Supe de la existencia de "Filmgore" gracias a un llamativo anuncio en la contraportada de uno de los primeros "Fangoria" yankis que me agencié en una tienda de coleccionismo cinematográfico por ahí mediados de los años ochenta. Desde entonces la curiosidad al respecto me mataba. Sin embargo, he tenido que esperar sendas décadas para que el gran Romerito me la consiguiera y lograra echarle un ojo. Lástima no haber buscado antes en Youtube, donde pueden localizarla completita.
En esencia se trata de un producto totalmente promocional. Charles Band disponía en su catálogo "Wizard Video" de una serie de títulos destacados -más o menos- por su truculencia. Así que tuvo la idea de cogerlos todos y parir versiones resumidas recopilando únicamente las secuencias más sangrientas, o más elementales para entender la trama, reduciéndolos a un manojo de minutos cada uno. Únelos en un mismo metraje, mete a la palizas de Elvira entre medio soltando chistes horrorosos (como aquel en el que se ve una decapitación y la tetuda exclama: "¡Cuando el director gritó corten no se refería a eso!". Imaginación al poder) y ya tienes una cosucha lista para vender. En cierto modo casi podríamos hablar de un servicio social, ya que actuando de ese modo Band limita a lo más interesante el contenido de algunos títulos poco lustrosos como son "The Astro-Zombies", "Carnaval de Sangre", "Masacre en el Auto-Cine" o la soporífera "El asesino del taladro". En este sentido destaca con honores el famoso "Snuff" de los Findlay. En cambio proceder de igual manera con algunos clásicos de Herschell Gordon Lewis (como "Blood Feast" y "2000 Maníacos") o, sobre todo, la inmortal obra de Tobe Hooper pues hombre, no sé yo si mola tanto. Aunque, siendo honestos, y salvo esta última, todo lo demás son ponzoñas y en realidad poco importa que las troceen.
Algo así debería molar, ¿no?, ver lo "mejor" de cada título y ahorrarnos el suplicio de la obra en su integridad. Pues ahí está lo raro, que "Filmgore" es un auténtico rollazo. Y puestos a aburrirnos, mejor hacerlo con las pelis enteras. Incluso las peores.
El responsable de este absurdo desaguisado fechado en 1983 es Ken Dixon, que en su haber tiene otros tantos productos del estilo ("Zombiethon", "Famous Tits and Ass" o el maravillosamente titulado "The best of sex and violence") y el sub-clásico de la factoría Band/Empire/Beyond Infinity Films "Esclavas del Espacio".
sábado, 28 de julio de 2018
viernes, 27 de julio de 2018
READY PLAYER ONE

Una vez sabido esto, no es de extrañar que un film como
“Ready Player One” sea blanco de las iras de los haters y de la veneración de
los “vírgenes de 40”, lo que no deja de ser una paradoja porque esta película
está precisamente concebida para individuos de esa misma ralea. Nerds, Geeks,
otakus, y demás consumidores de cultura popular a mansalva son su potencial
público, el mismo que la va a defenestrar o elevar hasta lo más alto. No es una
película familiar, porque esto se lo pones a mi padre y este se va a preguntar
que demonios está sucediendo o que coño está pasando.
Además, Spilberg les diseña una película y les echa una
pequeña bronca; “No seais tan raritos y dejad el Internet un ratito, anda” es
lo que les dice.
Entonces, los principales blancos a criticar eran el posible
posmodernismo de la cinta y el tirar de nostalgia.
Posmodernismo no hay, gracias a dios, ni un pelito, pero la
cantidad de referencias de los que tira la película apelando a la nostalgia,
puede resultar abrumador, máxime, cuando estando esta película ambientada en 2045,
los referentes culturales a los que se hace referencia en la película
pertenecen a las décadas de los 70, 80 y 90 mayoritariamente, con algunas
referencias, incluso, a los años 30 o 2000, sin embargo, no hay referencias a
la posible cultura de los futuros 2020 o 2030… Claro, no las hay porque no
existen, pero Spielberg, bien podía haber pensado en ello, y bien podía haber
creado alguna ficticia, si bien podemos llegar a pensar que esos personajes y
avatares que no conocemos, podían pertenecer a referencias de personajes
futuros.
En cualquier caso, de estos trillones de referencias, se ha
procurado dar cabida a algunas que en la actualidad no se las recuerda tanto como
puedan ser Buckaroo Banzai o el gigante de hierro —pertenecientes a las
películas “Las aventuras de Buckaroo Banzai” y
“El gigante de hierro” respectivamente— y otras tan obvias como la
cajita dónde iba Gizmo en “Gremlins” o el DeLorean de “Regreso al futuro”. Y todas esas referencias están bien
escogidas cuando nos las muestran dentro
de un contexto y no molestan (de hecho,
toda la parte que sucede dentro de la película “El Resplandor” es más que
destacable). Pero cuando en pleno momento de tensión aparece Chucky de “El muñeco diabólico”
repartiendo cuchilladas, por el mero hecho de meter otro referente (como si a
esas alturas de la película no hayamos visto ya miles de ellos), a mí
personalmente llega a crisparme. Ahora, si nos olvidamos de todo eso, y
juzgamos la película únicamente como tal, la verdad es que “Real Player One”
funciona a las mil perfecciones.
Basada en una novela del mismo título, de la cual Warner
Brothers consiguió los derechos en una subasta, la crítica asegura que a pesar de las
diferencias entre libro y película, la trama de esta última es mucho mejor.
Para simplificar el argumento: Una cosa llamada Oasis, y que
vendría a ser un equivalente a “Los Sims” —es decir una comunidad social
virtual— a lo gordo, tiene a la población atontada. Todo el mundo está
navegando en Oasis, y lo que ocurre en la vida real es secundario. Al morir el
creador de Oasis, este deja dicho como testamento que aquél que encuentre tres
llaves y consiga un huevo oculto, heredará la empresa. Y ahí entra nuestro
joven protagonista con la tarea de conseguir las llaves mientras se enamora y
mientras los malos de la película, que son los actuales responsables de Oasis,
se lo ponen difícil para conseguirlo.
Entretenida, interesante, dinámica y divertida. Un Spielberg
en buena forma y una película que sin duda será recordada dentro de 20 años, no
como “Warhouse” o “Mi amigo el gigante” de las que nadie se acordará porque, en
esencia, nadie las ha llegado a ver. Esta sí.
Entonces, ante el aluvión de comentarios, ya fueran
positivos o negativos que generó la cinta en las redes sociales, tras verla,
considero que la película no tiene ningún problema. El problema es
Internet y el público de las películas
masivas.
