Durante la primera mitad de los noventa, uno de los personajes recurrentes del programa de humor "Saturday Night Live" fue "Pat", especie de "nerd" de abracadabrante aspecto, irritantes maneras (sobre todo por su risita) y sexo indeterminado. Bien, esa era, en esencia, la gracia de sus sketches. Descubrir si se trataba de un hombre o una mujer, cosa que solía confundir a los personajes que le rodeaban y nunca obtenía una respuesta clara. Era algo así como "humor andrógino". No hace falta decir que sentó como una patada en el ojete al colectivo LGBTIQ+. Y si entonces les disgustaba, imagínense hoy día, con lo políticamente correcto imperando en el universo, y todo el asunto no binario / trans en plena ebullición. Actualmente nadie dice nada bonito de "Pat", jamás volveremos a verle en acción (su misma creadora e intérprete, Julia Sweeney, así lo ha reconocido) y, ahí quería yo llegar, su película de lucimiento, ya despechada en el año que se produjo -1994-, está considera casi materia radioactiva. Justo por eso quería echarle un ojal.
Tal y como ha ocurrido con otros personajes / sketches de éxito del "Saturday Night Live", veánse "Wayne´s World", "Los Cabezaconos" o "Movida en el Roxbury", "Pat" saltó a los cines. Lo hizo de la mano de "Touchtone Pictures" en una comedia donde se recurría a la fórmula habitual a la hora de abordar a todos estos tipejos excéntricos, entre lo ingenuo, lo gracioso y lo despreciable: el día a día de su existir, enfrentándose a lógicas y básicas necesidades humanas (dinero, amor...), rellenado todo ello a base de reiterar los chascarrillos más populares de su versión televisiva y, cómo no, cayendo en cierta moralina hacia el final, siempre contrastando con el tono desmadrado del film. Pal caso, se reivindica la existencia del diferente -aunque sin profundizar excesivamente, eran otros tiempos- y todo concluye en boda. Tampoco faltan los pasajes en los que el personaje deviene una celebridad mediática -casi siempre accidentalmente-, en este caso rejuntándose con un grupo musical tan de los noventa que había olvidado por completo su existir, "Ween".
Al hecho de que "Es Pat" arrastre mala prensa en un sentido moral, hay que sumar su super-fracaso. Se pegó un hostiazo tremendo en las taquillas de 1994 y la crítica se cebó con ella que dio gusto (aunque eso era lo normal). Hubo cines que, tras una semana de butacas vacías, la sacaron de cartel. Ya conocemos la naturaleza caprichosa del éxito. Obviamente hay comedias muchísimo peores que "Es Pat" y, por supuesto, no entro acá en cuestiones morales o políticamente correctas, a mi eso me la trae al pairo. Hablo de la película como tal y, sí, es cierto que toda ella resulta muy gilipollas, muy muy tonta, no provoca excesiva risa y se nota que el personaje tampoco daba para mucho, estirando los chistes -y las numerosos dobles sentidos, nivel escolapio- hasta la ajustadísima duración de 77 minutos (¡y le cuesta alcanzarlos!), quedando un entretenimiento chorras pa ver en un ratillo muerto.
Obviamente, dada la naturaleza "fracasista" de "Es Pat", poco aportó a sus responsables. Siendo la estrella de la función, Julia Sweeney ha ido aguantando el tipo hasta nuestros días, sin tampoco sobresalir demasiado. Su "partenaire", Dave Foley, era un rostro televisivo muy popular allí en su tierra y hoy sigue siéndolo. El ya fallecido Charles Rocket tampoco logró demasiado, aunque brilla especialmente interpretando a un tipo normal y corriente, felizmente casado, que destruye su vida al obsesionarse en descubrir cual es la sexualidad de su andrógino vecino. Y podría seguir desgranando el reparto, pero ¿pa(t) qué?. Me quedo con el larguirucho y reconocible Larry Hankin, siempre relegado -por aspecto- a papeles de tipo rarito, villano, perdedor o segurata, cosa que hace aquí e hizo en "Armados y Peligrosos".
La simpática banda sonora viene compuesta por Mark Mothersbaugh, de los "Devo". Adam Bernstein, director, salía del vídeo-clip y la televisión y a ello regresó tras el fiasco.
sábado, 30 de agosto de 2025
martes, 26 de agosto de 2025
VACATION!
Zach Clark es un director que trabaja habitualmente con bajos presupuestos. Aquí sería un, no se cómo llamarlo, ¿director amateur? ¿underground?, pero en Estados Unidos gusta de categorizar a este tipo de directores y películas como “independientes”. No está mal traído en el fondo porque operan fuera de los circuitos convencionales y sacándose las castañas del fuego como pueden. Sin embargo, el resultado de estas películas me parece demasiado pobre como para considerarlo cine “indie”; aunque, si lo pensamos fríamente, la verdadera diferencia entre estos y los “indies” de, por ejemplo, los años 90, radica simplemente en el material en el que registran sus imágenes. Antes se hacía en celuloide, lo que dotaba al producto de un halo de respetabilidad y, en esencia, de parecer “cine de verdad”. Ahora graban en vídeo y, a poco que la película tenga cierta antigüedad, todo se ve “muy vídeo” y ya parece una cosa de aficionados. Pero, en esencia, es lo mismo. Me refiero, por supuesto, a esta hornada “indie” de principios de siglo, que ahora, en pleno 2025, ni existe el “indie” ni el cristo que lo fundó, porque cualquier móvil de gama baja trae consigo una cámara 4K y un programa de etalonaje que hace parecer el vídeo de tu boda poco menos que una súper producción Hollywoodiense. Actualmete todo es vídeo, y el vídeo, paradójicamente, ha matado la entidad de lo underground, independiente, amateur... llámenlo como quieran.
Pero en 2010, año de producción de “Vacation!” la cosa todavía era diferenciable.
Dicen los estudiosos de estas corrientes del cine barato —en concreto Mark Olsen de "Indiefocus"—, que hay directores que comienzan trabajando bajo mínimos para, poco a poco, acabar subiendo peldaños y terminar haciendo películas destacables, pero Zach Clark es una excepción porque, durante los años, se ha sentido cómodo con las películas baratas, y ahí sigue sin importarle el estatus o su progreso, cuando en el fondo es de los que más se merece estar en un puesto privilegiado. Yo creo que es, sin más, uno de tantos que hay por los USA. Sin embargo, el hecho que convierte a esta diminuta y de distribución cero “Vacation!” en algo “especial”, es que Harmony Korine se inspiró en ella dos años más tarde para hacer algo muy similar con su “Spring Breakers”, la única película de Korine que me gusta y he visto un par de veces, por lo que puedo asegurar que, efectivamente, se inspiró bastante en la de Zach Clark, pero que, lógico, el resultado es infinitamente mejor. Échenle la culpa al presupuesto, échensela al talento. Sí es cierto que la estética, con todos esos colores fosforitos y lisérgicos ya estaba en “Vacation!”, sí es cierto que el rollo es similar, pero no hay color; la de Korine es una película con cara y ojos y, la que nos ocupa, un intento de ser lo que finalmente fue “Spring Breakers”.
Así, tenemos a cuatro amigas presumiblemente lesbianas, que se van juntas de vacaciones durante una semana. Lo pasan bien, lucen palmito, y todo va sobre ruedas hasta que, un día, un surfero les da a probar el LSD. A partir de ese momento la película se tornará una sucesión de escenas que reproducen un pedo de ácido y, tras ese colocón, lo que aparentemente empezó como una simpática comedia lesbo, se torna una tragedia en la que ninguno de los personajes acaba especialmente bien parado.
Más allá de la curiosidad que pueda suscitar el saber que "Vacation!" inspiró a la protagonizada por James Franco, o de ver una película genuinamente grabada en vídeo en 2010 y de la que se escribe en según que gacetillas, las chavalas están muy lozanas, los colores fosforitos del pedo de LSD están muy bien, pero por momentos es tan soporífera que te tienta darle al stop en no pocas ocasiones. Porque dura una hora y media pero gasta un ritmo tan lento que parece que transcurra a cámara lenta. Es, en definitiva, un rollazo.
Pero en 2010, año de producción de “Vacation!” la cosa todavía era diferenciable.
Dicen los estudiosos de estas corrientes del cine barato —en concreto Mark Olsen de "Indiefocus"—, que hay directores que comienzan trabajando bajo mínimos para, poco a poco, acabar subiendo peldaños y terminar haciendo películas destacables, pero Zach Clark es una excepción porque, durante los años, se ha sentido cómodo con las películas baratas, y ahí sigue sin importarle el estatus o su progreso, cuando en el fondo es de los que más se merece estar en un puesto privilegiado. Yo creo que es, sin más, uno de tantos que hay por los USA. Sin embargo, el hecho que convierte a esta diminuta y de distribución cero “Vacation!” en algo “especial”, es que Harmony Korine se inspiró en ella dos años más tarde para hacer algo muy similar con su “Spring Breakers”, la única película de Korine que me gusta y he visto un par de veces, por lo que puedo asegurar que, efectivamente, se inspiró bastante en la de Zach Clark, pero que, lógico, el resultado es infinitamente mejor. Échenle la culpa al presupuesto, échensela al talento. Sí es cierto que la estética, con todos esos colores fosforitos y lisérgicos ya estaba en “Vacation!”, sí es cierto que el rollo es similar, pero no hay color; la de Korine es una película con cara y ojos y, la que nos ocupa, un intento de ser lo que finalmente fue “Spring Breakers”.
Así, tenemos a cuatro amigas presumiblemente lesbianas, que se van juntas de vacaciones durante una semana. Lo pasan bien, lucen palmito, y todo va sobre ruedas hasta que, un día, un surfero les da a probar el LSD. A partir de ese momento la película se tornará una sucesión de escenas que reproducen un pedo de ácido y, tras ese colocón, lo que aparentemente empezó como una simpática comedia lesbo, se torna una tragedia en la que ninguno de los personajes acaba especialmente bien parado.
Más allá de la curiosidad que pueda suscitar el saber que "Vacation!" inspiró a la protagonizada por James Franco, o de ver una película genuinamente grabada en vídeo en 2010 y de la que se escribe en según que gacetillas, las chavalas están muy lozanas, los colores fosforitos del pedo de LSD están muy bien, pero por momentos es tan soporífera que te tienta darle al stop en no pocas ocasiones. Porque dura una hora y media pero gasta un ritmo tan lento que parece que transcurra a cámara lenta. Es, en definitiva, un rollazo.
sábado, 23 de agosto de 2025
MAJARETA, LAS OBSESIONES DEL AUTOR DE "PINK FLAMINGOS"
Existen dos palabros que no me he cansado de teclear los últimos tiempos, vendido y mangante. Y aunque la cantidad de individuos merecedores de ambos calificativos son legión, en la mayoría de las ocasiones iban dirigidos a uno solo, John Waters. Sí, el director de "Pink Flamingos", "Cosa de Hembras", "Hairspray" o "Cecil B. Demente". Y, ya puestos, el autor del libro que vengo a reseñar hoy, "Majareta" (acompañado del subtítulo que encabeza esta entrada).
Antes de descubrir su verdadera naturaleza, y como joven y tonto que era, fui fan de John Waters. Justo, a esa vergonzante etapa de mi existencia pertenece el momento en el que decidí adquirir este libro, originalmente nacido como "Crackpot. The obsessions of John Waters" el año 1986, que no es otra cosa que una recolección de distintos artículos del cineasta publicados originalmente en revistas como "Rolling Stone" o la legendaria "National Lampoon". Pero antes de entrar en materia -y antes de sacarme el libro de encima mediante "Wallapop", a precio desvergonzadamente alto, por supuesto. Aquellos interesados no merecen un castigo menor-, y a modo de "aclaración y declaración final" del por qué considero vendido y mangante a John Waters, paso a la siguiente extensa introducción, una que publico acá con el afán de no tener que volver a insistir más en ello, ni tener que justificar mis ataques a un individuo tan INCOMPRENSIBLEMENTE querido y respetado en ambientes contra-culturales, o "undergrounds" o "indies", donde, por justicia, debería ser más repudiado e insultado que en ningún otro sitio. Pero, en fin, ya sabemos cómo funciona toda esta mierda.
John Waters destruyó el cine underground. Lo aniquiló. Plagiando sin decoro a los Hermanos Kuchar, pero añadiendo al caldo todos los ingredientes propios de un producto comercial destinado a complacer a la audiencia (elementos chocantes y provocadores, el humor facilón y la adecuada duración demandada por exhibidores), deformó la esencia del cine marginal, acercándolo al convencional, alcanzando el éxito y, por tanto, dando a un nivel generalista la imagen de que ESO era el underground. Y, claro, así "sí MOLA". Nada que ver con esas pelis raras y aburridas de colorines chisporroteando por la pantalla, o interminables planos de objetos inanimados. De esta guisa tan divertida, cafre y digerible -es decir, el John Waters style- "yo también quiero y puedo. Y de paso justifico mi incapacidad formal, porque lo imperfecto es COOL". Un principio que se ha repetido a lo largo de la historia con todos los movimientos contra-culturales, oscuros e ignorados por la masa embobada hasta que han tenido éxito a través de la edulcoración y, seguidamente, han sido amoldados, deformados y comercializados para acabar convertidos en lo supuestamente oficial, influyendo sobre todo en las generaciones posteriores, tan jóvenes, impresionables y, por ende, tan gilipollas, que, partiendo de una base ya equivocada en sus preceptos, se han limitado a añadir más leña al fuego hasta mutarlo de tal manera que, como más se acumulan los años, menos reconocible resulta.
