viernes, 8 de agosto de 2014

LA CAMPANA DEL INFIERNO

Un individuo es dado de alta en el psiquiátrico y de ahí marcha a casa de su tía. Una vez allí, se dedicará a hacerles la vida imposible tanto a su tía como a sus primas, paseando por sus caras su vanidad, su soberbia y su maldad, haciendo bromitas pesadas (el muchacho trabaja el látex y en su dominio de los maquillajes basa sus bromas macabras) o, directamente, torturándoles ¿Por qué? Solo su  director, que entre peli y peli se follaba a la Pilar Miró, lo sabía.
Mucho se ha hablado de esta película y de su fama de maldita (Iker Jiménez, de hecho, le dedicó todo un monográfico especulando sobre si la película estaba maldita por culpa de la providencia o por culpa del mismo diablo). Resulta que el director de la película, Ricardo Guerín Hill -que tras ver la película compruebo que gustaba de colocar la cámara en sitios, cuanto menos, peligrosos- buscando un plano en lo alto del campanario donde está sita la campana que da título a la película, al saltar de un extremo a otro del mismo, tuvo la mala suerte de tropezar y precipitarse al vacío. Durante la caída, por no caer sobre una valla de afilados pinchos, hizo una maniobra que le llevó a estrellarse contra el asfalto muriendo en el acto. Obviamente, se trató de un infortunio, no de una mala jugada del maligno. Que la película sea extraña y claramente malrollera, es otro cantar. Eso si, la muerte del director, sirvió para que la película se convirtiera inmediatamente en un éxito de culto, al menos en el extranjero, donde goza de cientos de cuidadas ediciones en dvd, mientras que en España apenas congregó 600.000 paupérrimos espectadores del año 73 en los cines, y se editó en vídeo de mala manera.
Muerto Guerín, tomo las riendas de la dirección Juan Antonio Bardem.
Siendo justos, valorar la copia final de “La campana del infierno” sería dar palos de ciego, puesto que, si, las imágenes que rodó Guerín están ahí, pero el montaje definitivo no deja de ser la visión de Bardem, que tuvo que intuir lo que Guerín quería para la película, diciendo los más cercanos al director original , que solo este tenía una idea de lo que quería contar en esa película, y que lo llevaba en un secretismo tal, que el resultado de lo que hoy conocemos es posible que no llegue ni a aproximarse a lo que podría haber sido.
En cualquier caso, el puto fandom la endiosa solo porque su director tuvo un accidente. Efectivamente, la película  es todo un ejercicio de estilo, esos montones de planos complicadísimos, esa estética como nunca se había visto en una película española, ese sexo que pasó la censura estando Franco vivo… si, innova. Es más, Guerín probablemente, es un gran esteta, y no dudo que fuese, incluso, un gran director, pero el montaje del que hace gala la película, lo que finalmente se nos muestra y cuenta, es un coñazo. De los buenos además. Una de cal y otra de arena. Pero los idiotas del fandom tildan a esta película de obra maestra, basándose en que su director murió durante su confección. Bueno, si así son felices…
En definitiva, que la película, obviamente, es un desbarajuste por lo obvio, que visualmente es potentísima, pero en definitiva, es un coñazo que hay que cogerlo con pinzas.
Ahora ¿Curiosa? Un rato. Y moderna y arriesgada… pero si el director no pudo acabarla, que lo haga otro suele ser un error. Lo fue con “Lagrimas negras” de Ricardo Franco y que acabo Ricardo Bauluz, lo fue con “The Revenge of the Alligator Ladies” de Jess Franco y que terminó Antonio Mayans y, lógicamente, lo es “La campana del infierno”.
Luego está el factor mito: Se ha oído tanto hablar de la película, se ha leído y se especula tanto, que siempre uno espera ver algo fuera de lo común. Pero tenemos ya las retinas quemadas.
Aunque insisto, lo que da gusto es el sentido estético de  Guerín. Esos planos imposibles que le costaron la vida. Solo por eso…