Mucho se ha hablado de esta película y de su fama de maldita
(Iker Jiménez, de hecho, le dedicó todo un monográfico especulando sobre si la
película estaba maldita por culpa de la providencia o por culpa del mismo
diablo). Resulta que el director de la película, Ricardo Guerín Hill -que tras
ver la película compruebo que gustaba de colocar la cámara en sitios, cuanto
menos, peligrosos- buscando un plano en lo alto del campanario donde está sita
la campana que da título a la película, al saltar de un extremo a otro del
mismo, tuvo la mala suerte de tropezar y precipitarse al vacío. Durante la
caída, por no caer sobre una valla de afilados pinchos, hizo una maniobra que
le llevó a estrellarse contra el asfalto muriendo en el acto. Obviamente, se
trató de un infortunio, no de una mala jugada del maligno. Que la película sea
extraña y claramente malrollera, es otro cantar. Eso si, la muerte del
director, sirvió para que la película se convirtiera inmediatamente en un éxito
de culto, al menos en el extranjero, donde goza de cientos de cuidadas
ediciones en dvd, mientras que en España apenas congregó 600.000 paupérrimos
espectadores del año 73 en los cines, y se editó en vídeo de mala manera.
Muerto Guerín, tomo las riendas de la dirección Juan Antonio
Bardem.
Siendo justos, valorar la copia final de “La campana del
infierno” sería dar palos de ciego, puesto que, si, las imágenes que rodó
Guerín están ahí, pero el montaje definitivo no deja de ser la visión de
Bardem, que tuvo que intuir lo que Guerín quería para la película, diciendo los
más cercanos al director original , que solo este tenía una idea de lo que
quería contar en esa película, y que lo llevaba en un secretismo tal, que el
resultado de lo que hoy conocemos es posible que no llegue ni a aproximarse a
lo que podría haber sido.
En cualquier caso, el puto fandom la endiosa solo porque su
director tuvo un accidente. Efectivamente, la película es todo un ejercicio de estilo, esos montones
de planos complicadísimos, esa estética como nunca se había visto en una
película española, ese sexo que pasó la censura estando Franco vivo… si,
innova. Es más, Guerín probablemente, es un gran esteta, y no dudo que fuese,
incluso, un gran director, pero el montaje del que hace gala la película, lo
que finalmente se nos muestra y cuenta, es un coñazo. De los buenos además. Una
de cal y otra de arena. Pero los idiotas del fandom tildan a esta película de
obra maestra, basándose en que su director murió durante su confección. Bueno,
si así son felices…
En definitiva, que la película, obviamente, es un desbarajuste
por lo obvio, que visualmente es potentísima, pero en definitiva, es un coñazo
que hay que cogerlo con pinzas.
Ahora ¿Curiosa? Un rato. Y moderna y arriesgada… pero si el
director no pudo acabarla, que lo haga otro suele ser un error. Lo fue con “Lagrimas
negras” de Ricardo Franco y que acabo Ricardo Bauluz, lo fue con “The Revenge
of the Alligator Ladies” de Jess Franco y que terminó Antonio Mayans y,
lógicamente, lo es “La campana del infierno”.
Luego está el factor mito: Se ha oído tanto hablar de la
película, se ha leído y se especula tanto, que siempre uno espera ver algo
fuera de lo común. Pero tenemos ya las retinas quemadas.
Aunque insisto, lo que da gusto es el sentido estético
de Guerín. Esos planos imposibles que le
costaron la vida. Solo por eso…