Gracias a ello, y gracias a John Waters, el cine underground se convirtió en sinónimo de transgresión de saldo, escatología y escándalo. Nunca con un fin sincero y/o "respetable", del tipo "defender la libertad de expresión" ni nada parecido. Simplemente se trataba de llamar la atención del "Media". De búsqueda de fama. Y es que no hemos de olvidar que John Waters era un niño pijo habitando los barrios altos de Baltimore, e hizo, básicamente, lo que siempre hacen los adinerados, mangar a aquellos situados en cierta penumbra (en este caso los Kuchar, que habitaban el Bronx y eran de clase humilde), rebozar lo hurtado en comercialidad y lanzarlo con ayuda de un considerable respaldo económico. Si a la ecuación sumamos la favorable respuesta de un público eminentemente imbécil, ignorante y maleable, dispuesto a reírle las gracias al que tira del chiste más obvio, o el camino más corto, o el pedo más sonoro, pues misión cumplida. John Waters devino el personaje famoso que soñaba en ser. Y eso es lo que le ha toca arrastrar el resto de una carrera que, inevitablemente, ha ido en declive, porque jamás hubo verdadero amor tras nada de todo aquello. Llegado el momento, puso el culo perfectamente en pompa para complacer al estudio de rigor -véanse "Hairspray" o "Cry-Baby"-, pero la cosa no cuajó e intentó regresar a unas esencias tan prostituidas que ni siquiera él fue capaz de replicar -véanse "Los asesinatos de mamá", "Pecker" o la última, "Los Sexoadictos"-. Y, por ello, sus películas han ido de mal en peor y de peor en fatal. Pero a él le da igual, le "impogta un cagajo", porque consiguió lo que quería. Y se presta feliz, interpretando su papel de "rey del mal gusto", riéndole las gracias al mainstream cuando este, desinformado, superficial y perezoso como es, se queda con la etiqueta más elemental. Así pues, no debe de sorprendernos ver a John Waters en fiestas llenas de VIPs y sonrisas "Profident" o dándole la réplica a un roedor de CGI que confiesa haber visto "Pink Flamingos" en una de las películas de "Alvin y las ardillas". Cuando Hollywood necesita a alguien que represente lo transgresor y provocador de forma suficientemente segura y "limpia", acuden al director de "Vivir Desesperadamente" quien, como buen perrito, obedecerá esperando su hueso. Lamentable pirueta que parece no afectar a los enemigos de la llamada "Meca del Cine", supuestamente atrincherados en la contra-cultura, lamiendo con delectación los orines de Waters, sin cuestionarle nada, y con la misma complacencia que lamen los de otra rata vendida a la que hacen la vista gorda, Lloyd Kaufman.
Antes de descubrir su verdadera naturaleza, y como joven y tonto que era, fui fan de John Waters. Justo, a esa vergonzante etapa de mi existencia pertenece el momento en el que decidí adquirir este libro, originalmente nacido como "Crackpot. The obsessions of John Waters" el año 1986, que no es otra cosa que una recolección de distintos artículos del cineasta publicados originalmente en revistas como "Rolling Stone" o la legendaria "National Lampoon". Pero antes de entrar en materia -y antes de sacarme el libro de encima mediante "Wallapop", a precio desvergonzadamente alto, por supuesto. Aquellos interesados no merecen un castigo menor-, y a modo de "aclaración y declaración final" del por qué considero vendido y mangante a John Waters, paso a la siguiente extensa introducción, una que publico acá con el afán de no tener que volver a insistir más en ello, ni tener que justificar mis ataques a un individuo tan INCOMPRENSIBLEMENTE querido y respetado en ambientes contra-culturales, o "undergrounds" o "indies", donde, por justicia, debería ser más repudiado e insultado que en ningún otro sitio. Pero, en fin, ya sabemos cómo funciona toda esta mierda.
John Waters destruyó el cine underground. Lo aniquiló. Plagiando sin decoro a los Hermanos Kuchar, pero añadiendo al caldo todos los ingredientes propios de un producto comercial destinado a complacer a la audiencia (elementos chocantes y provocadores, el humor facilón y la adecuada duración demandada por exhibidores), deformó la esencia del cine marginal, acercándolo al convencional, alcanzando el éxito y, por tanto, dando a un nivel generalista la imagen de que ESO era el underground. Y, claro, así "sí MOLA". Nada que ver con esas pelis raras y aburridas de colorines chisporroteando por la pantalla, o interminables planos de objetos inanimados. De esta guisa tan divertida, cafre y digerible -es decir, el John Waters style- "yo también quiero y puedo. Y de paso justifico mi incapacidad formal, porque lo imperfecto es COOL". Un principio que se ha repetido a lo largo de la historia con todos los movimientos contra-culturales, oscuros e ignorados por la masa embobada hasta que han tenido éxito a través de la edulcoración y, seguidamente, han sido amoldados, deformados y comercializados para acabar convertidos en lo supuestamente oficial, influyendo sobre todo en las generaciones posteriores, tan jóvenes, impresionables y, por ende, tan gilipollas, que, partiendo de una base ya equivocada en sus preceptos, se han limitado a añadir más leña al fuego hasta mutarlo de tal manera que, como más se acumulan los años, menos reconocible resulta.
Gracias a ello, y gracias a John Waters, el cine underground se convirtió en sinónimo de transgresión de saldo, escatología y escándalo. Nunca con un fin sincero y/o "respetable", del tipo "defender la libertad de expresión" ni nada parecido. Simplemente se trataba de llamar la atención del "Media". De búsqueda de fama. Y es que no hemos de olvidar que John Waters era un niño pijo habitando los barrios altos de Baltimore, e hizo, básicamente, lo que siempre hacen los adinerados, mangar a aquellos situados en cierta penumbra (en este caso los Kuchar, que habitaban el Bronx y eran de clase humilde), rebozar lo hurtado en comercialidad y lanzarlo con ayuda de un considerable respaldo económico. Si a la ecuación sumamos la favorable respuesta de un público eminentemente imbécil, ignorante y maleable, dispuesto a reírle las gracias al que tira del chiste más obvio, o el camino más corto, o el pedo más sonoro, pues misión cumplida. John Waters devino el personaje famoso que soñaba en ser. Y eso es lo que le ha toca arrastrar el resto de una carrera que, inevitablemente, ha ido en declive, porque jamás hubo verdadero amor tras nada de todo aquello. Llegado el momento, puso el culo perfectamente en pompa para complacer al estudio de rigor -véanse "Hairspray" o "Cry-Baby"-, pero la cosa no cuajó e intentó regresar a unas esencias tan prostituidas que ni siquiera él fue capaz de replicar -véanse "Los asesinatos de mamá", "Pecker" o la última, "Los Sexoadictos"-. Y, por ello, sus películas han ido de mal en peor y de peor en fatal. Pero a él le da igual, le "impogta un cagajo", porque consiguió lo que quería. Y se presta feliz, interpretando su papel de "rey del mal gusto", riéndole las gracias al mainstream cuando este, desinformado, superficial y perezoso como es, se queda con la etiqueta más elemental. Así pues, no debe de sorprendernos ver a John Waters en fiestas llenas de VIPs y sonrisas "Profident" o dándole la réplica a un roedor de CGI que confiesa haber visto "Pink Flamingos" en una de las películas de "Alvin y las ardillas". Cuando Hollywood necesita a alguien que represente lo transgresor y provocador de forma suficientemente segura y "limpia", acuden al director de "Vivir Desesperadamente" quien, como buen perrito, obedecerá esperando su hueso. Lamentable pirueta que parece no afectar a los enemigos de la llamada "Meca del Cine", supuestamente atrincherados en la contra-cultura, lamiendo con delectación los orines de Waters, sin cuestionarle nada, y con la misma complacencia que lamen los de otra rata vendida a la que hacen la vista gorda, Lloyd Kaufman.
Era especialmente crispante en los 90 ver fanzines -patrios- con aspiraciones de ser los más "cool" de la estantería a base de "undergroundismo", echar mano del careto de John Waters para la portada. No había una elección más obvia, fácil y desinformada posible (junto a tantas otras temáticas recurrentes del periodo como Russ Meyer, Joel-Peter Witkin, "Nekromantik", etc, etc)
El colmo de los colmos ha sido descubrir recientemente que cierta platea gay -aquella especialmente devota de Waters y, obvio, Divine- incluye al cineasta como víctima JUNTO A LOS KUCHAR como blanco de sendos expolios por parte de otros directores. Ignorando, o no queriendo ver, que el primero en mangar -de aquellos- es, ha sido y siempre será el mismo John Waters. ¡¡Manda cojonazos!!.
Dicho ello, toca centrarse en los contenidos de "Majareta". Por supuesto sería absurdo esperar una reseña complaciente y ultra-positiva por mi parte. He leído -segunda vez en mi vida- perfectamente condicionado por todo lo expuesto. Aún así, voy a intentar que ello no domine demasiado mis emociones.
Al ser una recolección de textos, pues pasa lo mismo que con cualquiera de su naturaleza, los hay mejores y peores. Personalmente he preferido aquellos más versados en el cine, la única pasión que comparto con el director de "Cry-Baby". Y me han sobrado los más alejados de la materia, especialmente cuando roza la ficción.
El respectivo desglose quedaría del siguiente modo:
"La visita a Los Ángeles de John Waters": Waters nos habla de aquellos antros peculiares que visitar en Los Ángeles. Naturalmente, la cosa pretende ir de contra-guía turística, aunque no menciona de ningún lugar que despierte mi interés.
"¿Dónde está el talento creativo?": Uno de los mejores artículos, básicamente centrado en las artes de los cineastas "exploitation", o de bajo presupuesto, para promocionar sus películas en los años 50 y/o 60, con especial fijación en uno de los héroes del autor, William Castle.
"Relato Cortante (101 cosas que odio)": Lo más parecido a ficción que hay en el libro y, en resumidas cuentas, una chorrada.
"La historia de Pia Zadora": Aquí Waters ejerce de reportero y entrevista a la actriz, conocida por sus supuestas malas películas, entre ellas "The Lonely Lady", comentada por Víctor en su día. Del montón.
"En la cárcel": Ya conocen el interés del director de "Pink Flamingos" por los criminales. Tanto como para, en una ocasión, ejercer de profesor de cine en algunos centros penitenciarios. Aquí cuenta la experiencia y trata de justificarse un poco.
"Relato Optimista (101 cosas que amo)": Tan chorra y prescindible como el otro.
"Ganarse la cena cantando": Primero nos habla de viejas salas de strip-tease y luego se centra en sus desventuras dando conferencias y visitando extraños festivales. Bien, interesante.
"Por qué me gusta el National Enquirer": Cumpliendo con su imagen ¿premeditada? de amante del mal gusto y la horterada, Waters confiesa lo mucho que ama una publicación normalmente considerada puro amarillismo de tercera.
"¡Señoras y señores... los chicos más majos de la ciudad!": Aquí se enrolla a fondo respecto al programa televisivo de baile para adolescentes que inspiró la trama de "Hairspray". Del montón.
"Cómo hacerse famoso": Otro de los eminentemente chorras. Waters ofrece varias opciones para lograr la fama, todas ellas supuestamente transgresoras y graciosas.
"Placeres Culpables": Puede que este sea mi favorito. El autor reconoce abiertamente que le mola el cine de arte y ensayo más radical, y comenta algunos de sus títulos preferidos de manera desenfadada. El único que me ha dejado con ganas de más.
"Por qué me gustan las Navidades": Supongo que podemos tildar de cínico este texto. Ya sabemos lo falso que es John Waters. A diferencia de él, a mi las Navidades me encantan de modo real y honesto. No obstante, el artículo está entre los simpáticos.
"Cómo no hacer una película": El cineasta habla de sus trifulcas en Hollywood, buscando financiación y procurando producir éxitos. Siendo mi tema predilecto, y a pesar de quien lo firma, es de los disfrutables.
"Je vous salue, Marie!": Prolongando un poco el de "Placeres Culpables", Waters se centra en este film de Jean-Luc Godard que, como sabrán algunos, fue un auténtico escándalo en su época. Reflexiona al respecto con su habitual sorna. Bien, interesante.
"Harto de famosos": Harto de John Waters, llegamos al final con un artículo en el que, una vez más, saca a la cotilla que lleva dentro y comenta chascarrillos sobre famosos o famosillos. Sin más. Pasable.