Yo, incluso la recomiendo.
lunes, 23 de julio de 2018
ME OLVIDÉ DE VIVIR
Extraña película-vehículo para el lucimiento de Julio
Iglesias, la segunda y última de su
filmografía como actor ya que, aunque a día de hoy 600.000 espectadores son más
que un pelotazo para la taquilla, en 1980 era calderilla. Y Julito
no hizo más películas.
Y es que el film de marras no gustó. Y no gustó por raro.
Se trata de una película de intenciones claramente
vanguardistas. Una especie de documental ficcionado. Julio
Iglesias está de gira y lleva consigo un equipo de filmación completito. Y
entre concierto y concierto, ensayo y ensayo, se va filmando, con
momentos que cualquiera diría están improvisados.
Iglesias se interpreta a sí mismo. Está de gira por
Francia y antes de embarcarse en otra gira millonaria por toda América, decide
tomarse unos días de descanso visitando hispano-america. Turisteando conoce a
una joven de la que se enamorará y le acompaña a según que
conciertos, pero llegado el momento de continuar con su gira, ella no podrá
seguirle el ritmo y acabarán separándose. Y es que, en la vida de Julio
Iglesias, llena de lujos y de trabajo, y, como diría la canción a la que el
título del film homenajea, de tanto robarle a sus noches el sueño, de tanto
gritar sus canciones al viento, se olvidó de vivir.
La verdad es que resulta un experimento de lo más extraño. A
mí me ha resultado hasta interesante. Por momentos parece un vídeo casero. Por
otro lado, la película tampoco funcionó como debía porque le dedica muy poco
metraje a las canciones de Iglesias, apenas una en los créditos de inicio y dos
o tres en la recta final, cuando se aprovecha para filmar algunas actuaciones en directo. Y el publico
natural del cine de cantantes en nuestro país, lo que quiere es ver cantar a su
ídolo. Aquí esto apenas sucede.
Por otro lado resaltar el doblaje. La película tiene
momentos con sonido directo en los que podemos escuchar a los actores con su
propia voz, pero hay otros en los que aparecen doblados. No hay problema, ya que se doblan a sí mismos. Pero en el caso de Julio
Iglesias, se trata del actor Juan Carlos Ordoñez, quien hace un trabajo
encomiable. Esos dejes pijos de Iglesias, ese habla tan característica, la
clava Ordoñez sin caer en la burda pantomima.
En la parte actoral, junto al cantante tenemos a Emilio
Gutiérrez Caba, Antonio Gamero, y las trillizas de Julio, así como a Pedro
Armendáriz Jr por la parte latino americana.
El director de la película es el ignoto cineasta Cubano Orlando Jiménez Leal,
autor de documentales con muy poquitos títulos en su filmografía y que,
siempre que puede, evita reconocer ser el responsable de esta película para
lucimiento de Julio Iglesias. Una demasiado interesante, pero
poco comercial para promocionar a un individuo que en pleno 1980, año en el
cual se rodó, estaba en la cima del mundo ganando más dinero que
nadie y vendiendo discos a tocateja.
“Me olvidé de vivir” se tituló en países de Latinoamérica
“Todos los días un día”. Pobrecito Julio Iglesias, la rutina de mierda que le
tocó sufrir…
Aquí, sus fotocromos.
viernes, 20 de julio de 2018
THAT'S SEXPLOITATION!
El entrañable Frank Henenlotter, fan de todo tipo de
subgéneros, es un tipo inquieto y creativo. Así que es capaz de crear desde
cero sin mucha preproducción ni ideas
previas. Así, y formando Henenlotter parte del staff de Something Weird Video,
y teniendo, por una parte, acceso al increíble catálogo de la distribuidora y
también acceso a una entrevista bien extensa que se le hizo a David F. Friedman
apenas un año antes de que falleciese, se saca de la manga un documental de
casi dos horas y media de duración, dedicado a una de las corrientes
cinematográficas peor vistas y más ninguneadas de cuantas existen; el
sexploitation. Para ello graba nuevo material en el que, con intención ya de
hacer el documental, Henenlotter, hace las veces de maestro de ceremonias,
haciéndose acompañar de una señorita de buen ver, un tanto ajada, que no duda
en hacer girar unos flequillos al ritmo alborotado de los movimientos
circulares de sus tetas. Frank
Henenlotter introduce a Friedman y este comenzará a parlotear de la historia
del sexploitation desde sus inicios en el cine mudo hasta su desaparición en
los años setenta con la llegada —y legalización— del porno duro.
Entre medias, veremos toneladas de escenas de las películas
a las que hace mención Friedman, mientras que en algunos momentos, Henenlotter
hace comentarios jocosos y chascarrillos sobre algunas de las imágenes que
estamos viendo.
En su discurso, Friedman, le pasa factura a todas las
variantes del sexploit, a saber; Shots, Nudies, Roughies, Sex comedies… Digamos
que es un documental de lo más completito.
Sin embargo se queda absolutamente cojo porque en lugar de
condensar todo en una hora y poco, que es lo que el documental pide,
Henenlotter, sin pedirle cuentas a nadie al respecto, se empeña en mostrarnos,
escenas y escenas, trailers y trailers, montajes y montajes… tantísimo material
del catálogo Something, que al final colapsa las partes interesantes. Por otro
lado, el documental es de una linealidad exasperante, ya que vemos todo el rato
lo mismo, en el mismo tono y con el mismo ritmo. Antes de las dos horas el
espectador ya está hasta los cojones de jamonas cincuenteras y sesenteras. Es
un coñazo. Quizás, si se hubiera montado solo la entrevista a David F.
Friedman, igual hubiese sido mejor la cosa… pero así, como ha quedado, resulta
de lo más plomizo. Casi mejor ver uno de esos recopilatorios de trailers que de
vez en cuando edita Something Weird.
Un rollo, pero, tras verlo, me queda esa sensación positiva
de que al final, Frank Henenlotter, ha hecho lo que le ha salido de los
mismísimos huevos. Y eso sí me gusta.
