Y todo eso está muy bien, salvo por un pequeño detalle; la
película comienza con un Tarzán que, si, se desplaza en lianas, anda entre los
monos, va con taparrabos y pega su famoso grito (robado directamente de las de
Weissmueller), pero que desde el primer momento, no solo muestra síntomas de
estar civilizado, sino que además, habla perfectamente y sin ningún tipo de
problemas a la hora de conjugar frases. Con lo que tenemos un Tarzán que le
pega unas parrafadas a la Chita de tres pares de cojones. También se lee una
serie de libros que cita durante la película, en los momentos más adecuados, y
no muestra atisbos de salvajismo en ningún momento, por lo que, una vez en
Nueva York, da la sensación de que se trata de un guaperas retrasado mental, y
no de un hombre mono. Especial gracia me hace, cuando, cada vez que algún
personaje le pregunta su nombre, este responde “Tarzán de los monos”. En fin.
Ambientada en la época contemporánea, cuenta la odisea que
sufre Tarzán cuando, al averiguar que han matado a la madre de Chita, y que a
esta la han secuestrado, decide viajar a Nueva York – por qué deduce él que a
Chita se la han llevado allí, es un misterio- en avión, en clase turista y
buscarla por allí. Pronto la encuentra y descubrirá que sus secuestradores son
una serie de científicos que experimentan con monos, les cortan la cabeza y les
sacan el cerebro, pues estudian la posibilidad de trasmitir conocimientos de un
cerebro a otro (¡). Tarzán, deberá desarticular esa red de científicos. Entre
medias tiene tiempo para sorprenderse con las cosas de la civilización, y
alternar modelitos de diseño para que se luzca el actor, con escenas completas
en las que, sin saber muy bien por qué, este Tarzán que discurre y razona con
facilidad, se pone en taparrabos por la
gran Manzana, quizás para justificar que se trata del personaje de Tarzán. Eso
sí, me lleva unas botazas que le llegan hasta las rodillas. Además, conocerá a
Jane, que para la ocasión han convertido en mujer independiente y folladora,
que trabaja de Taxista, y que se pone cachonda con el hombre mono, y, además,
nos introducen en la trama a su padre, que en vez de llamar a la mona Chita, le
llama “Chiquita” ante el desagrado de Tarzán. Vaya tela ¿Eh?
La película, juega con la ventaja de no tener que presentar
al personaje, es decir, todo el mundo sabe quién es Tarzán, lo que le permite
ir follada de ritmo y que, en diez minutos de metraje nos cuenta el planteamiento
y el nudo, para la hora y diez siguiente desarrollar el desenlace, así pues, en
nada de tiempo ya sabemos que Tarzán convive con un señor negro que huye de la
civilización y que le cultiva el cerebro, que han matado a la madre de Chita y
secuestrado a esta, que teniendo ropa, Tarzán prefiere el mítico taparrabos y
que además se sabe consciente de ser hijo de los duques de Greystoke (dato este
que no deja de parecerme gracioso, pues obviamente, es en referencia a la
película “Greystoke”) y no hemos llegado al minuto doce cuando ya ha conseguido
un pasaporte, el negro le ha pagado el billete de avión, y ya está en Nueva
York, sin dinero, pero con una bolsita de perlas. Y cuando parece que la cosa
va a darnos un respiro, todo lo demás continúa pasando a una velocidad de vértigo,
que no es lo habitual en un telefilme. Eso si, todo es insultantemente
infantil, parece una película destinada a tontos.
A eso hay que añadir, que salvo la mona Chita a la cual la
interpreta un bebé chimpancé, el resto de monos son señores disfrazados, y que
cuando se rueda en decorados, estos son de un cartón piedra que asusta… sin ir
mas lejos, en el minuto trece de la película (recordemos que en el once ya está
en Manhattan), Tarzán acaba en la cárcel –sin motivo- y esta es una pared de contrachapado con unas
rejas de goma, las cuales arranca con su fuerza, para, habiéndose quitado la
ropa previamente, escapar por la ventana, y en el minuto catorce ya estar
ligando con la taxista. En serio, pasan mil cosas a mil por hora… ¡esto es una cosa exagerada!
Así pues, entre las risas y el sobre-ritmo, la verdad es que uno no se aburre
en absoluto, a pesar de que estamos ante una aberración fílmica sin
precedentes.
El caso es que algo de éxito o repercusión debió tener el
telefilme, puesto que en 1996 este mismo personaje, este Tarzán y no otro, dio
pie a una secuela “Tarzán Epic Adventures”, que resultó ser el episodio piloto
de una teleserie del mismo nombre, que, esta vez, apenas duró una temporada,
pero de la que llegó a venderse, incluso, merchadising. Y luego, la patética
“Tarzán en la ciudad perdida” con el no menos patético Casper Van Diem, sigue
bastante la estela de este Tarzán de salchichería de barrio.
En el reparto, interpretando a Tarzán, tenemos a un mazado
de rizada melena, guaperas y con tanta capacidad interpretativa como un pene,
llamado Joe Lara, del que da gusto
echarle un vistazo a su filmografía. Además de interpretar a Tarzán en dos
telefimes y una serie, se especializó en dar vida a héroes de acción en zetosos
telefilmes y películas videocluberas de
títulos tan sugerentes como “American Cyborg: Steel Warrior”, “El hombre
holograma”, “Proyecto Equinox” u “Operation Delta Force”. Vamos, una maravilla.
Interpretando a Jane, tenemos a la tal Kim Crosby que se
prodigó en la pequeña pantalla el mismo tiempo que tarda en irse el olor de un
pedo, e interpretando a su puñetero padre, que se encarga de la parte cómica y
patética de la película tenemos a un decadente y desesperado ¡¡¡Tony Curtis!!! al
que da penita verlo tan mayor, tan operado y haciendo chistecillos tan poco
afortunados. Por otro lado, quien se encarga de la educación de Tarzán en la
selva, es Joe Seneca, el entrañable “Cuatro ojos Fulton” de “Cruce de caminos”.
En cuanto a las labores de dirección, estas recaen en las
portentosas manos de Michael Schultz,
quien, proveniente de la televisión, se rodó el par de los títulos menos
afortunados de Richard Pryor, se rodó un par de películas de culto en los
circuitos del Hip Hop como son “Krush Groove” y
“Tres gordos y un millonario”,
tuvo su blockbuster con “El último Dragón” y volvió a la televisión a
hacer cosas como la que nos ocupa y montones, montones, montones y montones de
cosas más.
Un absoluto delirio.