espectadores. Vamos, que la vieron mil y pico sibaritas y adiós muy buenas. En 1999 se pasó doblada al castellano en televisión a las 4 de la madrugada y se acabó lo que se dio. No tuvo más vida comercial ni apareció en formato domestico alguno.
El reparto es una auténtica delicia, encabezado por un George Segal que se encuentra en su mejor momento, Ruth Gordon en una previa a “Harold y Maude” -que, al igual que esta, es maravillosa-, Ron Leibman o Vincent Gardenia. Todos espléndidos. “¿Dónde está papá?” también supondría el debut en el cine de un jovencísimo Paul Sorvino, así como una cantera para los propios amigos de Carl Reiner; de ese modo vemos en pantalla, en papeles más o menos destacados, a su hijo Rob Reiner, la futura esposa de este, Penny Marshall o el primogénito de Mel Brooks, Eddie Brooks, en cuya presencia me detendré unas líneas porque cuenta con una pequeña anécdota. En su pequeña intervención, el chaval es estrangulado por el personaje de Ron Leibman. Lo hizo tan bien, y puso una cara de asfixia tan convincente, que el propio Mel Brooks, presente en el rodaje, paró la filmación porque pensaba que Leibman lo estaba estrangulando de verdad.
“¿Dónde está papá?”, a la que, a falta de verme un par de sus films, considero que se encuentra dentro de las tres o cuatro mejores obras de Carl Reiner, es una locura inenarrable y da igual cuanto les explique sobre ella en esta reseña. Deberían ser sagaces, buscarse una copia (que las hay) y comprobar con sus propios ojos cuan especial, desmadrada, absurda y extraordinaria es. Graciosa a rabiar ¡Se la recomiendo!

viernes, 24 de febrero de 2023

THE DEVIL'S CARNIVAL

A Darryl Lynn Bousman, que venía de dirigir algunas de las secuelas de “Saw”, le salió medio rana un proyecto más o menos megalomaníaco titulado “Repo! The Genetic Opera”, extraño y grotesco musical en torno a un futuro distópico y una epidemia que, aunque no fue un éxito rotundo, sí hizo ganar al realizador algún que otro seguidor acérrimo a lo largo del mundo. Poco después puso todo su empeño en levantar una secuela de la franquicia “Leprechaun” de la cual era fan, tratando de llevar al duende al Oeste, pero no tuvo suerte rejuntando financiación y la idea se quedó ahí.
Sin embargo, le había tomado el gusto al cine musical raro y en 2012, con todo en su contra, decidió llevar a cabo la presente producción que, en la línea de “Repo! The Genetic Opera”, estaría especialmente diseñado para contentar a los fans de aquella. Decidió autofinanciarse esta cosa, “The Devil’s Carnival”, en la que reúne a prácticamente el mismo equipo, solo que reduciendo considerablemente los presupuestos. Demasiado de hecho, ya que se trataba de su pasta y la idea era abordar una serie de películas que se financiarían con los beneficios de la anterior. Y, por supuesto, su seguidores respondieron bien; irían a verla a los pases reducidos que el propio Bousman organizaría girando a lo largo y ancho del país, como si de un espectáculo de feria se tratase, y respondieron igualmente con la venta del Blu-Ray y la banda sonora, así el director se permitió rodar una segunda película con esos beneficios, que, a diferencia de esta que no alcanza la hora por los pelos, duraría 95 minutos y gozaría de una mayor producción… Se titularía “Alleluia! The Devil’s Carnival”, pero me la saltaré porque ya tuve bastante con la primera.
En este caso la película ambientaría su historia en un circo perteneciente al diablo en el que, inspirándose en las fábulas de Esopo, cada personaje narraría uno de los cuentos en esperpénticos numeritos musicales, mientras son observados por dios y el demonio.
El problema es que "The Devil´s Carnival" es tan pequeña, que tan solo se cuenta con una localización, una especie de pista central de circo donde, básicamente, transcurre todo, por lo que no veremos en ningún momento las escenificaciones de esas fábulas, únicamente las escucharemos narradas por boca de los actores que cantan, cantan y cantan, sin salir de la pista. Casi estaría mejor como obra de teatro que como película —en el caso de que esto estuviera bien de algún modo—.
En cuanto al lado técnico, solvente, con montaje, unos FX infográficos de mierda por culpa de manejar pocas perras y un diseño de producción pomposo y recargado que hace que le duelan a uno los ojos. Dicho dolor se extiende a los oídos gracias a canciones, horrorosas, sin garra, malas...
En definitiva, una fantochada que yo supongo los muy fans —que los hay— agradecerán sin duda, pero lo que es a mí no es que no me haya gustado, no es cuestión de gustos, es que considero “The Devil’s Carnival” una PUTA MIERDA. Con mayúsculas y todas las letras. Un exceso estético y nada más. Por suerte el suplicio, como decía, no alcanza la hora de metraje.
En el reparto, habituales de Bousman como el pobrecillo de Paul Sorvino haciendo de dios, Bill Moseley como mago extrañísimo —al que dice que interpretó basándose en ¡"Roger Rabbit"!— o Sean Patrick Flanery.
Un medianía, de lo peorcito que ha pasado por este blog.