En resumidas cuentas: Si no eres fan de John Waters, o tu interés por su persona está dentro de lo racional, puedes pasar un ratillo majo leyendo y luego lo devuelves a la biblioteca, lo regalas, lo vendes o lo tiras. No creo que valga la pena repetir.
Si, por el contrario, eres fan... bueno, no deberías estar leyendo este blog.
Dicho ello, toca centrarse en los contenidos de "Majareta". Por supuesto sería absurdo esperar una reseña complaciente y ultra-positiva por mi parte. He leído -segunda vez en mi vida- perfectamente condicionado por todo lo expuesto. Aún así, voy a intentar que ello no domine demasiado mis emociones.
Al ser una recolección de textos, pues pasa lo mismo que con cualquiera de su naturaleza, los hay mejores y peores. Personalmente he preferido aquellos más versados en el cine, la única pasión que comparto con el director de "Cry-Baby". Y me han sobrado los más alejados de la materia, especialmente cuando roza la ficción.
El respectivo desglose quedaría del siguiente modo:
"La visita a Los Ángeles de John Waters": Waters nos habla de aquellos antros peculiares que visitar en Los Ángeles. Naturalmente, la cosa pretende ir de contra-guía turística, aunque no menciona de ningún lugar que despierte mi interés.
"¿Dónde está el talento creativo?": Uno de los mejores artículos, básicamente centrado en las artes de los cineastas "exploitation", o de bajo presupuesto, para promocionar sus películas en los años 50 y/o 60, con especial fijación en uno de los héroes del autor, William Castle.
"Relato Cortante (101 cosas que odio)": Lo más parecido a ficción que hay en el libro y, en resumidas cuentas, una chorrada.
"La historia de Pia Zadora": Aquí Waters ejerce de reportero y entrevista a la actriz, conocida por sus supuestas malas películas, entre ellas "The Lonely Lady", comentada por Víctor en su día. Del montón.
"En la cárcel": Ya conocen el interés del director de "Pink Flamingos" por los criminales. Tanto como para, en una ocasión, ejercer de profesor de cine en algunos centros penitenciarios. Aquí cuenta la experiencia y trata de justificarse un poco.
"Relato Optimista (101 cosas que amo)": Tan chorra y prescindible como el otro.
"Ganarse la cena cantando": Primero nos habla de viejas salas de strip-tease y luego se centra en sus desventuras dando conferencias y visitando extraños festivales. Bien, interesante.
"Por qué me gusta el National Enquirer": Cumpliendo con su imagen ¿premeditada? de amante del mal gusto y la horterada, Waters confiesa lo mucho que ama una publicación normalmente considerada puro amarillismo de tercera.
"¡Señoras y señores... los chicos más majos de la ciudad!": Aquí se enrolla a fondo respecto al programa televisivo de baile para adolescentes que inspiró la trama de "Hairspray". Del montón.
"Cómo hacerse famoso": Otro de los eminentemente chorras. Waters ofrece varias opciones para lograr la fama, todas ellas supuestamente transgresoras y graciosas.
"Placeres Culpables": Puede que este sea mi favorito. El autor reconoce abiertamente que le mola el cine de arte y ensayo más radical, y comenta algunos de sus títulos preferidos de manera desenfadada. El único que me ha dejado con ganas de más.
"Por qué me gustan las Navidades": Supongo que podemos tildar de cínico este texto. Ya sabemos lo falso que es John Waters. A diferencia de él, a mi las Navidades me encantan de modo real y honesto. No obstante, el artículo está entre los simpáticos.
"Cómo no hacer una película": El cineasta habla de sus trifulcas en Hollywood, buscando financiación y procurando producir éxitos. Siendo mi tema predilecto, y a pesar de quien lo firma, es de los disfrutables.
"Je vous salue, Marie!": Prolongando un poco el de "Placeres Culpables", Waters se centra en este film de Jean-Luc Godard que, como sabrán algunos, fue un auténtico escándalo en su época. Reflexiona al respecto con su habitual sorna. Bien, interesante.
"Harto de famosos": Harto de John Waters, llegamos al final con un artículo en el que, una vez más, saca a la cotilla que lleva dentro y comenta chascarrillos sobre famosos o famosillos. Sin más. Pasable.
En resumidas cuentas: Si no eres fan de John Waters, o tu interés por su persona está dentro de lo racional, puedes pasar un ratillo majo leyendo y luego lo devuelves a la biblioteca, lo regalas, lo vendes o lo tiras. No creo que valga la pena repetir.
Si, por el contrario, eres fan... bueno, no deberías estar leyendo este blog.
jueves, 21 de agosto de 2025
MINUTOS MUSICALES 38: THE SPITS
Vivía convencido de que mi gusto por el punk rock se había detenido en los noventa. Y que ninguna banda del ramo actual era capaz de interesarme. Hasta que un día me da por rumiarlo detenidamente y resulta que sí, las hay. Contadas con los dedos de la mano de un manco, pero las hay. Mientras decido si los australianos "Private Function" molan tanto como parece, me centraré en aquellos que ya se han ganado mis atenciones y respetos, los yankis "The Spits", "Los escupitajos" traducido al castellano. Sí, ya, ¿¿hay algo más "cliché punk" que un escupitajo??. Seguramente no. Sin embargo, voy a evitar meterme ahora a debatir autenticidades tan afines al punkismo. Me da una pereza horrorosa. Tampoco creo que uno pueda tomarse demasiado en serio a los "Spits", no como para entrar en esa clase de dilemas. Y, ¡¡cuidado!!, que lo digo como una virtud. Estoy convencido que ellos son los primeros en no tomarse en serio (cosa que denota, entre otras muchas razones, su gusto por subir al escenario portando atuendos ridículos).
"The Spits" se formaron originalmente el año 1993 en algún sucio rincón de los USA por cortesía de los hermanos Sean y Erin Wood. Almas de la banda. No obstante, no llegaron a "existir oficialmente" hasta el 2000, que es cuando comenzaron a destacar entre la ingente cantidad de grupos punk, aunque el suyo sea más afín a la vertiente garajera, rockanrolera propia de un "Crypt Records" para entendernos, referencia nada desenfocada si consideramos que tuve consciencia de ellos gracias a su presencia en la portada del libro "We Never Learn, the grunk punk undergut, 1988-2001" dedicado, justo, a profundizar en el característico sonido de esos combos afiliados al "otro punk", "Crypt Record" y el respectivo periodo (por obra de Eric Davidson, cantante de una de las más destacadas de aquellas bandas, "The New Bomb Turks"). Fue verlos, maravillado por lo absurdo de la instantánea, y pensar "¿Pero quién demonios son?".
En el caso específico de los “Spits”, su sonido se caracteriza por una manera de componer voluntariamente básica, sencilla, elemental, inevitablemente "Ramoniana", pero siempre eficaz. Dando como resultado canciones que por esos lares llaman "catchy", pegadizas con estribillos adictivos. Y cortas, por supuesto. Todas esas virtudes vienen coronadas por letras algo gruesas, en ocasiones escatológicas, aunque siempre plagadas de muchísimo humor. No hay mensaje, no hay pretensión alguna, no hay profundidad casi como parte de su misma actitud, sencillamente "rockanroleemos y pasémoslo de putifa". A todo ello, sumen la reconocible voz de Sean Wood, casi atonal, como si le pesaran las palabras, y la utilización ocasional de un teclado rollo "Casio" con cutre-ritmos pregrabados que los aproximan sutilmente al llamado "synthpunk".
Así las cosas, han conseguido despuntar de entre la interminable amalgama de grupos afines manteniendo su esencia semi-oscura. Y sin complicárselo demasiado a sus seguidores. A ver, es verdad que por ahí disponen de alguna grabación un pelo más arriesgada y rompedora, como "Haunted Fang Castle", un audio-libro para críos en plan de guasa, donde cuentos de brujas, duendes y trasgos vienen acompañados por guitarras disonantes -con resultados, laméntolo mucho, muy coñazo-, pero, en general, los "Spits" se han mantenido fieles a su fórmula, dando al público lo que espera de ellos. Sin evoluciones, sin aspiraciones artísticas de otra índole. Así es más "fácil" mantener a los fieles a tu vera.
Hablar de la discografía de estos señores, centrándose en sus LP´s, se convierte en un ejercicio bastante lioso porque, salvo excepciones específicas, gustaban de bautizarlos a todos igual, con su nombre. Así, cuando toca revisarla, se recurre a una numeración del tipo volumen tal y volumen cual. Bien, yo tiraré por una táctica distinta, describir sus llamativas portadas y, de paso, mentar cuales son mis canciones favoritas en cada cual, por si quieren meterse un chute de "The Spits" vía mandanga rica. Su canción más chula y representativa es "Tonight", disponible en el Vol.IV o "el anuario escolar con fotos de críos extremadamente feos" -y al final del tocho-. Esos mismos surcos ocultan otra de las buenas, "Police". Siguiendo con los discos sin nombre, ahora tocaría "el parapléjico en su silla portando un skate", de donde rescato "She don´t kare". Ponemos punto y final con otras dos grabaciones, y estas sí llevan título, "Kill the kool" (+ el tema "Autobahn") y "19 Million AC" (+ el tema "Shitty World").
"The Spits" se formaron originalmente el año 1993 en algún sucio rincón de los USA por cortesía de los hermanos Sean y Erin Wood. Almas de la banda. No obstante, no llegaron a "existir oficialmente" hasta el 2000, que es cuando comenzaron a destacar entre la ingente cantidad de grupos punk, aunque el suyo sea más afín a la vertiente garajera, rockanrolera propia de un "Crypt Records" para entendernos, referencia nada desenfocada si consideramos que tuve consciencia de ellos gracias a su presencia en la portada del libro "We Never Learn, the grunk punk undergut, 1988-2001" dedicado, justo, a profundizar en el característico sonido de esos combos afiliados al "otro punk", "Crypt Record" y el respectivo periodo (por obra de Eric Davidson, cantante de una de las más destacadas de aquellas bandas, "The New Bomb Turks"). Fue verlos, maravillado por lo absurdo de la instantánea, y pensar "¿Pero quién demonios son?".
En el caso específico de los “Spits”, su sonido se caracteriza por una manera de componer voluntariamente básica, sencilla, elemental, inevitablemente "Ramoniana", pero siempre eficaz. Dando como resultado canciones que por esos lares llaman "catchy", pegadizas con estribillos adictivos. Y cortas, por supuesto. Todas esas virtudes vienen coronadas por letras algo gruesas, en ocasiones escatológicas, aunque siempre plagadas de muchísimo humor. No hay mensaje, no hay pretensión alguna, no hay profundidad casi como parte de su misma actitud, sencillamente "rockanroleemos y pasémoslo de putifa". A todo ello, sumen la reconocible voz de Sean Wood, casi atonal, como si le pesaran las palabras, y la utilización ocasional de un teclado rollo "Casio" con cutre-ritmos pregrabados que los aproximan sutilmente al llamado "synthpunk".
Así las cosas, han conseguido despuntar de entre la interminable amalgama de grupos afines manteniendo su esencia semi-oscura. Y sin complicárselo demasiado a sus seguidores. A ver, es verdad que por ahí disponen de alguna grabación un pelo más arriesgada y rompedora, como "Haunted Fang Castle", un audio-libro para críos en plan de guasa, donde cuentos de brujas, duendes y trasgos vienen acompañados por guitarras disonantes -con resultados, laméntolo mucho, muy coñazo-, pero, en general, los "Spits" se han mantenido fieles a su fórmula, dando al público lo que espera de ellos. Sin evoluciones, sin aspiraciones artísticas de otra índole. Así es más "fácil" mantener a los fieles a tu vera.
Hablar de la discografía de estos señores, centrándose en sus LP´s, se convierte en un ejercicio bastante lioso porque, salvo excepciones específicas, gustaban de bautizarlos a todos igual, con su nombre. Así, cuando toca revisarla, se recurre a una numeración del tipo volumen tal y volumen cual. Bien, yo tiraré por una táctica distinta, describir sus llamativas portadas y, de paso, mentar cuales son mis canciones favoritas en cada cual, por si quieren meterse un chute de "The Spits" vía mandanga rica. Su canción más chula y representativa es "Tonight", disponible en el Vol.IV o "el anuario escolar con fotos de críos extremadamente feos" -y al final del tocho-. Esos mismos surcos ocultan otra de las buenas, "Police". Siguiendo con los discos sin nombre, ahora tocaría "el parapléjico en su silla portando un skate", de donde rescato "She don´t kare". Ponemos punto y final con otras dos grabaciones, y estas sí llevan título, "Kill the kool" (+ el tema "Autobahn") y "19 Million AC" (+ el tema "Shitty World").
martes, 19 de agosto de 2025
EL REGRESO DEL PRESIDIARIO
La quintaesencia del telefilme de medio día, un telefilme muy telefilme y, para más inri, de juicios.
