Y con la ambición por delante, las ganas y toda la
proyección de futuro, debuta en 1976 Gonzalo Fog, apostador, aventurero y gran
señor, jugador y casi siempre ganador (Vale, ¡pueden matarme!) con una película
de indudable gusto y tono rural, y basada en una novela del mismo título del
escritor Manuel Halcón. Todo ello rollo de época, y con una historia que no me
interesa para nada, y que ni de broma hubiera visto de no ser porque se trata
de otra –ignota- película de Pelayo.
Un cazador furtivo muere a balazos dejando viuda y huérfana
a su suerte. Un joven viudo se enamora de la huérfana (Manuela) y le da la
vida que más o menos puede, hasta que el jefe terrateniente de este, se cuela por ella, lo que hará que las cosas acaben como el rosario de la aurora.
Un rollo que se estilaba mucho en la época, y cuyo visionado
tan solo me ha servido para comprobar como se las gastaba Pelayo en un
principio. Tiene al director de fotografía adecuado, Raúl Artigot, pero la
fuerza visual de las imágenes, el como se coloca la cámara en todo momento, e
incluso, cierta agradable modernez en las escenas, que le hacen adelantarse a
su tiempo. Me explico; Por aquél entonces el mundo de la cultura andaluza
estaba más activo que nunca, y a parte de que comenzaba a desarrollarse el
nuevo cine andaluz, también lo hacía una de las corrientes musicales pre-movida
madrileña más importantes en nuestro país, como fue el “Rock progresivo
Andaluz”, ya saben, “Medina Azahara”, “Lole y Manuel” y sobretodo, “Triana”
como máximos exponentes, y esta música es introducida concienzudamente en la película.
Estamos ante un film de época, ambientado en la
Andalucía rural y en una escena, visualmente portentosa, la del entierro del
padre de Manuela, en la que, como declaración de intenciones, una bailaora sube
sobre la lápida del difunto y comienza a bailar flamenco, porque
este era más malo que el mismo diablo, mientras suena la música, casi
experimental, de Triana. Y ya por muchos eruditos es recordada esa secuencia
con entusiasmo. Me uno a ese entusiasmo, no se crean…
Así que bien rodada, bien ejecutada y de una corrección
política tangible en las maneras, transgrediendo un poco en según que cosas,
pero sin por ello faltarle el respeto al academicismo -al que años después sí que se lo faltaría con dos cojones-, al final la película, técnicamente, está
muy bien, pero a nivel narrativo es sosa, poco interesante y además, Pelayo no
logra hacerse con el rollo rural.
Sin embargo, de lo que llevo visto del director, he de decir
que observo cierta rebeldía ( y rencor con lo establecido en las maneras de hacer cine) película a
película, inquietud y gusto por la variedad a la hora de gestionar sus
historias, porque si aquí tenemos un
debut, más o menos estándar a lo, por poner un ejemplo, Carlos Saura, pronto
pasaría a cintas más experimentales, comedias extrañas o, directamente,
películas de entrevistas, como veremos más adelante, con lo que hace gala de un eclecticismo que para sí querrían algunos. Eso si, el talento,
con cuentagotas. Aunque siempre interesante.
García Pelayo lo sabía y, por eso, inquieto, además de al
cine, se dedicó a la producción musical, a la escritura de libros, y como todos
ya saben, a desbancar casinos.
Reparto de campanillas para este debut, contando con la
presencia de una bella Charo López, Fernando Rey, que ya era nuestro actor más
internacional y que está, como siempre, eficaz, Máximo Valverde, que era guapo
pero es el único actor de la película al que se tiene que doblar y Mario Pardo, que ni dios se cree que ese señor haga un papel de
adolescente.