lunes, 3 de julio de 2023

CRY UNCLE!

Comedia de bajísimo presupuesto de John G. Avildsen —llevada a cabo con poco más de 250.000 dólares— que llega justo después de haber despuntado el director con una de sus obras cumbres, “Joe, ciudadano americano”.
Se trata de una comedia de enredo de alto contenido erótico (dicen que en algunas secuencias de folleteo los actores tenían sexo real), que utiliza un lenguaje soez y que hace apología del uso de las drogas, cosas que quizás unos años después serían incluso habituales en el cine de comedia, pero que en 1971, año de producción de esta película, resultaban un poco escandalosas, propiciando su prohibición en países como Finlandia o Noruega, quienes levantaron el veto a “Cry Uncle!” en 2003. Todos estos alicientes, asimismo, consiguieron que la película fuera un tanto ignota hasta que la rescatase la Troma y se encargase de su distribución años más tarde. En consecuencia, se la procesó culto en circuitos especializados.
Basada en la novela “Lie a little, die a little” de Michael Brett, “Cry Uncle!” cuenta la historia de un excéntrico millonario que es el principal sospechoso del asesinato de una señorita. Este se pone en contacto con el detective privado Jake Masters para que investigue y descubra al culpable real. De esta forma el detective se verá inmerso en una vorágine de malentendidos, líos de faldas —muy subiditos de tono —, acoso sexual, asesinatos, violaciones e incluso necrofilia, mostrado todo en tono de comedia desenfadada para adultos. Sin embargo, y da igual que un tipo tan eficaz como Avildsen se encuentre tras el proyecto, la película se hace larga y tediosa, no resulta en absoluto graciosa a pesar de su mucha incorrección política y en general es un folletín setentero de bastante baja alcurnia. Por momentos, se torna insoportable.
Por otra parte, que Troma considerara “Cry Uncle!” para que formase parte de su catálogo —al margen de por tratarse de una extraña película primeriza y medio porno del director de “Rocky”— no es algo para nada extraño; la película es tan loca y desquiciada que, en distinto tono, sí encaja con la filosofía Troma, pero, sobre todo, hay que tener presente que el presidente de la compañía, Lloyd Kaufman, era amigo personal de Alvidsen con el que había trabajado de ayudante de producción en toda la (desconcertante) primera etapa del director. En “Cry Uncle!” además de encargarse de esa tarea, nos ofrece una aparición como un hippie puesto de ácido en un pequeño cameo. Asimismo los contenidos extra del DVD incluyen una presentación de la cinta a cargo de Kaufman y el propio G. Avildsen en la que el primero hace un poco de mofa del segundo por haber rodado tamaño despropósito, entre risas de complicidad. Una chorrada.
En el reparto tenemos, en la piel de ese detective privado que no se despoja de su sombrero de paja, a Allen Garfield. Lo conoces porque ha aparecido como secundario en infinidad de películas de todas las épocas, pero podrás reconocerle en cosas como “Primera Plana”, “Nashville” o “Superdetective en Hollywood 2”. También tenemos un papelito para Paul Sorvino que acometía una de sus primeras interpretaciones en cine y que después repetiría con Advilsen en alguno de sus títulos con mayor enjundia. Y, por supuesto, un montón de actrices de mayor o menor importancia, todas en escenas en las que se muestran en actitud concupiscente y en las que vemos pares de tetas de todos los tamaños colores y sabores, destacando las de Debbi Morgan, actriz negra que más tarde se convertiría en una estrella de la televisión y que aparecería en algunas películas mainstream, pero por lo pronto debutaba en “Cry Uncle!” mostrando dos melones que parecían extraídos directamente de Villaconejos, y generando así una polémica. Se ve que es una de las actrices que tuvo sexo real en las escenas eróticas, cosa que le pasó factura cuando se convirtió en estrella televisiva porque salió su pasado a relucir, publicándose en su momento, en la prensa sensacionalista, que había intervenido en una producción pornográfica a la edad de 14 años, es decir, en esta. Se montó un pequeño escándalo que duró lo que tardó la actriz en mostrar su partida de nacimiento de 1951, demostrando que tenía 19 años cuando hizo "Cry Uncle!". Ahora, si folló o no en sus secuencias, solo lo sabe ella. Y sobre si la película es pornográfica… me da igual que se folle en la misma; si no se muestran penetraciones, si no es explícita, es simplemente erótica. Con todo, le cascaron una X como un templo.
“Cry Uncle!” llama la atención por tratarse de una película extraña de John G. Avildsen que sobrepasa el mal gusto y lo políticamente correcto, que mola ver por lo que es, pero que, en realidad, es uno de los bodrios más aburridos que he podido consumir en lustros. Ha costado dios y ayuda verla entera, pero ¡Ahí queda!