El caso es que, si este tipo de productos en su momento eran como películas de segunda categoría que adolecían de un ritmo menor al de aquellas destinadas al cine (con honrosas excepciones que, finalmente, acababan en salas de nuestro país, muy dado a estrenar telefilmes que habían resultado más o menos majos), consumir en pleno 2025 uno de esas "tv movies" de los 80, se torna una experiencia cuando menos agradable porque, dadas las circunstancias, y con la cantidad de morralla actual que pasa por nuestras retinas en forma de título vigente y "mainstream", ver a Bruce Boxleitner metido en un asunto tan serio como el que nos propone la película, es incluso de agradecer, sin que por ello reconozcamos en “El regreso del presidiario” un producto de categoría bastante inferior.
Conocida en los USA bajo los títulos de “The Town Bully” y “Out of Control”, y curiosamente producida por "Warner", la película llegó a nuestros videoclubes a finales de los 80, poco después de ser emitida en la "ABC" sin que los índices de audiencia marcaran un hito al respecto. No es baladí, porque justo en esa época era terriblemente popular entre el público la saga de “Loca academia de policía” y la película reseñada traía consigo la presencia de uno de los actores más queridos de aquellas comedias, David Graf, conocido como el "Sgt. Eugene Tuckleberry" y, al igual que otros actores del reparto, en nómina de la "Warner" aquel 1988. De hecho, la horrorosa caratula con la que la distribuidora "Filmax" puso esta película en circulación en España, lo que explota es la presencia de David Graf, indicando debajo de su nombre «de la serie Loca academia de Policía» como principal reclamo, a pesar de que Graf, aun teniendo su personaje un gran peso en la trama, no es más que un secundario que apenas si aparece en un tercio de la película y en calidad de estrella invitada durante los créditos. Sin embargo, aquí presidía el póster de la edición videográfica y, como pueden ver, por partida triple —gracias al paupérrimo fotomontaje. "Filmax" puede colgarse la medalla de haber diseñado durante aquellos años los pósters y caratulas más feas de la historia de la distribución patria—.
Graf es un actor que me cae muy bien, soy muy fan de "Tuckleberry" (personaje al que le debe la fama internacional), y si aparece en alguna película, me quedo a verla. Pero era un actor pésimo. En “Loca academia de Policía” tiene un personaje excesivo y cómico y parece diseñado a su medida, pero si lo sacan de ahí… Por eso, su presencia causa hilaridad en “El regreso del presidiario”; Graf, un buenazo en la vida real, aquí interpreta a un ser maquiavélico que se pasa tres pueblos con todo el mundo; ver como se desgañita, desencaja el rostro y trata mal a todo el mundo, no solo provoca momentos de comedia involuntaria, sino que somos partícipes de cuan gran sobreactuador era el hombre. Da gusto verlo.
Y es que la acción se traslada a Sparwood, una pequeña localidad de Arizona en la que un tipo llamado "Raymond" tiene atemorizados a todos. Les pega, les grita, les roba, les amenaza… hasta que un día, por fin, las autoridades consiguen meterle entre rejas. Un año más tarde, "Raymond" sale de la cárcel y regresa al hogar, pero lejos de volver con el rabo entre las piernas, lo hace siendo más hijoputa todavía, y sembrando nuevamente la discordia en el pueblo. Un comité formado por las autoridades competentes traza un plan con la finalidad de que este gamberro deje de hacerle la vida imposible a todo cristo. Y la cosa se saldrá de madre.
Poco más, la historia pega un giro que no desvelaré, y pronto pasamos a la estructura clásica de telefilme de medio día, dejando en el espectador la sensación de que, si al menos no se ha enfrentado a una gran película, sí ha echado hora y media entretenida.
Además de Graf (que fallecería en el año 2000 víctima de un infarto de miocardio mientras se encontraba como invitado en una boda), el telefilme está repleto de rostros de la gran y pequeña pantalla, por lo que aparece por ahí el anteriormente mentado Bruce Boxleitner (visto en “Tron”), el inevitable Pat Hingle (visto en “Batman”) o Christine Eloise (vista en “Muñeco diabólico 2” y debutando aquí).
La dirección corre a cargo de Noel Black, cuya carrera se ha desarrollado principalmente en el ámbito televisivo, pero que tuvo su momento para hacer una escapada a la pantalla grande, filmando el plano de culos lozanos más sexy de la comedia sexual ochentera en “Escuela privada… para chicas”.
Se le puede dedicar un visionado tranquilo a esta “El regreso del presidiario”.
El caso es que, si este tipo de productos en su momento eran como películas de segunda categoría que adolecían de un ritmo menor al de aquellas destinadas al cine (con honrosas excepciones que, finalmente, acababan en salas de nuestro país, muy dado a estrenar telefilmes que habían resultado más o menos majos), consumir en pleno 2025 uno de esas "tv movies" de los 80, se torna una experiencia cuando menos agradable porque, dadas las circunstancias, y con la cantidad de morralla actual que pasa por nuestras retinas en forma de título vigente y "mainstream", ver a Bruce Boxleitner metido en un asunto tan serio como el que nos propone la película, es incluso de agradecer, sin que por ello reconozcamos en “El regreso del presidiario” un producto de categoría bastante inferior.
Conocida en los USA bajo los títulos de “The Town Bully” y “Out of Control”, y curiosamente producida por "Warner", la película llegó a nuestros videoclubes a finales de los 80, poco después de ser emitida en la "ABC" sin que los índices de audiencia marcaran un hito al respecto. No es baladí, porque justo en esa época era terriblemente popular entre el público la saga de “Loca academia de policía” y la película reseñada traía consigo la presencia de uno de los actores más queridos de aquellas comedias, David Graf, conocido como el "Sgt. Eugene Tuckleberry" y, al igual que otros actores del reparto, en nómina de la "Warner" aquel 1988. De hecho, la horrorosa caratula con la que la distribuidora "Filmax" puso esta película en circulación en España, lo que explota es la presencia de David Graf, indicando debajo de su nombre «de la serie Loca academia de Policía» como principal reclamo, a pesar de que Graf, aun teniendo su personaje un gran peso en la trama, no es más que un secundario que apenas si aparece en un tercio de la película y en calidad de estrella invitada durante los créditos. Sin embargo, aquí presidía el póster de la edición videográfica y, como pueden ver, por partida triple —gracias al paupérrimo fotomontaje. "Filmax" puede colgarse la medalla de haber diseñado durante aquellos años los pósters y caratulas más feas de la historia de la distribución patria—.
Graf es un actor que me cae muy bien, soy muy fan de "Tuckleberry" (personaje al que le debe la fama internacional), y si aparece en alguna película, me quedo a verla. Pero era un actor pésimo. En “Loca academia de Policía” tiene un personaje excesivo y cómico y parece diseñado a su medida, pero si lo sacan de ahí… Por eso, su presencia causa hilaridad en “El regreso del presidiario”; Graf, un buenazo en la vida real, aquí interpreta a un ser maquiavélico que se pasa tres pueblos con todo el mundo; ver como se desgañita, desencaja el rostro y trata mal a todo el mundo, no solo provoca momentos de comedia involuntaria, sino que somos partícipes de cuan gran sobreactuador era el hombre. Da gusto verlo.
Y es que la acción se traslada a Sparwood, una pequeña localidad de Arizona en la que un tipo llamado "Raymond" tiene atemorizados a todos. Les pega, les grita, les roba, les amenaza… hasta que un día, por fin, las autoridades consiguen meterle entre rejas. Un año más tarde, "Raymond" sale de la cárcel y regresa al hogar, pero lejos de volver con el rabo entre las piernas, lo hace siendo más hijoputa todavía, y sembrando nuevamente la discordia en el pueblo. Un comité formado por las autoridades competentes traza un plan con la finalidad de que este gamberro deje de hacerle la vida imposible a todo cristo. Y la cosa se saldrá de madre.
Poco más, la historia pega un giro que no desvelaré, y pronto pasamos a la estructura clásica de telefilme de medio día, dejando en el espectador la sensación de que, si al menos no se ha enfrentado a una gran película, sí ha echado hora y media entretenida.
Además de Graf (que fallecería en el año 2000 víctima de un infarto de miocardio mientras se encontraba como invitado en una boda), el telefilme está repleto de rostros de la gran y pequeña pantalla, por lo que aparece por ahí el anteriormente mentado Bruce Boxleitner (visto en “Tron”), el inevitable Pat Hingle (visto en “Batman”) o Christine Eloise (vista en “Muñeco diabólico 2” y debutando aquí).
La dirección corre a cargo de Noel Black, cuya carrera se ha desarrollado principalmente en el ámbito televisivo, pero que tuvo su momento para hacer una escapada a la pantalla grande, filmando el plano de culos lozanos más sexy de la comedia sexual ochentera en “Escuela privada… para chicas”.
Se le puede dedicar un visionado tranquilo a esta “El regreso del presidiario”.
sábado, 16 de agosto de 2025
EFFECTS
El equipo de filmación de una pequeña película de terror se reúne una noche y, entre copas y esnifadas, proyectan un corto en el que una tipa es crudamente asesinada por un misterioso encapuchado, cosa que desencadenará una serie de hechos dramáticos.
"Effects" es una curiosísima y extrañísima película de finales de los setenta que, por problemas con su distribuidor, tuvo una exhibición ultra-limitada para, rápidamente, desaparecer, ganándose así una condición legendaria motivada, principalmente, porque muchos de sus responsables, delante y detrás de la cámara, andaban ligados al universo de George A. Romero. Tras un primer lanzamiento por parte de "Synapse Films", fueron las buenas gentes de "AGFA" quienes dieron con el negativo de 16 mm para restaurarlo y relanzarlo por todo lo alto.
Los conchabados con el padre de "La noche de los muertos vivientes" serían el actor Joseph Pilato, partido en dos por una horda de zombies en "El día de los muertos". John Harrison, quien además de dirigir cosas como "El gato infernal", "Book of Blood" o sendos capítulos de la reciente versión cajatontil de "Creepshow", logró notoriedad al componer, justamente, la increíble banda sonora de la versión fílmica de esta última. En "Effects" interpreta al director de cine de ideas malévolas. Seguidos por el gran Tom Savini, responsabilizándose también de los muy inconfundibles efectos especiales -los de la película, y los de la película dentro de la película- (con esos chorretones y esa sangre tan roja propia de sus aportaciones setenteras, léanse "Martin / El regreso de los vampiros vivientes" o el "Dawn of the dead" original) y Pasquale Buba, habitual montador en Romeradas varias.
La dirección corre a cargo de Dusty Nelson, así mismo co-autor del guion junto a William H. Mooney (cuyo otro único crédito en ese campo lo compone un telefilm dirigido por John Harrison). "Effects" fue su largometraje de debut, a partir del cual encadenaría cosas de lo más marcianas, como un lógico capítulo para la serie apadrinada por Romero "Tales from the darkside", dos films de ninjas ¿¿?? ("Los asesinos de Sakura" y "El fantasma blanco") y, esta sí es güena, "Necromancer" (seguida de una última película en 2002, un especie de drama de aventuras titulado "Atrapados por el fuego"). Destaco la presencia de "Necromancer" porque, aparte de haberla reseñado acá en su momento, hablamos de una prototípica "serie Z" prototípicamente yanki y bastante chusquera / tontuna, cosa que contrasta razonablemente con las maneras de "Effects". Mexplico.
Había leído que esta era algo lenta y le costaba arrancar, pero lo cierto es que me entró bastante bien. A lo mejor puse mucho cariño de mi parte dadas las circunstancias, no lo niego. Y su aspecto crudillo, ciertos desenfoques y toda la materia de metacine, pudieron influir. La cuestión es que "Effects" no es del todo previsible, consigue que los personajes resulten interesantes, el corto "snuff" está muy logrado (realmente da el pego... y algo de mal rollo) y, llegado cierto punto, la trama mete un volantazo que te deja pasmado. Vale que a partir de ahí comienza a pesarle un poco el culo, pero se soporta. Lo suficiente para no perderse ese final de impacto. Merece ser visionada.
La cuestión acá es que, considerando "Necromancer" un puro tebeo delirante de venta en mercadillos, sorprende la cierta sobriedad y "originalidad" de "Effects". Desconozco qué se torció en el camino para Dusty Nelson, pero algo se torció, desde luego. Quizás el que "Effects" nunca llegara a estrenarse debidamente le traumó y decidió apostar por una mayor "comercialización" en busca de una salida garantizada de sus películas. Ni idea, aunque si visitas su página web notarás la total ausencia de "Necromancer" (y "Los asesinos de Sakura"). ¿¿Nos sorprendemos??.
"Effects" es una curiosísima y extrañísima película de finales de los setenta que, por problemas con su distribuidor, tuvo una exhibición ultra-limitada para, rápidamente, desaparecer, ganándose así una condición legendaria motivada, principalmente, porque muchos de sus responsables, delante y detrás de la cámara, andaban ligados al universo de George A. Romero. Tras un primer lanzamiento por parte de "Synapse Films", fueron las buenas gentes de "AGFA" quienes dieron con el negativo de 16 mm para restaurarlo y relanzarlo por todo lo alto.