Échenle un ojo, que tampoco pasa nada.
jueves, 19 de julio de 2018
LOS MUERTOS NO SE TOCAN, NENE

En 2011, tres años después del fallecimiento de Azcona, el
director de “Franky Banderas” decide desempolvar “Los muertos no se tocan,
nene”, uno de los muchos guiones del escritor riojano que no llegaron a ver la
luz en su momento, ya fuera por imperativos de producción o - sobre todo - por
razones administrativas y/o de censura. Aunque no llegara finalmente a
realizarse “Los muertos no se tocan…” es un proyecto de lo más significativo
dentro de la trayectoria profesional de Azcona y lo es, además, por partida
triple: por suponer su primera novela de éxito, por representar el primer guión
que escribió y, asimismo, porque la abortada génesis de su adaptación
cinematográfica le permitió entrar en contacto con Luis García Berlanga y Marco
Ferreri, los dos directores que mejor supieron trasladar a la gran pantalla su
particular estilo literario, caracterizado por un agudo sentido de la observación de la
realidad que derivaba, invariable e inevitablemente, en un despliegue de humor de
raíz crítica que se fue haciendo, conforme iban avanzando las décadas, más
ácrata, negro y misántropo si cabe.
Situada en el Logroño de finales de los años 50, la novela
de Azcona y la película de Garcia Sánchez nos cuentan básicamente la historia
de la muerte y el posterior velatorio del bisabuelo Fabián, alrededor del cual
se congrega una troupe de personajes tan inequívocamente azconianos como pudieran
ser el pusilánime padre de familia (Carlos Iglesias) que es subyugado constantemente por una esposa frustrada y marimandona (Silvia Marsó), además del adolescente con ínfulas artísticas que se
encuentra en pleno descubrimiento del sexo, la ingenua chacha andaluza a la que todo el mundo mete mano (Mariola Fuentes) o el abuelo que fracasa en su afán de conservar los
viejos valores morales que por los que se rige toda familia de bien.
Leída a día de hoy, lo que más sorprende de la novela
publicada en 1956 es el hecho de que en ella ya se encuentren presentes, y perfectamente
definidos además, los temas, tipos y obsesiones consustanciales al autor de
“El verdugo”: de esta manera, aquí nos podemos encontrar tanto con las
estrecheces económicas que sufren los matrimonios de mediana edad (“El
pisito”), con la indefensión que padecen los miembros de la tercera edad (“El
cochecito”), así como con un mal entendido concepto de la caridad cristiana (“Plácido”)
o también con el funesto influjo que sobre los españolitos de a pie ejercían
las autoridades franquistas, siempre con la connivencia de la iglesia católica.
Aparte de abordar la adaptación de un guión que fue escrito
hace más de 60 años, lo que hace que esta película destaque realmente en el desangelado panorama del cine patrio de la última década es la decisión de
García Sánchez de rodarla en blanco y negro, y con sonido doblado, para emular así en lo posible el look del cine cómico español de mediados
de los años 50 del pasado siglo; sin embargo, a pesar de sus buenas
intenciones y de lo loable de su objetivo, García Sánchez y su equipo fracasan
a todas luces y en prácticamente todos los frentes: dejando a un lado el que el blanco y negro elegido para la ocasión está más cerca de un corto hipster que de la estética austera
característica de películas como “El pisito” o “Plácido”, “Los muertos no se
tocan, nene” se revela un proyecto paradójico desde su misma concepción, y lo es sobre todo por suponer un intento de recrear el cine de aquella época basándose en
un texto claramente adelantado a su época, un libreto que – recordemos - no
sólo lo rechazó en su momento la censura sino que, asimismo, fue
reescrito por el propio Azcona a finales del siglo XX con el fin de potenciar
aquellos elementos que se vio forzado a suavizar cuatro décadas antes.
Así las cosas, y libre ya de la barrera de los censores, el “Los muertos no se tocan, nene” del 2011 rebaja de manera paradójica la crítica y la sátira social en favor del subrayado en situaciones escatológicas de diversa índole, que son expuestas además con un interés y un regocijo tales que, antes que estar poniendo en tela de juicio las ruindades y mezquindades de los personajes, más bien pareciera que los responsables de la película las estuvieran jaleando. Consecuentemente, el mayor problema que acusa el film es la brutal discordancia que se establece entre fondo y forma; esto es, el ser una película que se pretende deudora de los clásicos de nuestro cine y estar, al mismo tiempo, plagada de chistes sobre erecciones, meadas, cagadas y pajas. De hecho, si alguien se pregunta el motivo de que esta obra de Azcona fuera tumbada en su momento por la censura sólo tiene que tener en cuenta que aquí, y mientras el bisabuelo de la familia exhala su último suspiro, el primogénito adolescente se encuentra en el baño zurrándose la sardinilla (¿¡!?) Así, y más que ante cualquiera de aquellos clásicos imperecederos, durante el visionado de "Los muertos no se tocan, nene" se tiene la sensación de estar asistiendo a un remake de "Chechu y familia" ambientado en los 50, lo cual tampoco tiene por qué ser necesariamente malo.
A pesar de todo lo dicho, del tufillo a obra teatral filmada y de ser una película dispersa tanto argumental como estéticamente, "Los muertos no se tocan, nene" conserva sin embargo intactos todo el ritmo, el vitriolo y la cualidad revulsiva de la obra original, lo cual no es poco; asimismo el film interesa y hasta fascina debido a su condición de excentricidad, por ser - como mínimo - dos películas en una sola: la que podría haber sido y la que, por fortuna o por desgracia, acabó siendo. De todos modos, y a pesar de estar lejos de ser perfecta, creo que merecería la pena que le echéis un ojo: sin ánimo de pecar de nostálgico, el peor Azcona siempre será infinitamente mejor que el mejor de los guionistas contemporáneos.
Así las cosas, y libre ya de la barrera de los censores, el “Los muertos no se tocan, nene” del 2011 rebaja de manera paradójica la crítica y la sátira social en favor del subrayado en situaciones escatológicas de diversa índole, que son expuestas además con un interés y un regocijo tales que, antes que estar poniendo en tela de juicio las ruindades y mezquindades de los personajes, más bien pareciera que los responsables de la película las estuvieran jaleando. Consecuentemente, el mayor problema que acusa el film es la brutal discordancia que se establece entre fondo y forma; esto es, el ser una película que se pretende deudora de los clásicos de nuestro cine y estar, al mismo tiempo, plagada de chistes sobre erecciones, meadas, cagadas y pajas. De hecho, si alguien se pregunta el motivo de que esta obra de Azcona fuera tumbada en su momento por la censura sólo tiene que tener en cuenta que aquí, y mientras el bisabuelo de la familia exhala su último suspiro, el primogénito adolescente se encuentra en el baño zurrándose la sardinilla (¿¡!?) Así, y más que ante cualquiera de aquellos clásicos imperecederos, durante el visionado de "Los muertos no se tocan, nene" se tiene la sensación de estar asistiendo a un remake de "Chechu y familia" ambientado en los 50, lo cual tampoco tiene por qué ser necesariamente malo.
