
Unos recién casados salen de luna de miel, atravesando el desierto en automóvil. Tras un absurdo calentón donde se mezclan velocidad y masturbación, atropellan a un, ya de por sí, bastante pútrido individuo, al que socorren con intención de llevarlo a un hospital. Curiosamente, el tipo se incorpora y comienza a decirles cosas de sus vidas, hasta que, sin ton ni son, intenta estrangular al marido. No lo consigue, y por consecuencia, acaban matándolo. Como no saben donde meterlo, lo entierran y siguen su camino. Es entonces cuando se dan cuenta que todo en esos parajes es repulsivo.
A mi no me acaba de convencer la película de Thomas Jane. No es que no me acabe de convencer, es que, pensándolo en frío, incluso la detesto.
Aunque el punto de partida es interesante, en cuanto el individuo atropellado hace acto de presencia, la peli se vuelve anodina, no cuenta nada y te meten el final (al estilo de "El sexto sentido", para que se hagan una idea de la estupidez a la que anoche me enfrenté) a capón, tras haber metido también a capón la presencia de Ron Perlman, que tiene que soltar una frase reveladora, como para justificar su aparición.
Eso sí, Thomas Jane consigue algo muy difícil, y es que en una (exagerada) escena de masturbación femenina, donde una chica muy guapa hace lo propio con sus manitas, sus labios y un hielo, no nos pongamos a tono para nada, si no todo lo contrario, que nos entre grima ¡Con una chica preciosa!
Por lo demás, los vehículos y tormentas hechos en CGI, y los escenarios a base de croma, no ayudan mucho a disfrutar de la peli, más cuando el concepto de Jane de un ambiente malsano consiste en que no se vea nada en pantalla de lo oscuro que es todo.
Una patochada.