domingo, 8 de diciembre de 2013

YO, EL JURADO

Durante la primera mitad de los 90, cuando andaba totalmente volcado en mi amor obsesivo por las películas de justicieros y polis duros, "Yo, el jurado" se ganó un puesto de vital importancia entre mis títulos de preferencia... sin haberla alquilado todavía. Bastaba con ver la carátula de su edición videográfica, cortesía de "Warner Home Video", para comenzar a salivar. El primer detective realmente duro y cabrón de la literatura popular, "Mike Hammer" (no olvidemos que una de sus primeras aventuras llevaba por título un contundente "La venganza es mía!" que habría puesto de buen humor incluso a "Paul Kersey"), posando todo chulo, pistola en ristre, rodeado de jacas de buen ver y todo ello metido dentro del cañón de un arma cualquiera con regusto "jamesbondiano". Fascinante. Alquilada la cinta y puesta en mi reproductor de vídeo, la cosa no podía arrancar mejor. "Hammer" recibe el encargo de seguir a la atractiva mujer de un acaudalado hombre de negocios porque cree que le está poniendo los cuernos. ¿Y qué hace nuestro detective?, pues informar al cliente de que sus sospechas eran infundadas, mientras él mismo se la está beneficiando. Brutal. Aunque nada comparado con lo que sigue, los títulos de crédito más macarras y molones que he visto en toda mi vida, a base de constantes imágenes estilizadas, color sepia, del amigo "Hammer" en posturitas chanantes. Encima, acompañadas de un tema maravillosamente vigoroso y dinámico de Bill Conti (sí señora, el de "Rocky"). Hay peña que afirma con contundencia que lo mejor de "Yo, el jurado" es su prota femenina, la guapa y semi-desaparecida/retirada Barbara Carrera (pero lo dicen porque, obvio, se marca un despelote generoso a media peli... ¡¡putos salidos!!). Yo no entro en ese grupo, para mi lo mejor de "Yo, el jurado" son los títulos de crédito del inicio..... y si no, ahí va la prueba de fuego (versión franchute, donde se la conoce como "J'aurai ta peau", que traducido se parecería a "Voy a tener tu piel" y también tiene su qué):