A pesar de todo lo dicho, del tufillo a obra teatral filmada y de ser una película dispersa tanto argumental como estéticamente, "Los muertos no se tocan, nene" conserva sin embargo intactos todo el ritmo, el vitriolo y la cualidad revulsiva de la obra original, lo cual no es poco; asimismo el film interesa y hasta fascina debido a su condición de excentricidad, por ser - como mínimo - dos películas en una sola: la que podría haber sido y la que, por fortuna o por desgracia, acabó siendo. De todos modos, y a pesar de estar lejos de ser perfecta, creo que merecería la pena que le echéis un ojo: sin ánimo de pecar de nostálgico, el peor Azcona siempre será infinitamente mejor que el mejor de los guionistas contemporáneos.
lunes, 16 de julio de 2018
LA CABINA
Uno de los grandes hitos de la televisión española y, con
permiso de “Verano Azul”, el trabajo más reconocible de Antonio Mercero, uno de
nuestros directores de corte popular más queridos y respetados.
“La cabina” supuso un fenómeno social a nivel mundial; no
solo la españa de principios de los años 70 quedó aterrorizada ante el relato
de Mercero, sino que además, su impacto fue tan grande que el producto se
vendió a todo el mundo quedando conmocionado, asimismo, mucho público de otros
países.
No puede haber historia más sencilla: Un individuo acompaña
a su hijo a tomar el autobús que le llevará a la escuela, cuando se mete a una
cabina a telefonear. Esta se cierra y el individuo no puede salir. Tras varios intentos por parte del populacho
por sacarle, finalmente unos operarios cargan la cabina en un camión, y tras un
largo viaje por carretera acaban dejando a este en un almacén subterráneo dónde
descansan otras cabinas telefónicas con sus ocupantes muertos.
Para la España de 1972, más inocente y poco dada a lo
macabro, este mediometraje destinado a la parrilla televisiva, tuvo que suponer
un shock muy grande, máxime si el público llano de T.V. no estaba acostumbrado
al cine de género o de terror. Sin embargo, vista hoy, 45 años después de su
emisión, la cosa se ha quedado un poco ingenua, ya la capacidad de impactar o
asustar se ha perdido, como la han perdido, por ejemplo, los clásicos de la
Universal. Sin embargo, la idea, el como está ejecutada, el ritmo y la
interpretación de José Luis Lopez Vázquez, permanecen inalterables, y se
entiende perfectamente por qué “La cabina” obtuvo la repercusión que tuvo. Y
desde luego, se deja ver con interés.
Tal fue el impacto de este mediometraje, que incluso, a
finales de los 90, la empresa de telefonía Retevisión,, la principal rival por
aquél entonces de Telefónica, rodó un
spot en el que López Vázquez aparece encerrado en una cabina —en clara alusión
al mediometraje de Mercero— de la que finalmente consigue salir.
Asimismo, entre el aluvión de premios que recibió, se llevó
el EMMY, el equivalente al Oscar en lo que a premios de televisión se refiere,
en los EUA, que es el mayor galardón al que puede aspirar una producción
televisiva.
La historia de “La cabina” se concibió a finales de los años
60. Antonio Mercero y José Luis Garci (Co-guionista de “La Cabina”), cuando
estos tenían previsto lanzar una serie de humor para televisión. En busca de
argumentos, les pareció gracioso elaborar uno en la que un individuo se queda
encerrado en una cabina telefónica y no puede salir. Sin embargo, la cosa no
prosperó, la serie no se llegó a hacer, pero a Mercero se le quedó en la cabeza
la historia de la cabina. Dándole vueltas a la cabeza, decidió que la historia
dejaría de ser cómica para convertirse en una cosa de terror/ciencia ficción de
corte surrealista. Pero al no haber una serie televisiva donde albergar esta
historia, propuso a Televisión española la producción de este mediometraje. A
los directivos de T.V.E no les pareció mala idea, dado que la serie en la que
acababa de trabajar Mercero “Crónicas de un pueblo” había sido un éxito, así
que le dieron carta blanca. Y obviamente, no les defraudó.
Por otro lado, los críticos se han empeñado en ver siempre
en “La cabina” una crítica al régimen franquista, defendiendo esa teoría hasta
el absurdo. A colación de esto, Mercero llegó a decir que de crítica social
nada, que él tan solo había tratado de hacer una película de terror y ciencia ficción y punto, pero que él no podía
controlar lo que la misma pudiera sugerir a según que mentes y sensibilidades.
Dejando claras cuales son sus intenciones,
he llegado a leer a cierto crítico
mediático decir que daba igual lo que dijera Mercero, que la película es
una crítica al régimen franquista y que no hay más vuelta de hoja. ¿No te está
diciendo Mercero que no, pedazo de gilipollas?
Tras éxito de “La cabina”, las alabanzas por parte de los
medios y el público han ido acompañando a Mercero a lo largo de su carrera en
cine o televisión; asimismo volvió a ser nominado al EMMY por otro mediometraje,
“Don Juan”, pasó factura a todos los géneros en cine y televisión, lanzó a la
palestra al niño prodigio Lolo García con “La guerra de papá” y “Tobi” y
alcanzó las mieles del bombazo televisivo con “Farmacia de Guardia”. La verdad, es que es un todoterreno.
viernes, 13 de julio de 2018
HALLOWEEN H20
“Halloween, H20”, sexta secuela de “La noche de Halloween”
de John Carpenter, es, más que una secuela, una muestra palpable del
neo-slasher de finales de los 90 y una consecuencia directa del mega-éxito de
“Scream, vigila quién llama”. De hecho,
el guionista de moda de aquella época (y flor de una primavera) Kevin
Williamson, mete sus zarpas en un proyecto como este, que se aprovecha del
tirón de la película de Wes Craven con idea de realizar una nueva franquicia
que son el siguiente título, “Halloween resurrección”, fracasó no volviéndose a
hablar del tema hasta que años depués Rob Zombie le hiciera a la saga de
Michael Myers un autentico lavado de cara.
