
El prota no es otro que el actor -televisivo- Mark Lindsay Chapman (¿hermano del dire?), al que también podemos ver en "The Langoliers". Le siguen rostros más o menos populares como los de Brion James (en un rol minúsculo) o Geoffrey Lewis.
El editor de un periódico ve como su novia se ha convertido en un agresivo robot tras un viaje en avión misteriosamente interrumpido. A partir de ahí, intentará encontrar la verdad oculta tras el misterio.
Aunque el arranque es más o menos potable, poco a poco "Annihiliator" va entrando en una espiral de absurdismo y ridículo sin fin. Son tantos los elementos, y en algunos casos tan esporádicos, que hacer una lista sería complejo... centrémonos en un detalle que no pasa desapercibido, la manía del director por sobre-editar algunas secuencias en las que los planos van follaos, sin sentido, y de modo gratuito. La intención, imagino, es ser el más moderno y "cool" del momento, pues en 1986 la estética vídeo-clip comenzaba a arremeter con fuerza. El auge de todo ello lo tenemos en un segmento de la peli muy extraño, e innecesario, en el que, literalmente, se nos ilumina con un vídeo-clip a base de imágenes que hemos visto a lo largo de la proyección, más otras sin sentido de totems religiosos ¿¿?? (en un momento dado, el héroe se superpone a la imagen de un ángel y las alas de este encajan en su espalda) mientras de fondo oímos el "Ashes to ashes" de David Bowie... de principio a fin. Vamos, que es como una de las pelis ochenteras de Michael Mann, pero a lo burro. Y es que de ochentismo hay tics como para parar un tren, ya sea en el vestuario, como en esa banda sonora a base de sintetizador.
Para mayor escarnio, la peli acaba dejando muchísimos cabos sueltos, y a su protagonista, mochila en ristre, haciendo autoestop (a lo Bill Bixby en la serie de "La Masa") y dispuesto a lograr su objetivo. Tranquilos, hay una explicación para esto último, y para el despropósito entero en general, se trata del episodio piloto de una serie que nunca llegó a producirse y en esa época los productos televisivos no tenían los medios -y los humos- de los que hoy día hacen gala. Ya puedo dormir tranquilo.