Hasta aquí las buenas noticias. Luego vienen las malas, que es que, con semejante arranque/subidón, después todo es cuesta abajo. En ningún momento a lo largo de los, aproximadamete, 100 minutos que quedan, consiguen repetir la hazaña. Ni tan siquiera en las escenas de acción, que tampoco son muchas. Es más, la historia que nos cuentan resulta liante y confusa. El espectador no logra meterse en ella, ni enterarse demasiado bien de qué demonios pasa. Pero yo, que soy un tio aplicado, me he informado a fondo y sería algo así: "Jack", un detective manco que combatió en Vietnam junto a "Mike Hammer", al que salvó la vida (motivo por el que perdió el brazo), es asesinado de un disparo. Nuestro prota, lógicamente afligido y "en deuda", decide investigar y encontrar al culpable. Ello le llevará hasta una inquietante clínica dedicada a resolver toda suerte de problemas sexuales, regentada por la mentada Barbara Carrera, a la que "Hammer" echa el ojo. El caso es que comienzan a sucederse cruentos crímenes, propios de todo un psicópata desviado y los que mueren son, oh casualidad, personas que podrían echar luz sobre el caso. Total, que al final resulta que el gobierno recluta a asesinos salidos de la mentada clínica para cometer crímenes como tirando a "políticos", pero disfrazados de homicidios mundanos y callejeros. Algo así.
Bien, si uno lee a conciencia los créditos de "Yo, el jurado" descubrirá que su guionista no es otro que el reputado Larry Cohen, sí amiguitos, el mismo que dirigió en su momento películas como "Estoy Vivo", "La serpiente voladora" o "The Stuff (In-Natural)", entre muchas otras. Ese Cohen que, paralelamente a una carrera como director, se gana las garrofas explotando su faceta de guionista, bastante más sólida. Suyos son los guiones de "Maniac cop" (y secuelas), "Best Seller", "Muerto el 4 de Julio", "El abogado del diablo", "Última llamada" o "Cellular". Bien, ¿¿y cómo es posible que la trama de "Yo, el jurado" resulte tan torpe y caótica con todo un Cohen tecleando??, pues ya os lo podéis imaginar, gracias a la inadecuada intervención de manos ajenas.
En realidad, y desde buen principio, Larry Cohen fue contratado no únicamente para escribir, también dirigir. Sin embargo, problemas de diversa índole terminaron por excluirle del trabajo tras seis únicos días a los mandos. ¿Qué problemas?, los productores decían que en tan solo una semana de rodaje, el presupuesto ya se había disparado. El mismo Cohen cuenta que la productora tuvo un porrón de problemas financieros que mandaron todo al traste. Sea como fuese, el caso es que el poco material rodado por el amigo Larry fue descartado (aunque se mantuvo gran parte del casting y las localizaciones, cosa suya. Destaca en ese sentido que la oficina de "Mike Hammer" esté instalada en la famosa "Time Square" de New York, entonces centro neurálgico de las mitificadas "grindhouses"). Contrataron a otro menda, Richard T. Heffron, de origen televisivo (aunque entre sus trabajos previos no exclusivamente catódicos estaba la mediocre pero simpática "Mundo futuro", secuela de "Almas de metal") y este comenzó de cero. Aún así, y a pesar de tó, se mantuvo el crédito como guionista de Cohen.
¿En qué salimos perdiendo?, pues en que la versión Cohen iba a ser bastante más truculenta. "Yo, el jurado" (de la que incluso llegué a comprarme un no menos chanante press-book, hoy día tristemente perdido) era una de esas "películas peligrosas" con fama de extremadamente violenta y erótica. Bien, luego resultó no serlo tanto. ¿O tal vez sí?, en cuestiones sexuales (y pal momento de su confección, 1982), pues hombre, iba bien cargadita. Al desarrollarse en una clínica pa salidos mentales, la cosa daba juego. La escena más memorable es cuando se organiza una orgía en la que los comensales lo pasan pipa, mientras los médicos toman nota de lo que ven (??). En lo violento, el tema flojea. Hay chichilla, pero es poca cosa. Sin embargo, la prueba de que no era ese el plan inicial la tenemos en el testimonio de Carl Fullerton, responsable de los efectos especiales y de maquillaje con un