Los conchabados con el padre de "La noche de los muertos vivientes" serían el actor Joseph Pilato, partido en dos por una horda de zombies en "El día de los muertos". John Harrison, quien además de dirigir cosas como "El gato infernal", "Book of Blood" o sendos capítulos de la reciente versión cajatontil de "Creepshow", logró notoriedad al componer, justamente, la increíble banda sonora de la versión fílmica de esta última. En "Effects" interpreta al director de cine de ideas malévolas. Seguidos por el gran Tom Savini, responsabilizándose también de los muy inconfundibles efectos especiales -los de la película, y los de la película dentro de la película- (con esos chorretones y esa sangre tan roja propia de sus aportaciones setenteras, léanse "Martin / El regreso de los vampiros vivientes" o el "Dawn of the dead" original) y Pasquale Buba, habitual montador en Romeradas varias.
La dirección corre a cargo de Dusty Nelson, así mismo co-autor del guion junto a William H. Mooney (cuyo otro único crédito en ese campo lo compone un telefilm dirigido por John Harrison). "Effects" fue su largometraje de debut, a partir del cual encadenaría cosas de lo más marcianas, como un lógico capítulo para la serie apadrinada por Romero "Tales from the darkside", dos films de ninjas ¿¿?? ("Los asesinos de Sakura" y "El fantasma blanco") y, esta sí es güena, "Necromancer" (seguida de una última película en 2002, un especie de drama de aventuras titulado "Atrapados por el fuego"). Destaco la presencia de "Necromancer" porque, aparte de haberla reseñado acá en su momento, hablamos de una prototípica "serie Z" prototípicamente yanki y bastante chusquera / tontuna, cosa que contrasta razonablemente con las maneras de "Effects". Mexplico.
Había leído que esta era algo lenta y le costaba arrancar, pero lo cierto es que me entró bastante bien. A lo mejor puse mucho cariño de mi parte dadas las circunstancias, no lo niego. Y su aspecto crudillo, ciertos desenfoques y toda la materia de metacine, pudieron influir. La cuestión es que "Effects" no es del todo previsible, consigue que los personajes resulten interesantes, el corto "snuff" está muy logrado (realmente da el pego... y algo de mal rollo) y, llegado cierto punto, la trama mete un volantazo que te deja pasmado. Vale que a partir de ahí comienza a pesarle un poco el culo, pero se soporta. Lo suficiente para no perderse ese final de impacto. Merece ser visionada.
La cuestión acá es que, considerando "Necromancer" un puro tebeo delirante de venta en mercadillos, sorprende la cierta sobriedad y "originalidad" de "Effects". Desconozco qué se torció en el camino para Dusty Nelson, pero algo se torció, desde luego. Quizás el que "Effects" nunca llegara a estrenarse debidamente le traumó y decidió apostar por una mayor "comercialización" en busca de una salida garantizada de sus películas. Ni idea, aunque si visitas su página web notarás la total ausencia de "Necromancer" (y "Los asesinos de Sakura"). ¿¿Nos sorprendemos??.
jueves, 14 de agosto de 2025
MINUTOS MUSICALES 37: LOS CINCO MEJORES DISCOS
Hasta principios de los 2000, nunca sentí la más mínima curiosidad por el grupo británico de post-punk "Echo and the Bunnymen". Un buen día, un amigo que conocía mi incipiente interés por un pop inglés tirando a melancólico me los recomendó y, por aquello de convencerme del todo, lo acompañó con un recopilatorio casero, formato CD-R, compuesto de canciones sustraídas de sus entonces más recientas grabaciones. Pues resulta que me gustó bastante lo que escuché y decidí investigar a qué trabajos específicos pertenecía cada tema. Así es como descubrí que la etapa más interesante -para mí- de los "Echo and the Bunnymen" se situaba entre 1997 y 2009. Concretamente con los discos "Evergreen", "What are you going to do with your life?", "Flowers", "Siberia" y "The Fountain". En todos ellos hay coplas sensacionales, alejadas del estilo habitual de los primeros años de la banda. Tal vez el más redondo de todos sea el segundo de la lista y de donde he sustraído el muestrario sonoro que les dejo al final, "Get in the Car", mi favorita del pack.
Da la casualidad que dicha etapa viene marcada por el regreso del vocalista primigenio tras un intento de huida. Sin embargo, no parece que vayan a repetirlo, porque su última grabación original hasta la fecha, "Meteorites" del 2014 (cuatro años después lanzaron "The Stars, the Oceans & the Moon", aunque la cosa va de temas clásicos -muy bien- revisionados), queda lejos de esos momentos de inspiración, momentos que sigo disfrutando eventualmente y me bastan y me sobran.
Da la casualidad que dicha etapa viene marcada por el regreso del vocalista primigenio tras un intento de huida. Sin embargo, no parece que vayan a repetirlo, porque su última grabación original hasta la fecha, "Meteorites" del 2014 (cuatro años después lanzaron "The Stars, the Oceans & the Moon", aunque la cosa va de temas clásicos -muy bien- revisionados), queda lejos de esos momentos de inspiración, momentos que sigo disfrutando eventualmente y me bastan y me sobran.
martes, 12 de agosto de 2025
PLAY BOY: EL REY DEL MANDO
Atípica producción de la “Happy Madison” del todopoderoso Adam Sandler. Y es atípica porque está concebida para lucimiento de uno de los rostros menos conocidos de su séquito, Allen Covert, mamporrero mayor de Sandler desde que ambos debutaran en el cine en la semi-amateur “Going Overboard” y que desde entonces le acompaña haciendo las veces de productor, co-guionista y actor en casi todas sus películas. En “Play Boy: el Rey del mando” Sandler se gasta la calderilla, el presupuesto que tiene para palillos de dientes en cualquiera de las producciones en las que él es la estrella, y le concede a su amigo el honor de escribir y protagonizar una película hecha a su medida. Cualquiera pensaría que Sandler no tenía ninguna fe en este film y no iría mal encaminado, ya que en el momento de su estreno, durante las siete semanas que estuvo en cartel y las ventas al extranjero, tan solo logró recaudar siete millones de dólares que a duras penas conseguían cubrir el presupuesto dispensado para rodarla.
Sin embargo, y por la gracia de dios, poco a poco fue adquiriendo culto por parte de fans chiflados que la iban descubriendo a posteriori, lo que se tradujo en una recaudación de más de 50 millones por la venta de DVDs. Todo un fenómeno al respecto. Con lo cual la película es a día de hoy una de las más queridas por los fans y la más rentable de la “Happy Madison”.
Se trata de una “stoner comedy” repleta de chistes de fumetas, que además contiene elementos generacionales que son en realidad los verdaderos motores de su éxito; “Play Boy: El Rey del mando” contiene marihuana, vídeo juegos, tetas, gerontofília, retrasados mentales, vírgenes, hechiceros de tribu africana que consumen cannabis y se tiran olorosos cuescos, chimpancés karatekas, leones custodios de droga y diálogos totalmente demenciales. Solo falta Tom Green molestando por ahí.
En definitiva, se trata de una comedia tonta que funciona a las mil perfecciones. Como para no salirle fanáticos.
También se trataría de una de las escasas incursiones que de vez en cuando hace el cine en el mundo de los “jugones”. Hay pocas referencias o tramas que giren en torno a los jugadores de videojuegos, siendo los máximos exponentes en la comedia títulos como “Joysticks” de Greydon Clark y “Porky’s 4” dentro de los parámetros de la "serie B/Z", o “Pixels” en el mainstream. “Play Boy: El Rey del mando”, sería la película más significativa sobre el tema.
Asimismo refleja una realidad social cada día más extendida en todo el mundo, que es la de los treintañeros —casi cuarentones— que todavía viven en casa de sus padres y, por lo tanto, desarrollan cierta inmadurez que les insta a pasarse el día fumando canutos y jugando videojuegos. Nos presenta al protagonista, Alex, como un buen ejemplo de todo eso.
Alex se dedica a probar videojuegos para una gran empresa del sector. Vive en una casa con su compañero de piso. Este se gasta el dinero del alquiler en prostitutas filipinas y, por tanto, son desahuciados. A Alex no le queda más remedio que irse a vivir con su abuela y sus dos compañeras de piso, igualmente ancianas. Para no parecer más perdedor de lo que es, a sus compañeros de trabajo les dice que se ha mudado con tres esculturales jovencitas con las que se acuesta cada noche.
Por otro lado, el punto neurálgico del argumento está en una descerebrada fiesta que se celebra en la casa de las tres abuelitas, en la que el desmadre, el destete, y el consumo de drogas blandas se convierten en los protagonistas de la función.
En el argumento vemos que Alex, además de probar videojuegos, está desarrollando un nuevo juego llamado “Demoniac” que pretende proponer a sus jefes con el fin de comercializarlo y cuya idea es robada por JP, el villano de la película, un “retarded” maestro del diseño de videojuegos que se cree un robot y se quiere implantar unas piernas mecánicas. El juego en cuestión es una novedad para la "Xbox 360", consola referenciada —y publicitada— en varias ocasiones, que se estaba desplegando con la idea de que su fabricante, “Terminal Reallity”, lo lanzara a la venta después del estreno de la película. Sin embargo el asunto finalmente se canceló antes de estar completamente acabado el proyecto debido a problemas financieros, y jamás se comercializó ese juego, por lo que las imágenes que vemos del mismo en la película son el único testimonio de su existencia.
Como anécdotas del rodaje, reseñar que hay un momento en el que Alex se masturba sobre una "Barbie" mientras le dice guarrerías. En realidad, en el guion decía que debía proceder sobre una réplica de "Lara Croft", la heroína del “Tomb Raider”, pero no se pudo utilizar su imagen por un problema con las licencias. El cambio de muñeca no resiente el resultado de la escena, pero es cierto que tendría mucha más gracia si hubiese sido la famosa aventurera pechugona.
El personaje de Alex, “loser” donde los haya, conduce una chatarra de coche destrozado que le confiere una imagen de perdedor mayor de la que ya desprende de por sí. No es una maniobra de guion premeditada; la producción se estaba quedando sin dinero para sufragar los gastos. El próximo desembolso era para el vehículo del personaje de Alex y, como no había montante, se le sacó esa porquería de un desguace cualquiera. En este caso, las carencias benefician a la historia y, por ende, al personaje.
La marihuana que se consumía durante el rodaje era obviamente falsa, cosa que en absoluto le parecía bien al actor Peter Dante, quien da vida a un camello que además es fumeta. Como pensó que estando fumado interpretaría mejor a un porrero, decidió llevar al rodaje su propia marihuana, por lo que cada vez que se rodaba una escena en la que este tenía que fumar, y cortaban, le pegaba caladas reales al canuto, motivo por el que el actor se cogía unos colocones de aúpa, teniendo que interrumpir el rodaje en una ocasión para ir al hospital porque decía no sentir las piernas.
En otro orden de cosas, “Play Boy: El Rey del mando” se convirtió en una película de prestigio para la comunidad de consumidores de cannabis recibiendo varios premios “Stony” que concede la revista “High Times” (sobre marihuana y su consumo), que incluían el de mejor película “stoner”, mejor escena de fumada y mejor actor para Allen Covert.
Toda una rara avis dentro del panorama cómico americano de la década de 00, y la película más extraña y transgresora de la “Happy Madison”, que no es nueva en aquello de hacer humor “stoner”; a Adam Sandler le encanta interpretar a fumetas, aunque siempre desde el lado más blanco e inofensivo. A “Play Boy: El Rey del mando” le cuesta un poco menos ofender al personal.
También tenemos en el reparto papeles para un jovencito Jonah Hill, dando ya muestras de su talento y lejos de imaginarse que 10 años después se convertiría en uno de los actores más importantes de Hollywood. También tenemos cameo insulso para un Rob Schneider que estaba a punto de romper peras con Adam Sandler (aunque recientemente se reconciliaron de aquella manera).
En la dirección -lo de menos en las producciones “Happy Madison”- tenemos a Nicholaus Goosen. Un par de años después rodaría la película “The Shortcut”, para seguidamente dedicar su carrera por entero a la televisión.
Por cierto, la traducción española del título original, “Grandma’s Boy” (El niño de la abuela), es absolutamente infame ¿Cómo que “Play Boy: El Rey del mando”? ¿Por qué Play Boy? Acojonante. España.
Sin embargo, y por la gracia de dios, poco a poco fue adquiriendo culto por parte de fans chiflados que la iban descubriendo a posteriori, lo que se tradujo en una recaudación de más de 50 millones por la venta de DVDs. Todo un fenómeno al respecto. Con lo cual la película es a día de hoy una de las más queridas por los fans y la más rentable de la “Happy Madison”.