La película, omite las otras películas de la saga desde la
segunda (motivo por el cual, la hija del personaje de Jamie Lee Curtis no
existe) trasladando, sin embargo, la acción 20 años después de los hechos
acontecidos en la primera y segunda, por lo que tenemos a una Laurie adulta,
divorciada y con un hijo adolescente, completamente acojonada desde que Michael
Myers la acorralara en su propia casa 20 años atrás. Tiene un hijo adolescente
y rebelde al que tiene sobreprotegido, cuando, al celebrarse la fiesta de
Halloween de ese año, Michael Myers aparece de nuevo, cargándose sin
miramientos a todos los adolescentes amigos del hijo de Laurie, que celebran la
fiesta de Halloween. Inevitablemente, el
enfrenamiento entre el Psycho Killer y la Final Girl, tendrá lugar hacia el
final de la película.
Paradójicamente, yo he visto por primera vez esta
celebración de los 20 años de “Halloween”, 20 años después de su estreno, y
pese a las buenas críticas que recibió en su momento, y a tratarse de la
secuela más taquillera de toda la saga, es un claro ejemplo de que si el cine
de los 90 es bueno perdura, pero que, como es el caso, las películas mediocres
envejecen tan mal, que acaban resultando insulsas. “Halloween H20” es tan mala,
que hace que una de las peores muestras de la saga, “Halloween 5: La venganza
de Michael Myers” sea buena a su lado. Y es que, fuera de los estupendos
efectos gore y los asesinatos de Myers, que aparecen con la película bien
avanzada —que en cualquier caso no servirian para salvar la película—, todo lo
demás es raquítico e insulso. No pasa nada, y ese nada que pasa, es poco.
Digamos que hasta que viene la chicha, tenemos un bla, bla, bla de lo más
cansino. Mala en definitiva.
Y es que en intenciones la cosa iba a ser algo mejor; en un
principio la película la iba a dirigir el propio John Carpenter, pero este,
considerando que no había percibido lo que se merecía de los beneficios de su
creación con el primer Halloween, se subió a la parra pidiendo 10 millones de
dólares por la dirección de esta secuela, aprovechando que compartía productor
con la suya, Moustapha Akkad. Obviamente, tenían pensado gastarse 17 millones en la película entera y decidieron
no tener a Carpenter en la misma siendo sustituido por Steve Miner, que cobraba
bastante menos. Además, sí que se contó con la presencia de Jamie Lee Curtis,
que pese a decir públicamente que el mejor papel de su vida era el de Laurie
Strode, no dudó en pedir una cifra astronómica por volver a darle vida. A ella,
sin embargo, si se le pagaron los millones que pedía.
Además, y dado que Steve Miner era un fan acérrimo de
“Psicosis”, aprovechando la coyuntura, y que la protagonista de aquella, era la
mamá de la protagonista de esta, se pegó el caprichito de darle un papelito
insignificante a Janet Leigh. Pero ni por esas; la película no funciona fuera
de los acuchillamientos.
Asimismo, resultó una carrera de jóvenes talento que
triunfan, en mayor o menor medida, en el día de hoy, por lo que en el elenco
tenemos insulsos papeles para Josh Harnett, Michelle Williams o un jovencísimo
Joseph Gordon-Levitt. También tenemos al rapero L.L. Cool J. que en plena decadencia
de su música, decidió convertirse en actor igualmente decadente.
Para finalizar, tan solo diré que el sacarse de la manga que
Michael Myers era hermano de Laurie Strode, es la idea más estúpida que jamás
se le haya ocurrido a alguien en la historia del cine.
En nuestro país, la cosa funcionó relativamente: hizo casi
400.000 espectadores, que no es moco de pavo.
lunes, 9 de julio de 2018
EL IN... MORAL
Curiosamente, algunas de las películas mas perdidas e
ilocalizables del cine español (en el sentido de que no existen más que una o
dos copias en 35 mm. sin que hubiera tras el estreno de las mismas vida
comercial en formato domestico y/o pases televisivos) son las películas de la
primera etapa de los hermanos Calatrava, más concretamente, “El último proceso
en París” o la que nos ocupa, esta “El
In…moral”. Prácticamente, es inviable el poder verlas, pero el hacerse con una
copia es potencialmente imposible. Incluso, corre el peligro de que algunas de
estas copias se hayan perdido para siempre, lo que imposibilitaría el hecho de
poder echarlas un vistazo. Y es una autentica pena.
Sin embargo, en estas lides, puedo considerarme un hombre
con suerte (o no), porque yo he tenido el placer de visionar una copia de “El
In… moral”. Y dirán ustedes, si tan ilocalizable está, ¿cómo es que tú las has
visto? bien, alguien a quién llamaremos “una buena amiga”, con acceso a una
sala concreta de cine y a ciertas copias de películas en 35 mm. consideró que
el trabajo de divulgación del cine cómico español que yo vengo haciendo desde
hace años en este, nuestro querido blog, o en el podcast “Los Aristócratas” es
encomiable, por lo que cuando se enteró de mi interés por visionar estas películas
ignotas, ni corta ni perezosa, me organizó un pase privado ¡para mí solo! en
una sala de cine de Madrid, de una de las dos o tres únicas copias que quedan
en el mundo de “El In…moral”. Así que la he visto en una copia de 35 un tanto
churretosa y en un cine. Todo un privilegio del que no muchos pueden presumir.
Eso sí, esta “buena amiga”, me hizo prometer que no revelaría la fuente de la
cual proviene esta cinta. Pero si me dio derecho a reseñarla —de hecho, se me
hizo el pase para que yo haga la reseña posteriormente— siendo yo,
probablemente, una de las cinco o seis únicas personas que han tenido
oportunidad de verla tras su paso por la cartelera, dónde la vieron, no
obstante, cerca de 350.000 espectadores.
Se trata de una de las dos películas que los Calatrava
hicieron a las ordenes del actor especializado en aparecer en spaghetti westerns José Canalejas —la otra es “El último proceso en París” y que
sirvieron para el lucimiento de estos dos cómicos que pese a tener el
beneplácito del público, no se pueda decir que sean unos genios del humor.
Quizás en su época, con la ingenuidad general si que resultaran efectivos, pero presenciar sus chascarrillos a día de hoy resulta de lo más bochornoso.
La película, que de puro raro empieza estupendamente para
luego perder todo el fuelle —y el surrealismo del que hace gala— antes de
llegar a la media hora, cuenta como los hermanos Calatrava, que se interpretan
a sí mismos, están empezando a despuntar en el mundo de las salas de fiestas,
por lo que cada noche, al acabar sus actuaciones, se van por ahí a divertirse
con las señoritas. Paco Calatrava se queja de que su hermano Manolo se lleva a
todas las tías buenas, mientras que él ha de conformarse con los cayos. Lo
curioso de estos quince minutos iniciales, es que Paco Calatrava, como se
interpreta a sí mismo, prescinde de la voz de tonto por la que es popular y
escuchamos su voz tal cual era en la época, sin estridencias ni interpretación
de ningún tipo, cosa esta que me ha llamado poderosamente la atención porque,
casi, ni le conocía la voz.