curriculum notorio (has visto sus esfuerzos en títulos como "Viernes 13, 2ª y 3ª partes", "Lobos humanos", "Historia macabra", "El ansia", "F/X Efectos mortales", "El silencio de los corderos" o la recientísima "2 Guns"), que había fabricado varios trucajes finalmente desechados. El más llamativo de ellos era una mano mecánica que iba a ser reventada por efecto de un disparo (tienen la prueba gráfica por aquí cerca, cortesía de las páginas de "Mad Movies").
Desafortunadamente, Richard T. Heffron aplicó toda su discutible pericia cajatontil pariendo un material mucho más "light" de lo que habría sido deseable. Es más, diríase que luego el resultado final pasó por las manos de la censura (o, como hacía "Paramount", la auto-censura), porque hay secuencias violentas abruptamente y caóticamente montadas. La más llamativa de ellas es aquella en la que un cocinero asiático se carga a una testigo rajándole la garganta con el mismo cuchillo con el que estaba preparando un exquisito manjar. Dejando a un lado lo delirante del momento (aunque podemos suponer que el cocinero loco es un agente encubierto de los malos, no entendemos cómo sabía que justo en ese instante iban a requerir de sus servicios, cosa esta que, al no ser aclarada, adquiere un tono decididamente surrealista, aunque efectivo en su cometido), choca encontrarse con un montaje seco, contundente, que no respeta del todo el tempo y que, en esencia, nos impide "disfrutar" del momento. Muy sospechoso todo ello.