Se trata de una “stoner comedy” repleta de chistes de fumetas, que además contiene elementos generacionales que son en realidad los verdaderos motores de su éxito; “Play Boy: El Rey del mando” contiene marihuana, vídeo juegos, tetas, gerontofília, retrasados mentales, vírgenes, hechiceros de tribu africana que consumen cannabis y se tiran olorosos cuescos, chimpancés karatekas, leones custodios de droga y diálogos totalmente demenciales. Solo falta Tom Green molestando por ahí.
En definitiva, se trata de una comedia tonta que funciona a las mil perfecciones. Como para no salirle fanáticos.
También se trataría de una de las escasas incursiones que de vez en cuando hace el cine en el mundo de los “jugones”. Hay pocas referencias o tramas que giren en torno a los jugadores de videojuegos, siendo los máximos exponentes en la comedia títulos como “Joysticks” de Greydon Clark y “Porky’s 4” dentro de los parámetros de la "serie B/Z", o “Pixels” en el mainstream. “Play Boy: El Rey del mando”, sería la película más significativa sobre el tema.
Asimismo refleja una realidad social cada día más extendida en todo el mundo, que es la de los treintañeros —casi cuarentones— que todavía viven en casa de sus padres y, por lo tanto, desarrollan cierta inmadurez que les insta a pasarse el día fumando canutos y jugando videojuegos. Nos presenta al protagonista, Alex, como un buen ejemplo de todo eso.
Alex se dedica a probar videojuegos para una gran empresa del sector. Vive en una casa con su compañero de piso. Este se gasta el dinero del alquiler en prostitutas filipinas y, por tanto, son desahuciados. A Alex no le queda más remedio que irse a vivir con su abuela y sus dos compañeras de piso, igualmente ancianas. Para no parecer más perdedor de lo que es, a sus compañeros de trabajo les dice que se ha mudado con tres esculturales jovencitas con las que se acuesta cada noche.
Por otro lado, el punto neurálgico del argumento está en una descerebrada fiesta que se celebra en la casa de las tres abuelitas, en la que el desmadre, el destete, y el consumo de drogas blandas se convierten en los protagonistas de la función.
En el argumento vemos que Alex, además de probar videojuegos, está desarrollando un nuevo juego llamado “Demoniac” que pretende proponer a sus jefes con el fin de comercializarlo y cuya idea es robada por JP, el villano de la película, un “retarded” maestro del diseño de videojuegos que se cree un robot y se quiere implantar unas piernas mecánicas. El juego en cuestión es una novedad para la "Xbox 360", consola referenciada —y publicitada— en varias ocasiones, que se estaba desplegando con la idea de que su fabricante, “Terminal Reallity”, lo lanzara a la venta después del estreno de la película. Sin embargo el asunto finalmente se canceló antes de estar completamente acabado el proyecto debido a problemas financieros, y jamás se comercializó ese juego, por lo que las imágenes que vemos del mismo en la película son el único testimonio de su existencia.
Como anécdotas del rodaje, reseñar que hay un momento en el que Alex se masturba sobre una "Barbie" mientras le dice guarrerías. En realidad, en el guion decía que debía proceder sobre una réplica de "Lara Croft", la heroína del “Tomb Raider”, pero no se pudo utilizar su imagen por un problema con las licencias. El cambio de muñeca no resiente el resultado de la escena, pero es cierto que tendría mucha más gracia si hubiese sido la famosa aventurera pechugona.
El personaje de Alex, “loser” donde los haya, conduce una chatarra de coche destrozado que le confiere una imagen de perdedor mayor de la que ya desprende de por sí. No es una maniobra de guion premeditada; la producción se estaba quedando sin dinero para sufragar los gastos. El próximo desembolso era para el vehículo del personaje de Alex y, como no había montante, se le sacó esa porquería de un desguace cualquiera. En este caso, las carencias benefician a la historia y, por ende, al personaje.
La marihuana que se consumía durante el rodaje era obviamente falsa, cosa que en absoluto le parecía bien al actor Peter Dante, quien da vida a un camello que además es fumeta. Como pensó que estando fumado interpretaría mejor a un porrero, decidió llevar al rodaje su propia marihuana, por lo que cada vez que se rodaba una escena en la que este tenía que fumar, y cortaban, le pegaba caladas reales al canuto, motivo por el que el actor se cogía unos colocones de aúpa, teniendo que interrumpir el rodaje en una ocasión para ir al hospital porque decía no sentir las piernas.
En otro orden de cosas, “Play Boy: El Rey del mando” se convirtió en una película de prestigio para la comunidad de consumidores de cannabis recibiendo varios premios “Stony” que concede la revista “High Times” (sobre marihuana y su consumo), que incluían el de mejor película “stoner”, mejor escena de fumada y mejor actor para Allen Covert.
Toda una rara avis dentro del panorama cómico americano de la década de 00, y la película más extraña y transgresora de la “Happy Madison”, que no es nueva en aquello de hacer humor “stoner”; a Adam Sandler le encanta interpretar a fumetas, aunque siempre desde el lado más blanco e inofensivo. A “Play Boy: El Rey del mando” le cuesta un poco menos ofender al personal.
También tenemos en el reparto papeles para un jovencito Jonah Hill, dando ya muestras de su talento y lejos de imaginarse que 10 años después se convertiría en uno de los actores más importantes de Hollywood. También tenemos cameo insulso para un Rob Schneider que estaba a punto de romper peras con Adam Sandler (aunque recientemente se reconciliaron de aquella manera).
En la dirección -lo de menos en las producciones “Happy Madison”- tenemos a Nicholaus Goosen. Un par de años después rodaría la película “The Shortcut”, para seguidamente dedicar su carrera por entero a la televisión.
Por cierto, la traducción española del título original, “Grandma’s Boy” (El niño de la abuela), es absolutamente infame ¿Cómo que “Play Boy: El Rey del mando”? ¿Por qué Play Boy? Acojonante. España.
sábado, 9 de agosto de 2025
LA PRISIÓN DE LOS CHIFLADOS
El marco durante el que en su día consumí "La prisión de los chiflados" no puede ser más "retro-cool". Les hablo de una sesión doble del desaparecido cine "Texas" en Barcelona, repleto hasta la bandera, compartiendo pantalla nada menos que con una copia troceada de "Delta Force". Desde entonces andaba loco por revisarla y, sobre todo, reseñarla. No es que le reservase un afecto especial ni nada de eso. En realidad solo se trataba de pura y dura curiosidad, porque lo cierto es que en mi archivo mental únicamente conservaba un gag de todo el largometraje, así que, hasta cierto punto, el resto me iba a resultar medianamente novedoso. Costó localizarla, pero al final fue el compañero Enorm quien, una vez más, obró el milagro.
"La prisión de los chiflados", título significativamente patrio -propio de su época- para el "Doin´Time" original (traducible a un muy carcelario "Cumpliendo condena", pero también como "Pasando el tiempo", que pal caso sería un rato adecuado), viene fechada en 1985 y, permítanme recurrir a un cliché que nos viene a huevo: No podría ser más ochentera en su género. Se ajusta como un guante a lo que era la comedia populachera yanki entonces. Con inevitables ecos a otras de su misma calaña como las "Loca academia de policía" o los "Porky´s". Digamos que, espiritualmente, son casi hermanas, con todas las salidas narrativas y los estereotipos que demandaba el personal dispuesto a amoquinar por verlas. Un humor tirando a golfo, con altas dosis de enredo y ciertas licencias de puro "spoof" que no casan demasiado bien, aunque molan. Mogollón de chistes picantes, machismo por un tubo, además de tantas otras zarandajas políticamente incorrectas (incluidos unos pocos chistes de drogas). El protagonista es el típico caradura simpático que se tira a la cachonda esposa del gobernador quien, lógicamente rabioso, le manda encarcelar en un centro penitenciario con un alcaide demasiado laxo y de ideas progresistas al que detesta. En cuanto puede, lo echa y enchufa a su cuñado, todo un cabronazo de tendencias paramilitares dispuesto a hacer la vida imposible a los reclusos. Estos, que vendrían a ser los buenos de la historia (por supuesto en ningún momento se habla de los motivos por los que están entre rejas), deciden darle su merecido recurriendo a una salida muy propia de las comedias de entonces, convencen a una golfa para que se lo tire mientras retransmiten el "espectáculo" tele mediante a nivel nacional. La clásica lucha de poderes entre los inadaptados y la autoridad, también muy de las de risa del periodo. Ello se desarrollará a la par que un previsible combate de boxeo en la cárcel, dando pie a unas cuantas coñetas a costa de "Rocky" y el cameo del mismísimo Muhammad Ali (razón por la que, a día de hoy, la película sobresale unos centímetros de la media).
En realidad la trama de "La prisión de los chiflados" es más fina y menos consistente que el cordel de un támpax, una mera excusa para acumular gags y más gags, de esos con "remate final" que, luego, guardan cero lógica con el desarrollo de lo que se supone están contando. Claro que poco importa porque, como digo, prima la gilipollez, una buscada y aceptada sin remordimiento alguno. No te partes de risa, con suerte sonríes a ratos y, en general, la sensación es más de estar escuchando los malos chistes vomitados por el borracho de la cantina. Suerte que todo el pifostio no llega a los 80 minutos, así que, entre una cosa y otra, y la inevitable dosis de nostalgia aplicada, pues termina resultando medio-entretenida... por los pelos.
Dirige, co-escribe y co-produce George Mendeluk, nacido en Alemania y emigrado para hacer las américas, en su filmografía localizamos otras de esas que habíamos visto en los estantes de nuestros vídeo-clubs mil veces pero rara vez alquilábamos, como "Flash Mortal" o "Albóndigas 3: Los chicos están calientes" y luego muchísima televisión, pero muchísima, hasta nuestros días.
Y, como siempre, es identificando, numerando y catalogando al floridísimo reparto donde realmente está la diversión. Abróchense los cinturones porque la cosa es generosa. Tal vez, paradójicamente, el menos llamativo sea su protagonista, Jeff Altman. Venía de hacer mucha tele y alguna cosa curiosa (como "Wacko" o "Quien tiene una suegra tiene un tesoro") y, tras "La prisión de los chiflados" el panorama tampoco cambiaría demasiado, con más curiosidades ("Harvard: Movida americana", "Los inmortales 2", bastante doblaje de dibujos animados, destacando "The Real Ghostbusters" o "Bee Movie") y más televisión. Como ocurría con muchas de las comedias de aquellos entonces, se le busca una historia de amor "seria" en las clásicas escenas donde se rebaja el tono desmadrado. Su "partenaire" pal caso es Dey Young, quien debutaría en "Rock N´Roll High School" y se marcaría un insignificante rol de camarera en "Spaceballs, la loca historia de las galaxias" (menos insignificante que el posterior de "mujer con perro" para "Ant-Man y la Avispa: Quantumanía"), decorado donde coincidió con otra de las actrices de "La prisión de los chiflados", Rhonda Shear, futura carne de cañón del universo Donald G. Jackson.
Aunque en cuestiones femeninas la parte más tocha del pastel es para Colleen Camp y sus tetazas, esas mismas que viste en otras del palo como "El juego de la sospecha (Cluedo)", "Gran lío en la universidad", "La loca academia de los albóndigas" y, por supuesto, "Loca academia de policía 2 y 4". Ubres -muuuuuuy- destacables son igualmente las de Kitten Natividad, marcándose una aparición al fondo del plano, literalmente, y Judy Landers, quien anduvo posteriormente por "Armados y Peligrosos", "Escuela de Azafatas" pero, sobre todo, el "Dr. Alien" de David DeCoteau. Rematan el asunto femenino Melanie Chartoff (la directora encabritada del insti en "Parker Lewis nunca pierde") y Dona Speir (futura musa de Andy Sidaris).
Retomando el plantel masculino, tenemos a todo un John Vernon como recluso veterano y listillo. En la época me recordaba mucho al George Peppard de "El Equipo A". Cosa que cuadraba muy bien con el "Mr.T" albino que le acompaña a todas partes encarnado por Nicholas Worth, el eterno villano del cine de bajo (y eventualmente alto) presupuesto. Otros de sus socios son el cajatontista Ron Palillo (el tipo al que "Jason Voorhees" le arranca el corazón en la sexta de sus aventuras o el pirómano perseguido por "Snake Eater") y Mike Mazurki, de rostro nacido para interpretar a gángsters y/o matones de toda condición, cosa que hizo nada menos que en "Con faldas y a lo loco", "De espaldas a la justicia", "Dick Tracy" -la de los 40 y la de los 90- y su última aparición en pantalla dos meses previos a palmar, "Mob Boss" de Fred Olen Ray. Ya que hablamos del ínclito, también él dirigió a Pat McCormick -el alcaide bueno de "La prisión de los chiflados"- en "Beverly Hills Vamp".
Como villano principal todo un clásico en los suyo, Richard Mulligan, tan histriónico como nos tenía acostumbrados. Solía dejarse ver en películas de Blake Edwards: "S.O.B. (Sois honrados bandidos)", interpretando al "director de cine en crisis", "Tras la pista de la pantera rosa", ejerciendo de padre del "Inspector Clouseau" y "El gran enredo", que debería recuperar. Igualmente se prestaba a otra clase de comedias, ahí están "Los albóndigas atacan de nuevo", "Profesores de hoy" o "Chico Celestial" como prueba.