El caso es que, en una de sus juergas, atropellan con el
coche a una anciana. La llevan al hospital y esta necesita transfusiones de
sangre, por lo que en un acto de buena voluntad, Paco, se ofrece a donar la
suya. La cosa se vuelve totalmente majareta en el momento en el que al hacer la
transfusión, esta, se vuelve joven tras recibir la sangre de Paco, por lo que
se llega a la conclusión de que la sangre de Paco hace rejuvenecer a las
personas (¡).
A partir de aquí, no solo Paco retomará su voz de mongoloide
que le ha acompañado toda la vida, sino que, además, todas las ancianas quieren
su sangre (motivo este que Paco aprovechará para tirárselas), y distintas
organizaciones mafiosas querrán dar con el paradero del humorista para hacerse
de oro con su sangre. La cosa alcanza cotas de locura inimaginables cuando el
mismísimo Conde Drácula —¡un tío flacucho al que le han puesto colmillos usando
papel Albal!— se acerca al hospital dónde está Paco con el fin de chuparle la
sangre y rejuvenecer. A partir de ahí, la cosa se vuelve un ir y venir de
personajes, en una película en la que se abren tres o cuatro subtramas que
nunca llegan a cerrarse. Algunas, incluso, se plantean pero no llegan a
desarrollarse.
Se trata de una película que tras los 10 primeros minutos,
se vuelve absolutamente insoportable, hasta el punto de que si no fuera por las
circunstancias especiales en las que la he visto, dudo mucho que hubiera
llegado a completar su visionado. Una incompetencia artística y técnica difícil
de digerir, e incluso de ser disfrutada como obra trash. Un cutrismo que, si
bien no alcanza los niveles de la
película que ellos dirigieron, “Macarras Conexión”, si que hace mella en la
retina del espectador que resopla y resopla porque no ve la hora de que ese
tostonazo llegue a su fín.
En definitiva; me ha encantado verla en un cine para mí
solo, las circunstancias en las que la he visto y la experiencia en general,
pero lo cierto es que si jamás hubiera visto esta película, no habría pasado
absolutamente nada. Ahora, eso sí, me alegro de haberla visto y aquí reseñado.
“El In… moral” hace parecer a las películas Calatravescas de
Manuel Esteba obras maestras del cine Español. Ahí lo dejo.
Junto a los Calatrava, en un alarde de ortodoxia actoral,
tenemos a Mirta Miller, Loreta Tovar, Rafaela Aparicio, Frank Braña, Manolo
Zarzo o Mir Ferry.
He aquí el único testimonio de todo Internet. Gracias, mi
“buena amiga”.
viernes, 6 de julio de 2018
QUE NOS QUITEN LO BAILAO
“Que nos quiten lo bailao” resulta una rara avis dentro de
nuestra comedia. Una película netamente valenciana —puramente mediterránea— que
juguetea con un género tan nuestro como es la parodia histórica tan en boga los
primeros años de la década de los 80
y que traía consigo filmes de mayor
calado popular que el que nos ocupa, como puedan ser “Juana la loca… De vez en
cuando” de José Ramón Larraz, “Cristóbal Colón… de oficio descubridor” de
Mariano Ozores o “El Cid cabreador” de Angelino Fons, y con el musical,
incluyendo numeritos (impagable el protagonizado por Joan Moleón) absolutamente
deudores de la revista. Sin embargo, y a diferencia de los títulos
anteriormente nombrados, “Que nos quiten lo bailado” tiene más mala leche y
aspiraba a tener un público más intelectual que las otras películas más
destinadas a un público de corte popular. Así, “Que nos quiten lo bailao” tiene todo el
tiempo los ojos puestos en el cine de Monty Python rozando, por momentos, el
plagio. Si en “Los caballeros de la mesa cuadrada”, cuando el Rey Arturo llega
al castillo de Camelot y al advertir la presencia de este ante el resto de
caballeros uno de ellos responde que es una maqueta, en “Que nos quiten lo
bailao” cuando Fray Jacinto divisa el Alcázar,
uno de sus acompañantes dice que vaya mierda. No es el mismo gag, pero
prácticamente es el mismo.
La película transcurre en algún lugar de Valencia, más o
menos durante el siglo XV o XVI durante la convivencia de moros y cristianos
por aquellas tierras. Y no tiene un argumento propiamente dicho, Una secuencia
tras otra va transcurriendo entre diálogos descacharrantes, números musicales y
un humor muy particular, pero si que hay un ligero hilo conductor en el que la
hija de los marqueses de Mocorroño es vendida como esclava, y en el harem del
sultán Al Parrús, esperará a ser rescatada por sus padres mientras es usada
para uso y disfrute del sultán y sus amigotes, por ejemplo, siendo su culo
exhibido en una especie de ruleta humana de la suerte.
El argumento es de lo menos, aquí lo que prima es que el
humor marque el avanzar de la película.
Así, tenemos un divertimento de lo más surrealista, que pese
a estar fuertemente influenciado por los Phytom, y gracias a lo autóctono de
esos numeritos musicales y de revista, no deja de ser una película de lo más
personal. Amén de ser una joya ignota de la que poco se ha sabido hasta ahora,
con escasos 178.000 espectadores en salas de cine.
Muy divertida e interesante.
El elenco, salvo por los actores principales interpretados
por profesionales de la talla de Joan Moleón, Guillermo Montesinos o Impar
Ferrer, está compuesto de las gentes del pueblo dónde se rodó, Luchente, lo que
dota a la película de unos rostros y personajes de lo más grotescos, que son
otro de los puntos fuertes del film. De hecho, Luchente tiene una importancia
vital en esta película, no solo por el elenco, sino también por la cooperación
que el mismo pueblo tuvo durante la preproducción de la película, ayudando al
personal técnico de la misma a reconstruir un viejo convento abandonado que en
la película recrearía una alcabaza. Asimismo, Luchente sería el lugar dónde la
película se estrenaría mundialmente.