Claro que no solo de violencia nos desproveyó el despido de Larry Cohen, también de ideas ingeniosas y algo mal intencionadas, sobre todo en relación al personaje protagonista. Creado por el hasta entonces guionista de comics Mickey Spillane el año 1947 en la que fuera su novela de debut, justamente "I, the jury", "Mike Hammer" pertenecía a lo que entonces se consideraba literatura barata para el populacho. De hecho, el material fue de lo más escandaloso por su alto contenido de sexo y violencia -para la época, se comprende-. Sin embargo, tuvo un éxito arrollador y "Mike Hammer" pasó a la radio, los tebeos y, finalmente, al cine, con la primera adaptación de su novela de debut, en 1953. A esta seguirían un puñado más, destacando la más conocida y respetada de todas ellas, "El beso mortal", 1955, y la más bizarra, "The girl hunters", 1963, que incorporaba al mismo Spillane en el rol del rudo detective. Aunque seguramente el "Mike Hammer" más famoso sea el que Stacy Keach interpretara para la televisión, en una longeva y famosa serie donde lo que más destacaba era su cabecera y el tema musical que en ella sonaba ("Harlem Nocturne" de Earle Hagen).
Por suerte o por desgracia, nunca he leído una sola novela original de "Mike Hammer", pero me consta que se trataba de un personaje muy amoral, bruto, machista hasta la muerte, amante de las broncas, alcohólico, orgullosamente misántropo, abiertamente patriota y anti-comunista (cuando Mickey Spillante murió el año 2006, para rememorar su creación un periódico lo comparó con mi querido "Harry Callahan"... pero yo creo que era incluso peor). Y no me trago que en el cine de la época, y mucho menos la televisión, fuese retratado como realmente era, ni aunque lo interpretase su propio padre. Lo lógico sería pensar que en una década como la de los 80 sí recibiera un trato justo, pero tampoco. Para esta nueva versión de la novela "Yo, el jurado" (con la que, como era de preveer, guarda muy pocos puntos en común. Por no decir que prácticamente ninguno. De hecho, y según los especialistas, la película mezcla dos novelas, la que le da título y "The Body Lovers"), se contrató a Armand Assante para que diera vida al personaje. Sin embargo, aunque chulesco en sus andares, Assante no terminó de dar la talla, ya no solo por ser bajito, también porque los guionistas (ya fuese Cohen o los que le sustituyeron) le desposeyeron de sus ganas de bronca, de su constante mala leche y de su alcoholismo (en la peli nos hacen entender que lo fue en el pasado, pero que ahora se mantiene al magren del vicio) y redujeron su machismo a lo esencial (es duro con las mozas, pero también es cierto que rechaza más de un ofrecimiento carnal para centrarse únicamente en la piva que le pone de verdad). El propio actor justificó esos cambios en su momento, alegando que aquellos eran otros tiempos y se habían adaptado a la corriente reinante. Es curioso ver cómo, entonces, nadie se lo tomó demasiado mal, mientras que hoy día sería brutalmente criticado por exceso de corrección política. A esos cambios "aceptados" por su condición "humanizante", están los que Larry Cohen escribió con fines desmitificadores. Al director de "Estoy Vivo" no le molaba nada "Mike Hammer", y se nota. En las entrevistas que he consultado, disfruta como un enano comentando cuán de gozoso fue para él hacerle llorar cuando descubre que han asesinado a su amigo (cosa esta que yo, de chaval, encontré lógica y normal) o cómo es manipulado cual monito por los de arriba que aprovechan su propia condición de semi-psicópata adicto al gatillo. Un apunte más, finalmente no respetado en la película conclusa, hacía referencia a que el detective descubría haber sido blanco de los intereses sexuales de su amigo muerto, lo que para un macho de su talla, era algo casi traumático. Curiosamente, los responsables de reescribir el material, decidieron darle a "Hammer" algunas escenas de lucimiento propias de su leyenda, como la del final, que no desvelaré pero que mola mazo (atención a su última frase/respuesta). Qué quieren que les diga, llámenme iluso, pero a mi me gusta así, que los duros ¡lo sean!, nada de ambigüedades ni polladas de esas. Claro que un desenlace tan contundente se cargaba otro que, a su vez, también habría sido de lo más chachi. "Mike Hammer" daba con el asesino de su amigo y ¿cómo lo ajusticiaba?, matándolo a hostias con el brazo ortopédico de aquel (que, les recuerdo, era manco).
El reparto de "Yo, el jurado" también es muy de su época. Junto a Assante (que posteriormente iría dando tumbos por la televisión, hasta su recuperación en "Los reyes del mambo tocan canciones de amor". Desde entonces no para quieto) y la Carrera tenemos a Alan King, Geoffrey Lewis, Paul Sorvino como los más famosos, y a Judson Scott (por increíble que parezca, lo recordaba por su modesto papel en "Star Trek 2, la ira del Kahn") o William G. Schilling (especialmente divertido haciendo de adúltero/putero en "Por favor, maten a mi mujer") como los menos. Merece la pena destacar a la mediocre Laurene Landon, que si siempre hemos visto asociada al cine de Cohen es porque, efectivamente, durante un tiempo fueron pareja. De hecho, en el rodaje de "Yo, el jurado" eran novietes. Él la había enchufado para encarnar a la secretaria de "Mike Hammer" y los productores decidieron mantenerla en el rol a pesar de haberse quitado de encima al maromo. Este, si ya estaba dolido por la experiencia, todavía tenía que tragar más quina cada noche cuando Landon llegaba a casa y le contaba cómo había ido el sarao y cuánto se estaban cargando su guión, a pesar de que los mandamases le pedían que no lo hiciera. ¡Qué cosas!. La amiga Laurene posteriormente desarrolló una carrera en películas de segunda regional (entre ellas "El poder de las armas" de Fred Olen Ray, donde era lo peor de todo el reparto, dolía verla) e incluso pudo gozar de algunos roles protagonistas, como los de (la aburrrrrida) "Hundra" y "Yellow Hair & the Pecos Kid", ambas dirigidas por Matt Cimber (Matt Cimbrel para los amigos), un nombre tan musical y bonito como el de Terry Marcel.
Por su parte, Larry Cohen, acojonado ante la idea de que su despido le proporcionara el nada deseable estigma de director incompetente, corrió a bucar un nuevo proyecto en el que centrarse, y este acabó siendo su mejor película, la altamente recomendable y entrañable "La serpiente voladora". Resulta que, a causa de los continuos problemas logísticos, "Yo, el jurado" terminó de rodarse a la vez que el nuevo film de Cohen y, básicamente, se estrenaron juntas. Es más, lo hicieron en la misma calle (suponemos que "Times Square") y en dos cines que caían uno frente al otro. Es ahí donde el amigo obtuvo su deseada venganza, porque mientras "Yo, el jurado" fracasaba, su peli (bastante más barata, pero también mucho más entretenida e imaginativa) triunfaba como la cocacola. Bien por él.
Y es que no me sorprende. "Yo, el jurado" había nacido ya condenada y, simplemente, las cosas siguieron su curso natural. Podría haber sido una gran película, un gran thriller vibrante, violento y sexy, pero como les he tratado de contar en esta pesadilla de reseña, se queda a medio gas... en todo. Incluso las escasas escenas de acción pura no nos ponen palote, aunque tampoco nos ofenden. Y todo ello envuelto en esa trama confusa y carente de garra.
Es visible, es soportable, pero no es imprescindible. Qué lastimica.