Del resto del reparto me quedo con el comediante negro Jimmie 'JJ' Walker (ni que sea por su papel en "Aterriza como puedas", de donde "La prisión de los chiflados" toma prestados esos comentarios graciosos vía megafonía) y Ron Zwang, así mismo co-guionista del film reseñado y cuya escueta carrera "actoril" incorpora dos marcianadas del calibre de "El ejército de las tinieblas" y ¡¡¿"Robot Ninja"?!!. ¿¿Nos lo creemos o estamos ante una mala di/gestión de "la secre"??.
En un momento dado, asistimos a un plano general de la cárcel idéntico a otro de "Crimewave (Ola de crímenes... ola de risas!!)" (al fin y al cabo, ambas películas vienen fechadas el mismo año). Ahí va una comparativa visual y la duda de si una recicló de la otra o, simplemente, compartieron escenario...
"La prisión de los chiflados", título significativamente patrio -propio de su época- para el "Doin´Time" original (traducible a un muy carcelario "Cumpliendo condena", pero también como "Pasando el tiempo", que pal caso sería un rato adecuado), viene fechada en 1985 y, permítanme recurrir a un cliché que nos viene a huevo: No podría ser más ochentera en su género. Se ajusta como un guante a lo que era la comedia populachera yanki entonces. Con inevitables ecos a otras de su misma calaña como las "Loca academia de policía" o los "Porky´s". Digamos que, espiritualmente, son casi hermanas, con todas las salidas narrativas y los estereotipos que demandaba el personal dispuesto a amoquinar por verlas. Un humor tirando a golfo, con altas dosis de enredo y ciertas licencias de puro "spoof" que no casan demasiado bien, aunque molan. Mogollón de chistes picantes, machismo por un tubo, además de tantas otras zarandajas políticamente incorrectas (incluidos unos pocos chistes de drogas). El protagonista es el típico caradura simpático que se tira a la cachonda esposa del gobernador quien, lógicamente rabioso, le manda encarcelar en un centro penitenciario con un alcaide demasiado laxo y de ideas progresistas al que detesta. En cuanto puede, lo echa y enchufa a su cuñado, todo un cabronazo de tendencias paramilitares dispuesto a hacer la vida imposible a los reclusos. Estos, que vendrían a ser los buenos de la historia (por supuesto en ningún momento se habla de los motivos por los que están entre rejas), deciden darle su merecido recurriendo a una salida muy propia de las comedias de entonces, convencen a una golfa para que se lo tire mientras retransmiten el "espectáculo" tele mediante a nivel nacional. La clásica lucha de poderes entre los inadaptados y la autoridad, también muy de las de risa del periodo. Ello se desarrollará a la par que un previsible combate de boxeo en la cárcel, dando pie a unas cuantas coñetas a costa de "Rocky" y el cameo del mismísimo Muhammad Ali (razón por la que, a día de hoy, la película sobresale unos centímetros de la media).
En realidad la trama de "La prisión de los chiflados" es más fina y menos consistente que el cordel de un támpax, una mera excusa para acumular gags y más gags, de esos con "remate final" que, luego, guardan cero lógica con el desarrollo de lo que se supone están contando. Claro que poco importa porque, como digo, prima la gilipollez, una buscada y aceptada sin remordimiento alguno. No te partes de risa, con suerte sonríes a ratos y, en general, la sensación es más de estar escuchando los malos chistes vomitados por el borracho de la cantina. Suerte que todo el pifostio no llega a los 80 minutos, así que, entre una cosa y otra, y la inevitable dosis de nostalgia aplicada, pues termina resultando medio-entretenida... por los pelos.
Dirige, co-escribe y co-produce George Mendeluk, nacido en Alemania y emigrado para hacer las américas, en su filmografía localizamos otras de esas que habíamos visto en los estantes de nuestros vídeo-clubs mil veces pero rara vez alquilábamos, como "Flash Mortal" o "Albóndigas 3: Los chicos están calientes" y luego muchísima televisión, pero muchísima, hasta nuestros días.
Y, como siempre, es identificando, numerando y catalogando al floridísimo reparto donde realmente está la diversión. Abróchense los cinturones porque la cosa es generosa. Tal vez, paradójicamente, el menos llamativo sea su protagonista, Jeff Altman. Venía de hacer mucha tele y alguna cosa curiosa (como "Wacko" o "Quien tiene una suegra tiene un tesoro") y, tras "La prisión de los chiflados" el panorama tampoco cambiaría demasiado, con más curiosidades ("Harvard: Movida americana", "Los inmortales 2", bastante doblaje de dibujos animados, destacando "The Real Ghostbusters" o "Bee Movie") y más televisión. Como ocurría con muchas de las comedias de aquellos entonces, se le busca una historia de amor "seria" en las clásicas escenas donde se rebaja el tono desmadrado. Su "partenaire" pal caso es Dey Young, quien debutaría en "Rock N´Roll High School" y se marcaría un insignificante rol de camarera en "Spaceballs, la loca historia de las galaxias" (menos insignificante que el posterior de "mujer con perro" para "Ant-Man y la Avispa: Quantumanía"), decorado donde coincidió con otra de las actrices de "La prisión de los chiflados", Rhonda Shear, futura carne de cañón del universo Donald G. Jackson.
Aunque en cuestiones femeninas la parte más tocha del pastel es para Colleen Camp y sus tetazas, esas mismas que viste en otras del palo como "El juego de la sospecha (Cluedo)", "Gran lío en la universidad", "La loca academia de los albóndigas" y, por supuesto, "Loca academia de policía 2 y 4". Ubres -muuuuuuy- destacables son igualmente las de Kitten Natividad, marcándose una aparición al fondo del plano, literalmente, y Judy Landers, quien anduvo posteriormente por "Armados y Peligrosos", "Escuela de Azafatas" pero, sobre todo, el "Dr. Alien" de David DeCoteau. Rematan el asunto femenino Melanie Chartoff (la directora encabritada del insti en "Parker Lewis nunca pierde") y Dona Speir (futura musa de Andy Sidaris).
Retomando el plantel masculino, tenemos a todo un John Vernon como recluso veterano y listillo. En la época me recordaba mucho al George Peppard de "El Equipo A". Cosa que cuadraba muy bien con el "Mr.T" albino que le acompaña a todas partes encarnado por Nicholas Worth, el eterno villano del cine de bajo (y eventualmente alto) presupuesto. Otros de sus socios son el cajatontista Ron Palillo (el tipo al que "Jason Voorhees" le arranca el corazón en la sexta de sus aventuras o el pirómano perseguido por "Snake Eater") y Mike Mazurki, de rostro nacido para interpretar a gángsters y/o matones de toda condición, cosa que hizo nada menos que en "Con faldas y a lo loco", "De espaldas a la justicia", "Dick Tracy" -la de los 40 y la de los 90- y su última aparición en pantalla dos meses previos a palmar, "Mob Boss" de Fred Olen Ray. Ya que hablamos del ínclito, también él dirigió a Pat McCormick -el alcaide bueno de "La prisión de los chiflados"- en "Beverly Hills Vamp".
Como villano principal todo un clásico en los suyo, Richard Mulligan, tan histriónico como nos tenía acostumbrados. Solía dejarse ver en películas de Blake Edwards: "S.O.B. (Sois honrados bandidos)", interpretando al "director de cine en crisis", "Tras la pista de la pantera rosa", ejerciendo de padre del "Inspector Clouseau" y "El gran enredo", que debería recuperar. Igualmente se prestaba a otra clase de comedias, ahí están "Los albóndigas atacan de nuevo", "Profesores de hoy" o "Chico Celestial" como prueba.
Del resto del reparto me quedo con el comediante negro Jimmie 'JJ' Walker (ni que sea por su papel en "Aterriza como puedas", de donde "La prisión de los chiflados" toma prestados esos comentarios graciosos vía megafonía) y Ron Zwang, así mismo co-guionista del film reseñado y cuya escueta carrera "actoril" incorpora dos marcianadas del calibre de "El ejército de las tinieblas" y ¡¡¿"Robot Ninja"?!!. ¿¿Nos lo creemos o estamos ante una mala di/gestión de "la secre"??.
En un momento dado, asistimos a un plano general de la cárcel idéntico a otro de "Crimewave (Ola de crímenes... ola de risas!!)" (al fin y al cabo, ambas películas vienen fechadas el mismo año). Ahí va una comparativa visual y la duda de si una recicló de la otra o, simplemente, compartieron escenario...
martes, 5 de agosto de 2025
BEING MARIA
Poco antes de morir, Maria Schneider puso de actualidad la obra maestra “El último tango en París” declarando que la famosa escena de “la mantequilla” —recuerden, esa en la que Brando da la vuelta a la Schneider, le unta el ojal con ella y la penetra analmente de manera muy brusca mientras lanza maldiciones contra la familia de su mujer fallecida— no estaba en el guion y que, tras tramarlo entre bastidores Marlon Brando y Bernardo Bertolucci, al dar la voz de acción, se encontró con dicho momento sin comerlo ni beberlo. Mucho se especuló con si había sido violada realmente o no, y la actriz aclaró que no hubo penetración pero que, al no ser avisada de lo que el actor y el director querían hacer, se sintió no ya violada por Brando, sino también por Bertolucci. La controversia estuvo servida.
Con ella ya fallecida, Bertolucci apareció en un programa de la televisión italiana hablando sobre la escena en cuestión, asumiendo que, efectivamente, la planearon a espaldas de la actriz porque, al pillarla sorpresivamente, obtendrían una reacción real por parte de ella que beneficiaría la película. Y acto seguido, pedía disculpas por el poco tacto con el que abordaron el asunto.
“Being Maria” sería el biopic dramático sobre Maria Schneider centrado principalmente en el rodaje de la dichosa escena y las consecuencias psicológicas que arrastró la muchahcha tras el impacto social de la misma. Así, vemos el descenso a los infiernos de la actriz, que va desde su enganche a las drogas duras o su poca pericia delante de la cámara debido a ello, hasta su incursión en películas de "serie B" puramente alimenticias y, ya mayor, la posterior repulsa hacia Bertolucci.
La principal premisa consiste en mostrar que, por aquel entonces, el cine era una cosa hecha por hombres, destinada a hombres, y en el que la mujer no era más que un adorno o, hablando muy vulgarmente para que ustedes me entiendan, un “depósito de lefa”. Todo contado desde el cine de autor más descarnado y el feminismo actual, y basándose en lo contado por Vanessa Schneider, prima de Maria, en sus memorias “My Cousin Maria Schneider”.
Lo importante en “Being Maria” es dar un mensaje, denunciar una situación, pero no por ello descuida lo meramente cinematográfico y, pese a lo tediosa y lenta que resulta a rasgos generales, hay destellos en las recreaciones de los rodajes en los que participó Maria Schneider. Así, toda la parte centrada en la creación de “El último tango en París” resulta estupenda, máxime por el trabajo de la actriz que da vida a Maria, Anamaria Vartolomei, y Matt Dillon que interpreta a Marlon Brando. Ambos están soberbios, reproduciendo secuencias del film que denuncia, o imitando gestos de los actores a los que interpretan. Vartolomei y Dillon justifican el echar un ojo a una película de ritmo lento y pausado que parece concebida en exclusiva para el público de Cannes.
Sin embargo, el estreno de "Being Maria" en salas de cine en España no ha tenido lugar, yéndose directamente a "Filmin" durante un tiempo limitado. Por algo será.
En definitiva, no es espantosa, se deja ver, e incluso tiene buenos momentos, pero al final se trata más de un panfleto para hacer reflexionar a la peña, que un artefacto lúdico para ver cómo eran los rodajes de Bertolucci.
En nada parece que se va a estrenar otro biopic sobre Brando, esta vez interpretado por Billy Zane y donde el maquillaje ha conseguido que entre el actor de “The Phantom” y el de “La isla del Dr. Moreau” no haya diferencia física alguna: “Waltzin With Brando”. Y, esta vez sí, con fines más afines al espectáculo.
La directora de "Being Maria", Jessica Palud, curiosamente trabajó como asistente de Bertolucci en otra de sus películas de folleteo, “Soñadores”, además de ser una asidua a ese tipo de festivales de “cine hecho por mujeres” (que en lugar de inclusivos, acaban siendo excluyentes). Ahí es nada.
Con ella ya fallecida, Bertolucci apareció en un programa de la televisión italiana hablando sobre la escena en cuestión, asumiendo que, efectivamente, la planearon a espaldas de la actriz porque, al pillarla sorpresivamente, obtendrían una reacción real por parte de ella que beneficiaría la película. Y acto seguido, pedía disculpas por el poco tacto con el que abordaron el asunto.