Dirige la película Carles Mira, director eminentemente
Valenciano cuya carrera transcurriría casi en su integridad en su tierra natal,
que además de esta joya dirigió cosas menos interesantes como la olvidable “El
Rey del Mambo” o “Con el culo al aire” protagonizada por Ovidi Montllor.
martes, 3 de julio de 2018
EL REPUBLICANO
Suele ser habitual que los directores principiantes pongan bastante de sí mismos a la hora de realizar sus óperas primas: en el caso concreto de “El
republicano” esta refleja a la perfección el recorrido biográfico, tanto vital como profesional, de su máximo responsable, el actor David Arquette, más conocido entre los aficionados por interpretar al pusilánime Dewey Riley de la saga “Scream”. De esta manera, Arquette
tuvo por un lado la suerte de nacer y crecer en una comuna junto a sus padres y a sus cuatro hermanos, los también
actores Alexis, Richmond, Rosanna y Patricia. Mientras asistía al desmesurado e imparable desarrollo de
los atributos de sus hermanas mayores, y seguramente con el objetivo de alejar todo tipo de pensamiento incestuoso de su mente (esto es sólo una suposición
mía) el pequeño David optó por compensar la libertad y el buenrollismo post-hippie que reinaba en su familia refugiándose en los cines de reestreno y de programa doble, en los cuales - y al mismo tiempo que se hacía fan de clásicos del terror de la Universal como "Drácula" o "Frankenstein" - también
se fue aficionando al cine de supervivencia tan característico de los 70 así como al slasher de principios de la siguiente década, encontrándose de este modo entre sus favoritos títulos como "Deliverance", “Viernes 13” o, muy especialmente, “La
última casa a la izquierda” y el “Halloween” carpenteriano.
El hecho de que su adolescencia transcurriera en el nucleo más duro de la era Reagan unido a la relación de amistad que mantuvo años después con Wes Craven, merced a su colaboración en la saga protagonizada por ghostface, hicieron el resto a la hora de decidir el tema de su debut tras las cámaras. Tan dispares elementos confluirían un día en la cabeza de Arquette mientras éste se encontraba asistiendo a un concierto de reggae que se celebraba en plena naturaleza con motivo de la conmemoración de "el día de la marihuana", también conocido como "el día internacional de la fumada de porros" (¿?) que se celebra todos los años el 20 de abril. Según recordaba Arquette: "Debido a la desorganización que imperaba en aquel festival empecé a emparanoiarme. Tenía la sensación de que todo estaba fuera de control. Luego, y para empeorar aún más las cosas, cuando se hizo de noche estaba todo tan oscuro que no era capaz de encontrar a mis amigos, ya que a ninguno de nosotros se nos ocurrió llevar una linterna al evento. Justo en ese momento me dio por pensar, "¿No sería genial que a alguien se le fuera la pinza y comenzara a cargarse a todos estos hippies?" De esta manera, a partir de la idea de realizar un body count protagonizado por un asesino en serie de ideas conservadoras, y teniendo como mayor punto de referencia a la propia saga "Scream" y su desmitificador sentido del humor, Arquette y el guionista Joe Harris ("Darkness Falls") pergeñaron un slasher de manual que incluye absolutamente todas las constantes que caracterizan al subgénero: de esta forma, aquí no faltan el psychokiller enmascarado que oculta un trauma de niñez, el grupito de neohippies que viaja en una furgoneta, y que tendrán el inevitable encontronazo con un grupo de rednecks de camino al concierto, así como el viejo que alerta de la amenaza que se oculta en el bosque o la consabida final girl, interpretada en esta ocasión por la deliciosa Jaime King ("Sin City").
Lo mejor, y a la vez lo peor, de esta película es que a pesar de incluir referencias postmodernas a "El equipo A" o a "El exorcista" sus responsables se atienen de una manera tan estricta a las reglas del slasher que "The Tripper" acaba siendo exactamente igual de coñazo que los títulos más representativos del género, con el agravante de que éste que nos ocupa ni siquiera es tan original (en lo que respecta al slasher con connotaciones políticas, Larry Cohen ya se les adelantó unos años antes con "Muerto el 4 de julio") ni tampoco tan gracioso como se pretende, por mucho que cuente con el plus de presentar a un sosias de Reagan que, hacha en mano, se dedica a desmembrar jipiosos.
De todas formas, y a pesar de sus puntuales aciertos, es una pena que Arquette no muestre aquí el talento suficiente para llevar el género un poco más allá como sí lo hizo en cambio a lo largo de su carrera, y en más de una ocasión, su mentor Wes Craven: así las cosas, la sátira y el metacine se desestiman en favor de los consabidos chistes de fumetas y la oportunidad de crear a un nuevo icono del terror a partir de la figura de este "The Tripper" se desaprovecha al mostrarse Arquette incapaz de otorgarle una personalidad propia que defina y distinga a su protagonista de los Michael Myers, Jason Vorhees y compañía. Al menos sus responsables no escatiman a la hora de desplegar a lo largo del metraje un gore bastante burro y escatológico y de mostrar sin ningún tipo de tapujos culos, felpudos, tetas y pollas hippies: algo es algo.
En su magnífico reparto, y junto al propio director, nos podemos encontrar con un Thomas Jane que por aquella época estaba casado con Patricia Arquette, y que acababa de encarnar a "El castigador", Lukas Haas ("Unico testigo"), Balthazar Getty ("Carretera perdida"), Paul Reubens (¡el mismísimo Pee-Wee Herman!), así como los cameos de Wes Craven y Courteney Cox (esposa por aquella época de Arquette) o a un Jason Mewes ("Clerks") que aquí, y para variar, también interpreta a un fumeta que va durante toda la peli más puesto que Maradona en una rave, seguramente tanto delante como detrás de las cámaras.
Aunque como ya apuntábamos sea un poco aburrida y previsible y falle asimismo a la hora de seguir los pasos de los superiores modelos en los que se mira, gracias a lo atractivo de su premisa y a su falta de pretensiones "El republicano" resulta ser al final, y a pesar de su mediocridad, una serie B inevitablemente simpatica. Así las cosas, si eres un fan curtido del género su visionado ni te cambiará la vida ni tampoco te defraudará en exceso. Una peli del montón, en definitiva.
El hecho de que su adolescencia transcurriera en el nucleo más duro de la era Reagan unido a la relación de amistad que mantuvo años después con Wes Craven, merced a su colaboración en la saga protagonizada por ghostface, hicieron el resto a la hora de decidir el tema de su debut tras las cámaras. Tan dispares elementos confluirían un día en la cabeza de Arquette mientras éste se encontraba asistiendo a un concierto de reggae que se celebraba en plena naturaleza con motivo de la conmemoración de "el día de la marihuana", también conocido como "el día internacional de la fumada de porros" (¿?) que se celebra todos los años el 20 de abril. Según recordaba Arquette: "Debido a la desorganización que imperaba en aquel festival empecé a emparanoiarme. Tenía la sensación de que todo estaba fuera de control. Luego, y para empeorar aún más las cosas, cuando se hizo de noche estaba todo tan oscuro que no era capaz de encontrar a mis amigos, ya que a ninguno de nosotros se nos ocurrió llevar una linterna al evento. Justo en ese momento me dio por pensar, "¿No sería genial que a alguien se le fuera la pinza y comenzara a cargarse a todos estos hippies?" De esta manera, a partir de la idea de realizar un body count protagonizado por un asesino en serie de ideas conservadoras, y teniendo como mayor punto de referencia a la propia saga "Scream" y su desmitificador sentido del humor, Arquette y el guionista Joe Harris ("Darkness Falls") pergeñaron un slasher de manual que incluye absolutamente todas las constantes que caracterizan al subgénero: de esta forma, aquí no faltan el psychokiller enmascarado que oculta un trauma de niñez, el grupito de neohippies que viaja en una furgoneta, y que tendrán el inevitable encontronazo con un grupo de rednecks de camino al concierto, así como el viejo que alerta de la amenaza que se oculta en el bosque o la consabida final girl, interpretada en esta ocasión por la deliciosa Jaime King ("Sin City").
Lo mejor, y a la vez lo peor, de esta película es que a pesar de incluir referencias postmodernas a "El equipo A" o a "El exorcista" sus responsables se atienen de una manera tan estricta a las reglas del slasher que "The Tripper" acaba siendo exactamente igual de coñazo que los títulos más representativos del género, con el agravante de que éste que nos ocupa ni siquiera es tan original (en lo que respecta al slasher con connotaciones políticas, Larry Cohen ya se les adelantó unos años antes con "Muerto el 4 de julio") ni tampoco tan gracioso como se pretende, por mucho que cuente con el plus de presentar a un sosias de Reagan que, hacha en mano, se dedica a desmembrar jipiosos.
De todas formas, y a pesar de sus puntuales aciertos, es una pena que Arquette no muestre aquí el talento suficiente para llevar el género un poco más allá como sí lo hizo en cambio a lo largo de su carrera, y en más de una ocasión, su mentor Wes Craven: así las cosas, la sátira y el metacine se desestiman en favor de los consabidos chistes de fumetas y la oportunidad de crear a un nuevo icono del terror a partir de la figura de este "The Tripper" se desaprovecha al mostrarse Arquette incapaz de otorgarle una personalidad propia que defina y distinga a su protagonista de los Michael Myers, Jason Vorhees y compañía. Al menos sus responsables no escatiman a la hora de desplegar a lo largo del metraje un gore bastante burro y escatológico y de mostrar sin ningún tipo de tapujos culos, felpudos, tetas y pollas hippies: algo es algo.
En su magnífico reparto, y junto al propio director, nos podemos encontrar con un Thomas Jane que por aquella época estaba casado con Patricia Arquette, y que acababa de encarnar a "El castigador", Lukas Haas ("Unico testigo"), Balthazar Getty ("Carretera perdida"), Paul Reubens (¡el mismísimo Pee-Wee Herman!), así como los cameos de Wes Craven y Courteney Cox (esposa por aquella época de Arquette) o a un Jason Mewes ("Clerks") que aquí, y para variar, también interpreta a un fumeta que va durante toda la peli más puesto que Maradona en una rave, seguramente tanto delante como detrás de las cámaras.
Aunque como ya apuntábamos sea un poco aburrida y previsible y falle asimismo a la hora de seguir los pasos de los superiores modelos en los que se mira, gracias a lo atractivo de su premisa y a su falta de pretensiones "El republicano" resulta ser al final, y a pesar de su mediocridad, una serie B inevitablemente simpatica. Así las cosas, si eres un fan curtido del género su visionado ni te cambiará la vida ni tampoco te defraudará en exceso. Una peli del montón, en definitiva.
lunes, 2 de julio de 2018
THE BEACH PARTY AT THRESHOLD OF HELL
Muy atrás quedaron los tiempos en los que la National Lampoon apadrinaba películas como “Desmadre a la americana” (por citar la única
verdaderamente mítica que tienen bajo su sello). En los últimos años no ha
hecho más que apadrinar caquita, como de la que muy brevemente les vengo a
hablar ahora, que tiene ya sus doce añitos con la tontería.
Comedia post-apocalíptica rodada en vídeo (de la época) que
nos sítua en New America, tras un holocausto nuclear. Estamos en el año 2097, y
el último descendiente de los Kennedy, junto con dos robots, se encuentran en
medio de una playa desierta. Intentando buscar una emisora de radio con el fin
de contactar con otros supervivientes, se topan con una mujer caníbal así como
con una horda de zombies con los que se las tendrán que ver.
Pura rutina por parte de unos individuos que vieron “Zombies Party” y pensaron que podían hacer algo de divertido. Sin embargo, se quedan en
las antípodas de algo parecido a eso.
Además, después de hora y media de aburrimiento, la película
se queda inconclusa anunciando que es una primera parte, por lo que el
espectador se queda a medias. Pero lo cierto es que eso da un poco lo mismo
porque lo que acabamos de ver, también es verdad que nos importa un comino.
Como fuere, nunca tuvo lugar esa segunda parte.
Por otro lado, y supongo que por tratarse de un producto
National Lampoon, contamos con breves cameos de populares rostros como los de
Jane Seymour o Daniel Baldwin, lo que, en absoluto, como es lógico, salvarían
la película de la quema.
Los émulos de Edgar Wirght y Simon Pegg que decidieron hacer
esto, responden a los nombres de Jonny Gillette y Kevin Wheatley, que tampoco
han hecho nada medianamente destacable ni antes, ni después de este pedazo de
bodrio.
Dos curiosidades: Por un lado, decir que la carátula del DVD
puede dar lugar a equívoco y llevarnos a pensar que estamos ante una sex comedy
a juzgar por el título playero, y por la lozana en bikini que aparece en la
misma. Solo aparece ahí, porque lo cierto es que en la película no hay ni un
solo bikini.
Por otro lado, la película se rodó en la playa de Pensacola
Beach, en Florida. Dos semanas después del rodaje, el Huracán Iván arrasó con
la zona. ¿Castigo de Dios? lástima que ese Huracán no pasara por allí un par de
semanas antes.
Horrorosa.
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