“Being Maria” sería el biopic dramático sobre Maria Schneider centrado principalmente en el rodaje de la dichosa escena y las consecuencias psicológicas que arrastró la muchahcha tras el impacto social de la misma. Así, vemos el descenso a los infiernos de la actriz, que va desde su enganche a las drogas duras o su poca pericia delante de la cámara debido a ello, hasta su incursión en películas de "serie B" puramente alimenticias y, ya mayor, la posterior repulsa hacia Bertolucci.
La principal premisa consiste en mostrar que, por aquel entonces, el cine era una cosa hecha por hombres, destinada a hombres, y en el que la mujer no era más que un adorno o, hablando muy vulgarmente para que ustedes me entiendan, un “depósito de lefa”. Todo contado desde el cine de autor más descarnado y el feminismo actual, y basándose en lo contado por Vanessa Schneider, prima de Maria, en sus memorias “My Cousin Maria Schneider”.
Lo importante en “Being Maria” es dar un mensaje, denunciar una situación, pero no por ello descuida lo meramente cinematográfico y, pese a lo tediosa y lenta que resulta a rasgos generales, hay destellos en las recreaciones de los rodajes en los que participó Maria Schneider. Así, toda la parte centrada en la creación de “El último tango en París” resulta estupenda, máxime por el trabajo de la actriz que da vida a Maria, Anamaria Vartolomei, y Matt Dillon que interpreta a Marlon Brando. Ambos están soberbios, reproduciendo secuencias del film que denuncia, o imitando gestos de los actores a los que interpretan. Vartolomei y Dillon justifican el echar un ojo a una película de ritmo lento y pausado que parece concebida en exclusiva para el público de Cannes.
Sin embargo, el estreno de "Being Maria" en salas de cine en España no ha tenido lugar, yéndose directamente a "Filmin" durante un tiempo limitado. Por algo será.
En definitiva, no es espantosa, se deja ver, e incluso tiene buenos momentos, pero al final se trata más de un panfleto para hacer reflexionar a la peña, que un artefacto lúdico para ver cómo eran los rodajes de Bertolucci.
En nada parece que se va a estrenar otro biopic sobre Brando, esta vez interpretado por Billy Zane y donde el maquillaje ha conseguido que entre el actor de “The Phantom” y el de “La isla del Dr. Moreau” no haya diferencia física alguna: “Waltzin With Brando”. Y, esta vez sí, con fines más afines al espectáculo.
La directora de "Being Maria", Jessica Palud, curiosamente trabajó como asistente de Bertolucci en otra de sus películas de folleteo, “Soñadores”, además de ser una asidua a ese tipo de festivales de “cine hecho por mujeres” (que en lugar de inclusivos, acaban siendo excluyentes). Ahí es nada.
sábado, 2 de agosto de 2025
SHOCK TREATMENT
"Brad" y "Janet" han dejado de ser aquella pareja inocente recién casada que eran al arranque de "The Rocky Horror Picture Show" para convertirse en un matrimonio en crisis. Acuden a la grabación de un famoso programa de televisión dedicado a solventar esa clase de entuertos y, justo, terminan concursando. Durante la refriega, declaran enfermo mental a "Brad" y lo encierran en una institución (dispuesta en el mismo plató), mientras que "Janet" pasará a estrella mediática. Tras todo ello se oculta un misterioso personaje con intenciones altamente pérfidas.
Efectivamente, "Shock Treatment" es la "secuela", por así decirlo, del clásico de las sesiones a medianoche. Una que, irónicamente, todavía fracasó más en su paso por salas. Tanto que ha tardado muchos años -viene fechada en 1981, seis después de la otra- en recibir alguna clase de reconocimiento. O conocimiento, pues todavía los hay que ignoran su mera existencia. Siguiendo los mismos pasos de "Rocky Horror...", "Shock Treatment" nunca llegó a estrenarse legalmente en nuestro país, siendo reducida su difusión a sendos pases en una televisión digital, de cuando su precedente se hizo medianamente popular por acá y había cierta demanda. Ahí es donde yo la consumí por primera vez y, créanme, aunque como película en sí no me gustó demasiado, caí rendido a su banda sonora. Efectivamente, es tan musical como "Rocky Horror...", labor esta firmada en ambos casos por el talentoso Richard O´Brien (quien, igualmente, encarna un rol bastante más destacado esta ocasión. De hecho, suyo es el careto del cartel). Personalmente prefiero las composiciones que hizo para "Shock Treatment", tal vez porque gastan un toque algo más "new wave" -era la época después de todo-, tanto como para terminar pillándome el respectivo CD, que todavía conservo con cariño al lado de mis otros "musicales excéntricos" favoritos, la misma "Rocky Horror...", "El fantasma del paraíso" o "La tienda de los horrores".
O´Brien no es el único que repite. Hay unos cuantos más delante de la cámara (Patricia Quinn, Charles Gray, Nell Campbell...) y detrás, como el productor Lou Adler y el director Jim Sherman de extraña carrera, una a la que puso fin, más o menos, el fracasazo de "Shock Treatment". ¿¿Y por qué ello?? Bueno, hay quien dice que fue cosa de las expectativas. La peña esperaba más de lo mismo, y no, la película ahora reseñada es bastante diferente de "The Rocky Horror Picture Show", comenzando por el hecho de que sus dos protagonistas vienen interpretados por actores distintos. Susan Sarandon no quería saber nada del asunto, así que ficharon a la adecuadísima Jessica Harper, quien ya había dado buena cuenta de sus capacidades vocales en la mentada "El fantasma del paraíso". El "Brad" original, Barry Bostwick, sí estaba interesado, pero compromisos previos se lo impidieron, así que terminó sustituido por Cliff De Young, que encaja muy bien en el rol, le pone mucho interés (además, hace doble papel) pero no tuvo demasiada suerte el resto de su carrera. Basta decir que terminaría currando para "The Asylum".
Puede que también contribuyera al descalabro la trama. En realidad es muy sencilla, muy elemental, pero es el cómo está estructurada donde vienen los problemas. Richard O´Brien siempre se ha quejado de que ello se debió al exceso de reescrituras que sufrió el guion, uno destinado, principalmente, a ridiculizar la televisión y, también, el lado más conservador de la sociedad estadounidense. Y sí, "Shock Treatment" resulta algo caótica, confusa y estridente. Además, todo se desarrolla a gran velocidad y cuesta un pelín incluso no quedarse rezagado... aunque eso sería más bien una virtud, porque aburrida tampoco es. Si la desmelenada historia no te atrapa, lo harán sus barrocos decorados, el abuso de colores chillones (sobre todo rojo, a su vez en alto contraste con el muy presente blanco), los llamativos atuendos de algunos personajes (los mismos uniformes de los médicos), el continuo cambio de puntos de vista (mucha refilmación de pantallas de televisión) y el tono casi "cartoon" de todo ello. Nada realmente grave. De hecho, en mi reciente revisionado me ha gustado bastante más. Es cierto que las canciones siguen siendo mi parte favorita (con especial preferencia por "In my own way" y "Breaking Out", el tema más "punkero" cortesía de unos ficticios "Oscar Drill and the Bits") y las escenas donde suenan están muy bien resueltas en un sentido visual (me mola especialmente la que acompaña a "Lullaby", rodada de una sola tacada -y a la primera toma- con la cámara desplazándose de una ventana a otra según les toca canturrear a los actores). Así que sí. Tenía preparado un chiste sobre que, a diferencia de lo habitual tratándose de musicales, en "Shock Treatment" sobran las escenas de diálogo, pero no, toda ella está muy decente y merecería una justa revalorización.
No obstante, sigo insistiendo que, si no han escuchado su banda sonora, se están perdiendo algo muy bueno. En un principio iba a convertir esta reseña en una dosis más de nuestros eventuales "Minutos Musicales", pero prefiero centrarme en soltar rollo respecto a la película y, si quieren saber cómo suena, se pasan por YouTube y buscan, que ya son ustedes mayorcitos.
Por cierto, uno de los actores secundarios es nada más y nada menos que Rik Mayall, quien pocos años después alcanzaría la gloria como comediante gracias a la serie "The Young Ones". En "Shock Treatment" pueden verle joven, pizpireto y cantando y bailando con soltura. El chaval era un portento, desde luego.
Efectivamente, "Shock Treatment" es la "secuela", por así decirlo, del clásico de las sesiones a medianoche. Una que, irónicamente, todavía fracasó más en su paso por salas. Tanto que ha tardado muchos años -viene fechada en 1981, seis después de la otra- en recibir alguna clase de reconocimiento. O conocimiento, pues todavía los hay que ignoran su mera existencia. Siguiendo los mismos pasos de "Rocky Horror...", "Shock Treatment" nunca llegó a estrenarse legalmente en nuestro país, siendo reducida su difusión a sendos pases en una televisión digital, de cuando su precedente se hizo medianamente popular por acá y había cierta demanda. Ahí es donde yo la consumí por primera vez y, créanme, aunque como película en sí no me gustó demasiado, caí rendido a su banda sonora. Efectivamente, es tan musical como "Rocky Horror...", labor esta firmada en ambos casos por el talentoso Richard O´Brien (quien, igualmente, encarna un rol bastante más destacado esta ocasión. De hecho, suyo es el careto del cartel). Personalmente prefiero las composiciones que hizo para "Shock Treatment", tal vez porque gastan un toque algo más "new wave" -era la época después de todo-, tanto como para terminar pillándome el respectivo CD, que todavía conservo con cariño al lado de mis otros "musicales excéntricos" favoritos, la misma "Rocky Horror...", "El fantasma del paraíso" o "La tienda de los horrores".
O´Brien no es el único que repite. Hay unos cuantos más delante de la cámara (Patricia Quinn, Charles Gray, Nell Campbell...) y detrás, como el productor Lou Adler y el director Jim Sherman de extraña carrera, una a la que puso fin, más o menos, el fracasazo de "Shock Treatment". ¿¿Y por qué ello?? Bueno, hay quien dice que fue cosa de las expectativas. La peña esperaba más de lo mismo, y no, la película ahora reseñada es bastante diferente de "The Rocky Horror Picture Show", comenzando por el hecho de que sus dos protagonistas vienen interpretados por actores distintos. Susan Sarandon no quería saber nada del asunto, así que ficharon a la adecuadísima Jessica Harper, quien ya había dado buena cuenta de sus capacidades vocales en la mentada "El fantasma del paraíso". El "Brad" original, Barry Bostwick, sí estaba interesado, pero compromisos previos se lo impidieron, así que terminó sustituido por Cliff De Young, que encaja muy bien en el rol, le pone mucho interés (además, hace doble papel) pero no tuvo demasiada suerte el resto de su carrera. Basta decir que terminaría currando para "The Asylum".
Puede que también contribuyera al descalabro la trama. En realidad es muy sencilla, muy elemental, pero es el cómo está estructurada donde vienen los problemas. Richard O´Brien siempre se ha quejado de que ello se debió al exceso de reescrituras que sufrió el guion, uno destinado, principalmente, a ridiculizar la televisión y, también, el lado más conservador de la sociedad estadounidense. Y sí, "Shock Treatment" resulta algo caótica, confusa y estridente. Además, todo se desarrolla a gran velocidad y cuesta un pelín incluso no quedarse rezagado... aunque eso sería más bien una virtud, porque aburrida tampoco es. Si la desmelenada historia no te atrapa, lo harán sus barrocos decorados, el abuso de colores chillones (sobre todo rojo, a su vez en alto contraste con el muy presente blanco), los llamativos atuendos de algunos personajes (los mismos uniformes de los médicos), el continuo cambio de puntos de vista (mucha refilmación de pantallas de televisión) y el tono casi "cartoon" de todo ello. Nada realmente grave. De hecho, en mi reciente revisionado me ha gustado bastante más. Es cierto que las canciones siguen siendo mi parte favorita (con especial preferencia por "In my own way" y "Breaking Out", el tema más "punkero" cortesía de unos ficticios "Oscar Drill and the Bits") y las escenas donde suenan están muy bien resueltas en un sentido visual (me mola especialmente la que acompaña a "Lullaby", rodada de una sola tacada -y a la primera toma- con la cámara desplazándose de una ventana a otra según les toca canturrear a los actores). Así que sí. Tenía preparado un chiste sobre que, a diferencia de lo habitual tratándose de musicales, en "Shock Treatment" sobran las escenas de diálogo, pero no, toda ella está muy decente y merecería una justa revalorización.
No obstante, sigo insistiendo que, si no han escuchado su banda sonora, se están perdiendo algo muy bueno. En un principio iba a convertir esta reseña en una dosis más de nuestros eventuales "Minutos Musicales", pero prefiero centrarme en soltar rollo respecto a la película y, si quieren saber cómo suena, se pasan por YouTube y buscan, que ya son ustedes mayorcitos.
Por cierto, uno de los actores secundarios es nada más y nada menos que Rik Mayall, quien pocos años después alcanzaría la gloria como comediante gracias a la serie "The Young Ones". En "Shock Treatment" pueden verle joven, pizpireto y cantando y bailando con soltura. El chaval era un portento, desde luego.
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